En el marco de la 33 Feria Internacional del Libro de La Habana se inauguró la séptima edición de Cuba Digital, un proyecto que reimagina el acceso a la literatura en la era tecnológica. Bajo la moderación de Enrique Pérez Díaz, director del Observatorio Cubano del Libro y la Lectura, el panel “La lectura digital en Cuba” reveló cómo esta iniciativa ha trascendido barreras geográficas y generacionales, transformando la relación de los cubanos con el patrimonio literario. 

Según explicó Pérez Díaz, Cuba Digital surgió en 2017 como respuesta a la dispersión de productos electrónicos en la Feria del Libro. “Era esencial aglutinar esfuerzos: desde audiolibros hasta plataformas interactivas, para darles visibilidad y estructura”, comentó. El espacio no solo buscaba medir el interés en formatos no físicos, sino también crear un programa cohesionado que integrara a creadores, editores y lectores. 

La lectura digital en Cuba ha trascendido barreras geográficas y generacionales, transformando la relación de los cubanos con el patrimonio literario. 

Mediante encuestas anuales a unos 500 participantes, el proyecto ha explorado hábitos y preferencias. “Queríamos entender hasta dónde llegaba el deseo de leer en pantallas”, señaló el experto. Los resultados, aunque a veces incompletos, revelaron una realidad: lectores insatisfechos con las limitaciones del papel, que buscaban alternativas fuera de las vías institucionales. 

Las investigaciones identificaron obstáculos como la escasez de novedades en bibliotecas, las dificultades de transporte y la falta de tiempo libre. Frente a esto, Pérez Díaz destacó el ingenio ciudadano: “La gente ha creado sus propias soluciones: intercambian libros por USB, usan plataformas como La Mochila o forman clubes de lectura híbridos”. Estas prácticas, aunque informales, han mantenido viva la cultura literaria, incluso en zonas remotas. 

Proyectos como bibliotecas digitales ambulantes y redes sociales especializadas han acercado textos a comunidades antes desconectadas, aseguró Enrique Pérez Díaz, director del Observatorio Cubano del Libro y la Lectura. Foto: De la autora

Además, proyectos como bibliotecas digitales ambulantes y redes sociales especializadas han acercado textos a comunidades antes desconectadas. “Las redes no solo difunden catálogos, sino que construyen comunidades”, afirmó el director, quien también mencionó iniciativas como BookCuba y Booklea, ejemplos de cómo la promoción literaria se reinventa en entornos digitales. 

Según Pérez Díaz, en la última década, la producción de libros en Cuba ha experimentado un giro hacia lo digital, especialmente en ámbitos académicos. “El 80% de los materiales educativos ya se distribuyen en formato electrónico”, reveló. Sin embargo, advirtió que este avance requiere políticas claras: desde capacitar a bibliotecarios hasta negociar derechos de autor con escritores, para que sus obras circulen libremente en plataformas públicas. 

“La gente ha creado sus propias soluciones: intercambian libros por USB, usan plataformas como La Mochila o forman clubes de lectura híbridos”. Imagen: Tomada de Ecured

El panel también abordó el surgimiento de un “nuevo perfil de lector”: comunidades que interactúan tanto en espacios físicos como virtuales. “Estos grupos son un fenómeno a estudiar; representan una mezcla de tradición y modernidad”, reflexionó el especialista. 

Hacia un futuro integrado

Aunque Cuba Digital ha logrado democratizar el acceso, Pérez Díaz insistió en que el camino sigue en construcción. “El reto es formalizar estas prácticas y vincularlas al Programa Nacional de Desarrollo Digital”, subrayó. Para ello, es crucial nutrir los catálogos con autores locales y garantizar que la tecnología no sustituya, sino que complemente el tejido comunitario. 

“Es crucial nutrir los catálogos con autores locales y garantizar que la tecnología no sustituya, sino que complemente el tejido comunitario”. 

En sus palabras finales, el director concluyó: “La lectura en Cuba es un acto de resistencia. No se trata de erigir monumentos, sino de sembrar raíces en un mundo cambiante”. Así, el proyecto se consolida no solo como una herramienta tecnológica, sino como un símbolo de cómo la cultura puede adaptarse sin perder su esencia.

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