Este año en Cuba y en otros muchos países se vienen conmemorando desde el 28 de enero los 170 años de José Martí, y desde el 24 de julio los 240 de Simón Bolívar. Ambos son, sin duda alguna, los padres mayores de nuestros pueblos, no solo porque el cubano intentó culminar la tarea libertadora del continente, iniciada por el venezolano, sino porque los dos trabajaron por igual para crear la unión de nuestros pueblos.
Bolívar, El Libertador, dio el empuje que rompió el imperio colonial hispano en el sur; Martí, el Maestro y Apóstol, se empeñó en terminar con el colonialismo español en las Antillas, para impedir el avance expansionista de los Estados Unidos hacia el sur, aprovechando a las islas como su base de acción. Ambos comprendieron que sus objetivos, de alcance continental y universal, requerían de la acción concertada de las nuevas repúblicas que se iban creando. Ambos comprendieron las raíces comunes de nuestra identidad: nuestros pueblos eran un “pequeño género humano” para Bolívar; Martí fundamentó esa identidad en su concepto de Nuestra América: los dos comprendieron el sentido, la riqueza y la novedad de nuestras culturas mestizas y desecharon cualquier postura racista.
Por eso, pasan del centenar las menciones a Bolívar en los escritos de Martí, quien desde su adolescencia habanera fue asimilando el programa del Padre mayor, adaptándolo a las nuevas condiciones finiseculares frente al imperio del norte, cuyo primer zarpazo ya había arrebatado a mediados de aquel siglo XIX buena parte de México.
Entre esas, muchísimas menciones bolivarianas resaltan las empleadas por Martí en dos discursos dedicados al Libertador. El primero fue motivado por el centenario del nacimiento del prócer en el acto efectuado en Nueva York, el 24 de julio de 1883. A pesar de que solo se conservan fragmentos manuscritos dispersos, ellos indican la hondura y madurez del análisis martiano. En uno de esos escritos fragmentarios dice Martí que Bolívar es “como la condensación y concentración de las fuerzas de América, que en él se anunciaron al mundo en su hora de madurez y pujanza”.
Hace algunos años los investigadores encontraron una detallada reseña anónima de ese primer discurso en Las Novedades, diario en español impreso en Nueva York que, a pesar de su rechazo a la independencia cubana, no pudo dejar de reconocer la capacidad expositiva de Martí; la maestría de su manejo de la lengua española y la relevancia de su postura bolivariana. Así, el desconocido comentarista del diario señala desde las primeras líneas su placer por escuchar a “tan eminente orador como inspirado poeta”, de quien “admiramos sus sublimes arranques de inspiración y de elocuencia”.
En seis párrafos aquel reportero reproduce las ideas centrales expresadas por Martí, quien comenzó “recogiendo impresiones del banquete” y “mediante trazos rápidos” mezcló al Bolívar “de las conquistas y de los dolores; y lo pintó en momentos culminantes de su vida”. Añade el comentarista de Las Novedades que el cubano bosquejó “los caracteres principales y las mayores glorias del héroe americano”. Quizás lo más interesante es que el grueso del texto se dedica a la valoración martiana de Bolívar “como la condensación y concentración de las fuerzas de América, que en él se anunciaron al mundo en su hora de madurez y pujanza”.
No deja de sorprender el largo espacio dedicado a este tema del discurso en un periódico defensor del colonialismo español sobre las Antillas. ¿El anónimo comentarista compartía esos criterios del Maestro? ¿Cómo los dejó pasar el editor? ¿Sería que la fuerza emotiva de Martí al valorar a Bolívar y su significación continental, de hecho anticolonial, ganó al reportero y al editor, o estos dieron salida así a su propio criterio americanista? El caso es que la información incluyo hasta frases martianas señaladas con comillas.
“Obra de expansión, acometimiento, de innovación, de indulgencia, es la obra americana; y quien pretenda poner trabas al libre vuelo de este espíritu universal y prevalente, abarcador y guerrero, quien no coadyuve a la obra de desarrollar en la naturaleza americana soberbiamente hermosa, el ser humano, soberana y majestuosamente libre, traición hace a Bolívar, a sí propio, y a la América”.
Las Novedades concluye con el brindis martiano, según las notas taquigráficas de un asistente: “brindemos por el abrazo de todos los hombres en la caridad y en la justicia, brindemos por todos los pueblos libres, y por todos los pueblos tristes de la tierra”. Valen aún estos juicios martianos a 240 años del natalicio de Bolívar.
El segundo discurso es pieza mayor de su arte oratoria. Lo leyó el 28 de octubre de 1893 en la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York, institución de la que había sido fundador en 1887 y para cuya directiva se le había electo primero vocal, luego presidente y más tarde al frente de la Sección de Literatura.
