La poesía jamás falla. La poesía inasible, luminosa, raigal. Cuando todo es oscuro, ella me sostiene. Cuando todo cae, hay que echarse a andar. Así, tomé los caminos de la montaña, con el libro en ristre, a tejer mi país desde las letras, con los trinos de fondo, con el abismo abajo, con el verde abrazándome.
No subí solo. Hay un amigo que el destino me puso cerca: se llama Olber, viene del mar y sueña un experimento fílmico del que soy parte. “Filmando sin cámara profesional… pero filmando.” Es el lema de OLBERFILMS, una marca personal, una saeta al aire, una mirada que corre el horizonte.
Esta no es cualquier montaña, es aquella que se recorta todos los días desde mi casa, a lo lejos, a lo cerca. La he subido tantas veces y nunca es igual. Asciendo con los saludos de mi gente, con el olor del marañón, con la fronda de la anacahuita, con el plátano dibujado en el farallón, con el arroyo de la sierra que invocaba Martí.
Voy buscando el cielo, voy buscando alivio.
¿Y ahora adónde me detengo, adónde me empuja este muchacho, al que veo correr sujetando el minúsculo celular como si fuera una Kodak? ¿Qué luces inusitadas son estas, qué aires respiro, qué dulzura me envuelve y me traslada? Pido permiso para agregar mi voz a estos lares, a este paisaje de fantasía, a esta geografía que el hombre serpenteó con el asfalto.
Tengo miedo rasgar la majestad de la montaña.
Entre el abra y el abismo, el muro. Piedra sobre piedra que juntó la argamasa, que el musgo purifica. Corro a una sombra, busco el sol, el tallo inmenso, la rama prodigiosa. ¿Qué hago con este muchacho siguiendo mis pasos, dejando en el lente mis locuras, aprehendiendo en un instante los dolores, la vida? Me ordena: ¡Acción!… y no sé de dónde emergen los versos, de dónde salen los recuerdos.
Tal vez sea impropio hablar aquí del enemigo, de aquellos figurados, de los reales. De los que están ahí, agazapados, con sus discretas garras. De aquellos que clavan alfileres minúsculos, que urden sus tramas en las tinieblas. Tal vez sea impropio, sí; pero esta altura invita a la metáfora…
El enemigo
el enemigo
ahí viene el enemigo
gritadlo tres veces…
miradlo bien
mirad el rostro esquivo del enemigo…
Dice mi amiga Ericka Castellanos que, a veces, el enemigo está en tu mismísimo árbol; mas son tan libres en esta montaña, libres de las codicias humanas, con la tierra atrapada en sus raíces. Ahora son parte del encuadre, de mis gestos, mis desbordes. Si pudiera ser árbol, como avisó un día el poeta Paco Mir, allá en su isla pequeña, yéndose entre los pinos.
Dice Olber Gutierrez Fernandez (así, sin tildes en los papeles legales), este muchacho del poblado de Cañizo, este caballero andante que sujeta el cristal, que el poema de “El Enemigo” … ha quedado. Nunca olvidaré su sonrisa de placer, su mirada cómplice. Ahora no soy el escribano de esos versos: soy alguien disipado en la brisa, queriendo abrir un túnel en la mente, nombrar las cosas como Eliseo, exorcizar los demonios que me atrapan. Y aquí tenéis el resultado: CLIC
Alguna vez, en medio del azote de la COVID-19 me fui con mis poemas a una vieja casona, a las ruinas gloriosas, a Villa Esperanza. Una grandeza extinta que la ignominia sigue arrancando, pedazo por pedazo. Donde el mundo se derrumba, la poesía edifica. En mis versos, vuelve, así como la llamada de mi madre al desayuno; así como escapa la libertad de los sitios sombríos, del inicuo susurro, de la rabia.
Hay otras pandemias tan mortales como aquella: la pandemia de la desidia, de la desolación. La pandemia de los atávicos prejuicios, de la miseria interior, de las euforias trasnochadas. Estas nuevas lecturas son una invocación, un grano de polen, una semilla rojinegra en el camino, como las peonías.
Sigo el ascenso. Atravieso un pasadizo natural, una cobija espesa, un rejuego de luz y sombra. La carretera se parte en dos, se parte en mil. Mis pies me tiran. El espíritu de la montaña alza su brazo al infinito. He llegado a la cima. Por entre la palma real, diviso la ciudad, el mar, el humo. Toda flota en lontananza. Una hoja cae mientras invoco los años bajo los flamboyanes, mientras la mano cae sobre mis hombros. Hay un muchacho que filma. “Ya no me asustan” es el último poema en el ascenso al Puerto de Boniato, en Santiago de Cuba. CLIC
Ya no me asustan
las medias neuronas
los medios abrazos
las medias verdades…