Casi nunca está tranquila, parece una niña, siempre inquieta y bromista. Encima del escenario se transforma, y enamora por la belleza de su voz, sus gestos y la armonía de la guitarra. Desde pequeña es encantadora, una perseguidora de sueños. Podría definirse de muchas maneras, pero prefiere decir que es una “hormiga loca”, nombre que desde hace más de cuatro años recibe su peña en El Mejunje, especie de catedral villaclareña del arte y la inclusión.        

“No sé explicar exactamente cómo me llega la canción, eso sí, es tan maravilloso que se torna adictivo” Fotos: Tomadas del perfil de Facebook de la entrevistada

Yenisleidy Turiño Gutiérrez, más conocida como Yeni, anda por el camino de la trova y por las calles de su ciudad con naturalidad, con su ritmo musical, su manera de ser y su sonrisa. Para ella Santa Clara es inspiración, “una urbe mágica que no tiene ningún paisaje hermoso, grandes construcciones o costas, pero es donde los trovadores somos más unidos, donde sin importar los años estos siguen saliendo de abajo de las piedras”. Añade que en esa urbe “el ambiente cultural es inmenso. Todo el tiempo hay peñas de trova, obras de teatro, conciertos, talleres literarios. Cuando se acaba un evento empieza otro, no hay tiempo para el descanso. Todo esto ha sido la base para mí y para otros artistas de esta ciudad, que nos complementamos los unos a los otros”.

Entre sus canciones preferidas se encuentran “Gaviota”, de Silvio Rodríguez; “Eu te amo”, de Chico Buarque, y “Amazona”, de Yaima Orozco.

¿Cómo fue tu primer acercamiento a una guitarra?

Una vez mis padres me dijeron: “Hasta que no aprendas a tocar, no vamos a comprarte una”. Comencé a recibir clases utilizando el instrumento de la maestra. Ella se llamaba Anadelkis, era instructora de arte en mi escuela. A veces se arriesgaba y me lo prestaba durante toda una semana, aunque yo solo tenía nueve años, por lo que mi mamá se ponía nerviosa.

Yo disfrutaba viendo surgir en la punta de mis dedos ampollas que luego serían callos. Orgullosa los mostraba a todos a mi alrededor, quienes repetían la misma frase: “Cuando aprendas a tocar, me cantas una canción”. Pasaron tres meses entre los acordes mayores, menores y algún que otro disminuido. Era el momento de la primera canción.

Logré sostener, con la fuerza de quien mantiene algo muy pesado, los tres acordes que me bastaban para interpretar “Guantanamera”, suficiente para terminar con la muñeca hinchada. No dudé en mostrar a mis padres aquella canción descalza, quienes presumieron que lo hacía de la mejor manera. Un día, cuando llegaba de la escuela, un vecino me dijo que había visto a mis padres con un violín. Enseguida deduje, doblé el paso, y, efectivamente, sobre la cama de mi hermano estaba mi regalo de cumpleaños: una guitarra vieja con apenas cuatro cuerdas. Llegaba exactamente diez años después de mi nacimiento.

Me sentía dichosa por tener un nuevo juguete, el cual alterné durante algunos años con muñecas, carriolas y dibujos. Con un sonido limpio y potente, el instrumento lograba progresivamente el sueño de mis padres, lo que les hacía llevadera mi hiperactividad. No recuerdo exactamente cómo transcurría mi vida antes de esa, mi primera guitarra, que luego de tanto arreglo y de varias décadas se torna espléndida.

Cuando empecé a tocarla y a cantar no pensé nunca hacerlo profesionalmente ni dedicarme por completo a ello. Quería ser maestra, y mantuve esa decisión hasta la secundaria, cuando descubrí el rock and roll. Entonces era muy diferente de todos en mi escuela; me encantaba leer y escuchar rock, suficiente para ser un bicho raro. Al terminar la secundaria, con todo lo freaky que era, empecé a estudiar guitarra clásica. Descubrí así lo infinito de la música y lo importante de estudiar en todos los sentidos.

Comencé a visitar El Mejunje. Yatsel Rodríguez, mi primo, había entrado a La Trovuntivitis, y me llegó con fuerza la música de los trovadores de Santa Clara. Incorporé a mi repertorio “Veleidades de la gloria”, del maestro Alain Garrido, canción que mi primo tocaba y que aprendí de carambola.

Una noche, mientras caminaba por la ciudad con mis amigos, encontré en el Parque de las Arcadas a un grupo de muchachos un poco mayores que yo con una guitarra; se las pedí y fue como un imán. Canté “Veleidades…” y ellos se impresionaron, luego me dijeron que eran los integrantes de La Cañasanta. A partir del viernes siguiente comencé a formar parte de ese colectivo de universitarios, en el cual yo era la única de la secundaria. Ahora todos son profesores y yo soy la que estudia en la universidad.

¿Cuándo decides dedicar tu vida casi completamente a la trova?

