Lenin y los caminos de la revolución en Nuestra América
24/4/2020
“Sin teoría revolucionaria
tampoco puede haber movimiento revolucionario”
V.I. Lenin, ¿Qué hacer?
Las conmemoraciones históricas brindan la oportunidad de reconsiderar acontecimientos pasados a la luz del presente y, a la vez, propician el examen de situaciones actuales a partir de hechos, circunstancias e interpretaciones de otros tiempos. En ambos casos se procura una mejor comprensión de los procesos de ayer y de hoy, al ponderar los contextos y contrastes que permitan establecer las similitudes y diferencias en cuanto a las condiciones objetivas y factores subjetivos que los propician, unido a sus causas, consecuencias, desarrollos y alcances. Ese ejercicio intelectual resulta particularmente fecundo y útil cuando se trata de evocaciones que confirman aportes significativos al progreso ontológico y epistemológico de la humanidad. Así, la rememoración del legado de figuras cuyo desempeño ha sido decisivo, bien para el cambio de rumbo en el proceso histórico mundial, bien para el conocimiento filosófico y científico, confirma la vigencia de determinadas contribuciones que adquieren un valor perdurable para entender la actualidad y visualizar el futuro.
En el mes de abril de 2020 se cumplen ciento cincuenta años del nacimiento de Lenin, esa personalidad sobresaliente en la aplicación y el desarrollo creador de las ideas de Marx y Engels, con aportes propios al estudio de la sociedad capitalista y a la teoría y la práctica de la revolución socialista, de enorme trascendencia para las ciencias sociales. En este sentido, se preocupó por avanzar, más allá del contexto en que aquellos se plantearon por comprender al capitalismo pre monopolista del siglo XIX y por transformarlo, en la caracterización del nuevo entorno, definido por la aparición de los monopolios y el capital financiero, junto a la ampliación de territorios y mercados, mediante esquemas de dominación diferentes, más burdos en unos casos y más sofisticados en otros, a finales de esa centuria e inicios de la siguiente. También se ocupó de llamar la atención sobre lo imperioso que resultaba la teoría, en ese esfuerzo doble, por conocer y por cambiar el estado de cosas en su época, al asumir el legado de las figuras mencionadas. De ahí que dedicara buena parte de sus trabajos al debate en ese terreno, dejando claro el compromiso con la herencia marxista, argumentando nuevas perspectivas, construcciones y precisiones conceptuales —como la teoría del imperialismo y la de la revolución socialista en el siglo XX—, en función de desbrozar el camino que debía seguir la lucha política.
Su texto ¿Qué hacer? es uno de los que con mayor concisión, claridad y capacidad de síntesis expone sus puntos de vista sobre esto último, anunciando, desde su título, la intención de responder a la interrogante implicada en los esfuerzos por abrir dicho camino[1]. Es bien conocida la expresión preceptiva, de advertencia, sugerencia y convocatoria, que ahí formula, precisando su enfoque marxista: “no trafiquéis con los principios, no hagáis concesiones teóricas. Tal era el pensamiento de Marx, ¡pero resulta que entre nosotros hay gente que en nombre de Marx trata de aminorar la importancia de la teoría! Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario”. Se trata de una exhortación oportuna al mirar desde Nuestra América, siquiera de manera panorámica, los problemas y las alternativas que enfrenta el pensamiento antimperialista en el mundo contemporáneo, al definir lo que urge hacer al escudriñar, en el laberinto de la política continental, el camino que lleve al socialismo, evitando que el apremio revolucionario conlleve la subestimación o abandono de la teoría. En esa búsqueda, conviene, además, no perder de vista la visión de conjunto de las contribuciones teóricas de Lenin a las ciencias sociales ni la contextualización de las mismas.
