Las metáforas del arranque: lo emotivo y lo racional en la movilización martiana
24/2/2021
Para convocar y conducir a los sujetos revolucionarios hacia el logro de objetivos políticos y emancipadores, el Apóstol de nuestra independencia se consagró durante años a la observación profunda del “problema cubano” y de los comportamientos de sus compatriotas. Para no caer en los mismos errores de las guerras anteriores, se apoyó en una empírica ciencia política que definió en un discurso como “la ciencia de los antecedentes semejantes y los resultados necesarios”. “La guerra es un procedimiento político”, afirmó, y la política, “el arte de ordenar los elementos de un pueblo para la victoria”.
Cuando el 24 de febrero de 1895 se revitalizó la revolución independentista iniciada por Céspedes, se puso de manifiesto no solo la capacidad organizativa de José Martí, sino también la movilizativa. Si luego de su primer discurso frente a los emigrados cubanos el 24 de enero de 1880 en el Steck Hall de Nueva York confiesa ciertas dudas en cuanto a su eficacia comunicativa, la movilización de esa masa heterogénea que se lanzó a la manigua confirmó con creces su impresionante habilidad para persuadir. Cuando acomete su propio plan independentista, ya había entrenado por años esta práctica política de hacer diciendo. En grandes tribunas y en mítines más íntimos validó la eficacia de estos actos del habla, en los que resulta paradigmático la integración de los resortes racionales y emocionales.
Con un tropel de metáforas consiguió la proeza de sumar fuerzas nuevas a los “rebeldes de siempre”, “exaltar con el seguro raciocinio la vacilante energía de los que dudan”, “despertar con voces de amor a los que —perezosos o cansados— duermen” y “llamar al honor severamente a los que han desertado su bandera”, en su propio decir. Con un encadenamiento simbólico que fue anotado por Cintio Vitier como “acumulación de efectos emotivos y tropológicos. (…) Cuando esperamos que la tensión se alivie, irrumpe otra imagen inesperada y sobrecogedora”. Lo que tiende a comprimir significados que “la intuición popular puede asimilar sin análisis”.
Como señala el estudioso en su diálogo con el filósofo Daisaku Ikeda, en la oratoria martiana se aunó la tradición clásica, especialmente ciceroniana, con la inspiración profética del Antiguo Testamento. Ello dio como resultado esos “discursos hirvientes y categóricos, poemáticos y conceptuales, fundadores de un nuevo proyecto revolucionario que iba más allá de la guerra ‘inevitable’, ‘necesaria’: el proyecto de una ‘república moral’, de una patria independiente y soberana, ‘con todos y para el bien de todos’”. Con un equilibrio expresivo entre sus ideas y sentimientos, una coherencia entre el sentido y la forma del que resulta un “estilo visionario y metafórico”.
El periodista santiaguero Mariano Corona, quien lo escuchó hablar a la tropa del Ejército Libertador en 1895, expresó: “Se le oía como oyeron los hebreos las máximas de Cristo: con adoración bíblica, con fanatismo de idólatras. Cuando concluyó, brotó el volcán”. Uno de los humildes mambises exclamó: “Me glorifico de haber nacido, tan solo por el placer de haberlo oído”. Y un capitán declaró: “Su verbo era prodigioso, sus palabras parecía que venían de un ser sobrenatural”.
Según Vitier, en el discurso de José Martí los símbolos cumplían la función que hoy cumplen las consignas, pero, como señala, “la consigna se dirige solo a la voluntad”; en cambio el símbolo “es siempre una apertura, una irradiación, que mueve, sí, pero no solo a la fuerza fáctica y militante de la masa, sino a la totalidad poética y sobreabundante de la persona”.
Sobre este necesario equilibrio entre lo racional y lo emotivo reflexionó el propio Martí en el discurso del 10 de octubre de 1890:
Estas no son noches de enumeraciones ni de tesis; ni está para ciencias el sentimiento estremecido; ni el ánimo llevado a las alturas por los modelos gloriosos y las palabras vibrantes, por las lágrimas que hemos visto aquí rodar de los ojos del patricio magnánimo de la viuda a cuyos brazos no volvió nunca el compañero, permite el examen detallado de nuestros temas de ordenamiento y constitución que en la academia política fuera menester: aunque a todo acto público, sobre todo en estas épocas de creación, ha de llevarse el tacto y la sabiduría de la academia política, porque el sentimiento es también un elemento de la ciencia.