Decidí hacerlo luego de componer mi primera canción. Eso fue un día después de la clausura del evento Longina (2015). ¡Había vivido tanto en ese Festival! Fue la primera vez que llegué a mi casa al otro día. Además conocí a los autores de muchas de mis canciones favoritas, y me iba quedando sin nada que mostrar. En una descarga al final del Festival, recuerdo a Ariel Barreiros y a Samuel Águila, quien me preguntó por qué no tenía mis propios temas. No le respondí, pero cuando llegué a casa me salió el primero de un tirón. Desde entonces no puedo parar.

¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Cuán fácil o difícil te resulta componer?

Al principio era más fácil y las canciones salían una detrás de la otra. Ahora salen con menos frecuencia, pero me siento más complacida, tal vez eso se debe a lo crítica que soy conmigo misma. Cada obra que compongo es una página de mi diario, por eso trato con extrema paciencia cada mensaje. Aunque te confieso que en ocasiones es como si algo me dictara letra y melodía. No sé explicar exactamente cómo me llega la canción, eso sí, es tan maravilloso que se torna adictivo.

“Eliminar o reducir las banalidades sin hacer la guerra es una tarea fuerte de nuestro país en la actualidad”.

¿Cuán gratificante —o no— es ser trovadora en la actualidad, cuando gran parte del público se decide por el reguetón, el hip-hop, el rap y otros ritmos?

Es una batalla fuerte, donde no hay enemigos. Los gustos personales y de cada grupo se relacionan con muchos aspectos socioculturales, en los cuales influyen las características del lugar donde viven, la influencia de los medios de comunicación, etc. Eliminar o reducir las banalidades sin hacer la guerra es una tarea fuerte de nuestro país en la actualidad.

Ser trovadora es muy gratificante, porque para mí la trova es la canción a partir de la guitarra, más allá de la suerte que pueda correr cada tema. Un trovador puede experimentar infinitamente. Incluso con más instrumentos acompañantes, una orquesta sinfónica o una charanga, el trovador tiene que saber defender su canción, pero especialmente y en primer lugar, con su guitarra.

¿Qué sientes en el escenario, acompañada solamente por tu guitarra y las canciones? ¿Cuánto influyen en ti las reacciones del público?

He aprendido con maestros como Alain Garrido que el estar sola en un escenario gigante, con un gran público, y acompañada solamente por una guitarra y un micrófono no es motivo para deprimirme. Cuando canto, me vuelvo una estrella que no soy, pero que siento, porque más allá de ser trovadora, soy artista, y eso implica un motón de características especiales para mostrar mi alma, que se convierten en el sello de cada cual.

¿Cómo ha sido la experiencia en tu peña La hormiga loca, que comenzaste en 2017? ¿Por qué ese nombre?

El espacio fue una idea de Ramón Silverio, principal impulsor de El Mejunje. Yo había cantado en esa instalación durante la Jornada de la No Violencia contra las Mujeres y las Niñas. Recuerdo que interpreté “Gracias a la vida”, de Violeta Parra. Entonces Alexis Castañeda (escritor de la ciudad y programador de El Mejunje) me comentó la idea de Silverio de crearme un espacio mensual en el Centro Cultural.

Me puse muy nerviosa, no me imaginaba como anfitriona. Comencé a contárselo a todos los trovadores y cada uno me daba un motivo por el cual debía aceptar. No me sentía preparada, tenía solo 19 años, aun así, decidí comenzar en febrero de 2017. Mi primer invitado fue Michel Portela, quien estaba en la ciudad a punto de irse para Argentina.

El nombre de la peña fue idea de Alain Garrido, a partir de una canción seudoinfantil de mi autoría titulada “Canto de hormiga loca”. Me gustó mucho lo teatral del nombre. Cada una de las ediciones de esta peña ha sido especial. Invito a artistas de toda índole y trato siempre de hacer secciones para que el público participe. Es mi laboratorio.

“Soy una hormiga loca, no hay mejor descripción que esa. Una hormiga loca consciente de cada paso de su locura”.

¿Cómo te defines como persona y artista?

Soy una hormiga loca, no hay mejor descripción que esa. Una hormiga loca consciente de cada paso de su locura.

¿En Cuba, país con una larga tradición trovadoresca, de la Vieja y la Nueva Trovas, de Sindo Garay, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, acaso es posible proponer algo realmente nuevo en ese aspecto o cada autor debe conformarse con adaptaciones y simulaciones creativas?

Cada ser humano es único e irrepetible. Todos tenemos influencias, también Silvio, Pablo y todos los que pasaron antes. El espectro de la guitarra y la poesía es infinito, por tanto, siempre va a haber algo nuevo que hacer. Todos no vivimos las mismas circunstancias. Cada persona, cada artista, cada trovador es el reflejo mismo de su época, por eso siempre hay algo nuevo que decir, de una forma u otra. Eso sí, no debemos conformarnos ni crear una zona de confort en la creación: arriesgarse es la clave.