I
Al asumir al capitalismo y sus contradicciones en otras condiciones históricas —las del imperialismo— y escenarios geográficos —el de una Rusia zarista, monárquica, autocrática, feudal—, Lenin apreciaría la profundización de la tendencia al desarrollo desigual y las particularidades de las zonas de menor desarrollo capitalista en el sistema imperialista, que definiría como eslabones más débiles. Sobre esa base, concluiría que la posibilidad de realización de una revolución simultánea de los países capitalistas más avanzados, prevista por Marx y Engels, no era viable, y que podía tener lugar primero en un país o en un grupo de ellos, justamente en los que calificara como eslabones más débiles, en los que además se contara con una subjetividad revolucionaria y la lucha de clases alcanzara tensiones extremas. A finales del siglo XIX e inicios del XX, ese era el caso de Rusia, donde confluía el trasfondo del atraso económico y social con tradiciones políticas, palpables en un movimiento popular, e ideológicas, encarnadas en un pensamiento socialista.
El pensamiento y la acción de Lenin ganarían espacios en medio de un complejo entramado clasista, asociado a la evolución capitalista en Europa en el último cuarto del siglo XIX, sobre todo en países como Alemania, Inglaterra y Francia, cuyas características habían sido contempladas por Marx y Engels en sus esfuerzos científicos por explicar los procesos que acontecían y por articular en su actividad revolucionaria el movimiento comunista de la clase obrera. Al igual que ellos, Lenin debería llevar a cabo, al mismo tiempo, un intenso combate intelectual en un entorno en el que la liberalización política que acompañaba entonces al desarrollo capitalista, apoyada en el ideario de la Revolución Francesa —libertad, igualdad, fraternidad—generaba confusiones y abría paso a las posiciones del reformismo y el oportunismo, tanto en el seno práctico y organizativo del movimiento obrero como de la teorización que cristalizaba en el pensamiento social. Por eso es que la obra de Lenin, como lo fue la de Marx y Engels, se fraguó siempre a través de una polémica con otras figuras, que trascendía el quehacer político, con implicaciones para el debate filosófico, sociológico, económico y cultural[2].
Lenin complementó y completó en el campo teórico la concepción materialista de la historia, presente también en los campos de la economía política y el comunismo científico. Entre múltiples contribuciones a las ciencias sociales, aportó precisiones, como las siguientes, que conviene puntualizar: (a) la definición más acabada del concepto de clase social, que paradójicamente, a pesar de su centralidad en los trabajos de Marx y Engels, no contaba con una formalización conceptual explícita; (b) la sistematización de los rasgos y tendencias del imperialismo, como etapa superior del capitalismo; (c) la caracterización de los elementos de una situación revolucionaria; (d) la concepción acerca del papel de vanguardia de un partido político de nuevo tipo, como parte de una ecuación que veía la urgencia de movilizar la ideología y la subjetividad en interacción con otros elementos que conformaban la estrategia y la táctica de la revolución en las condiciones de Rusia, al frente de la cual se colocaría, tributando con ello, más allá de la toma del poder revolucionario, a las tareas de la transformación del Estado, y en general, de la construcción o transición socialista, incluso en los marcos de grandes contradicciones internas y de una guerra imperialista, en las que peligraba la sobrevivencia misma de la revolución; (e) la crítica al espontaneísmo y a la subestimación del papel de la lucha teórica, tan relevante como la económica y la política, en un proceso revolucionario[3].
Lenin tuvo la posibilidad de mirar experiencias políticas alejadas de la europea (alemana, francesa, inglesa) como las de Asia, donde se apreciaba, entre otras latitudes, un mundo colonial articulado en las estructuras del imperialismo, que era inexistente en la época de Marx y Engels, es decir, la del dominio formal y real del capitalismo a escala internacional, lo cual le permitiría elaborar una estrategia revolucionaria distinta, que trascendía la visión eurocéntrica —la de la revolución democrático-burguesa—, al incorporar las periferias coloniales, en las que las dinámicas clasistas se manifestaban con singularidades. De ahí que pudiese considerar, por ejemplo, a las burguesías nacionales —orientadas contra el poder de las metrópolis coloniales, que chocaban contra la oligarquía local, aliada de tales metrópolis—, como fuerzas antiimperialistas, estructuradas en torno a proyectos nacionales, capaces de entrar en alianzas con una diversidad de sujetos clasistas, como sectores de clase media, obrera, campesinado y desempleados, afectados por la política colonial, en contubernio con la referida oligarquía. Para Lenin, aunque la periferia colonial —en el lenguaje posterior, el Tercer Mundo o el del subdesarrollo—, se ubicase fuera de las fronteras nacionales de las metrópolis o Estados imperialistas, formaban parte de un mismo sistema de dominación, de explotación y dependencia.
