Las músicas del Cimarrón
Miguel Barnet no ocupa únicamente un sitio prominente en las letras latinoamericanas y caribeñas de nuestra época, sino también, por razones que en lo adelante comentaré, en la vanguardia musical contemporánea, pues su nombre se halla asociado a uno de los creadores más singulares y de mayores aportes al repertorio escénico musical del último medio siglo.
El compositor alemán Hans Werner Henze (Gutersich, 1926-Dresde, 2012) escribió en 1970 la ópera de cámara El Cimarrón, basada en la novela testimonio Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet, la cual fue concebida originalmente como recital para voz, guitarra, flautas y percusión.
Henze viajó a Cuba en 1969 y conoció personalmente a Barnet. Eran los días en que de La Habana partían contingentes hacia los campos de caña a conquistar la zafra más grande de la historia. Iba y venía de un barrio a otro de la ciudad en compañía del joven pero ya importante escritor, atento al habla popular, a los toques de santos, al rostro grave de los negros de mucha edad, a la realidad de una Isla en la que el tiempo obedecía a patrones muy distintos a los suyos, como lo comprobó durante el proceso de montaje de su Sexta sinfonía, estrenada en la capital cubana y a la que introdujo elementos rítmicos procedentes de la cultura musical yoruba.
Por cierto, la citada sinfonía, escrita para dos orquestas de cámara que confluyen en la ejecución, introduce en su segunda sección una cita de la canción de gesta Estrellas en la noche, con la que los combatientes del Frente de Liberación de Vietnam enfrentaban a los invasores norteamericanos.
Del joven poeta Barnet, le había subyugado a Henze el libro que comenzaba a dar la vuelta al mundo. Y agradeció, sobre todo, que le permitiera conocer al protagonista real de la novela, Esteban Montejo. Tanta fue la impresión que le produjo, que en sus memorias escribió: “Yo nunca había visto un hombre tan viejo; parecía un árbol, con los ojos muy vivos”.
El Cimarrón se estructura en quince cuadros, trabajados a partir del texto original de Barnet por el poeta y ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger: “El mundo”, “El cimarrón”, “La lucha”, “El monte”, “Los espíritus”, “La falsa libertad”, “Las mujeres”, “Las máquinas”, “El clero”, “La rebelión”, “Batalla de Mal Tiempo”, “La victoria del diablo”, “La amistad” y “Los machetes”. Todos los intérpretes, en algún momento, ejecutan instrumentos de percusión. El flautista también toca el ryuteki (instrumento de viento de la tradición japonesa) y resuena un scacciapensieri (lamelófono de la tradición italiana). La obra tuvo su estreno en 1970 en los festivales de Berlín, Alemania, y Aldeburgh, Gran Bretaña, donde por cierto intervino el maestro Leo Brouwer en la interpretación de la guitarra, junto al barítono norteamericano William Pearson, el flautista alemán Karlheinz Zoeller, y el percusionista japonés Satomu Yamashita. Otros festivales, casi de inmediato, acogieron la ópera, entre ellos los de Avignon, Edimburgo y Spoletto.
Henze revisó la partitura para la grabación que en 1979 realizó el sello Schwann. Esa versión de ochenta y siete minutos incluyó en el elenco al bajo Paul Yoder, y destacó por el trabajo del percusionista rumano Mircea Ardeleanu, quien amplió la batería a cincuenta instrumentos y accesorios. Buena parte de la partitura es de naturaleza aleatoria, permitiendo a los intérpretes un grado de libertad en cuanto a qué dirección tomará la música. El razonamiento de Henze es que la espontaneidad y la inmediatez que emanan de los artistas finalmente rompen la barrera entre la audiencia y el compositor, en palabras de Henze, para llevar al oyente al punto en que tenga la sensación de que podría hacerlo por sí mismo.
En 1986, al ser representada en Nueva York, el prestigioso crítico John Rockwell escribió en The New York Times: “Hans Werner Henze es uno de los compositores interesantes más activos de este siglo, pero no todas sus obras parecen igualmente fuertes, él tiene una tendencia a la convencionalidad retórica. Sin embargo, una pieza que compuso en 1970, El cimarrón, cuenta entre las mejores, por su intensidad dramática, que parte de su excelente libreto, y su originalidad. La noche del lunes, en el Merkin Concert Hall, el grupo de nueva música Speculum Musicae tuvo un rendimiento artístico de primera”.
El 6 de julio de 2001, en una versión de concierto, pudo al fin escucharse en vivo en La Habana, en el teatro Amadeo Roldán, con dirección musical del percusionista Ardeleanu e interpretada por el bajo Paul Yoder, exmiembro del Teatro Estatal de Karlsruhe y director de la programación musical de su ciudad natal, Phoenix, Arizona; el guitarrista alemán Reinbert Evers, decano de la filial de Munster de la Escuela Superior de Música de Dortmund; y el flautista canadiense Robert Aitken, también compositor.
