Leyendas tras las columnas de La Periquera
18/5/2020
Imponente y señorial, mirando de frente al visitante que insiste en fotografiarse junto a las arcadas de su fachada neoclásica, se levanta en la calle Frexes No. 190, frente al parque Calixto García, entre Libertad y Maceo, el Museo Provincial de Holguín La Periquera.
La famosa construcción —levantada a inicios de la segunda mitad del siglo XIX, fue sede del gobierno provincial, Casa Consistorial, durante 106 años, entre 1878 y 1984— ha sido testigo silencioso de la ciudad, su paso en el tiempo, sus avances, sucesos, cambio.
Está presente en las viejas fotos en sepia, con calles de tierra y campesinos a caballo. Desde sus balcones observó crecer la urbe desde la vieja Plaza de Armas, también llamada Plaza de Isabel II, levantarse las principales edificaciones y erguirse, justo frente a sí, al cine-teatro Wenceslao Infante, hoy Teatro Eddy Suñol, del mejor art decó cubano.
En su patio interior morisco transcurrió la primera función de cine en la ciudad, el 25 de noviembre de 1895. También desde esos mismos balcones habló al pueblo cubano, por primera vez, luego de desembarcar por Gibara proveniente de Nueva York, el primer presidente de la Cuba republicana, Don Tomás Estrada Palma. Pocos años después, el 20 de mayo de 1902, como parte de la ceremonia de constitución de la alcaldía, el edificio vivió, cuentan, uno de sus grandes momentos de nacionalismo cuando desplegó desde su balcón central, por primera vez, la bandera cubana. Luego la lluvia mágicamente bautizó la ciudad. Más de medio siglo después hablaría desde allí a los holguineros el Comandante Fidel Castro, luego del triunfo revolucionario de 1959. Y además, cada año se inauguran, desde esos mismos balcones, las Romerías de Mayo.
La Periquera, constituida como museo provincial el 25 de julio de 1976, y además nombrada Monumento Nacional, el 10 de octubre de 1978, muestra en sus salas la historia holguinera desde las culturas precolombinas hasta los momentos actuales, además piezas decorativas, armas, documentos, numismática, filatelia, objetos curiosos, victrolas, relojes, y obras de arte de pintores y artistas de prestigio internacional, como el holguinero Cosme Proenza. Entre ellas, obras de singular significación como el Hacha de Holguín, objeto aborigen de evidente uso ceremonial, que se ha convertido en el símbolo de la provincia; la mortaja que cubrió el rostro del cadáver del Apóstol José Martí en uno de sus múltiples entierros; el Aldabón original de construcción, obra que se entrega a personalidades cubanas y extranjeras que han cooperado en el desarrollo cultural, científico o económico de la localidad, entre otras piezas.
Pero cada edificación tiene su origen en el tiempo, e historias que pueblan imperecederamente sus columnas y ladrillos. El de La Periquera se vincula a un terreno perteneciente a Pepa Cardet, quien lo utilizaba como valla de gallos, actividad de gran popularidad en aquellos tiempos. Luego fue vendido al español Francisco Rondán para la construcción de un verdadero palacete, diferente a todos las de la época en una ciudad modesta arquitectónicamente, comparándola con sus vecinas Santiago de Cuba y Camagüey.
Bajo este propósito, Rondán, uno de los terratenientes de mayor poder adquisitivo en el territorio y dueño de varias fincas ganaderas e ingenios en esta parte del país, inició la obra alrededor de 1860, la cual se extendió unos ocho años, según investigaciones de José Agustín García Castañeda, destacado historiador holguinero. Con el estallido de la Guerra de Independencia en 1868, el inmueble comenzó a ser usado como fortaleza militar por el gobierno peninsular, mientras que algunas de las familias más influyentes del pueblo encontraron refugio tras sus paredes. En los días sucesivos al estallido bélico, se produjo un ataque mambí bajo las órdenes del General Julio Grave de Peralta, del 29 al 30 de octubre de 1868. Era la Casa Rondán el único punto que faltaba por tomar en la ciudad y comenzó a ser atacada por los insurrectos desde la Plaza de Armas.
A la edificación habían sido llevados también todos los prisioneros, entre ellos la mambisa holguinera Juana de la Torre, a quien utilizaron para detener el ataque, petición a la que ella respondió sin miramientos asomada desde uno de los balcones: “Si debo morir bajo los escombros de este edificio para que triunfe la causa justa que no se detenga un momento el fuego del cañón”. Tras tal hecho nació el nombre de La Periquera, pues los mambises le gritaban a sus oponentes: “Salgan de la jaula, pericos”, en alusión a los colores de sus uniformes, los de la bandera española. Con el ataque mambí, la propiedad de Rondán sufrió docenas de impactos de proyectil de cañón; entonces su propietario reclamó al gobierno español las pérdidas infligidas a su hogar en unos 12 mil pesos oro, y se retiró a vivir a la fortificada ciudad costera de Gibara.
Desde entonces se estableció allí la Comandancia del ejército español, en un ala alquilada a los herederos de Roldán, y sirvió, además, de vivienda a varios gobernadores, entre ellos Agustín Peláez, quien —según cuentan las leyendas que pueblan el conocido edificio— estaba casado con una bella y joven mujer, quien se enamoró perdidamente de un joven capitán del cuerpo de voluntarios. Los pobladores fueron dándole vida a esta relación hasta convertirla en una leyenda de amor y muerte.
Dice el mito que los jóvenes Ana Sánchez Roblejo y Serafín Irioste vivieron su historia de amor en el túnel de La Periquera, el cual servía de aljibe a las Iglesias San José y San Isidoro, al Hospital Militar, al Cuartel del Ejército Español y a los fortines ubicados en las estribaciones de la Loma de la Cruz. Hasta un día que una falsa alarma hizo que se cerraran las compuertas de hierro que separaban uno y otro departamento, anegando de agua, en pocos minutos, todas sus secciones. Al normalizarse las actividades, fueron encontrados sin vida los cuerpos de los amantes. Según otras versiones, el marido traicionado, cuando descubrió la infidelidad de su cónyuge, mandó a asesinar a la infortunada pareja y arrojar sus cuerpos allí. Hay también quienes aseguran que el asesinato ocurrió tapiando ambas entradas, entre gritos y lágrimas de los jóvenes amantes.
Él fue enterrado con todos los honores, mientras que a ella le colocaron una lápida junto a su tumba en la falda de la Loma de la Cruz que rezaba: “A doña Ana Sánchez Roblejo que pudo morir en su lecho lleno de virtudes y murió sin honra en el túnel de La Periquera”. Tiempo después el párroco de la iglesia retiró la inscripción con la esperanza de que los pobladores olvidaran lo ocurrido. Sin embargo, la historia se perpetuó en la sugestión de varias generaciones, quienes aseguran que en las noches se escuchan las voces y risas de las almas de los enamorados que aún deambulan por el túnel.
No está de más añadir, en honor a la verdad histórica, que entre ambos lugares, la Loma de la Cruz y La Periquera, existe más de un kilómetro de distancia: 200 años después un arriesgado buzo destejió la historia cuando penetró en la supuesta entrada del corredor secreto en La Periquera y comprobó la existencia solo de un aljibe rodeado de manantiales. Pero los pueblos y sus imaginarios sociales se alimentan de mitos y leyenda. Dicen que los holguineros —habitantes de una “provincia del universo” al fin y al cabo— aseguran ahora, quizá para proteger la leyenda, que toda aquella agua que manaba en el túnel era fruto de las lágrimas de aquel desafortunado amor.