Las caballas herejes de Fátima Patterson

Fernando León Jacomino
23/6/2017

Viajar al Oriente cubano es siempre motivo de felicidad para quienes, durante años, hemos trabado amistad con tantos artistas valiosos que viven y trabajan allí, de las Tunas a Guantánamo. En mi caso, esta alegría del reencuentro se agiganta cuando de Santiago se trata. Allí he tenido oportunidad de dialogar con muchos artistas, especialmente con varios fundadores del Conjunto Dramático de Oriente y su transfiguración hacia el Cabildo Teatral Santiago, aquella tropa irredenta que dignificó el teatro callejero y produjo espectáculos de alcance nacional como El macho y el guanajo, Baroko, y De cómo Santiago Apóstol puso los pies en la tierra, entre muchos otros.

En esta oportunidad nos convocó el más reciente proceso creativo de Fátima Patterson, integrante de la segunda generación del Dramático y pieza clave en la trayectoria del Cabildo. Pero el tiempo ha pasado y ya Fátima, actriz, dramaturga, directora y Premio Nacional de Teatro 2017, tiene su propio laboratorio teatral y produce una nueva obra, inspirada en la creación plástica de Alberto Lescay. Se da el caso, además, de que Fátima trata a Lescay, ese otro gran artista nuestro, con el desenfado de la amiga cercana y hasta con el privilegio de quien conoce detalles de su vida íntima y ha tenido el valor de llevarlas a escena a través de Caballas, espectáculo que se estrenará durante la venidera Fiesta del Fuego. Para sostener la herejía, allí están seis de sus actrices, sus músicos y el nutrido equipo de sus colaboradores más cercanos.

De manera que aprovechamos la estancia para obtener primicias del proceso de montaje y conocer de primera mano las motivaciones principales de Fátima, su dramaturga y directora, en uno de los días finales del proceso. 

¿Cómo surge la idea de hacer este espectáculo? ¿A dónde se remonta la semilla de Caballas?

Siempre he tenido admiración por la obra de Lescay, y un respeto y una fascinación por la obra de Alberto. De hecho, he tenido el privilegio de que me hayan regalado muchas obras, y siempre ha sido como si yo tuviera una conversación con ellas y me develaran cosas que yo no conozco, o cosas que sé, pero me las vuelven a decir. Es una obra de mucha energía. Tiene que ver con la tierra, con ceremonias, sacrificios, que es lo que yo interpreto, llega de muchas de las obras que él tiene y que yo poseo. Pero la serie Caballas me desconcertó la primera vez que la vi porque era mitad mujer, mitad caballo, y digo: “Eso es una yegua”, y me dicen: “No, no es una yegua, son caballas”. Era el modo delicado de señalar algo que él admiraba, pero que le había proporcionado la inspiración para ponerlo en el lienzo, y yo empecé a dialogar con esas mujeres, pero también fue una fascinación porque descubrí los originales.

foto de la dramaturga cubana Fátima Patterson
Fátima Patterson. Foto: Internet

¿Los originales? Quieres decir las modelos de los lienzos…

Fue una cosa muy divertida, que a veces me ponía a pensar. No te digo las modelos porque exactamente no fueron las modelos, son la inspiración. No creo que alguien se sentara a ser modelo. Son la inspiración, son el pensamiento que fue dando forma, la impronta que le quedó, el sentimiento que le quedó, y él pudo ponerlas en el lienzo. Y yo tomo eso que yo conocía en algunas ocasiones, que identificaba. Entonces me dije: “¿Y si las caballas hablaran? ¿Y si yo le pusiera el discurso que yo imagino o el que yo creo que están diciendo? ¿Cómo sería eso?”. Pero bueno, ¿qué historia?, porque son tan diversas. ¿Cómo unir todos esos pensamientos, todos esos intereses? Un día le dije: “¿Tú crees que yo pudiera escribir sobre tu serie?”. “¿Cómo que escribir?”, me preguntó. “Yo quiero hacer una obra dramática de teatro sobre esta serie que tú has pintado”. Fue un compromiso que empecé y hasta un año después no pude escribir la primera letra, porque lo miraba y lo volvía a mirar, y pensaba en cómo se iban a relacionar y qué iban a decir, hasta dónde me iba a atrever. Todo eso se ha juntado, y creo que al final prevalece el criterio de una mujer, que soy yo, dando su punto de vista.

 

¿Cómo llegas a la conclusión de que tu lectura debía ser una lectura hereje, infiel, de las caballas, y que tu punto de vista no podía ser el mismo del artista?

