Lam en España, España en Lam
En una de sus últimas entrevistas realizadas en La Habana, Wifredo Lam hizo una afirmación rotunda cuando señaló: “Fuera de Cuba, España ha sido la fuente de información más directa. A ambas debo mis logros más significativos”.[1] De esta forma, el artista puso en dudas las aseveraciones de la crítica francesa y anglosajona en su intención de incorporar a Lam como un miembro más al discurso estético de la Escuela de París, no solo en el período en el que estuvo activo en esa ciudad entre 1938-1940, sino que la hacen extensible al resto de su itinerario artístico. Con una visión marcadamente eurocéntrica, excluyen los catorce años que Wifredo Lam vivió y pintó intensamente en España y las distintas etapas en las que transcurre su pintura en la península ibérica. Eso sí, todos los autores reconocen como referencia histórica su participación como miliciano en defensa de la República Española. Pero la visión que existía sobre su pintura da un salto súbito, de los retratos académicos y los paisajes de Cuenca, a una pintura plenamente moderna que reconocemos ya en su etapa parisina, su afortunado encuentro con Picasso y los demás miembros prominentes de la vanguardia de París.
Incluso en la exposición retrospectiva itinerante organizada en 1982 como homenaje al 80 aniversario del nacimiento de Lam y que circuló por las ciudades de Madrid, París y Bruselas, en la selección de las obras se hace evidente la preeminencia de la Escuela de París como el eje central de su producción.
Los años españoles de Wifredo Lam marcan el sólido punto de despegue de un artista que alcanzará con los años una proyección universal.
No es hasta 1992, en la retrospectiva que organiza el Museo Reina Sofía de Madrid, que se rescata una obra desconocida hasta entonces, tanto por el público como por los historiadores del arte, que ya ubica a Lam en el contexto de la pintura moderna en la España de los años treinta. Debemos este descubrimiento a María Luisa Borrás, una talentosa estudiosa de las vanguardias artísticas y comisaria de exposiciones.
Ya en pleno siglo XXI se realiza la monumental exposición itinerante sobre Wifredo Lam, bajo la dirección de Catherine David, que recorrió algunas de las instituciones museísticas más prestigiosas del mundo, como el Centro Pompidou (París), el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid), y la Tate Modern (Londres) y que circuló desde septiembre del 2015 hasta enero del 2017. En esa muestra finalmente se le hace justicia a la obra realizada en España con una sección dedicada a estos años de 1923 a 1938. No obstante, aún habría que compensar el desequilibrio crítico-bibliográfico que todavía pesa en la evolución estética del artista.
Intentaremos presentar en un apretado resumen los momentos claves de la evolución de la pintura de Lam en España. Lo primero a resaltar en los años iniciales del artista en Madrid es el dominio del oficio, gracias a su maestro, el pintor académico Fernando Álvarez Sotomayor, quien a su vez era director del Museo del Prado. Por insistencia de Sotomayor, Lam visita con frecuencia esta relevante pinacoteca, donde pudo apreciar las creaciones de los maestros de la pintura española que inciden en su sensibilidad tal como “Los ajusticiados de la Inquisición” de Pedro Berruguete, “El martirio de San Bartolomé”de José de Ribera, “La sagrada familia” de El Greco, “Las meninas”, de Diego Velázquez, esta última sin dudas la pieza más conocida e icónica de la era barroca. También lo impresionó sensiblemente toda la obra de Goya, en particular “El fusilamiento del 3 de Mayo”, cuya imagen latirá por siempre en su memoria como un símbolo del estoicismo del pueblo español. Como una repentina revelación estudia la pintura del Bosco, en particular “El jardín de las delicias”. En las obras de este artista encontró por primera vez lo onírico en sus delirantes escenas fantásticas, reconocido como antecedente del arte surrealista del siglo XX. El estudio de los clásicos de la pintura en el Prado convierte a Wifredo Lam en un pintor culto aún en plena juventud. Y aún más. Según señala Luis González Barrios “estas preferencias coinciden con las de una parte importante de los jóvenes artistas españoles de su generación. En su desafío vanguardista a una tradición en exceso encorsetada, la nueva generación gravita hacia artistas clásicos (…) cuya vena heterodoxa e imaginativa converge con su deseo de renovación”.[2] Es por tal motivo que el artista señalará posteriormente: “Vivir en España no fue en vano. Aprendí en definitiva que la escuela de pintura española merecía respeto y veneración. Los cuadros de Goya, como ‘El Dos de Mayo’, constituyen un ejemplo para todos los tiempos”.[3] Sus visitas al Museo del Prado resultaron tan trascendentes para su pintura como las que hará años después al Museo del Hombre de París.
