Las voces de 1912 se escuchan en el teatro
Voces de 1912 es el reciente estreno de Ritual Cubano Teatro, se trata de una obra que indaga en uno de los sucesos más dolorosos de la historia de Cuba, la masacre cometida contra los miembros del Partido de los Independientes de Color. El actor Jorge Enrique Caballero, acompañado por un equipo de músicos, propone volver a mirar el hecho histórico y establecer conexiones con el tiempo que vivimos.
Una imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre ilumina el escenario desde el punto más alto, diseñada por el maestro Eduardo Arrocha, la escultura acompañó el montaje de Le chevalier Brindis de Salas [1], parte de la trilogía desarrollada por este grupo creativo. Entonces aparece la negra Kole, devota de Ochún, ataviada con los atributos de la oricha; y entre cantos, bailes, refranes, vaticina la tragedia que se avecina.
Desde el barrio de San Isidro, llega el Chulo, nacido con la República, marginado, seguidor de los Independientes de Color. Adivino de la charada que presagia muerte, brinda por la vida, el amor y las mujeres. El negro Francisco devela el signo Oyekun Meyi, que profetiza guerra entre hermanos.
“Se escuchan las voces de Evaristo Estenoz y de Pedro Ivonnet, héroes en la manigua, desclasados tras el fin de la Guerra de Independencia”.
La valla de gallos es el trasfondo para la confrontación entre dos próceres de la independencia de Cuba, los senadores Juan Gualberto Gómez y Martín Morúa Delgado, con visiones contrapuestas del conflicto racial de su época, pero coincidentes en la oposición a la fundación de un partido político sustentado en el color de la piel.
También se escuchan las voces de Evaristo Estenoz y de Pedro Ivonnet, héroes en la manigua, desclasados tras el fin de la Guerra de Independencia, quienes exigen su lugar en el mundo republicano con el machete en la mano. Como el negro José, serán martirizados por sus antiguos compañeros de lucha.
Una de las escenas visualmente más sugestivas es la del Niño de Atocha, reflejo del dolor de la madre por la pérdida de un hijo, a quien no puede sepultar porque la guerra entre hermanos lo impide.
…Y hemos decidido no tocar más rumba
Tras un arduo proceso de investigación en la bibliografía sobre los tristes acontecimientos de 1912 —asesorado por Iván Dalai Vázquez-Caballero—, concibe una dramaturgia de estructura no lineal, inconexa, en la cual convergen hombres y dioses, textos históricos y de ficción, y donde se escuchan las exigencias y contradicciones de los hombres involucrados en la contienda, incluidas las de aquellos que perdieron la vida, hasta hoy condenados al silencio.
Esta obra se sustenta en un basamento religioso en el cual se entremezclan diversas creencias, como cotidianamente sucede en Cuba, donde la espiritualidad no conoce fronteras; pero, valga la aclaración, no es necesario ser devoto religioso para dialogar con el montaje, en el cual se propone un acercamiento al polémico hecho en forma sugerente para provocar sensaciones y emociones que conmuevan al espectador. Pienso, por ejemplo, en la escena en la que el negro rebelde es torturado por sus captores, que recuerda el martirio de San Sebastián. O en la banda sonora que incluye un canto a Ochún y una plegaria a la Virgen de la Caridad.
Inspiradas en los bailes de los orichas, las coreografías creadas por Alexander Varona, bailarín y coreógrafo de relevante trayectoria, exigen al actor precisión en los desplazamientos por el espacio de representación y limpieza en las evoluciones danzarias.
De la autoría de Mario Cárdenas, el diseño escénico es de gran belleza y muy funcional para cumplir con los requerimientos de la narración, pues denota las cualidades de los personajes. Utiliza las distintas tonalidades del amarillo, color atribuido a Ochún, para la saya, la máscara y la corona de la negra Kolé; la túnica larga y transparente de la madre doliente del niño de Atocha, el elegante traje del Chulo, el blanco impecable de la camisa y el pantalón del negro Francisco, la singular vestimenta del Congo bajo la cual desaparecen los rasgos distintivos del actor.
La música es interpretada en vivo por José del Pilar Suárez Entenza, músico de larga data, quien fuera miembro de Teatro Buendía durante largos años, y los jóvenes Llilena Díaz, Jesús Angá y Gigi Garciarena. Los músicos son parte fundamental del montaje y permanecen en escena durante la representación: voces, guitarra, violín y percusión colaboran en la construcción de la atmósfera teatral a través de canciones y de solos instrumentales, y auxilian en los numerosos cambios de vestuarios que requieren los personajes que encarna Caballero. En el acto del Gallero, las preguntas que hacen los músicos expresan las dudas que surgen cuando alguien se adentra en la historiografía de lo acontecido en 1912.
“Caballero es heredero de las mejores tradiciones del teatro cubano”.
Jorge Enrique Caballero es el actor protagónico, y también comparte la dirección con Eduardo Eimil. Caballero asume varios personajes, y los ha delineado de manera que el espectador pueda reconocerlos claramente, lo cual le exige un gran despliegue corporal y un refinado trabajo vocal. Ha trabajado con inteligencia y constancia a lo largo de su carrera actoral y ahora, en escena, se aprecia el fruto del rigor profesional.
¿Quién tiró la tiza?
