Llenar mi caja negra de recuerdos
Visitar Cuba para disfrutar de una extensa gira del Odin Teatret y compartir con esos maestros del teatro mundial del modo en lo hemos podido hacer, constituyó para nosotros un gran privilegio. Somos un grupo de estudiantes mexicanos, seducidos y comprometidos para esta aventura por la profesora cubana Sarimé Álvarez, docente y vicedecana de nuestra facultad. Gracias a esa conciencia de experiencia única, que se fue acrecentando en la medida en que transcurrían los días y las conversaciones, sentimos la necesidad de conocer cómo se ha construido, a través de los últimos 30 años, esta relación entre el movimiento teatral cubano y el destacado grupo multinacional, con sede en Dinamarca. Por eso pedimos a Omar Valiño, teatrólogo, crítico, director de la Casa Editorial Tablas-Alarcos y principal animador de este proyecto, que nos compartiera sus consideraciones al respecto.
Omar Valiño. Foto: Sonia Almaguer
¿Cómo relacionas tu trabajo con el trabajo del Odin? Eres escritor, editor, crítico de teatro, mientras Eugenio Barba ha trabajado con principios del cuerpo y, muy específicamente, con los cuerpos de sus actores. ¿Cómo estableces ese puente entre esos principios y tu trabajo como escritor?
Es una pregunta que me place mucho contestar porque yo admiro el trabajo del Odin. Me interesa en muchos aspectos artísticos, técnicos, estilísticos, y también el papel que han jugado en el ámbito pedagógico y de teorización sobre el camino teatral en estos 50 años. Pero lo que más me interesa del Odin Teatret es su sentido. Eso es lo que más comparto con ellos: la admiración por su resistencia, la creación constante de motivaciones y de sentidos, la fidelidad a esos principios, a las amistades y a las redes creadas. Eugenio Barba para mí es también un referente en cuanto a la disciplina y el compromiso profundísimo con el trabajo y con todas las implicaciones que eso tiene a nivel de comportamiento. No soy actor, pero puedo compartir ese sentido, amén de las profesiones en particular, y ahí está la clave de mi relación con ellos. Este compromiso se vuelve, además, una enseñanza viva de reglas que me mostraron en el trabajo. Cómo deben ser las cosas, cómo debe uno comprometerse con las cosas y las personas hasta el final, es algo que no me deja de admirar cada vez más en ellos, particularmente en Eugenio Barba.
¿Cuándo fue la primera vez que viste un espectáculo del Odin?
En el año 1989, en La Habana, cuando Roberta Carreri trajo Judith, fue la primera vez que el grupo estuvo en Cuba, aunque solo fueron Roberta y Eugenio. Además del espectáculo, impartieron clases y participaron en encuentros. Yo era muy jovencito, y no fue entonces que se estableció esta relación más amistosa, pero fue la primera vez que los vi.
¿Y qué sentiste?
Eugenio siempre me fascinó mucho, su pensamiento, su manera de relacionar las cosas y ese papel que él ha sabido hilvanar hasta el presente en la historia teatral: no verla solo como gente o grupos que hicieron cosas en determinado momento, sino como caminos. Judith fue un espectáculo que, en cierto sentido —dicho medio en broma, medio en serio—, traumatizó a mi generación teatral. A mí no tanto, porque no me dejo traumatizar por el teatro a nivel estético, soy muy abierto en ese sentido y del teatro me interesan ciertos principios o visiones que se pueden manifestar de diferentes maneras y nunca de un modo único; pero claro, a todos nos encandiló Judith, nos hizo discutir mucho, y ya se sabe que si un espectáculo logra eso, se vuelve parte de tu memoria.
¿Cuánta gente trabajó en la gestión para este proyecto?
Hubo un equipo pequeño y uno grande. El pequeño lo integraron solo 5 personas; también hubo decenas de gente en las diferentes interacciones de esa visita, por ejemplo, en cada una de las 8 provincias donde se presentaron, sin contar La Habana. Además, se creó un equipo en la capital, y otros en cada una de las sedes donde el grupo se presentó: uno más grande en el Centro Cultural Brecht, que fungió como sede principal, y otros más pequeños en el resto de los teatros.
Se constituyó de modo natural una gran red de gestión interesada, favorecida por la relación de amistad con el Odin Teatret. El motor, en muchos aspectos, fue la amistad de cada integrante de esa red con el Odin, motivada a su vez por el conocimiento o la admiración previa o, incluso, por el saber compartido en anteriores visitas. Eso permitió que solo cinco personas pudieran organizar y plantear, hacia esa otra red más grande de colaboradores, todo lo que se iba hacer.