La obra de Lenin refleja la integralidad del cuerpo teórico de la concepción marxista no sólo por lo que significó, ante todo, en el desarrollo creador de las ideas de Marx y Engels, sin asumirlas de modo dogmático y repetitivo, sino considerándolas como guías para la acción, y con un sentido podría decirse que metodológico con respecto al pensamiento científico, en el ámbito de las ciencias sociales[4]. Pero además de constituir ese enlace con el pensamiento precedente, serviría de bisagra y acicate a la creación ulterior, que con proyecciones análogas, consustanciales a una auténtica, dialéctica, consecuente, cosmovisión marxista, fertilizan la teoría y la práctica revolucionarias en figuras como la de Gramsci, que deviene referente obligado en las ciencias sociales que acompañan hoy al pensamiento crítico contemporáneo.
Los análisis de Lenin sobre el camino de la revolución, sobre lo cual se preguntó, se concibieron siempre en términos histórico-concretos, como estudios referidos a un tiempo y un espacio bien delimitados o particularizados, a dimensiones específicas de los fenómenos examinados, de los cuales se podían derivar ciertas generalizaciones —nunca modelos lineales o recetas—, mediante comparaciones y escrutinios adecuadamente contextualizados, cuya validez para el abordaje de otras situaciones o períodos se confirme en la propia realidad histórica. Sobre la base de la apretada síntesis expuesta, procede cotejar abreviadamente la actualidad.
II
El pensamiento de Lenin sobre la revolución adquiere un renovado valor en el presente. Cuando se mira al siglo en curso, concluyendo su segunda década, se advierte que el imperialismo ha seguido vigente, a pesar de que se haya descuidado y hasta dejado a un lado su estudio durante un tiempo. El imperialismo y sus políticas han cambiado, pero por su esencia, siguen siendo imperialistas. Más allá de ciertas modificaciones en su morfología, sus componentes estructurales básicos son los mismos que Lenin identificó: (1) los grandes monopolios de alcance transnacional y base nacional, fruto de la elevada concentración de la propiedad y del capital, junto a los gobiernos de los países metropolitanos o potencias imperialistas; (2) las instituciones financieras internacionales, que integran una arquitectura mundial; (3) los procesos de exportación de capitales, en interacción con una tendencia recíproca y complementaria, a partir de la cual el imperialismo también recibe los efectos importadores; y (4) la continuidad del proceso geopolítico y geoeconómico, relacionado con el control de territorios, mercados, materias primas e inversiones. Por su diseño, propósito y funciones, esos elementos no hacen sino reproducir, consolidar y perpetuar la vieja estructura imperialista. Su lógica de funcionamiento no es la misma desde el punto de vista de la forma, pero en cuanto a sus contenidos y esencia sí lo son. También lo es la ideología que justifica su existencia y la opresión, explotación y control que promueve. El imperialismo y el sistema de dominación que construye no puede sino establecerse y desarrollarse a partir del ejercicio del poder en todos los espacios, incluyendo en el siglo XXI, de manera prioritaria, el ideológico, el cultural y el cibernético, potenciado ello por el fenómeno de la globalización neoliberal, que proyectó la transnacionalización del capital por encima de la economía, hasta la literatura, la música, las artes plásticas y los imaginarios populares. Más allá de los territorios y los océanos, la conquista de las mentes y los corazones se inserta en el centro mismo de la disputa hegemónica actual, una vez que se universalizan no solo los bienes de consumo, sino el modelo democrático y los valores occidentales, es decir, la cultura burguesa, de modo que el papel de la lucha teórica, según lo subraya Lenin en ¿Qué hacer?, al acudir explícitamente al criterio de Engels al respecto, se acrecienta. La guerra hoy, en buena medida, sin subestimar su expresión militar, es cultural.