“Vivir en España no fue en vano. Aprendí en definitiva que la escuela de pintura española merecía respeto y veneración”.
Al tiempo que asiste a las clases en el taller de Sotomayor, Lam frecuenta por las tardes la Escuela Libre de Paisaje, abierta en el Pasaje de la Alhambra en Madrid. Ahí se reúne con un grupo de jóvenes pintores con inquietudes artísticas que los alejan de las normas académicas. Su paso por la Escuela de la Alhambra influye de manera decisiva en una nueva manera de percibir el paisaje al estilo de la Escuela de Vallecas. Hacia 1926 y 1927, se aprecia en las vistas realizadas en Cuenca una voluntad de síntesis estructural que lo conduce a una concepción casi cezanniana del paisaje.
No obstante, Wifredo Lam logra sus primeras piezas de consideración con el tema del retrato. Entre 1925 y 1927, lleva a cabo en Cuenca, Segovia y León, retratos de campesinos, representaciones de gente humilde, concebidas dentro del rigor del realismo castellano, que se cuentan entre lo más destacado de estos años. Del fondo de estos retratos, emerge el tema social y una orientación política de denuncia hacia la vida rural, expresión de una humildad extrema de la España profunda.
Al margen de los estudios en el Museo del Prado, las inquietudes artísticas de Lam lo conducen a explorar a los artistas españoles contemporáneos que habían obtenido éxitos en los años conocidos como el Cambio de Siglo Español. Uno de los más descollantes es Ignacio Zuloaga, cuyo prestigio mereció que la crítica de París lo denominara “el último gran maestro de la Escuela Española de pintura”.
Precisamente en 1927, Lam pinta el “Retrato de Eulalia Soliño”, que constituye un buen ejemplo de la primera madurez de Lam. Esta bella dama con mantilla se encuentra próxima al estilo de Zuloaga. La mujer situada en primer plano contrasta con las construcciones que se encuentran detrás de ella, estableciéndose manifestaciones tenebristas en la relación fondo-figura.
Lo más sorprendente de su estancia en Cuenca es una pintura de carácter fantástico, decorativa, cercana al estilo del catalán Anglada Camarasa, otro importante maestro español de la época. Estas obras marcan un alejamiento del realismo académico de Sotomayor y del ambiente social asfixiante de Cuenca. Son piezas en las cuales Lam defiende su individualidad y constituyen frutos de un trabajo íntimo, con el cual, al decir de la catedrática española Amparo López Redondo, Wifredo Lam se libera de “los gustos de la clientela existente en Cuenca, muy tradicional y conservadora de los modos estéticos heredados del siglo diecinueve”.[4]
Es importante destacar el contexto en que se desenvuelve la vida artística de Lam en España. En 1925, tiene lugar la I Exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos, considerada “muestra clave para el desarrollo de la vanguardia española”.[5] El arte moderno irrumpe en el panorama cultural de Madrid. Lam deja atrás sus vivencias de Cuenca y se incorpora activamente a los círculos artísticos y literarios de avanzada. Asiste también a numerosas exposiciones de vanguardia, entre las cuales sobresale Pintores españoles en París, realizada en 1929, en la que participaron, entre otros, Juan Gris y Pablo Picasso.
Por esta época Lam lee con avidez los textos revolucionarios del momento, como El Estado y la revolución de Lenin. Lam comienza a moverse ideológicamente hacia la izquierda. El artista afirma sobre su vocación filosófica: “llegué a comprender y abrazar el marxismo, brújula ideológica que me ha guiado desde entonces”.[6] Su posición se encontraba cercana a los discursos españoles progresistas de aquel momento.
“Sus visitas al Museo del Prado resultaron tan trascendentes para su pintura como las que hará años después al Museo del Hombre de París”.
