Las edades del crítico
La memoria imborrable. Tres décadas de crítica teatral es un libro que solo puede hacerse a través del tiempo con la denodada persistencia de una pasión. Se recogen en él 30 años de ejercicio crítico sobre el mundo escénico nacional del teatrólogo y gestor cultural Omar Valiño, quien ha reunido en un solo volumen las entregas publicadas desde 1990 en varios espacios culturales como La Gaceta, la revista Tablas o La Jiribilla, siempre con su discurso acucioso y sus peticiones genuinas y llenas de compromiso hacia el teatro.
Para los lectores, desandar La memoria imborrable será equivalente a rememorar diálogos sostenidos por el autor en las aulas del ISA o a la salida del teatro. Es seguir la pasión de Omar Valiño por no perder un solo estreno teatral cada fin de semana para conformar —así siempre lo ha dicho en varios espacios— la invaluable memoria del crítico, que pasa por la vivencia, por el recuerdo y sirve como vademécum intangible capaz de aflorar en cualquier circunstancia teatral, como reminiscencia.
Llega de la mano de Letras Cubanas la puesta en papel del ejercicio crítico de uno de los autores que quizá más teatro haya visto en su vida, una de las voces actuales más respetadas; cátedra de la crítica teatral cubana, formador de varias generaciones de teatrólogos y gestor de disímiles espacios y eventos culturales. La edición, a cargo de Fefi Quintana Montiel, ha fragmentado certeramente estas tres décadas en tres diferentes paisajes teatrales correspondientes a los periodos 1990-1999, 2000-2009 y 2010-2019. Con ello se logra cerrar el foco de estudio.
La primera parte, correspondiente a la última década del siglo pasado, pertenece a un mundo cambiante en teatro como en todo. La reciente aparición del Consejo Nacional de las Artes Escénicas con su presencia en provincias impulsa de maneras inusitadas la vida teatral. Conviven en esta década grupos nuevos como el cienfueguero A cuestas, el camagüeyano Teatro del Espacio Interior, varias ediciones del Festival de Teatro de La Habana, de jornadas teatrales provinciales; son los años de las primeras puestas de Argos Teatro, de El Público… A su vez el autor va siguiendo el pulso a entregas escénicas de grupos y autores establecidos como Héctor Quintero, Carlos Pérez Peña frente a Teatro Escambray, José Antonio Rodríguez con Buscón. Se trata de una de las décadas donde más exigente es el autor, que en el ejercicio de su profesión logra textos tan acertados, de tal vigencia aún hoy, más de 20 años después, como “Caimán sí come caimán”, donde revisa el proceso de cubanización de El burgués gentilhombre, de Molière, en un infeliz maridaje de producciones multinacionales. O aquel texto fundamental que debería ser de obligado estudio para gestores de festivales: “Un cementerio con sepulcros abiertos”, donde se analiza a profundidad la organización del Festival de Teatro de La Habana, poniendo luz sobre cuestiones tan actuales como los procesos de selección, promoción, espacios de discusión de tan magno evento, que aún al sol de hoy tiene tantos entusiastas como detractores.
La memoria imborrable. Tres décadas de crítica teatral es un libro que solo puede hacerse a través del tiempo con la denodada persistencia de una pasión.
La siguiente década es la de la gloriosa Historia de un caba-yo,de Antonia Fernández; De dónde son los cantantes,de Nelda Castillo; Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini y Stockman, de Carlos Celdrán… A la par, Omar Valiño sigue el paso a las nuevas entregas de Teatro Escambray —¿cómo negar su pasión?—. Se trata de una década de amplia producción para el crítico, se suceden estrenos en Cubanacán, donde estaba la antigua salita de El ciervo encantado; estrenos en el Noveno Piso, en la iglesia de Loma y 39… Surgen grupos como Teatro del Puerto, continúan otros su obra como el pinareño Rumbo, Teatro d’ Dos… Ancla Omar Valiño su pluma voraz en el humor de Reír es cosa seria o Aquí cualquier@ con la misma fuerza que viaja de un lugar a otro de la ciudad, de una provincia a otra, para reseñar los espectáculos que conforman el paisaje teatral de la década.
La memoria imborrable es también un recuento del teatro cubano desde las tablas, más específicamente desde el patio de butacas en la que el crítico analiza el movimiento teatral más allá de un hecho escénico concreto. Tiene el autor afán de ver ahí en una sala apartada de una ciudad distante un movimiento capaz de amplificarse en los anales culturales de la nación. A la par de las grandes producciones capitalinas, el autor sigue a grupos menos conocidos, adivina el porvenir de proyectos juveniles, subraya la importancia de trasladar los ejes de acción a espacios fuera de la capital. Con su presencia lo demuestra.
Sin embargo, también a través del tiempo puede el lector seguirle el pulso a varias de las cuestiones que han ocupado al autor durante su carrera. Ellas son, entre otras, la producción de eventos teatrales, el público como medidor del éxito de una puesta, las traslaciones de obras foráneas a los contextos cubanos, la poca efectividad didáctica del didactismo ñoño en el teatro hecho para niños… Y descubrimos que siguen siendo esas obsesiones y reclamos muy parecidos a los que los críticos exponen todavía hoy.
Si se reconoce a Rine Leal y su indeleble En primera persona como una de las piedras de toque para teatrólogos y estudiantes de crítica, sirva La memoria imborrable. Tres décadas de crítica teatral como consecuencia natural de esta. Y que se convierta en obra de consulta, en ejemplo de críticas y de análisis escénicos cabales, de entregas para diferentes medios. En resumen, ejemplo de una vida dedicada al ejercicio profesional del criterio, de la que no cabe sino desear quizá dentro de varios años —y como es la moda de estos tiempos— nos llegue la siguiente temporada.