Lenin
22/4/2020
En alguna publicación desmitificadora leí un relato que borraba todo viso de grandiosidad en lo que había sido una representación icónica para la izquierda ortodoxa internacional: el asalto al Palacio de Invierno, hecho que funcionaba como una especie de marcador a propósito del comienzo de la Revolución de Octubre de 1917.
Estudiabas los acontecimientos en las clases de Historia y sabías que no habían ocurrido del mismo modo que aquella masa de pueblo encaramada y empujando las rejas de entrada al palacio del Zar, pero la fuerza de las imágenes elaboradas por Serguei Eisenstein, para su película Octubre, era tanta que se sobreponía a la misma verdad. Era hermoso seguir a esos centenares de personas que escalaban las rejas, arrancaban candados y cadenas para entrar, arrebatados.
Traté de “resolverlo” en un poema al que titulé “Escalones del Palacio de Invierno”:
… es imposible hacer que no exista aquello
que ya aconteció.
Epicuro
I
Imaginar a mi padre frente a príncipes descabezados,
cuando cubrían el pavimento muebles y candelabros,
la cristalería famosa en los salones de Europa.
Cuando los antiguos mendigos se protegieron del frío
debajo de mantas tejidas con hilos de rencor
y el puercoespín del hambre.
En ese frenesí de espejos.
II
Lo hablamos hasta el agotamiento, acompañándolo
con té ardiente, mientras el cero de Siberia
apretaba anillos y cortaba la piel.
Mi padre, que tuvo tanta fe, con aquel labio morado
al pronunciar o escupir palabras en la nieve;
yo disfrutaba la columna humeante.
Atentos a cuando el perro
—que lamía las manos—
se daba vuelta para morder.
III
Al ser tocada, se desvanece la escena
igual a fantasía de copos.
Unido —como por sangre, alimento, aire, útero—
al antiguo palacio y a la multitud.
El ruido de la maquinilla y las costuras
—adentro de las cuales está mi padre—
con aquella memoria hinchada.
No cesa de hablar sobre lo mismo.
Él, que tuvo tanta fe.
Es un texto complejo, laberíntico, lleno de secretos y pequeñas señales. La primera de las secciones habla exactamente del asalto al Palacio de Invierno. La segunda está escrita adentro del cero de Siberia; es decir, cuando mi padre y yo (que en el poema tenemos la posibilidad de compartir un té humeante) nos encontramos en uno de los gulags siberianos. El perro que vigilamos para que no nos muerda las manos son el estalinismo y su dogmática.
En la tercera parte no se sabe muy bien cuál de las escenas se ha desvanecido (la del asalto al Palacio de Invierno o la del gulag estalinista), pero la pareja de versos que de inmediato siguen nos comunican que habitar en la Historia es un acto de elección: “Unido —como por sangre, alimento, aire, útero— / al antiguo palacio y a la multitud.” De ahí que, para referirme a mi padre (leal hasta el fin a sus elecciones como comunista) la despedida del poema hable de una “memoria hinchada” y se señale que “(n)o cesa de hablar sobre lo mismo” (con la particularidad de que, pese a que mi padre falleció mucho antes que la escritura del poema, el verbo empleado está en tiempo presente).
El verso final mezcla la admiración, el cariño y el homenaje a una persona muy próxima que mantiene sus ideales hasta que su mente fue apagada: “Él, que tuvo tanta fe.” La doble estructura de la significación se encuentra esta vez en los significados del adjetivo “hinchada” dentro del contexto en el cual se halla el texto, pues… ¿qué cosa es una “memoria hinchada” o “¿por qué tendría que estar “hinchada” la memoria de alguien?.
La clave para entenderlo se encuentra en el exergo del poema: la imposibilidad de hacer que no ocurra lo que ya sucedió, en este caso, al asalto al Palacio de Invierno y la Revolución de Octubre de los que habla el texto, así como la desviación estalinista. A ello sumamos el hecho de que, al estar el poema escrito en nuestro presente (cuando tanto el momento leninista como la desviación estalinista pasaron) son dos las elecciones a realizar. La primera, implica responder qué hubiéramos hecho en caso de estar parados frente a aquellas rejas, y es por eso que en el poema vemos a mi padre “frente a príncipes descabezados”, como si hubiera sido otro de los que empujaron aquellas rejas para así cambiar la Historia. La segunda, mirando ya desde nuestro presente, nos obliga a elegir entre los desastres y crueldades de la dogmática estalinista y la posibilidad de una asimilación creativa del arsenal teórico-práctico del socialismo. Al final, es un paradojal poema con Lenin en el cual Lenin no aparece.
Según lo anterior, lo que “trata” o plantea el texto (más bien, lo que reconstruye a través de un juego de escenas y temporalidades cruzadas) es la pregunta leninista: “¿Qué hacer?”.
II
(paréntesis)
Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. Jamás se insistirá bastante sobre esta idea en unos momentos en que a la prédica de moda del oportunismo se une la afición a las formas más estrechas de la actividad práctica.
Lenin, ¿Qué hacer?*
“… la ideología burguesa es, por su origen, mucho más antigua que la ideología socialista, porque su elaboración es más completa y porque posee medios de difusión incomparablemente mayores.”
Íbidem: p. 18
La conciencia de la clase obrera no puede ser una verdadera conciencia política si los obreros no están acostumbrados a hacerse eco de todos los casos de arbitrariedad y de opresión, de todos los abusos y violencias, cualesquiera que sean las clases afectadas; a hacerse eco, además, desde el punto de vista socialdemócrata, y no desde algún otro. La conciencia de las masas obreras no puede ser una verdadera conciencia de clase si los obreros no aprenden —basándose en hechos y acontecimientos políticos concretos y, además, actuales sin falta— a observar a cada una de las otras clases sociales en todas las manifestaciones de su vida intelectual, moral y política; si no aprenden a hacer un análisis materialista y una apreciación materialista de todos los aspectos de la actividad y la vida de todas las clases, sectores y grupos de la población.
Íbidem: p. 70
III
Una vez más traté de “resolverlo”, ahora en un poema al que puse como título un escueto “V”:
Obreros ciernen escombro de nuestra vieja
casa: tiempo de dialogar, manos en la estufa.
Se pide alcohol para que se aleje la cuchilla
del invierno.
Obreros que arrancan cimiento como quien
abre vidas y, entonces, vuelve a brillar la
picardía de tus ojos sabios.
Cuanto barrieron y cuanto, aún, permanece.
Ahora que ni siquiera es posible imaginar,
con claridad, hacia dónde se va.
Tú, a quien tanto he extrañado, amigo:
¿tendrías acaso aquella misma sonrisa,
incluso hoy, sabrías qué hacer?
IV
La única manera de terminar una pregunta que regresa es dejándola abierta (para que exista como tal) y haciendo lo necesario para que el contenido encarne en el mundo de todos los días.
“¡Hay que soñar!” He escrito estas palabras y me he asustado. **
Referencias
*En: Obras escogidas (Tomo II). Moscú: Editorial Progreso, 1973. , p. 11.
** En: Obras escogidas (Tomo II). Moscú: Editorial Progreso, 1973. , p. 11.