Leer a Moreno
9/9/2020
Un maestro triunfa cuando los alumnos le aventajan: me interesa
fundamentalmente impulsar a la generación que llegará mucho más allá que yo
y superará ampliamente mis libros.[1]
Manuel Moreno Fraginals.
En cuanto un estudiante entra a la carrera de Historia comienza a descubrir autores que, según lo que todos dicen, es indispensable leer. Para los interesados en la profesión, inicia entonces la casi siempre difícil tarea de encontrar los textos que permitan la inmersión sugerida. Toca pues pedir prestado, visitar bibliotecas, digitalizar materiales, abrir la billetera e incluso hurtar. Prácticamente todo vale con tal de poseer la obra añorada.
Por lo general, los primeros gigantes de los que uno escucha son extranjeros, lógica realidad ante el hecho de que las historias foráneas ocupan los semestres iniciales del currículo. Johan Huizinga, Marc Bloch, Lucien Febvre, Fernand Braudel, Phillipe Ariès, Jacques Le Goff, George Duby, Carlo Ginzburg y Natalie Zemon Davis son algunos de los nombres que con celeridad llegan a los oídos. Acceder a su producción se convierte en trascendente experiencia, que en casi todos refuerza el amor por la ciencia de Clío.
Luego —ya con unos pasos dados en la carrera— emergen las primeras noticias de los titanes de patio, esos a los que hay que consultar sí o sí. Aquellos que permitirán modificar de manera sensible la imagen del decurso nacional incorporada desde edades tempranas. Los autores que —en complicidad con los profesores que orientan la lectura de sus textos— aportarán esa mirada crítica al devenir patrio de la cual, nunca más, uno podrá desprenderse. La obra de Ramiro Guerra, Raúl Cepero Bonilla, Sergio Aguirre, Julio Le Riverend, Juan Pérez de la Riva, Ramón de Armas, Francisco Pérez Guzmán y Jorge Ibarra se convierte así en nuevo objetivo de la afanosa búsqueda estudiantil.
Dentro de los autores cubanos tempranamente recomendados emerge, impresionante, Manuel Moreno Fraginals. Alusiones del tipo “tienes que leerte El Ingenio” se convierten en constantes. El consenso en torno a la calidad de su producción se muestra pleno. Del elogio a su obra cumbre, se transita a la insistencia en lo perentorio de desandar los senderos de su ensayística, ya sea para descubrir la militancia iconoclasta de La Historia como arma o el lúcido desgarramiento condensado en Cuba/España. España/Cuba.
otro de los aprendizajes que se desprende de los textos de Moreno”. Fotos: Internet
Quiero evocar en estas breves páginas los aprendizajes que viví al “chocar” con Moreno, las huellas que dejó en mí la lectura su obra. Expongo la “versión de los hechos” que me es propia, sin la aspiración de construir un texto anclado, en su totalidad, a los códigos inherentes a un estudio de corte historiográfico. Este es mi Moreno.
En primer lugar debo subrayar el impacto de su prosa. En ella se expresa un amplio dominio de las potencialidades del idioma y la capacidad del autor para construir un discurso subyugante. No hay posibilidad alguna para el aburrimiento. La belleza y ritmo de la escritura atrapan al lector y no le dan escape. Con frecuencia es posible identificar ideas con las que no se concuerda, mas el ejercicio reflexivo y crítico del lector ve pausado su despegue ante la magnitud de los recursos expresivos utilizados. Moreno escribía como los dioses y de ello resultan evidencia cada una de sus oraciones. Sabía también “nombrar las cosas” y por tanto encontraba el aliento poético justo para construir un título. Recuerdo con grato asombro el hondo impacto que me causó la expresión escogida para encabezar el acápite de El Ingenio… dedicado a la incidencia de la expansión azucarera sobre la reserva forestal cubana. Existían —desde la aridez científica— mil caminos posibles, pero Moreno apeló a la poesía y tituló al pasaje “La muerte del bosque”.
