Leyendo un libro de Fernández Retamar

Omar Valiño
8/6/2020

 

Lamento que Roberto no haya llegado a sus 90 para celebrar juntos con su risa estentórea. Me consuela leer su poesía, otra forma de saberlo vivo. Comparto aquí varios de sus poemas, aunque no van ahora esos justamente célebres: “El otro (enero 1, 1959)”, “Felices los normales”, “Con las mismas manos”, “Otro poema conjetural”, “Usted tenía razón, Tallet: somos hombres de transición”, “Oyendo un disco de Benny Moré”, “Pio tai” o “Aquí”, entre tantos otros…

Son estos de amor de quien fue un gran amante, aunque seguramente me rectificaría y habría dicho amador. En todo caso también supo que:

El amor es

Quien ve.
 

Está

Ella está echada en la penumbra humedeciendo la

              madrugada inicial.

Hay un jardín en ella y él está deslumbrado en ese jardín.

Florece entera para él, se estremecen, callan con el mismo

              rumor.

La noche va a ser cortada por un viaje como por una

              espada.

Intercambian libros, papeles, promesas.

Ninguno de los dos sabe aún lo que se han prometido.

Se visten, se besan, se separan.

Ella sale a la oscuridad, acaso al olvido.

Cuando él regresa al cuarto, la encuentra echada en la

              penumbra húmeda.

Nunca ha partido, nunca partirá.
 

Fue en Los Robles donde ella, que sabía…

Fue en Los Robles donde ella, que sabía,

Dijera la verdad. Aquella noche

Estaban dadas todas las estrellas.

Tiempo de suspirar juntas las bocas.

Parpadeaba una luz, alguien volvía

A hacer la hoguera frente a la caverna.

Marcharon entre armas a la gloria.

Nada en su cuerpo, suave como el agua,

Anunciaba los hijos de su cuerpo.

Era toda alma en la soñada cama,

Era un incendio, era una primavera,

Una muchacha azul bajo la lluvia,

Una bahía en quien entrar a gritos,

Una bandera ondeando en el combate,

Una batalla de azucenas cálidas.

Era ella.
 

Por primera vez

En países y más países,

Casas, hoteles, embajadas,

Suelos, hamacas, autos, tierra,

Rodeados de agua o sobre el lino.

Olor de desnudez primera.

Vasija de arcilla sonora.

Sorprendente, augusta, profunda.

Camanances, colinas, bosques.

Como leones, como santos.

Lo antiguo, lo simple, lo súbito.

La plegaria, el descubrimiento.

La conquista, la reconquista.

El relámpago de ojos de humo.

Cada desgarradura sólo

Para encenderse con más fuego,

Con más seguridad de aurora.

Ya él no puede perderla más.

Ya la perdió toda una vida.

Ahora de nuevo y para siempre

Va a amarla por primera vez.
 

Qué son las islas

Esto tienen de bueno los poetas,

Que han dicho lo que uno quería decir.

¿Dé que otra manera comunicarle lo que sintió

Al ver desde el aire los islotes verdes desparramados por el mar,

y cuando ya en el barco contempló a lo lejos el borde agreste

de la isla,

Sino como ya lo escribió la poeta:

¿Qué son las islas si no estás tú?

Eso es lo que gritó al aire luminoso de la tarde

Y lo que musitó después en la atormentada noche,

Añadiendo un nombre que en la cabina sonaba extraño

Como una flor de otro planeta.

¿Y podrá creer que la playa maravillosa,

Con su cadera de oro mordida por un ávido mar,

y la planicie del centro echada como un manto

No han podido ser gran cosa no estando ella,

Que ha dejado despoblada y silenciosa

Esa ciudad, ojo de la violencia, que ella hechizara

Marcando los lugares de encuentros y despedidas

Con una nostalgia como una cicatriz?
 

Un hombre y una mujer

 

                                                                               ¿Quién ha de ser?

                                                                      Un hombre y una mujer

                                                                                  Tirso de Molina
 

Si un hombre y una mujer atraviesan calles que nadie ve

                sino ellos,

calles populares que van a dar al atardecer, al aire,

con un fondo de paisaje nuevo y antiguo más parecido

a una música que a un paisaje;

si un hombre y una mujer hacen salir árboles a su paso,

y dejan encendidas las paredes,

y hacen volver las caras como atraídas por un toque de

                trompeta

o por un desfile multicolor de saltimbanquis;

si cuando un hombre y una mujer atraviesan se detiene

la conversación del barrio,

se refrenan los sillones sobre la acera, caen los llaveros

                de las esquinas,

las respiraciones fatigadas se hacen suspiros:

¿es que el amor cruza tan pocas veces que verlo es motivo

de extrañeza, de sobresalto, de asombro, de nostalgia,

como oír hablar un idioma que acaso alguna vez se ha

                sabido

y del que apenas quedan en las bocas

murmullos y ruinas de murmullos?
 

Una salva de porvenir

                                                   A Jacqueline y Claude Julien.

                                                                                A Fina y Cintio.

No hay pruebas.

Las pruebas son que no hay pruebas.

No estaban, no están, no estarán dadas las condiciones.

Creer porque es absurdo,

Y creemos.

Más absurdo que creer es ser,

Y somos.

Nada garantiza que fuera menos absurdo

No ser ni creer.

Las llamadas pruebas yacen por tierra,

Húmedas reliquias de la nave.

Se derrumbaron las estatuas mientras dormíamos.

Eran de piedra, de mármol, de bronce.

Eran de ceniza,

Y un grito de ánades las hizo huir en bandadas.

No guardar tesoros donde

La humedad, los bichitos los mordisqueen.

No guardar tesoros.

El tesoro es no guardarlos.

El tesoro es creer.

El tesoro es ser.

No existen las hazañas ni los horrores del pasado.

El presente es más veloz que la lectura de estas mismas

palabras.

El poeta saluda las cosas por venir

Con una salva en la noche oscura.

Sólo lo difícil.

Sólo lo oscuro.

Y contra él, en él, el fuego levantando

Su columna viva, dorada, real.

El amor es

Quien ve.
 

París-La Habana, 1992-1994