El acto, en honor del Libertador, reunió a un numeroso público de la colonia hispanoamericana y varios de sus miembros más distinguidos hicieron uso de la palabra y leyeron poemas dedicados al héroe. Si le sumamos las muchas páginas del texto martiano, la fiesta, como la llama Martí, debe haber durado entre tres y cuatro horas, de las que sus palabras probablemente ocuparon algo más de dos horas. Sus singulares cualidades, especialmente su sistemático y atrevido manejo de la imagen, junto a su apelación a la razón y a los sentimientos, es de suponer que impactaron en aquel auditorio donde muchos miembros y asistentes ya habían recibido antes, en más una ocasión, la descomunal oratoria martiana.
Esta pieza ocupa siete páginas de 37 líneas, como promedio, con una letra pequeña en sus Obras completas en 27 tomos. El folleto en que se imprimió entonces, emplea un paginado mayor. El texto se organiza en nueve párrafos bien extensos, algunos que abarcan más de una página en la edición dicha. La estructura capitular fue concebida por el orador para ganar la atención y el alma de sus oyentes desde el primer párrafo pues, aunque este cumple una función introductoria al tema, su tono es tan grandioso y elocuente como los que le siguen. Así, desde sus palabras iniciales, Martí plantea cómo hay que acercase a Bolívar bajo determinados condicionamientos: “Con la frente contrita de los americanos que aún no han podido entrar en América; con el sereno conocimiento del puesto y valor reales del gran caraqueño (…) con el asombro y reverencia de quien ve aún, ante sí, demandándole la cuota…”
Desde luego, es obvio que el orador se está presentando desde su propia manera de acercarse al Libertador, y por eso termina esta idea comparándole con “el samán de sus llanuras en la pompa y generosidad, y como los ríos que caen atormentados de las cumbres, y como los peñascos que vienen ardiendo con luz y fragor, de las entrañas de la tierra…” Bolívar, pues, es la naturaleza grandiosa e indomable de nuestra América expresada en el árbol llamado samán, en los saltos de agua de sus majestuosas cataratas, en sus volcanes presentes, en sus cordilleras. De ella surge “radioso, el hombre verdadero”, al que Martí sintetiza así: “Quema y arroba”.
Sin punto y aparte, continúa esa introducción del héroe recalcando al americano natural que fue Bolívar: “Su ardor fue el de nuestra redención, su lenguaje fue el de nuestra naturaleza, su cúspide fue la de nuestro continente: su caída, para el corazón”. Y cierra Martí ese inicio declarando: “cuantos nos reunimos hoy aquí, somos los hijos de su espada.” Declaraba, entonces, la hermandad de sus oyentes dado que venían del mismo padre.
“¡Pero, así está Bolívar en el cielo de América (…) calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy; porque Bolívar tiene que hacer en América todavía!”
El segundo párrafo entra en la historia continental, y como hizo en sus comparecencias ante los emigrados cubanos más de una vez, destaca a las mujeres patriotas de nuestra región: a la hija de Juan de Mena y esposa del comunero paraguayo José de Antequera, que vistió gala por la muerte gloriosa por la patria, del marido; a la colombiana del Socorro, que arrancó el edicto de impuestos y sacó a pelear a veinte mil hombres; a la esposa de Arismendi, paseada ante los ojos del marido sitiador del fuerte enemigo y que declaró que no pediría a él que faltase a sus deberes; a Pola, que armó al novio y murió, junto a él, en el patíbulo; a Mercedes Abrego, decapitada por bordar, de su oro más fino, el uniforme del Libertador.
En el párrafo siguiente, comienza Martí declarando a Bolívar hombre extraordinario. Por un larguísimo espacio se extiende el Maestro en los rasgos de su personalidad y de su acción que sintetiza así: “Vivió entre llamas, y lo era”. Nos dice y narra su respeto al amigo muerto, la energía de su escasa figura, su escritura como si estuviera en una cordillera, luego de una tormenta. Se refiere a su accionar por la América del Sur y lo compara con los montes, mediante preguntas nos da su gloria y sus victorias. Y afirma: “Como el sol llega a creerse, por lo que deshiela y fecunda, y por lo que ilumina y abrasa”. Ya no solo ve Martí a Bolívar como parte de nuestra naturaleza, sino que le otorga la condición de ella.
Este tercer párrafo acaba con una frase citada a menudo: “¡Pero así está Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de banderas a los pies; así esta él, calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy; porque Bolívar tiene que hacer en América todavía!”.
Obsérvese la cuidadosa presentación de la necesaria vigencia bolivariana para aquel fin de siglo. El Libertador puede abarcar aquella época, pues su mirada es desde la mayor altura, desde el cielo; está en guardia, vigilante y con el ceño fruncido porque le preocupa o le disgusta lo que aprecia; se sienta en la misma roca desde donde creó y empujó su sentido de la unidad de la América Latina; le acompañan los pueblos originarios aludidos con el inca, además de las banderas a sus pies, como quedaron las de las tropas colonialistas tras la batalla de Ayacucho, que puso fin al dominio hispano en el sur de América; con sus botas puestas para ir a la guerra, para completar su obra liberadora, amenazada ya en los tiempos martianos por el expansionismo estadounidense, denunciado y combatido por el cubano desde años atrás. Esa era pues, la tarea bolivariana por cumplir.