Fue de a poco, porque si seguía por otro camino era traicionar lo que yo he venido haciendo por muchos años, y eso no puede ser. De otra manera, yo no puedo estar de acuerdo. Seguí mi rumbo, seguí mis pasos, que siempre van contrarios al pensamiento de muchos hombres, al machismo interiorizado en nuestra cultura, y fue así, no podía dar otra solución.  

foto de la obra Las Caballas
Escena de Caballas. Fotos: Sonia Almaguer

Llegar a esa conclusión desde la perspectiva de una autora dramática, que además tiene una relación directa con el sujeto historiado, es más fácil que hacer comprender eso a tus seis actrices. ¿Cómo fue ese proceso? ¿Cómo te lo propusiste?

Lo primero que hice fue visitar el estudio del poeta con toda la tropa. Allí nos sentamos a hablar con él, y mirábamos las pinturas y analizábamos. Improvisábamos pequeñas escenas de los lienzos allí expuestos, hacíamos pequeños ejercicios; y volvíamos otra vez al estudio y él hablaba de todo eso, de cómo consiguió la serie, cómo le llegó la inspiración, y ellas se quedaban encantadas con eso, porque él es un tipo muy seductor. Yo creo que enamoró a todas las actrices. Tenemos una relación muy cercana, Lescay es mi hermano y viene a menudo aquí, conversa con ellas. Antes de este proceso, toda la vida ha seguido al grupo.

 

¿Ustedes son amigos desde la primera juventud?

Hace muchos años, desde los 70 más o menos, somos amigos. Hay un momento en que Lescay perdió a su madre, a su hermana, todo fue en un transcurso de tiempo muy rápido, y una noche conversando, una de esas noches de bohemia que siempre hacíamos, me dice: “Fátima, yo necesito una hermana”, y eso fue muy fuerte. Le dije: “Bueno, aquí está”. Fue como un pacto, somos hermanos.

 

¿En algún momento el espectáculo va a tener alguna apoyatura en imágenes con las propias piezas? ¿Cómo ha sido la tentación de no usar ‘‘Las Caballas’’ en el escenario, y cómo has logrado espantar ese fantasma?

Lo tenía pensado, pero no tiene razón de ser. Una cosa es su obra y otra es lo que está en el escenario, era redundante e iba en decremento de alguna de las dos; íbamos a perder el juego, la impronta teatral. Renunciar a eso fue tremendo porque tenía el hueco, pero fue cerrándose cada vez más, hasta que no tuvo espacio. La vitalidad de lo teatral expulsó la cita, lo que yo tenía pensado; y lo que va a pasar es que van a estar las obras de él expuestas en el lobby, adentro. Lo hemos consultado, él intervino en algunos elementos de la escenografía, en otros no, algunos se quedan al natural, pero ha sido así.


Escena de Caballas

¿La reacción del poeta cómo ha sido? ¿Ha venido a los ensayos, ha dado nota, estuvo reticente?

Un poco reticente sí, me dijo que era muy serio. Yo sé que cuando me dijo que era muy serio, era otra cosa, “es muy serio eso, muy sobrio”. Fue sobre una lectura que yo le hice y me dijo: “¿No está un poco tenso?”. “No, para nada, una cosa es la lectura y otra cosa es cuando está ya”. La letra muerta es una cosa y la puesta en escena es otra. Vino a un ensayo de las primeras veces, no dijo nada. Vino a un segundo ensayo, hizo algunas notas sobre el vestuario, que todavía no estaba, y dio esta idea: “La imagen que tengo es sobre la banda de los ripiados de palma” (es un grupo que desfila en el festival, que van todos raídos), y digo: “A mí también me parece eso. Si es el monte, si son las caballas, me parece que las crines deben ser de gasas trabajadas, yute, caracoles, deben tener cola porque son mujeres, mitad mujer y mitad caballo”, y así fue. Ya en el último ensayo, que fue hace 15 días, el rostro se le suavizó y tuvo una sonrisa. Él hizo alguna sugerencia sobre la música en ensayos anteriores, pero aquí se sonrió, de manera muy pícara, como es él, porque descubrió lo que yo quería decir, y se divertía mirando eso. Pero sé que estaba en un momento que era lo más profundo. Tenemos que incidir en la limpieza en el dibujo, claro, sin borrones del espectáculo.

 

¿Las actrices saben la historia particular de cada caballa que ellas representan?

Lo que deben saber, no más; pero tienen un conocimiento de cómo él se desenvuelve, cómo es su mundo, porque él se mueve en un mundo que sabe su historia. Lescay es un hombre que oculta cosas.

 

A estas alturas tiene un perfil mítico también, ellas tienen referentes que no son directos. ¿Qué se dice en la calle de Lescay?

Yo pienso que en estos momentos todas están enamoradas de él, tienen enamoramientos de todo tipo. Por ejemplo, Consuelo tiene otra relación con él porque es mi hija, lo conoce desde siempre; la hija de Consuelo también, es su abuelo, ella siente mucha admiración por él y está en todos los eventos.

 

Transcripción: Ana Laura Martínez Almaguer