Esa situación se manifiesta de forma acentuada en Nuestra América en un entorno de abierto despliegue de la ofensiva estadounidense articulada con las oligarquías del continente, lo que hace patente, más que nunca, el significado de los análisis de Lenin, ampliamente difundidos entre las fuerzas progresistas, emancipadoras, revolucionarias y antiimperialistas latinoamericanas, cuyos principales exponentes han hecho suyas las propuestas leninistas, como lo hicieron Che y Fidel. Valdría la pena recordar, solo como ejemplos de la referencia de que han sido objeto tales análisis en el campo intelectual, el sugerente texto del revolucionario y escritor salvadoreño Roque Dalton, Un libro rojo para Lenin, o la acuciosa indagación del sociólogo argentino Atilio Borón, al retomar la urgencia de la mirada leninista para comprender la viabilidad y las dificultades del proceso revolucionario, mediante un extenso ensayo sobre ¿Qué hacer?, bien conocido en los círculos académicos y culturales.
Con esa mirada se penetra mejor en el complejo escenario —de cambios en la correlación de fuerzas políticas, de lucha de clases, de contrapuntos entre revolución y reforma, entre revolución y contrarrevolución, de contienda cultural—, que se está viviendo en América Latina. La ofensiva imperialista aludida ha promovido una ola contrarrevolucionaria beneficiada en el plano político-ideológico por los aprendizajes de la derecha, los errores de la izquierda y un derrotista enfoque en el terreno académico y periodístico que interpreta los procesos en curso cual fin del ciclo progresista iniciado a comienzos del siglo XXI. El cambiante y cambiado contexto latinoamericano responde a la combinación de una diversidad de factores, endógenos y exógenos, entre los cuales la estrategia de los Estados Unidos ha actuado y actúa como elemento decisivo, que según las circunstancias específicas, ha generado, estimulado, catalizado, manipulado y coordinado, la espiral subversiva, desestabilizadora o más exactamente, contrarrevolucionaria, la de la llamada Guerra no Convencional, contra gobiernos progresistas o de izquierda que resultaron de procesos electorales amparados en las reglas de la democracia liberal representativa burguesa, a finales de los años de 1990 y comienzos del siglo en curso. Unos fueron derrocados mediante la fuerza, como en Honduras y Bolivia; otros, derrotados en contiendas presidenciales, como en Paraguay, Argentina, El Salvador, Uruguay; uno traicionado, en Ecuador. Y en dos casos, los de México y Argentina, en fechas recientes, se logró la victoria electoral de fuerzas progresistas, que dejaban atrás los períodos de profundo neoliberalismo. Así, el imperialismo reestructuró, en alianza con las oligarquías latinoamericanas, su sistema de dominación continental, y ha aplicado con eficiencia su variado instrumental (económico, psicológico, mediático, judicial, legislativo, aislamiento internacional, subversión interna e intervención militar).
Para comprender los procesos de ascenso, declinación, derrota o superación de las dificultades, de gobiernos como los mencionados, progresistas o de izquierda, es necesario considerar, al menos de modo esquemático, pero con la mirada fría y objetiva que exigía Lenin en su breve, pero profundo artículo, Estadística y sociología, los factores y condiciones que gravitan sobre tales derroteros, entre los cuales se encuentran los altibajos en la correlación de fuerzas políticas y de relaciones clasistas, a nivel internacional e interno, a favor o en contra de los cambios revolucionarios, y el reconocimiento y superación de los errores al gobernar la izquierda un Estado capitalista. En la fase actual de mundialización del capital, resulta muy difícil separar los poderes internacionales de los nacionales, cuando de gobiernos que no consiguen transformar el carácter clasista del Estado burgués se trata, en los que si bien se imponen liderazgos y gobiernos revolucionarios o de izquierda, como sucedió en Venezuela, con Chávez, Ecuador, con Correa, y Evo, en Bolivia, la naturaleza clasista del Estado capitalista se mantuvo intacta, en el fondo, propiciando ello una inconclusa lucha de clases, en la que el nuevo poder no lograba desplazar las reglas ni los espacios de los monopolios y del capital financiero, fuertemente transnacionales. Para elaborar una estrategia política y traducirla según los momentos en tácticas específicas, garantizando la participación del pueblo, la unidad y la defensa de la revolución, los análisis de Lenin sobre la dinámica clasista, las relaciones de poder, la organización y dirección de la lucha política y económica, complementadas con la lucha teórica, al estilo de los que expone en ¿Qué hacer?, son las mejores armas[5].