¿Cómo fue la selección de los espacios donde tuvieron lugar los talleres, las clases magistrales y los espectáculos del Odin Teatret?
Ahí hay tres cosas que mencionar: las consideraciones del pequeño equipo organizador, la interacción previa con los visitantes, mediante correo electrónico y, por supuesto, la existencia de un programa final, resultante de todo el trabajo previo.
Eso lo modelan diversos factores: las dificultades de aquí, las dificultades de allá y la capacidad de trabajo que nuestros invitados podían desplegar en un determinado momento. Siempre supimos que habría un cuartel general y ese fue el Bertolt Brecht, porque ha sido el lugar más habitual en las visitas del Odin a Cuba y a ellos le gusta mucho, incluso a nivel afectivo. Luego hay lugares importantes como la Casa de las Américas, y otros teatros y espacios para las diferentes actividades a realizar.
Julia Varley en Casa de las Américas. Foto: Angélica Moreno
El tercer elemento fue una persona que hizo, como dice Eugenio, el Sancho Panza del equipo nuestro, que es Alejandro Marrero, a quien conozco hace muchos años y se mueve en diferentes niveles relacionados con el teatro y con otras esferas profesionales; pero que además se me ha revelado como un gestor y productor de un calibre tremendo. Fue Alejandro el que se ocupó más específicamente de la tarea de perfilar lugares y de cómo el programa podía distribuirse casi simultáneamente en diferentes espacios.
La idea fue siempre que la gente pudiera abarcar todo lo más posible o, idealmente, que cada espectador pudiera abarcar el programa completo, que fue prácticamente lo que sucedió. Era un programa grande de espectáculos, demostraciones, talleres, encuentros, y resultó muy interesante. Hubo incluso varios encuentros que no estaban en el programa pero obedecían, sobre todo, a la relación del grupo —y en particular de Julia Varley y Eugenio Barba—, con el teatro cubano vivo; con espectáculos, grupos y personas en sus lugares de trabajo, de ensayo. Esta terminó siendo también una zona de mucha importancia dentro de todo el programa.
¿Cómo fue la difusión del proyecto?
La difusión estuvo en manos de una persona que dirige el Departamento de Comunicación de la Casa de las Américas, que es una gran amiga y conocedora del Odin, periodista y crítico teatral, Maité Hernández-Lorenzo. Ella pudo con tiempo proyectar la imagen, la campaña, la difusión, porque además de que ella lo sabe hacer, lo practica cotidianamente desde la Casa de las Américas, que históricamente es la mejor institución en la promoción cultural en Cuba. La diseñadora gráfica Daniela Portilla se ocupó de convertir todas esas ideas en imagen. De conjunto con el Odin, acordamos la imagen de la campaña promocional, justo a partir de una foto de la anterior visita colectiva del Odin a Cuba en 2002.
Creo que la promoción fue eficiente; sin embargo, me hubiera gustado que ellos recibieran más destaque por parte de los medios de prensa. No para que la gente fuera al teatro, eso estaba garantizado, sino para revelar a nivel masivo la importancia de su visita.
¿Cómo fue la selección del programa?
La visita tuvo dos conceptos fundamentales: abarcar con ella lo más posible del territorio del país —también en 2002 se había hecho, pero ahora llegó a más lugares—, y hacer tres espectáculos colectivos que no se habían presentado en Cuba, La vida crónica, Las grandes ciudades bajo la luna y El árbol que, por una cuestión logística, no se pudo traer.
La propuesta fue trabajada de conjunto con nuestro equipo y conmigo en particular, pero la magnitud final del proyecto se debió en gran parte a ellos y, sobre todo, a Eugenio. Se trabajó, como siempre hacemos, para no repetir exactamente el modelo de la visita anterior, lo cual implica un cambio de estímulo y configura las cosas que finalmente se eligen. Creo que se logró cambiar el modelo y que ahora nos corresponde cambiarlo nuevamente. Ya estamos pensando en cómo hacer para que la próxima visita no repita el modelo de esta.
¿Cómo reaccionó ahora el público de La Habana ante la visita del Odin?