El 15 de febrero de 2013, en el Centro Cultural Bertolt Brecht, la ópera se desplegó como espectáculo escénico-musical, en una puesta del director teatral alemán Andreas Baessler, en la que intervinieron dos cantantes (Marcos Lima y Yunier Gainza, el guitarrista Eduardo Martín, la flautista Zorimé Vega, el percusionista Luis Antonio Barrera, el actor Jorge Ryan, el bailarín solista Carlos Luis Blanco, y tres parejas de la compañía Danza Contemporánea de Cuba, con la colaboración del maestro Guido López Gavilán en la dirección musical, el coreógrafo Isidro Rolando y el diseñador suizo Kaspar Zwinpfer.
Otro texto de Barnet motivó también a Henze, la novela testimonio Canción de Rachel (1969), que como se sabe refleja los avatares de una vedette cubana activa durante las primeras décadas del siglo pasado. Henze compuso en 1973 La cubana o una vida para el arte, vodevil en cinco cuadros, con libreto de Hans Magnus Enzensberger, comisionada por el WNET Opera Theater de Nueva York para su grabación y estreno en 1974, y que luego, en 1990, reconvirtió en la ópera de cámara La picola cubana.
Calificada como un paréntesis dentro de la producción de Henze, la versión original, de 90 minutos, comienza con una alusión al triunfo revolucionario de 1959 en la Isla. Mientras las multitudes se manifiestan en la calle, la anciana Rachel proclama “lo mejor, en la vida, es la memoria”, allanando el camino para varias escenas, que se remontan a 1905.
La trama se remonta entonces al debut teatral de la vedette, al suicidio de su primer amante, a los hilos que la atan a un proxeneta, a su incursión en un circo ambulante, al estrellato efímero y a la despedida de la vida artística. El estilo musical es ecléctico, con predominio tonal e intenciones paródicas, y un uso acusado de la percusión. La cubana no se ha representado en Cuba.
No podemos dejar de señalar aquí la indiscutible jerarquía artística de Henze. Vivió desde 1953 hasta el 2007 en Italia, sin desligarse de la vida de su país, tanto para estrenar buena parte de su música, grabar y promover proyectos artísticos, como para manifestar en diferentes momentos su malestar con la sociedad en los años de la posguerra. Su primera juventud en la Alemania nazi lo marcó para siempre, repudiado por su padre, militante nacionalsocialista, debido a su orientación sexual; conminado a formar filas en el Ejército en desbandada del Tercer Reich al final de la guerra y confinado a un campo británico de prisioneros alemanes.
Ya en libertad retomó el camino de la música bajo la influencia de Von Webern y Stravinski, y bajo la égida de Wolfgang Fortner, pero bien pronto trazó su propia ruta. Del dodecafonismo y del serialismo tomó algunos de sus fundamentos, pero prestó oído a la canción popular, al naciente rock, al jazz, y de manera muy particular a lo que llamó “el sonido de la época, el de las multitudes en las calles y el bisbiseo de los medios electrónicos de comunicación”.
Con óperas como Boulevard Solitude (1951), Konig Hirsch (1955, punto de partida para su Sinfonía vocal), Der Prinz von Homburg (1960), Las bacantes (1964) y Der junge Lord (1965), sus seis primeras sinfonías y un catálogo para diversas combinaciones instrumentales, ya en aquellos años se había asegurado una posición prominente en la música occidental de concierto y para la escena, a la altura de su compatriota Karlheinz Stockhausen, los italianos Luciano Berio y Luigi Nono y el francés Pierre Boulez. Fuera del ámbito europeo, expresó públicamente su admiración por la obra del cubano Leo Brouwer y del japonés Toru Takemitsu.
Militó durante una etapa en el Partido Comunista Italiano, criticó el rearme de la República Federal Alemana e hizo activismo a favor de la causa vietnamita contra el agresor norteamericano. En 1968 el coro RIAS de Hamburgo se negó a cantar bajo una bandera roja su oratorio La balsa de la medusa, dedicado al Che Guevara. El estreno fue suspendido y el episodio culminó con la intervención de la policía.
Con el derrumbe del socialismo en Europa y la reunificación alemana, muchos pensaron que Henze terminaría reconciliándose con el nuevo orden establecido, más cuando él, reacio a los reconocimientos oficiales, aceptó en 1991 la Cruz al Mérito de Alemania.
Pero seis años después conmovió la vida musical alemana con el estreno de su Novena Sinfonía, en la que incluyó textos de su novela La séptima cruz, de la escritora antifascista Anna Seghers.
Entrevistado en España en 1999, con motivo de un ciclo de sus obras escénicas, Henze expresó: “En la cultura occidental, europea y mediterránea, el teatro musical es el ejemplo más completo de colaboración entre poetas, compositores, escenógrafos y directores de orquesta. La ópera es la forma más popular del teatro. (…) Trabajar las obras de Barnet me abrió a un mundo más allá de mis patrones culturales y me hizo plantear otro enfoque ético de la vida”.
La Habana, noviembre de 2018.