El párrafo cuarto es la introducción a los dos que le siguen, ya que lo dedica a los precursores de las luchas independentistas desde el siglo XVIII, los que prepararon las conciencias y los ánimos para la gran pelea de los decenios iniciales del siglo XIX. El quinto es un emocionado canto a los libertadores regados por el sur. Y declara: “El cielo mismo parece haber sido actor porque eran dignas de él en aquellas batallas”. Insiste en las alturas: “El cielo mismo debía, en verdad, detenerse a ver tanta hermosura…” Y el sexto es el momento triste de El Libertador, cuando ve disolverse su obra unitaria y cómo hasta algunos de sus tenientes lo rechazan. Es este, sin dudas el párrafo más delicado del discurso martiano. La admiración por el héroe no le impide a Martí comprender las razones de fracaso de aquel magno intento unificador. Obsérvese el fino y a la vez el sagaz enjuiciamiento del Maestro —que vale la pena citar in extenso—, acerca del fallo de Bolívar en este asunto, no hay palabra ni tono negativo hacia la persona del héroe en sus frases al respecto.
“Su gobierno nada más se había venido abajo, pero él acaso creyó que lo que se derrumbaba era la república; acaso, como que de él se dejaron domar, mientras duró el encanto de la independencia, los recelos y personas locales, paró en desconocer, o dar por nulas o menores, estas fuerzas de realidad que reaparecerían después del triunfo: acaso, temeroso de que las aspiraciones rivales le decorasen los pueblos recién nacidos, usó en la sujeción, odiosa al hombre, el equilibrio político, solo constante cuando se fía a la expansión, infalible en un régimen de justicia, y más firme cuanto más desatada”.
Estos criterios nos indican, por una parte, el grado de madurez, como líder político, alcanzado ya por Martí en 1893, tras algo más de un año de hallarse al frente del Partido Revolucionario Cubano, en su condición de Delegado del mismo por elección. Por otra parte, estas opiniones acerca de Bolívar muestran que no deificó al Libertador, por mucha que fuera su evidente admiración y por el objetivo buscado con este discurso, de unir personas justamente, en torno a la tesis de unidad continental bajo las nuevas condiciones de aquellos momentos.
Un breve espacio otorga el orador en el párrafo séptimo al sintetizar con un lenguaje más directo ese fracaso de unidad: “…se revelaba el desacuerdo patente entre Bolívar, empeñado en unir bajo un gobierno central y distante los países de la revolución, y la revolución americana, nacida, con múltiples cabezas, del ansia del gobierno local y con la gente de la casa propia!” De este modo, de hecho, con esta observación crítica, Martí establecía una postura de unidad continental en lo que seguía el objetivo mayor de Bolívar, pero sin adscribirse a la forma sostenida por aquel.
“Así fue siempre Martí con Bolívar: el agradecido que vio su luz de sol sobre nuestra América, más que sus manchas”.
El párrafo final es una especie de resumen de la tesis central acerca del valor de Bolívar para aquel presente. Acude el orador a repetir una pregunta varias veces: “¿A dónde irá Bolívar?” Estas respuestas entregan, precisamente, su visión acerca de la útil contemporaneidad del héroe, con lo cual reafirma su paternidad y ejemplo, que sintetiza en la frase final: “¡Así, de hijo en hijo, mientras la América viva, el eco de su nombre resonará en lo más viril y honrado de nuestras entrañas!”
No puede culminar este rápido acercamiento a la presencia de Bolívar en Martí sin recordar, cómo en “Tres héroes” —ese texto esencial de La Edad de Oro, su revista para los niños y niñas de América—, el Maestro la abre con el venezolano en un espacio mucho más reducido que el discurso, que, sin embargo, no deja de transitar por similar camino que en aquel: la grandeza del Libertador lo mantiene como una personalidad útil. Escrito en 1889, y con cierto tono conversacional, este Bolívar recibe su respeto cuando cuenta la llegada de un viajero a Caracas que lloraba ante la estatua del héroe, clara alusión a su propia persona a su arribo en 1881. Para mí no hay duda de que el propósito principal martiano, tanto con Bolívar como con los otros dos héroes —Hidalgo y San Martín— era impulsar un espíritu americanista en sus lectores y hacerles comprender, el principio ético de ser agradecidos con aquellos que entregaron tanto, sin ver solamente sus manchas.
Así fue siempre Martí con Bolívar: el agradecido que vio su luz de sol sobre nuestra América, más que sus manchas.