Los espectáculos juntaron gente que no vive ni trabaja para el teatro, y hubo, por supuesto, gente del ámbito teatral de Cuba, eso fue bonito. También me hubiera gustado que el segmento en formación del teatro cubano, las distintas escuelas y grados de enseñanza, hubieran aprovechado más el programa pedagógico. Me parece que fuimos muchos que habíamos estado otras veces, pero también faltó mucha gente que debió haber ido. Eso es motivo de perenne confrontación aquí: se realizan muchas iniciativas pedagógicas, estimulantes en muy diferentes sentidos, y la gente no las aprovecha. Lo digo responsablemente, porque organizo muchas de esas iniciativas y siempre me siento insatisfecho con que la gente no las aproveche. Me parece lícito que ocurra en algunos casos, porque no tiene por qué interesarnos todo; pero que no te interese nada es realmente un sinsentido.
¿Y cómo crees que pueda resolverse este problema?
Lo he hablado con Eugenio y con Julia en particular, es un fenómeno interesante. El Odin siempre ha tenido gente que le hace resistencia, gente que no quiere que un segmento de estudiantes vea eso, como si se fueran a contaminar, perturbar o desviar. No tengo pruebas, pero estoy seguro de que en algunos casos eso se manifestó también en esta visita; por ello, algunas escuelas no tuvieron un contacto más directo. Voy a esperar y a tenerlo más en cuenta previamente para la próxima ocasión, para encontrar estrategias que acerquen más directamente a los estudiantes de teatro al Odin.
Mis niños a escena. Foto: Tomada del sitio web del grupo
¿Qué impresiones te dejó el Odin esta vez?
La última vez que los vi aquí fue muy estimulante; fueron solo Julia y Eugenio, que vinieron como invitados al Festival de Teatro de La Habana. Hubo algunos encuentros, pero pocos para el ritmo de ellos. Y se entregaron mucho a ese contacto, a ir a los teatros y ver grupos cubanos y extranjeros; de ahí salió la idea de esta visita. El fervor que comprobaron entonces en el público cubano que apuesta por el teatro, fue el campanazo para que regresaran a la Isla. Creo que ellos vinieron —sobre todo Eugenio— a ver cómo a un grupo grande de personas le interesa el teatro sin que medie una relación comercial, sino aquella relación prístina entre el teatro y la gente. Creo que eso fue lo que ellos querían regalarse, y en particular Eugenio por sus 80 años.
¿Viste algún espectáculo dos veces?
En el año 2002 vinieron con el espectáculo Mythos, que fue un privilegio, pues es de los pocos espectáculos del Odin que no está filmado, por tanto, solo lo vimos los que acudimos entonces aquí y los que lo vieron en otras partes. Se lo recordé ahora a mucha gente. Lo vi en varias ocasiones, pero quizá no todos los días. Esta vez, de las seis veces que se puso La vida crónica, la vi cuatro, y ya la había visto otras tres o cuatro veces fuera de Cuba, pero es un espectáculo tan tupido de signos que uno puede verlo en disímiles ocasiones, porque siempre se encuentran muchas lecturas. Las grandes ciudades bajo la luna la vi las dos veces que se presentó y también la había visto antes, fuera de Cuba. Algunas ciudades como Santa Clara tuvieron el privilegio de ver Judith.
¿Qué encuentras diferente cada vez que asistes a alguno de sus espectáculos?
No puedo desligar la condición humana de esas actrices y esos actores cada vez que veo un espectáculo. Hay gente que lleva su vida entera en el grupo, eso se nota en los espectáculos y me parece sumamente conmovedor. Creo, por ejemplo, que cuando Iben Nagel Rasmussen muestra a Katrin en Las grandes ciudades bajo la luna, es un fragmento de la Historia del Teatro que está frente a uno. Es algo inconmensurable, así de sencillo. Ante el socorrido carácter efímero del teatro, que básicamente es verdad, señalo siempre que la gran vida del teatro está en la memoria del espectador, pues son imágenes que nos llevaremos a la tumba. Eso, inconscientemente, se transmite a otros que incluso no vieron la obra, y a mí esa pervivencia tan singular del teatro me interesa mucho. A estas alturas, quizá sea eso lo que más me interesa del teatro: llenar mi “caja negra” de recuerdos. Siempre que uno memoriza una secuencia, una canción de algún espectáculo, un gesto, una imagen, significa que el espectáculo está vivo en relación con uno, creo que eso es lo fundamental. Tengo muchas cosas así del Odin Teatret. Me parece una memoria bella y extraordinaria, un privilegio.