En América Latina, no puede hablarse en este tiempo de revolución en el sentido de concebirla como un proceso de ruptura radical con el sistema capitalista imperante, que garantice de manera efectiva y profunda el establecimiento de un poder revolucionario que destruya al viejo Estado y lo sustituya por órganos de poder popular, sino más bien como la sumatoria de rupturas sucesivas, graduales y parciales, materializadas a través de reformas que propicien la redistribución de las riquezas, eleven el nivel de vida del pueblo y su participación, reduciendo los espacios de poder de los sectores burgueses y oligárquicos, que mantienen su presencia mediante las fuerzas legales de oposición política. Por eso es que la lucha ideológica, dirigida a movilizar y organizar la subjetividad cobra un papel tan protagónico para la labor revolucionaria, como lo visualizó Lenin, al cuestionar el alcance de la acción política espontánea y jerarquizar la labor teórica.
III
La Revolución Cubana ha conservado su especial simbolismo como desafío para la política norteamericana. Por esa razón, en el diseño e implementación de esta convergen intereses y objetivos que parecen constantes, prevaleciendo más el principismo ideológico que el utilitarismo pragmático. Durante más de medio siglo, la política latinoamericana de los Estados Unidos se ha concebido, diseñado e instrumentado sobre la base de definir sus objetivos, direcciones, contenidos e instrumentos a partir de su funcionalidad para la meta esencial del plan maestro que la guía: el derrocamiento de la Revolución en Cuba. América Latina se concibe como al adversario, pero como parte de un tablero de ajedrez geopolítico, en el que los Estados Unidos mueven cada pieza para dar jaque mate a la Revolución Cubana. Es decir, concediendo tratamientos singulares a cada situación y país, que se subordinan a la intención, hoy como ayer, de debilitar y derrocar el proceso revolucionario en la Isla. En un cuadro como ese es que adquiere sentido la ofensiva dirigida a lograr los retrocesos de los procesos que se afianzaron fundamentalmente en la región andino-amazónica (Venezuela, Bolivia, Ecuador), así como en Centroamérica (Nicaragua), donde se sigue priorizando al llamado Triángulo Norte (Honduras, El Salvador y Guatemala). No se ha descuidado la atención, más al sur, hacia países como Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay. En ese diseño, el imperio ha procurado la obstaculización y quiebra de la unidad latinoamericana y la revitalización del viejo sistema interamericano, decidido a eliminar las fuerzas democráticas, progresistas y de izquierda, revolucionarias o no. Sus codificaciones actuales a pesar de que no son nuevas, tampoco son idénticas a las del pasado, en la medida en que procuran mayor funcionalidad en los propósitos que guían la restructuración del proyecto de dominación continental: evitar el acceso al gobierno y al poder de las fuerzas revolucionarias; conseguir su asimilación o cooptación por el sistema, en aquellos casos en que lo anterior no se logre; y desalojar o expulsar a dichas fuerzas de los gobiernos, por vías legales o ilegales.
A las ciencias sociales les compete contribuir en el campo del conocimiento a identificar, caracterizar y explicar el rompecabezas sociopolítico e ideológico dentro del cual encajar como piezas los elementos expuestos. El intelectual cubano Fernando Martínez, al prologar un libro con los resultados del Premio Internacional de Ensayo Pensar a Contracorriente, señalaba, con una mirada leninista, lo imperioso que resultaba en el camino de la revolución seguir cambiando, conociendo y debatiendo: “necesitamos más revolución en el pensamiento, en su calidad, su honestidad, sus temas, sus modos de inquirir, su incidencia en la vida. Debemos cambiarnos a nosotros mismos en el camino para que haya camino”. Ahí radica una de las tareas que habría que hacer hoy, para seguir haciendo camino, aprendiendo de Lenin, desde las realidades de Nuestra América, en el andar de las revoluciones.