Lino Betancourt o la obra de la vida
24/12/2018
Preservar el paisaje sonoro de épocas pasadas, representa mucho más que el compromiso desde nuestros principios con determinadas manifestaciones musicales que se resisten a desaparecer. Es un acto de amor, donde la nostalgia por pasiones vividas, contribuye al diseño de las esencias de la identidad de una nación. En tal sentido, sabemos que el legado de la trova tradicional cubana ha desembocado en el seno de la nueva trova como corresponde a los fundamentos de sus herederos naturales. Pero si la representatividad de este hecho histórico es reverenciada por alguien como el musicógrafo Lino Betancourt, asistimos al ennoblecimiento de semejante dedicación.
estadounidense Cynthia Biestek. En la foto: Lino, el cantautor Eliades Ochoa y el actor Benicio del Toro.
Fotos: José Cárdenas Ferrer
Cual apóstol de las inspiraciones de profetas devenidos músicos, aunque estas canciones de la vieja trova contienen el suficiente encantamiento para ser recibidas como maravillas del patrimonio de la nación, la prédica de Lino les otorga el hálito imprescindible de cubanidad que sustenta nuestro orgullo. Cada vez que él hace referencia a Sindo Garay, a Manuel Corona o a Miguel Matamoros, parte desde esa pasión que encontramos impregnada en la recreación de lo auténtico.
Escuchar “Perla Marina”, “Aurora” o “Lágrimas Negras” después de uno haber interiorizado las entrañables memorias de Lino en torno al tema que nos ocupa, era motivo de regocijo al encontrarnos entre los elegidos para descubrir, junto a él, los destellos de estas obras míticas nacidas del talento natural de sus autores.
Escuchar a Lino en sus relatos sobre las circunstancias en que Sindo compuso la pieza “Mujer bayamesa”, no solo acrecentaba la belleza que distingue a un clásico de la canción cubana, sino que al mismo tiempo nos transmitía el profundo aliento patriótico de esta obra, sentimiento que nunca se ha mostrado minimizado en los presupuestos conceptuales del reverenciado profesional.
Es que además de ser caracterizado como un archivo viviente de la historia en la trova tradicional, su insondable capacidad del conocimiento adquirido, aparecía fusionada armoniosamente con el enriquecedor don de gente que lo caracterizó y lo convirtió en esa persona muy querida que llegó a ser.
Compartir un programa radial o simplemente sostener una conversación con él, significaba contactar con el ayer rebosante de anécdotas fabulosas, narradas en un lenguaje ameno, sencillo y directo, el necesario para sentirnos fascinados por su manera de acercarnos respetuosamente a la vigencia de la nacionalidad en este universo específico de la música cubana.
Entre sus inquietudes como investigador, destacó siempre el empeño por exaltar la necesidad de hacernos comprender de dónde venimos, para entonces tener claro hacia dónde vamos, lo que a su vez confirmaba esta profunda convicción como el camino trazado por el destino para ese ser llamado Lino Betancourt.
Dichosos tendremos que sentirnos los cubanos de que en el futuro contemos con personalidades de la cultura que hablen de la música de estos días con la misma distinción, honradez y satisfacción con que él se refirió a la de su tiempo. Sí, Lino, como sentenciara nuestro José Martí: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien con la obra de la vida”.