Me gusta mucho que el lema “Todo un país en libros” se puede leer también en sentido biunívoco: “Libros en todo un país”. Sabemos con plena convicción que esa presencia múltiple es voluntad de quienes organizan y ejecutan un megaevento como la Feria Internacional del Libro en nuestro país. Y que las decisiones estratégicas y de política cultural en que se basan los principios para su realización apuntan a la presencia de todo en todos los territorios. Pero de igual forma sabemos que se trata de una meta casi imposible de concretar ─y no concretada─ sobre todo por razones económicas que impiden tiradas que lo hagan posible.

Creo que se debía hacer una corrección con el nombre y dejar de llamar a nuestra feria: Del Libro de La Habana, para acto seguido denominar su continuidad como etapas: “occidental, central y oriental”. “Feria del Libro de Cuba” sería lo más justo: un solo evento. Si atendemos a que quince ciudades sustentan, programas de intercambio con público, extensión hacia comunidades, impresión de títulos, atención a los escritores y artistas invitados, a veces con cualidades (aunque no con cantidades en materia comercial) equivalentes a la feria de La Habana, es posible asegurar que merecería una denominación menos territorial.

“Hacer una feria del libro que abarque a todo el país es quizás la muestra más contundente de la prioridad que la Revolución asigna a la cultura”.

Los procesos regionales desarrollados en nuestro país con la literatura como protagonista, son de los que más han logrado en su sana convivencia con los de la capital, de ahí que acogernos la etiqueta de “Cuba” cobra justeza. Nombrar a la Feria atenidos solo a sus imprecisos bordes geográficos, dispersa subliminalmente el mérito unitario. Aunque ya ni siquiera los programas de esos eventos son copia exacta de los de la feria capitalina, prevalece la filosofía expansionista de los saberes contenidos en los libros. La diversidad de los espacios de intercambio es visible, aunque el eje estructural se mantiene.

Punto y aparte es lo tocante a la disponibilidad de libros. Las exiguas tiradas en papel impiden que algunos lleguen. Sé que se hacen malabares para que no suceda, pero es un hecho. En torno a la Biblioteca del Pueblo, loable esfuerzo que saca a la luz clásicos no editados desde hace cuarenta o cincuenta años ─y hasta más─ en alguna medida se viene cumpliendo la gran expectativa que despierta. Parece que a lo largo de todas las ferias se podrá satisfacer una parte razonable de las demandas.

Otro fenómeno que quiero comentar es cómo la actual descentralización editorial en estancos sectoriales ha llevado a las casas editoras de organismos a convertirse en principales. Quizás con más recursos y acudiendo a las formas de gestión no estatal, llenan vacíos dejados por las editoriales del Instituto Cubano del Libro. En consecuencia, con lo anterior aspiran a tener espacios individuales para comercializar en las ferias del interior, que si algo las diferencia con la desarrollada en La Habana es que no funcionan por stand. Así hemos visto en provincias alguna que otra feria de Verde Olivo, mientras En Vivo, Capitán San Luis, Abril, Tablas, Pablo de la Torriente y otras acuden con buen número de títulos a diferencia de Letras Cubanas, Ciencias Sociales, y otras como Unión, que se ocupan de los poetas, narradores y ensayistas, y casi ninguna recibe originales para evaluación.

En torno a la Biblioteca del Pueblo, en alguna medida se viene cumpliendo la gran expectativa que despierta. Foto: Juvenal Balán/Tomada de Granma

Una parte de las que arriba acabo de mencionar, como editoriales acuden a la feria con libros digitales en mayoría. Celebro esa nueva opción para los escritores, pero me niego a suponer que suplantará en tan alta medida al ejemplar de papel. Como escritor he recibido ofertas de contratos solo para el libro digital en dos casos; no obstante, uno tuvo cien ejemplares en papel y el otro ninguno. En un tercer contrato, para la variante impresa se me ofrecía “custodiar” mi posible libro de papel cinco años, hasta que caducaran sus derechos, fecha en que podría yo disponer nuevamente de él, y en el mismo documento legal se ofrecía la variante digital, con un adelanto y una participación en las ventas. No lo expongo como reclamo personal sino para ejemplificar la lógica con que se opera. Además, la propuesta de adelanto para el libro digital suponía un pago muy inferior a los que se erogan por el libro de papel. Es verdad que el porciento ofrecido por las ventas (20 %) es generoso, pero dada la mala gestión de venta de nuestros libros digitales, ese peculio está casi tan lejos como el fin del bloqueo.

Los escritores vivimos de lo que escribimos, además de los bajos salarios que recibimos como promotores, editores o investigadores. Las nuevas regulaciones sobre el derecho de autor, emitidas en 2021, han sido asimiladas por algunos que sí han empezado a pagar adecuadamente por el libro de papel. Por el digital hasta ahora no conozco ningún caso que lo haya hecho, pero sé que mi mirada no alcanza todos los rincones.

Hacer una feria del libro que abarque a todo el país es quizás la muestra más contundente de la prioridad que la Revolución asigna a la cultura. No es una feria de adoctrinamiento marxista. Hay títulos de diversos perfiles, editores de decenas de países que concurren con sus catálogos. Es sencillamente un acto de voluntad humanista que nos permite exhibir la confianza que tenemos en la verdad y el conocimiento. “Todo un país en libros para todo el país”. Disfrutemos nuestra feria entonces. Y luchemos por su perfección.

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