¿Cómo la pasión por la trova afecta o enriquece tu vida?

La trova siempre me ha enriquecido. He aprendido a llevar la música y los estudios por el mismo carril, eso lo puedo demostrar. Desde que estoy en la secundaria no he dejado de tocar, de componer o de trasnochar.

A pesar de que me queda toda la vida por delante, siento que he aprovechado cada segundo. Los conocimientos que se adquieren cada día por diferentes vías son tan importantes para componer y ser una artista completa como las experiencias en el ámbito personal. No pararé de estudiar mientras viva.

Vicente Feliú ha dicho que para ser trovador no basta con dominar la guitarra y cantar, ya que esta es “un modo de vida”. ¿Qué piensas?

Claro, y me encanta que así sea. El trovador es un juglar, un ser que necesita de sus canciones para vivir, un ente errante y nocturno que va mostrando su realidad con la voz y la guitarra en la mano.

“El trovador es un juglar, un ser que necesita de sus canciones para vivir”.

¿Cuán complejo es para una joven trovadora ascender en su carrera? ¿Cuán numerosos o no son los obstáculos?

Por suerte he tenido un montón de padrinos, principalmente los trovadores de Santa Clara y otros que ni siquiera son de la provincia. Cada vez que doy un paso, allí están ellos para felicitarme o para corregirme. Igual es complejo, hay muchos obstáculos que con el tiempo y la experiencia te fortalecen.

La Asociación Hermanos Saíz me ha acompañado en mi carrera y en casi todos mis proyectos, es la organización que me representa y a quien represento. Participaba en sus actividades y eventos aun sin ser miembro, porque quería contagiarme de esa vitalidad y los deseos de hacer arte en toda circunstancia. Poco a poco he ido conociendo cada célula del país y tengo una casa en cada provincia, de eso no tengo dudas.

¿Sientes total libertad al componer o te cohíbes un poco para evitar malentendidos? ¿Se puede ser libre musical y artísticamente en la Cuba de hoy?

Siento total libertad. Soy el resultado de un proceso histórico, y es imposible separar mi obra de la realidad cubana. Mis inquietudes artísticas y mi forma de expresarme me llevan a decir lo que pienso, siempre con el respeto que merece el público, principalmente.

¿Cuáles son las principales diferencias entre la trova cubana de hoy y la de antes? ¿Cómo es la relación entre los jóvenes y los autores de mayor experiencia?

La diferencia es el momento histórico, las circunstancias, como dije anteriormente. Hay mucho que aprender de los trovadores de mayor experiencia —que son los que me rodean principalmente—, por eso es tan importante la confluencia de generaciones en los distintos festivales de música.

Hay quienes me dicen “¡lo que te perdiste por haber nacido después!”. A veces me digo eso cuando escucho a compañeros de otras generaciones hacer historias que me dejan boquiabierta. Un día yo también estaré contando historias a un montón de jóvenes soñadores, y ellos pensarán que mi tiempo fue mejor. Vivo la época que me tocó vivir, y me toca defender esta generación, dejar una huella.

“Es imposible separar mi obra de la realidad cubana”.

¿Qué trovadores jóvenes recomiendas?

Pensé que era la única joven. Cuando comencé a participar en los festivales de trova descubrí que somos muchos. Te puedo hacer una lista resumida. Soy fanática de todos estos, y estoy segura de que aquí faltarán nombres: Frank Mitchel Chirino (La Habana), Tobías Alfonso (La Habana), Annalie López (Guantánamo), Ernesto Fabián (Santa Clara), Juan Pablo Palmero (Camagüey), Yaily Orozco (Santa Clara), y Wendy Martínez (La Habana)

Estuviste en talleres literarios, ¿cultivas la literatura también?

Antes de hacer canciones escribía poesía. Tuve grandes maestros: Yamil Díaz, Frank Abel Dopico, etc. Un día todo lo que iba escribiendo se convertía en canciones. Aunque para no perder la práctica todavía escribo versos, y narrativa, casi siempre por trabajos de la universidad.

Tengo publicados dos cancioneros que están editados como poemarios. Las canciones son poesía, a veces hago el ejercicio y recito algunas canciones de la trova. No hay dudas, es poesía cantada.

Momentos de más tristeza y alegría…

Momentos de alegría: Cuando tengo una nueva canción, cuando hay muchos trovadores juntos en un mismo lugar.

De tristeza: Cuando tengo esos momentos trato de utilizarlos a mi favor, no soy fácil de vencer por la angustia, incluso en circunstancias bastante difíciles.

Anhelos en la música y en la vida personal…

Mi anhelo a largo plazo es grabar mi primer disco, que mi música trascienda las fronteras de Cuba. Quisiera desarrollarme en otras facetas del arte a la par de la música: el teatro, el cine, la televisión, hacer bandas sonoras, etc. Si te cuento todos mis anhelos no termino.

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