La vanguardia de los artistas españoles a mediados de la década del veinte adopta una actitud activa hacia lo que difunden los surrealistas desde París. Sobresalen de este período Benjamín Palencia y Ángeles Santos, la cual se destaca sobremanera con su cuadro “Un mundo” (1929), obra emblemática en la historia del surrealismo español. De ahí la importancia y trascendencia de la pintura que Lam produce entre 1930 y 1931, al inclinarse hacia una pintura onírica, de clara filiación surrealista. Tal como precisa María Luisa Borrás, se concentra en “una pintura moderna, plana que no sigue ya las reglas de la perspectiva”.[7]
El cambio en la estética de Lam es radical: incursiona a plenitud en el arte moderno. Su “Maternidad” (1930), será un tema recurrente en su pintura y que toca en lo más íntimo su propia biografía. De ese mismo año es “Composición I”, donde se aprecia una plenitud sensual, incluso erótica que irradia la felicidad del creador en aquel momento. Lam está dichosamente casado con una bella extremeña y recién ha tenido su primer hijo. Sin embargo, en “Composición II” (1931), integra aspectos autobiográficos dolorosos a un convulso contexto social. En breve tiempo, Lam había perdido a su esposa e hijo como consecuencia de la tuberculosis. La obra dentro de un espíritu onírico nos trasmite una narración de pesadilla. Es una premonición de los horrores de la guerra civil española.
Por esta época, Lam también siente la ascendencia de Joan Miró, cuyo protagonismo desde París se hace sentir en los jóvenes pintores españoles a través de la circulación de numerosas revistas culturales. En tal dirección están dos bellísimas composiciones de Lam: “Amor y desamor” (1930) y “La playa” (1931). Estas piezas vinculan a Lam con el grupo de los surrealistas de Madrid y París.
Entre 1932 y 1935 Lam trabaja muy poco en medio del estremecido contexto social en que vivía, previo al estallido de la Guerra Civil. No obstante Lam incursiona en la exploración de la estructura compositiva, que lo conduce a una depuración de elementos en aras de una mayor síntesis. En las dos versiones conocidas de “La ventana” se observa una preocupación por la organización interna, dominada por un diseño geométrico de líneas verticales y horizontales. Una de estas versiones es un gouache y la segunda, un óleo. Se hace evidente el interés del pintor en Matisse, Gauguin y Picasso. La primera versión de “La ventana” podemos considerarla un estudio previo muy acabado en la obtención de una obra concluyente ejecutada sobre lienzo que el artista considera como materia definitiva.[8] Por primera vez, se aprecia un método de trabajo basado en una creación progresiva hecha a partir de tanteos y aproximaciones,[9] cuya evolución se apreciará mucho mejor en la producción artística desarrollada en Cuba en los años cuarenta.
El estallido de la guerra civil española en julio de 1936 constituye un acontecimiento turbador para el artista que se moviliza de inmediato en defensa de la República Española. Sus preocupaciones como artista quedan relegadas ante la urgencia del momento. Lam rememora con emoción: “Tenía la impresión de que lo que allí estaba en juego era el destino ideológico de Europa”.[10] Y más adelante medita:
La guerra de España fue, en el sentido humano, una escuela muy grande y lo he reflejado en mi pintura, hecha no sólo de valores estéticos, sino condicionada para tratar de descubrir cómo situarla dentro de un concepto ético de la vida. La pintura se convirtió para mí en un instrumento de combate.[11]
En ese contexto convulso Lam se traslada en julio de 1937 a Barcelona por razones de salud. En esta ciudad retoma de nuevo los pinceles y entra en contacto con círculos artísticos de vanguardia. Son meses de una actividad artística y política frenética. Lam se decide a organizar una exposición personal del conjunto de su obra, lo cual le lleva a trabajar sin descanso, pero la guerra impide su realización.
Este intenso período barcelonés se distingue por su sensualidad. En esas creaciones, se aprecia un acentuado erotismo que emana de parejas enlazadas en retiro amoroso, encontrándose próximas en color y estilo a Gauguin. Los personajes están ubicados en espacios cerrados, decorados a la manera de Matisse, en escenas de un profundo carácter intimista. Sitúa el cuerpo humano en el centro de su esfera personal y artística. El juego erótico se alinea en estos cuadros con el juego formal, mostrando un Wifredo Lam libre ya de inhibiciones y seguro de su quehacer artístico. En esa misma dirección, se encuentran sus dos autorretratos hechos en España, en los cuales se aprecia la presencia a plenitud de Matisse.
1937 es muy importante en las búsquedas de Wifredo Lam dentro del lenguaje de la pintura moderna. Trabaja muchísimo sobre soporte de papel. Por comodidad, a este año se ha atribuido un conjunto de dibujos y pinturas diferentes en estilo y concepto, que pueden ubicarse en el período que comprende desde el inicio de la Guerra Civil, en 1936, hasta su salida de Barcelona hacia París, en 1938. Por esta época, concluye la maduración de sus convicciones ideológicas y artísticas, asumiendo una posición de decidida defensa a favor de la causa de la democracia.
