Las aguas profundas de Buena Fe
No es posible disfrutar a fondo de la “canción pensante” del dúo guantanamero Buena Fe, sin conocer a la Cuba profunda; y al mismo tiempo, para entender mejor a nuestra Isla, convendría revisar los textos de estos músicos con raíces trovadorescas, influencias innegables del pop y el rock, y una sonoridad contemporánea. El grupo Buena Fe puede lograr el milagro de unir a seguidores de varias generaciones en un concierto, algo solo reservado a los grandes creadores. No estoy capacitado para entender este fenómeno desde el punto de vista musical, pero puedo intentar comprenderlo a partir de sus letras y su eficacia comunicativa.
Desde sus ya lejanos inicios, el núcleo fundador del actual grupo Buena Fe logró una combinación provechosa: Israel carga hacia la zona textual y melódica, mientras Yoel se especializa en armonizaciones y arreglos. El éxito está en la fusión y confusión entre ellos para combinar, como en el ajiaco criollo, géneros, ritmos, sonoridades, texturas, vivencias, nostalgias… según el avance de sus vidas. La Asociación Hermanos Saíz, que ahora cumple 35 años, los acogió y promovió; la Egrem les propuso el primer disco, Déjame entrar, de 2001, también de título polisémico, con canciones inolvidables como la declaración de identidad que es “Guantanamero”, temas críticos como “La zanja” —que hoy recobra actualidad—, o piezas con una proyección reflexiva incuestionable, entre ellas “Como el Neanderthal” o “No juegues con mi soledad”, capaces de insertar directa o indirectamente ganancias del rock y el pop en las raíces de la música cubana. Dos años después Arsenal reafirmaba su popularidad, con otras canciones de ritmo pegajoso que no pocos jóvenes y no tan jóvenes tarareaban, como la propia pieza “Arsenal”, “Tras tus huellas” o “Fin de fiesta”, que servían para escuchar, cantar y bailar. Al año siguiente llegó Corazonero, y dos años después Presagios. Israel y Yoel se incorporaron a la extensa nómina de los grandes músicos cubanos de la presente centuria. Catalejo, de 2008, con una mayor profundidad crítica en sus textos y más seguridad en el quehacer musical, marcó un sello distintivo para identificar definitivamente a la agrupación.
Quizás en 2010 se inició una nueva etapa. El reconocimiento ahora no llegó solo del público, sino también de otros músicos con experiencia o con “pegada” —o “ambamente”, diría Cantinflas— que colaboraron con Buena Fe, como Frank Delgado en Extremistas nobles, de 2010, o Eliades Ochoa, Pablo Milanés y Los Aldeanos en Pi 3,14, de ese mismo año, una de sus mejores producciones. De Extremistas… se recuerda el impacto irónico de “Cubañolito” y la exigencia para levantar vuelo en “No te salves”. De Pi 3,14 (2011) “Mamífero nacional” obtuvo una extraordinaria popularidad apoyado por su video, pero posiblemente la canción que todos hemos querido cantar en algún momento es “Pi 3,14”; ambas obras han logrado ese “premio de la popularidad” que es pasar al habla cotidiana sin que se tribute derecho alguno al autor. Canciones como “Se bota a matar” o “La culpa,” del disco Dial, de 2013, fueron muy gustadas, tal vez por la explosión de fusiones con otros ritmos y su presencia en videos como “Ser de sol” —cantada con Descemer Bueno— y “Se bota a matar”, las dos bajo la dirección de Ian Padrón, o “Dame la guerra”, dirigida por Joseph Ros. Buena Fe llegó a sus 15 años con Soy, de 2015; dos años después apareció Sobreviviente, una ratificación de ese credo de no sumarse al aparente avance universal de la estupidez humana, y en 2019 presentó Carnal, en el habanero teatro Karl Marx.