La cultura y el lenguaje tienen también asentamientos y conectores emocionales. Si para Martí la patria es una familia, la emoción compartida es también un bien común, que aglutina. No relegó la emoción de la esfera pública, como de algún modo planteó la concepción liberal de la democracia. El organizador de la Guerra Necesaria optó por expresiones metafóricas en las que el dominio fuente está comprendido en los campos de relaciones personales y familiares, de referencias domésticas y de la religión. Bien cercanos, cognitiva y afectivamente, a los que pretende movilizar.
Las metáforas conceptuales fueron parte de los recursos retóricos y simbólicos de su estrategia comunicacional, la cual combinaba su potencialidad cognitiva, explicativa y su gran fuerza emotiva. Estas no solo le permitieron la comprensión de realidades complejas, hacer juicios sobre situaciones y objetos desconocidos o abstractos y socializarlos, sino también inducir reacciones afectivas, de simpatía y apoyo. Por su entrenamiento como poeta, compartía inéditas correspondencias entre los dominios fuentes y metas. Encadenaba sorpresivas analogías, planteadas de modo creativo y polisémico, y evocaba un entramado abierto y complejo de posibles implicaciones de significación. Al activar y expandir lo emotivo, cementaba los argumentos y construía un compromiso y una solidaridad colectivas desde la interconexión afectiva.
Martí significó la guerra como un arranque, y así la socializó. En varias expresiones recurre a la metáfora de “la guerra es un arranque” para representar la contienda y su preparación, cual una gran impulso de virtud. Así la emplea en Tampa para criticar a “los que dudan del arranque y virtud de un pueblo en apariencia indiferente y frívolo”. En la Oración de Tampa y Cayo Hueso, para resumir los primeros impulsos organizativos de la guerra necesaria, expresó: “¡Estas citas que nos estamos dando a un tiempo, este abrazo de los hombres que ayer no se conocían, esta miel de ternura y arrebato místico en que se están como derritiendo los corazones, y este arranque brioso de las virtudes más difíciles, que hacen apetecible y envidiable el nombre de cubano, dicen que hemos juntado a tiempo nuestras fuerzas, que en Tampa aletea el águila, y en Cayo Hueso brilla el sol, y en New York da luz la nieve, y que la historia no nos ha de declarar culpables!”.
Dos meses después de aquel discurso, declaró en Patria: “Para el servicio desinteresado y heroico de la independencia de Cuba y Puerto Rico se funda, de arranque unánime y propio, el Partido Revolucionario Cubano, y no para la obra fea y secreta de allegarse simpatías por pagos y repartos de autoridad o de dineros”. Sentido equivalente a uno de los primeros usos metafóricos de “arranque” para conceptualizar lo político cuando, en 1887, en un texto sobre la revolución iniciada por Carlos Manuel de Céspedes, Martí apuntó: “Este 10 de Octubre es un arranque de nuestro sentimiento, y cuando más, una expresión de prudente esperanza”.
En su crónica “Más de las casas nuevas” narra la llegada de Carlos Baliño a Thomasville, pero más parece que describe la fundación de una Cuba nueva. “En pueblos nuevos todo depende del arranque. El hombre es masa hirviente, y toma en los pueblos nuevos la nobleza o vicios del molde en que cae. El molde ha de ser firme y de virtud, para que el pueblo sea bueno. La vergüenza se ha de poner de moda: y fuera de moda la desvergüenza. Ha de ser limpia la casa, y la conducta. Se es cubano, y es Cuba cada un hijo suyo; y en todo lo que se hace va el honor de Cuba”. Idea que se conecta con la estrategia suya de sembrar la Republica en la guerra, como se abordará más adelante.
La aplicación de su ciencia política llevó a Martí a descubrir que la pasión y el impulso emotivo eran tan necesarios en la comunicación política como los argumentos. Su práctica discursiva, como sus metáforas del arranque, deberían acompañarnos más por estos días.