Leer la producción moreniana confirma, en paralelo, la fortaleza del marxismo como plataforma para los estudios históricos. Moreno se inserta en la pléyade de autores que, desde la apropiación del método propuesto por Marx, han modelado una reflexión totalizadora sobre sus objetos de estudio. No hay en sus trabajos rastro alguno de un pensamiento manualesco. El dogma y la repetición de esquemas no encontraron espacio para asentarse allí. El materialismo, la dialéctica, la lucha de clases y otros presupuestos marxistas distaban de ser aparataje ortopédico impuesto. Por el contrario, fungían como soportes capaces de superar el velo de la apariencia y con ello desentrañar la esencialidad de los fenómenos interpelados.
Conectado con la cercanía al legado intelectual de Marx, se alza el sentido de historia total que movió a Moreno y que no deja indiferente al lector que se asoma a sus páginas. Para él resultaba un absurdo definir la realidad social como la sumatoria de esferas autónomas. Por ello se imbuyó en estudios que recorrían transversalmente la sociedad. Economía, política y cultura formaban un sistema de relaciones que solo podía examinarse a partir de una plataforma holística. La compresión de lo social como totalidad implicaba, al mismo tiempo, el despliegue de instrumentos de análisis transdisciplinares, pues una ciencia específica resultaba insuficiente para aprehender dinámicas marcadas por la complejidad de las interacciones en juego. Moreno fue un historiador total, heredero de las rutas abiertas por las corrientes historiográficas de sello antipositivista.
También es apreciable en su obra el nexo de los procesos históricos internos con los acontecimientos acaecidos allende la Isla. Ha de subrayarse que esta mirada a lo foráneo no queda circunscrita a la presentación de un contexto general lleno de lugares comunes. Moreno mostraba sin ambages sus amplios conocimientos del escenario internacional y los empleaba para subrayar las modalidades y vías en la que este incidió sobre las problemáticas cubanas. Llama la atención, asimismo, la ausencia de trazos gruesos y la presentación de sutiles matices en sus acercamientos a estas historias otras.
La imprescindible posesión por parte del historiador de amplios referentes culturales constituye otro de los aprendizajes que se desprende de los textos de Moreno. Su capacidad para el análisis tenía como componente vital el conjunto de saberes adquiridos. La cultura, no identificada como la mera acumulación de datos propia de la erudición estéril, devenía instrumento clave en la interacción con las problemáticas estudiadas. Ser un hombre culto le permitió enfrentar —con solidez— el examen del sistema de relaciones que es la sociedad.
La valoración de la obra moreniana no puede soslayar, a su vez, un componente de carácter subjetivo que marcó la proyección de este maestro de nuestra historiografía. Es imposible separar a Moreno de su condición como autor pasional. A contrapelo de las tendencias que identifican la cientificidad con la limitación del sentimiento, su producción da cuenta de un hombre implicado con sus objetos de estudio. Encontramos en ella a un investigador que no se refugia en la falsa y muchas veces reaccionaria idea de la neutralidad. Moreno se imbuía en la historia que contaba y discutía con los protagonistas de los procesos examinados. Explicitó siempre su compromiso con los de abajo, con los preteridos. La ciencia histórica era una manera de hacer política y de ello se desprendió su permanente toma de partido. Empero, tal posicionamiento no limitó la hondura de su reflexión. Por el contrario, le aportó a su mirada un extra que refuerza, hasta hoy, la contundencia de sus consideraciones.
Sin duda alguna, leer a Moreno Fraginals es una fiesta innombrable. Hacerlo sumerge al lector en un mundo fabuloso. Su obra constituye un viaje al pasado de la nación por senderos capaces de conducirnos a las esencias. En sus textos él nos espera cual Virgilio para servirnos de guía excepcional. Vale la pena el periplo. Adelante pues…