Caballero es heredero de las mejores tradiciones del teatro cubano. Discípulo de Corina Mestre en las aulas de la Universidad de las Artes (ISA); actor de esa escuela que es Teatro Buendía, bajo el liderazgo de Flora Lauten y Raquel Carrió, asimiló creativamente los saberes de sus maestras para encontrar su poética, en la cual el actor es el centro del acto teatral, en diálogo con músicos, dramaturgos, diseñadores, cineastas, directores, investigadores, críticos, espectadores.
Ritual Cubano Teatro, equipo creativo dirigido por Caballero, tiene entre sus objetivos, hacer resaltar el aporte de mujeres y hombres negros a la cultura nacional. Kid Chocolate, boxeador campeón y Brindis de Salas, violinista triunfador en la Europa del siglo XIX, fueron los protagonistas de las anteriores estaciones (2012 y 2017, respectivamente) de una trilogía que alcanza su clímax con Voces de 1912, fuerte alegato contra el racismo.
El teatro cubano ha sido espacio para cuestionar las manifestaciones de racismo. Es en esta expresión artística donde, según la estudiosa Inés María Martiatu: “Emergen los conflictos de raza, clase y género, inmersos en la vida, la historia y la espiritualidad del hombre y la mujer negros”. [2]
“Desde el Teatro Nacional, a través del Departamento de Etnología y Folclor y el Departamento de Danza Moderna, se impulsaron acciones para exaltar los aportes africanos a la cultura nacional”.
Numerosos ejemplos lo confirman: Santa Camila de la Habana Vieja, de José Brene; María Antonia, de Eugenio Hernández Espinosa; Los ibeyis y el diablo, de René Fernández; Chago de Guisa, de Gerardo Fulleda; Repique por Mafifa, de Fátima Patterson; La piedra de Eliot, de Elaine Centeno, o Ibeyi Añá, escrita por Rogelio Martínez Furé, llevada a escena por Pepe Carril y el Guiñol Nacional.
La actriz Hilda Oates fue aplaudida en La casa de Bernarda Alba, texto de García Lorca en montaje de Berta Martínez, y fue la inolvidable María Antonia, en la puesta en escena de Roberto Blanco. Trinidad Rolando fue intérprete de Emelina Cundiamor, de Hernández Espinosa, y de Remolino en las aguas, de Fulleda León. Actores como Tito Junco, Samuel Claxton, Miguel Benavides, Rogelio Meneses recibieron elogios del público y la crítica.
Desde el Teatro Nacional, a través del Departamento de Etnología y Folclor y el Departamento de Danza Moderna, se impulsaron acciones para exaltar los aportes africanos a la cultura nacional. Argeliers León subió al escenario de la sala Covarrubias a los portadores de tradiciones populares en Yímbula, Abakuá, Congos reales. Ramiro Guerra encontró en el movimiento de los orichas, las posibilidades para desarrollar la técnica cubana de danza moderna. El Conjunto Folclórico Nacional paseó por el mundo los cantos y bailes llegados de África. Y hay que decir que desataron duras controversias, porque revelaron prejuicios y subvirtieron el discurso que proclamaba la eliminación de las manifestaciones del racismo en Cuba.
“A menudo se critican las maneras de contar la historia de Cuba, se habla de omisiones y silencios (…) pero cuando el teatro se adentra en la materia, aparecen revelaciones que sorprenden”.
Recientemente el teatro ha vuelto sobre el tema del racismo. Pienso en El diario de Ana Frank, apnea del tiempo, presentado por Ludi Teatro, y Los pájaros negros, de La Franja Teatral, ambos firmados por Agnieska Hernández. En la primera obra se cuentan las horas finales de la joven adolescente judía. En la segunda, el asesinato del norteamericano George Floyd a manos de la policía es el punto de partida.
Voces de 1912 aborda un suceso que tuvo lugar en Cuba y, a través de las herramientas del teatro, propone repensar ese pasaje cuyas consecuencias siguen vivas, porque el racismo aún no se erradica. El activismo antirracial de Ritual Cubano Teatro ha convocado la atención de los más jóvenes espectadores, algunos de los cuales se acercan por primera vez a este acontecimiento, al cual se refirió la investigadora Ana Cairo: “… se logró articular un consenso nacional para las acciones políticas, sociales y culturales destinadas al silenciamiento perpetuo de aquel acto de barbarie racista”.[3]
A menudo se critican las maneras de contar la historia de Cuba, se habla de omisiones y silencios, del encartonamiento en que son presentados los héroes, pero cuando el teatro se adentra en la materia, aparecen revelaciones que sorprenden al espectador. Recuerdo La verdadera culpa de Juan Clemente Zenea, de Abelardo Estorino, con el poeta acusado de traidor. Plácido, de Gerardo Fulleda León, el poeta acusado en la Conspiración de la Escalera, o Hierro, de Carlos Celdrán, que expone a José Martí en su doloroso apostolado.
Ritual Cubano Teatro, con Voces de 1912, presenta un duro cuestionamiento a las formas en que se expresa hoy en Cuba la discriminación racial, un grito de alerta al futuro del país. Gracias al equipo de audiovisuales liderado por Jonal Cosculluela, el impacto de la puesta en escena llegará a las pantallas y se multiplicará el número de espectadores.
Notas:
[1] “Le chevalier Brindis de Salas”, texto y dirección de Jorge Enrique Caballero.
[2] Martiatu, Inés María: Reflexiones en los cuarenta años de María Antonia. En “Una pasión compartida: María Antonia”, Editorial Letras Cubanas, 2004.
[3] Cairo Ballester, Ana: La cuestión racial en la cultura cubana (1912-1958) En “Presencia negra en la cultura cubana”, Ediciones Sensemayá, 2015.