Las mudanzas de Celeste García

Williams Enrique Tolentino Herrera
27/12/2018

Mudarse, después de todo, es un recuento cronológico.
Eladio Secades, 1958

En algunas de las estampas costumbristas de los estertores de la pseudorepública, la mudanza ya constituía un fenómeno social llamativo, como metáfora –entre otras cosas– de un viaje hacia la nueva casa. Quizás lo continúe siendo. El cambio de horizontes es siempre capaz de despertar la curiosidad humana, no solo por el misterio que anida en lo desconocido, sino también por la sensación de desarraigo que lo antecede. Toda mudanza en sí, es un viaje, y viceversa; ya sea de ambiente, de circunstancias, hábitos, latitudes, épocas o hasta de referentes y saberes espirituales.

Escenas de película. Fotos: Internet

La reciente comedia cubana de ciencia ficción, El viaje extraordinario de Celeste García (2018), del director y guionista Arturo Infante, está permeada de estas conjeturas. Proyectada hace pocos días en varias salas cinematográficas habaneras, en el marco del XL Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, la cinta, además de los viajes de su protagonista, una profesora de Geografía separada de su profesión, nuclea también a su alrededor varias mudanzas o varios retornos, para ser más precisos, que son en definitiva la expresión de otras mudanzas, esta vez hacia los orígenes de las primeras.

Varios son los argumentos que avalan dicha hipótesis: la cinta marca, por ejemplo, el retorno de la actriz María Isabel Díaz (Celeste) a la producción cinematográfica nacional luego de varias décadas de trabajo en el exterior; o el primer emprendimiento de Infante como director y guionista de un largometraje, luego de algunas incursiones previas en el audiovisual. Asiste también a esta sensación el hecho de ser proyectada en la Isla por vez primera, tras un recorrido por otras salas de cine allende los mares.

La primera mudanza –y pretexto estructurador del relato cinematográfico– aparece con la posibilidad de viajar al planeta Gryok, ubicado en la estrella de Aldebaran, en una expedición estelar sin regreso preparada por los gryokitas, como agradecimiento a los años pasados en la Tierra para el estudio de la cultura cubana. En ese contexto, Celeste recibe una carta de invitación de su vecina, una extraterrestre que simulaba ser rusa, y tras varias escenas, marcadas por la curiosidad y la rutina de una vida al parecer gris, toma la decisión de emprender la travesía.

Otra mudanza, esta vez absurda, ocurre cuando como parte del viaje, los astronautas elegidos deberán convivir varios días y noches en un campamento improvisado dentro de una antigua “escuela al campo” que ha caído en la desidia. Nombrada “Batalla de Mal Tiempo”, la carga irónica de estos hechos y el simbolismo de los nombres no pasan inadvertidos en la trama, en parte gracias a los comentarios de otro personaje con cierta relevancia en la historia, Héctor Francisco (Néstor Jiménez), un cantante de tangos que decide migrar con la esperanza de dejar atrás años de incomprensión y ostracismo dentro del campo cultural cubano.

Algo tal vez reprochable: quizás como norma de una comedia costumbrista, El viaje extraordinario… recurre a determinados clichés o estereotipos reduccionistas de la sociedad cubana actual. Véase por ejemplo, la caracterización de los personajes que comparten espacio y tiempo en uno de los cuartos de la beca: Celeste, una profesora separada de su profesión y víctima de la violencia de género; Héctor Francisco, un artista marginado en el círculo de sus semejantes e intencionalmente diseñado con algunos matices de homosexualidad; así como Perlita (Yerlín Pérez), una mujer solitaria rodeada de su ignorancia y de una prominente destreza para manejar típicos recursos del choteo cubano. A ellos se suma la beata Mirtha (Tamara Castellanos), quien en medio de su embarazo emprende el viaje para reencontrarse con el padre gryokita de su criatura.

Sin embargo, en medio de semejantes caracterizaciones y de algunas escenas intencionalmente ubicadas en el filme, pudiera notarse en El viaje extraordinario… un guiño para el abordaje –desde lo absurdo– de una problemática central en la historia cubana de las últimas décadas: la migración. En ese sentido, Arturo Infante propone desde la crítica mordaz, implícita, surrealista o disfrazada, un reencuentro con las heridas creadas en épocas de crisis migratorias, de verticalismo y doctrinas, cuando varios de quienes emprendían viaje eran personas marginadas, proscritas o cegadas por la aspiración de una mejoría económica y social dentro de un contexto ajeno.

“Mudarse, después de todo, es un recuento cronológico”, advirtió hace seis décadas el periodista costumbrista Eladio Secades. Y en el marco de dicha afirmación, la cinta emplea el viaje como un pretexto para reencontrarse con el pasado en varios niveles, el social cubano y el individual, propio de los personajes.

Precisamente en este último aparece también una noción del viaje, o de la mudanza intergaláctica, como la huida de una realidad presente o pasada; hecho remarcado por Celeste en una de sus intervenciones, cuando advierte que el viajero casi siempre pretende dejar algo atrás. El camino se emprende pues, a veces, desde el desarraigo.

Próximo al desenlace del filme, vuelve la violencia a cruzarse en el camino de Celeste, ahora mediante dos jóvenes enamorados que ven en el viaje la posibilidad de evadir un asesinato del pasado reciente. Y de nuevo, como elemento acentuador de un símil en torno a su vida, vuelve a ser el globo terráqueo, abollado por un episodio anterior de violencia en el seno familiar, el objeto empleado en el golpe que trunca la travesía de Celeste a Gryok.

En el tejido de estos fenómenos, se advierten entonces las dos últimas mudanzas de la película: el viaje introspectivo emprendido por Celeste a través de un enfrentamiento a su pasado –verdadero motivo de la cinta–, y los preparativos para el sugerido retorno de la protagonista a esa vida amorosa, que quedó truncada por la violenciay que ahora se vislumbra en el horizonte gracias al concurso de su antiguo carnicero y también compañero de viaje interplanetario, Augusto (Omar Franco).

Cabe subrayar, por cierto, el culto de Arturo Infante por lo absurdo no solo en la estructuración semántica, sino también en la dramaturgia de la película, pues son dos situaciones de esta naturaleza las que sirven de presentación y cierre. Por un lado, el recurso del comunicado televisivo con cierta centralidad en el espacio público de la realidad cubana actual –tema polémico–, para presentar la oportunidad de la expedición terrícola a Gryok. Y por el otro, el sorpresivo retorno de Augusto a La Habana en las escenas finales, luego de haber emprendido el viaje en la nave gryokita.

Situaciones absurdas, surrealistas y posibles mudanzas –reales y metafóricas–, que en poco más de noventa minutos intentan retratar desde la comedia, ora inteligente, ora simplona; la resiliencia de la sociedad cubana ante los desafíos del presente, en conexión con su historia.