La pandemia de la COVID-19 impuso una obligatoria e indeseada pausa en la vida del planeta. Algunos artistas se han dejado abatir, otros han dado muestras de resiliencia y han seguido creando, sobreponiéndose, y hasta reciclándose. A Buena Fe no le bastó que millones de compatriotas aplaudieran al son de “Valientes” a nuestro personal médico, o se vacunaran tarareando “La fuerza de un país”, que rinde tributo a los científicos cubanos en su lucha por salvar vidas; recientemente, como para no interrumpir su ritmo de una producción cada dos años, presentó el libro-disco Mar adentro, publicación de Collage Ediciones, perteneciente al Fondo Cubano de Bienes Culturales, en conjunto con la Egrem, que reúne crónicas de Israel Rojas, textos de canciones y versiones instrumentales de esas mismas piezas a cargo de Yoel Martínez. Se trata de una oferta bajo la coordinación editorial de Gabriel Dávalos —con fotos suyas, de Ángel Alderete e Israel y Yoel—, la producción musical del propio Yoel y la mezcla y masterización de Adolfo Ernesto Martínez; la edición de textos de Silvana Garriga, el diseño interior y composición de Dieiker Bernal y el diseño de cubierta de Raúl Muñoz; la impresión y el acabado confirman la maestría de Selvi Artes Gráficas.
“(…) recientemente, como para no interrumpir su ritmo de una producción cada dos años, presentó el libro-disco Mar adentro (…)”.
Este “objeto cultural” comienza de la mano de Mario Conde, el mítico detective de las novelas de Leonardo Padura —Premio Nacional de Literatura 2012─, protagonista de un “Preludio” en el que Padura lo hace salir a las calles habaneras, no en busca de libros viejos o de malhechores, como es habitual en el personaje, sino de un sentimiento tal vez más difícil de encontrar cuando se pierde, y que uno sospecha que las canciones de Buena Fe ayudarán a recuperar. A primera vista pudiera parecer festinada la elección de Padura y su alter ego, pero la primera crónica de Israel, “Balada para Mario Conde”, que ubica al joven recién graduado de Derecho en pleno Período Especial plantea caminos que debía decidir, nos informa del impacto de Viento de cuaresma y, luego, de toda la producción de Padura, para el futuro integrante de Buena Fe.
Nos espera entonces una sucesión de crónicas que traen testimonios personales y colectivos, entornos y motivaciones de cada pieza seleccionada para el disco, certezas y dudas, éxitos y fracasos, risas y rabias. Rojas muestra una extraordinaria habilidad para trenzar historias, anécdotas, personajes, vivencias y reflexiones, en crónicas que preceden a los textos de cada canción y los contextualizan. Gracias a esta rápida mirada por más de 20 años de labor, Israel nos coloca ante la hermandad que genera el trabajo, los contrastes y las lecciones que impone el oficio, la asimilación de las reacciones de públicos muy diversos para producir nuevas canciones, la compleja pero gratificante fusión de la individualidad creadora con el entramado colectivo, garante de la estabilidad del grupo.
Logrando la aspiración máxima de cualquier escritor, que es mantener al lector atado a sus páginas, Israel puede revelarnos secretos de su método de creación, o su necesidad de echar mano a los soportes más increíbles bajo la urgencia de sujetar una idea, o unas palabras. También por qué en 2010 comenzó una etapa diferente, gracias a un encuentro más profundo con las Américas y consigo mismo en la pieza “Mar adentro”, que más que una canción “rara”, es una exploración cultural. En estas historias, en ocasiones rocambolescas, de poesía y sinceridad, una crónica llama a la otra, y el lector descubre la génesis de algunas canciones o los efectos de ciertas recepciones. Se entera, por ejemplo, de que los primeros versos de la exultante “Alabanza” fueron inspirados por un infarto, o se acerca a los avatares del casting para el video de “Nalgas”, o a la ternura paternal de “Mía”, o a la historia de pasión y desgarramientos que encierra “Sé de un ser”.