Es en ese momento que Wifredo Lam realiza el cuadro más relevante del período español, y una de las más significativas de su brillante carrera, “La Guerra Civil”, un gouache de más de dos metros por dos metros sobre soporte de papel, en el cual aparece, captada con toda crudeza, la barbarie de la guerra. Lo consigue mediante un entramado de líneas diagonales y horizontales que se enfrentan y causan un fuerte dinamismo estructural, que se expresa en la gestualidad corporal y su disposición en la composición. Tal como Luis González Barrios señala en su excelente ensayo: “Los paralelismos con el célebre cuadro de Goya de ‘Los fusilamientos del 3 de mayo’ son más que evidentes, no tan sólo por la semejanza compositiva sino por la común denuncia a la brutal agresión a civiles en un combate desigual”.[12] En esta pintura de relevantes significados ideológicos, Lam conjuga madurez artística y política, tal como exigían los graves acontecimientos del momento. Fue realizada para el Pabellón Republicano de la Exposición Internacional de París de 1937. Sus ya sedimentados principios éticos adquiridos en la realidad española constituirán un importante antecedente —aplicado a otro contexto geográfico, político, social y cultural—, de “La jungla”, que tal como señala el ensayista Alain Jouffroy constituye “la primera declaración plástica revolucionaria de un Tercer Mundo consciente ya de referir a un común denominador todas las culturas y en anuncio profético del despertar de dicha conciencia a escala mundial”.[13] El valor artístico extraordinario de “La jungla” no hubiera sido posible sin los aportes ideo-estéticos de “La Guerra Civil”, obra de inmenso valor, cuya autenticidad merece el más alto reconocimiento. Siguiendo esta línea del tiempo encontramos esta misma orientación ética y política de izquierda en “El tercer mundo” (1966), donde los principios democráticos de Lam se mantienen vigentes en apoyo entusiasta a la utopía humanista de la Revolución Cubana de los años sesenta.
La conclusión de esta síntesis es que es imposible prescindir del período español en una exposición sobre Lam, ya sea retrospectiva o antológica. Sus años españoles marcan un hito que de ninguna manera puede considerarse una escala transitoria e irrelevante en su extenso itinerario estético. Marcan el sólido punto de despegue de un artista que alcanzará con los años una proyección universal.
Notas:
[1] Antonio Núñez Jiménez. Wifredo Lam. Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, La Habana, 2017, p. 89.
[2] Luis González Barrios. “Wifredo Lam en España (1923-1938): La lenta construcción del ‘caballo de Troya’”. https: escholarship.org/uc/item53h6z206, 2021.
[3] Antonio Núñez Jiménez. Op. Cit., pp.89.
[4] Amparo López Redondo. “El paso de Wifredo Lam por Cuenca”, en Wifredo Lam en Cuenca 1925-1927. Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Cuenca, 1985. Catálogo.
[5] Juan Manuel Bonet. Diccionario de las Vanguardias en España (1907-1936). Alianza Editorial, s.a., Madrid, 1995, p. 231.
[6] Antonio Núñez Jiménez. Ob.cit. p. 96.
[7] María Luisa Borrás. “Lam en España” (1923-1938), en Wifredo Lam. Museo Nacional de Arte Reina Sofía, Madrid. 1992. p. 45.
[8] Existe un boceto en una carta que Lam escribió a la señora Balbina Barrera y a cuyo pie expresa: “así es un cuadro que he ejecutado y que ahora pienso hacerlo en materia definitiva es decir en lienzo”. En: Laurin-Lam, Lou. Wifredo Lam. Catalogue Raisonné of the Painted Work. Volume I 1923-1960. Ėditions Acatos, Lausanne, 1996, p. 42, ilus. 45.
[9] Hacia 1937, Lam pinta una nueva versión de “La ventana” utilizando la técnica del gouache en una composición caracterizada por un mayor abigarramiento de elementos.
[10] Max-Pol Fouchet. Wifredo Lam. P. 103. L
[11] Antonio Núñez Jiménez. Ob. Cit, p. 130.
[12] Luis González Barrios. Ob. Cit., sin paginar.
[13] Citado por Max-Pol Fouchet. Wifredo Lam. Ediciones Polígrafa, S.A., Barcelona, 1989, segunda edición. p. 199.