Había una vez un gran poeta, criatura excepcional, quien sentenció: “Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche”. Cuba: la tierra, el lugar amado, su gente, la compañía inexorable de un destino, de una gran causa por la cual luchar y hasta dar la vida. Y, la noche: la imaginación, el desvelo, la metáfora, los “jardines invisibles” de otros mundos adivinados desde el deseo y la otredad. La obsesión infinita de nuestro José Martí por la isla.

Había una vez otro gran poeta, enorme, quien agradeció, entre los dones divinos, los libros y la noche. Era ciego. Las “realidades” desde la página impresa le permitieron soñar. Los libros se convirtieron en el principal pedazo de tierra del argentino Jorge Luis Borges.

“…la Revolución Cubana ancló el libro como un objeto de prestigio entre los cubanos”.

Había una vez, y otra, y otra: los libros y la lectura, esa gran manera de fertilizar la imaginación para la noche y para la vida toda.

Con una importante tradición bibliográfica precedente en el país, la Revolución Cubana ancló el libro como un objeto de prestigio entre los cubanos. Fidel conminó a leer como acto primario para la percepción de la verdad. Alejo Carpentier asentó una formidable plataforma desde la Imprenta Nacional. Armando Hart y Raúl Ferrer, entre otros y junto a un ejército de adolescentes y jóvenes, vencieron la ignominia del analfabetismo en 1961 cumpliendo uno de los sueños ciclópeos de Fidel. Eliseo Diego animó la Sala Infantil y Juvenil de la Biblioteca Nacional y, con sus procederes, esos espacios se multiplicaron por todo el país. Muchos escritores y maestros, como el Herminio Almendros de Oros viejos, trabajaron para la niñez.

En este nuevo impulso al Programa Nacional por la Lectura, al que llamamos hoy, necesitamos tener en cuenta dichos paradigmas. Y trabajar con mucha imaginación para preservar lo valioso y renovar estrategias, espacios y acciones, a partir de lo mucho ya asentado, cuyos números y alcances han sido aquí citados.

La campaña por la lectura no tiene dueño. No es lo importante. A los ministerios de Educación y de Cultura les corresponde por razones obvias. Al Instituto Cubano del Libro y al Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas también, al resto de los sistemas de bibliotecas, por supuesto. A las Universidades. Siempre con la escuela como centro.

“Cartilla para aprender a leer en las escuelas”, facsímil atesorado en la Colección Cubana de la Biblioteca Nacional “José Martí”.

Los medios de comunicación, con su habitual impacto, son un arma notable. Lo demuestran la permanencia de Escriba y Lea, la interacción lúdica de La Neurona Intranquila y la inteligencia de la “profe Amalia” para incitar a leer a sus alumnos en la serie televisiva Calendario. Esos mismos ejemplos refrendan a todas las profesiones como vectores a favor: maestros, historiadores y científicos, profesores, libreros y realizadores audiovisuales, actores, instructores de arte y literatura, periodistas, escritores y artistas, sabios y legos.

Todos debemos integrarnos más en una anudada colaboración interinstitucional para lograr ese objetivo mayor: el crecimiento de la lectura y de la intelección que resulta de ella para no confundirla con el mero reconocimiento de palabras.

Reviste hoy una importancia suprema o dejaremos de percibir la verdad y los valores éticos, extirparemos el razonamiento y el análisis de nuestros métodos, y quebraremos, en fin, una parte definitoria del ser humano mismo.

“Había una vez, y otra, y otra: los libros y la lectura, esa gran manera de fertilizar la imaginación para la noche y para la vida toda”.

El sucesivo deterioro del horizonte cultural a escala planetaria explica también el ascenso de los movimientos conservadores, cuando no claramente neofascistas, y a esos personajes que padecemos hasta como presidentes de países, verdaderas figuras esperpénticas del ruedo valleinclanesco actual.

En la lectura tendremos un valladar, en el conocimiento una legítima motivación para resistir la avalancha seudocultural que se nos filtra por cientos de intersticios. Debemos asociarla a la felicidad, al descubrimiento, al viaje infinito del aprendizaje, a vivir esas noches de imaginación de los poetas y, en definitiva, de todos los seres humanos, a compartir la riqueza espiritual acumulada por la civilización.

No hay que echar a pelear los “viejos” soportes contra los nuevos. Defendamos el libro. Y defendamos las posibilidades que ofrece la era digital, ya utilizadas por todos.

“En la lectura tendremos un valladar, en el conocimiento una legítima motivación para resistir la avalancha seudocultural que se nos filtra por cientos de intersticios”.

Cuando Fidel apuntó que una Revolución solo puede ser hija de la cultura y las ideas, renovó la máxima martiana de “ser culto es el único modo de ser libre”. Libre para la vida, para la resistencia cotidiana, para las fulguraciones de la felicidad y para la noche de la creación en total libertad.

Se trata de una conciencia de las revoluciones. Lo demuestra esta “Cartilla para aprender a leer en las escuelas”, de la cual tenemos un facsímil en la Colección Cubana de la Biblioteca Nacional. Fue impresa en la cueva donde se hacía el periódico El Cubano Libre, en plena guerra de independencia, en 1896, bajo una República de Cuba, Oriente, como acredita la portada del folleto, que aún no existía oficialmente, pero sí en armas. La debemos a Daniel Fajardo Ortiz, quien se desempeñó como codirector de aquella publicación. Sintetiza el propósito libertario en su orientación de lectura:

“Mi pa-pá es-tá en las fi-las del E-jér-ci-to Li-ber-ta-dor. Él pe-lea con-tra Es-pa-ña pa-ra ver a Cu-ba li-bre. Yo a-mo la li-ber-tad”.

Y,

Se es-tán o-yen-do mu-chas des-car-gas y ti-ros de ca-ñón.

Son los cu-ba-nos que a-ta-can al e-ne-mi-go. La vic-to-ria se-rá nues-tra. ¡Vi-va Cu-ba!

* Intervención en el relanzamiento del Programa Nacional por la Lectura, realizado el 26 de junio de 2024 en la Escuela Primaria Comandante Pinares, de la localidad de Campo Florido en La Habana.

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