Fieles a lo que son crónicas y canciones se adentran en aguas profundas; su autor sabe de peligros y naufragios, pero lo salva una sinceridad que no evade la autocrítica, ni teme bordear “lo cursi”; las vicisitudes son contadas sin rencor, y no hay espacio para el odio; las dramáticas pérdidas se transfiguran en homenajes, las alegrías comunes se defienden tanto en la puerilidad como en el amor más profundo. La memoria es cómplice de la inspiración, la nostalgia convoca a las musas, la melancolía por la distancia y la ausencia se alivia con la felicidad del grupo convertido en familia. Leyendo estas crónicas, a contrapelo de las imágenes que las acompañan, pareciera que Buena Fe no ha dejado nunca de ser joven, y que, sin embargo, desde sus primeros proyectos portaba una rara madurez; quizás por esa razón sus obras han hecho diana en tantos y tantas.
No puedo dejar de llamar la atención sobre el disco que forma parte no menos importante de esta entrega, y que merecerá seguramente la atención de especialistas facultados para su valoración. Como simple diletante, disfruté mucho en este CD de las versiones instrumentales de las canciones recogidas por Israel en sus crónicas, precedidas de la lectura del “Preludio” en voz de Leonardo Padura. La primera pieza, “Mar adentro”, es como un anuncio de lo que encontraremos en el resto del fonograma: una muestra de la diversidad de ritmos, géneros, sonidos y texturas de que se vale Buena Fe para expresarse, de su cercanía a formas y géneros heterogéneos, algún guiño a la World Music, pero siempre bajo la brújula de lo cubano. Prueba de ello es el ámbito filinero y a la vez con reminiscencias del tropicalismo brasileño en “Si la vida pide vía”; la irrupción del jazz con el scat de Camila Daniela Filibert en “Nalgas”, una cercanía también apreciable en “No te salves”, y su hermoso diálogo entre el saxofón de Jorge Castro y el romántico cello de Alicia Fernández; ese “Ojeo”, a base de saxos, donde asoma el ritmo travieso del ragtime, y un cierto sabor hindú con algo de country, en “Alabanza”, que hubiera cautivado a George Harrison.
“(…) La memoria es cómplice de la inspiración, la nostalgia convoca a las musas, la melancolía por la distancia y la ausencia se alivia con la felicidad del grupo convertido en familia (…)”.
El cristalino lirismo y la síntesis de “Mía” recuerdan la Berceuse campesina de Alejandro García Caturla, y al campo, a lo primigenio, al changüí, regresa Israel Rojas como refugio contra maledicencias y miserias en “Pi 3,14”. Por su parte “Pasa o parece” pudiera ser un tributo a esa ductilidad de nuestras músicas de raigambres africanas para fusionarse sin conflictos con variados géneros, mientras la cubanidad de “Catalejo” es subrayada por la introducción contradancística y la trompeta sonera de Alexander Abreu. El desgarramiento por un amor ya imposible presente en “Sé de un ser” encuentra aquí su mejor expresión en el tango —género que comparte pasión por lo melodramático con nuestro bolero—, y en el contraste entre el violín de William Roblejo y el cello de Camila Daniela Filibert; sin embargo, la tristeza por la muerte de una persona amada se refugia en una forma de balada que reivindica lo mejor de este género, que se ha visto empobrecido por lamentables ejemplos.
Leer las crónicas o las canciones mientras se escucha la música puede ser un ejercicio interesante para quienes puedan concentrarse en ambas acciones. Yo preferí leer primero y oír después, y pude darme cuenta de que lo escuchado eran en realidad versiones, y no simples transcripciones de la línea melódica para uno o varios instrumentos, y que estas versiones podían unirse a la lectura por similitudes, pero también por contrastes. En ambos casos afloran el talento para el arte de Israel Rojas y Yoel Martínez, y la sinceridad de los dos para asumirlo, de ahí que no haya temores para embarcarnos mar adentro con timoneles que nos llevarán a puerto seguro, o morirán junto a nosotros, y a sus canciones, en el intento.