Langston y Nicolás, celebración de una amistad
En 1930 nació la amistad que celebramos. Langston Hughes y Nicolás Guillén se conocieron en La Habana y rápidamente identificaron lo mucho que uno y otro tenían que ver, desde los signos externos —color de la piel— hasta las causas comunes que ambos debían promover y defender. Porque de la piel a la condición social se recorre un tránsito que definió en ambos, y en muchos otros, la necesidad de luchar por la igualdad y la justicia, y de reivindicar el legado de los pueblos africanos a nuestras culturas.
Langston llegó a Cuba en un viaje relámpago como marinero a finales de los años 20 del siglo pasado, pero su contacto más fecundo con la Isla aconteció en 1930. Fue entonces que conoció a Nicolás Guillén, tan joven como él, por mediación del notable periodista José Antonio Fernández de Castro y Gustavo Urrutia, quien en el Diario de la Marina poseía un espacio titulado “Ideales de una raza”.
Los poetas intercambiaron versos e ideas en una Habana donde las músicas de las agrupaciones soneras marcaban la pauta del alma de la ciudad no precisamente en los grandes salones sino en los barrios. En la playa de Marianao, frente a Las Fritas, donde se expendía ese bocado tan cubano, ambos disfrutaron sones.
Se ha dicho que Hughes influyó en Guillén al punto que Motivos de son, la reveladora colección que lanzó en grande y con absoluta originalidad a nuestro poeta hacia la órbita lírica de la lengua en 1930, justo en la página dirigida por Urrutia, fue gracias a una oportuna orientación del bardo estadounidense. No es así; los Motivos ya estaban en la cabeza y el tintero de Nicolás cuando conoció a Langston. Este, por supuesto, los celebró con las siguientes palabras: “Qué formidables tus Motivos de son. Los poemas son muy cubanos y muy buenos. Me alegra que tú los hayas escrito y que hayan tenido tanto éxito”.
Poco después, al valorar la obra de Hughes, que ya se tenía como una de las voces principales del Renacimiento de Harlem y contaba con dos excelentes poemarios, The weary blues y Fine clothes to the Jew, Nicolás apuntó: “Detrás de él alienta uno de los espíritus más sinceramente interesados en las cosas de la raza negra y un poeta personalísimo”, a quien seguir por haber logrado reflejar en su poesía, de acuerdo con Guillén, “las manifestaciones puras de la música popular de los Estados Unidos, tan influida por los negros”.
“(…) de la piel a la condición social se recorre un tránsito que definió en ambos, y en muchos otros, la necesidad de luchar por la igualdad y la justicia, y de reivindicar el legado de los pueblos africanos a nuestras culturas”.
Langston y Nicolás volvieron a encontrase en París, Barcelona, Valencia y Madrid en 1937, en defensa de la República Española, víctima del fascismo. Langston tradujo a Nicolás y con gran esfuerzo, contando con la colaboración de Ben Carruthers, consiguió publicar 50 poemas de su amigo en una tirada de 500 ejemplares bajo el título Cuba libre, en Los Ángeles en 1948.
Sabemos que Langston fue víctima del macartismo. Que en los años 50 y los 60, quebrado por el acoso del FBI y el stablishment, se apartó públicamente de su anterior actividad insumisa y beligerante. Mas es imposible borrar sus versos, su militancia antifascista, su activismo antirracista.
Nicolás no lo olvidó. Al morir Hughes, suscribió estas palabras: “(Langston) difícilmente hubiera podido escribir algo como el Ulises o En busca del tiempo perdido, mientras eran asados vivos los negros en el Sur por salvajes de la peor naturaleza”.
Por iniciativa de Andy Shallal, artista y amigo estadounidense, celebramos la amistad entre los poetas con la develación de una tarja en la oficina que ocupó Guillén, como presidente de la Uneac. Nada mejor que el blues y el son hermanados en la ruta de lo que debe ser el entendimiento entre dos pueblos.