La última lucha de Lenin
7/7/2017
Este es un libro que es imprescindible leer y tendríamos que tratar de que lo lea la mayor cantidad posible de personas. Es un libro donde uno se da cuenta de cómo transcurre un momento muy dramático de la historia soviética y de la vida personal de Lenin. Tengan en cuenta que el hombre se está muriendo, y es mejor decirlo así, con toda crudeza, para comprender el esfuerzo que significó para él realizar este trabajo. La mayoría de estos textos son dictados de un hombre que sabe que su fin está próximo, que está angustiado por problemas que ve a su alrededor, por peligros que presiente, y que en esa condición está tratando de dejar un legado, no por una razón de vanidad, ni porque le importe la trascendencia, sino por lo útil que ese legado pueda ser. Y al hacerlo vuelve varias veces sobre sus pasos en cuestiones incluso que él mismo había explicado de otra manera o que el partido había formulado de otra manera.
Se empieza a hacer nuevamente preguntas fundamentales sobre la revolución y el socialismo. Hay que recordar que varios de los textos de este libro no se conocieron en su momento. Es algo que hay que tener en cuenta al leerlo. Son muy útiles, por lo tanto, las anotaciones que se hacen para conocer el origen y el destino de esos textos. Algunos incluso no solo no se conocieron, sino que fueron manipulados y otros ‒se explica en el propio libro‒, llegaron hasta a ser considerados textos apócrifos.
Hubo momentos en que algunos de estos materiales se valoraron como inexistentes, falsos. Creo que eso también es importante, porque se trata de algo que llegó instalarse en la conciencia de los comunistas, siempre en dependencia de la orientación de cada cual o de su filiación a grupos o partidos. Lo que se instalaba muchas veces en la conciencia de los comunistas sobre este período y la interpretación de los acontecimientos políticos que inevitablemente el libro narra, muchas veces no era lo que realmente había sucedido. Eso es algo que hay que tener en cuenta también para comprender el escenario base.
Por lo tanto, pretenderé apenas dar una versión de cuáles creo que son los asuntos capitales que aquí están en discusión y que fueron muy importantes para esa época. Porque las cuestiones que los bolcheviques, la Internacional y en general los partidos comunistas discutieron entre 1921 y 1930, eran de mucha trascendencia. Algunas incluso se estuvieron discutiendo después, pero en otro tipo de escenario. Ya era muy difícil, por ejemplo, discutirlas al interior del partido bolchevique.
En general se discutieron al interior del partido bolchevique y prácticamente en todos los partidos y en el seno de la tercera internacional, durante los nueve años que median entre 1921, terminada la guerra civil, y 1930, cuando cae la llamada Oposición de Derecha. Eran cuestiones —y voy a recordar a Deutscher, por su exactitud al respecto—, que tenían que ver con el destino de 600 millones de personas de Europa y Asia. Uno se da cuenta de que si un grupo de políticos, de intelectuales, de pensadores, están dirimiendo cuestiones trascendentales que tienen que ver con esa cantidad de personas, evidentemente se trataba de cuestiones muy importantes y que hay que conocer.
Lenin regresa a algo que él está estudiando desde sus años mozos, que es aquel extraño consenso que se crea en los partidos de la Segunda Internacional y en la propia dirección de la Organización, acerca de que era inevitable un tránsito por el capitalismo más desarrollado y por las expresiones llamadas democráticas que contenía en sí ese momento de la formación capitalista. En varios momentos del libro Lenin regresa a esa especie de extraño consenso, y digo extraño porque no era así como pensaba Marx. Si recordamos los textos de Marx sobre España e Irlanda, por ejemplo, Marx no excluía los posibles derroteros del desarrollo de la revolución —y ahí está la clave— en esos países, aunque los diferenciaba de lo que pensaba sobre los otros países de Europa. En realidad, lo que pasó en la Segunda Internacional es que se le agotó la perspectiva revolucionaria. Por eso se fijaba esa especie de obligatoriedad de transitar por el capitalismo de esa manera, que se rompe precisamente con la prédica de la revolución rusa y del partido bolchevique. Hay que recordar también que hasta los propios bolcheviques, en determinados momentos —recordemos aquel texto importante de “El desarrollo del capitalismo en Rusia”, del propio Lenin, los textos de Marx, los textos de Plejánov—, opinaron igual que la mayoría de la Segunda Internacional, hasta que la revolución, el movimiento revolucionario en sí mismo, introduce un correctivo importante a esa manera de razonar.
Los bolcheviques, como se sabe, y la facción de Trotsky, el tipo de pensamiento que después defendió León Trotsky, comienzan a razonar de otra manera, porque no es lo mismo razonar en términos abstractos que razonar en la ola de una revolución. Comienzan a razonar que es posible tomar el poder y que se debe tomar el poder aun si no se ha producido el desarrollo del capitalismo en su manera más clásica, más convencional, concebida por la Segunda Internacional como obligatoria para todos los países.
Aquí aparece otra idea esencial para entender a Lenin, aquella de que a veces los partidos tienen que responder a las soluciones de crisis políticas concretas más que a soluciones teóricas abstractas. Lo que se produce en Rusia en 1905 y 1917 son crisis políticas específicas que solo se pueden resolver con una acción política revolucionaria, que es lo que sucede precisamente en 1917. Recuérdese aquel pasaje en que el líder menchevique F. Dan dice en el I Congreso de los soviets que en Rusia no hay una fuerza política, ningún partido, capaz de resolver la crisis nacional. Y Lenin, que está sentado en uno de los últimos bancos, le grita: ¡ese partido existe! Y aquella discusión no se refería siquiera a las perspectivas abstractas de la revolución, sino precisamente a cómo resolver una determinada crisis nacional.
En el caso de la revolución de 1917, esa crisis también está relacionada con una crisis mundial, con una guerra. El consenso que se establece por las fuerzas más radicales, más consecuentes, más revolucionarias —las que se reunieron en Zimmerwald y Kienthal, que es el embrión de la Tercera Internacional—, es que había que salir de la guerra con una solución revolucionaria y que esa solución era, sobre todo, una solución revolucionaria internacional. O sea, la Primera Guerra Mundial y la idea de los grupos minoritarios todavía al principio de la izquierda comunista (bolcheviques y de otros países, el Espartaco de Alemania y otros grupos), de que se podía salir de la crisis, de la guerra, con una solución revolucionaria, está indisolublemente ligada a la idea de la revolución socialista mundial.
Cuando Lenin llega a Petrogrado el 3 de abril, se monta en aquella máquina militar que lo va a esperar a la estación de Finlandia. Lenin se para arriba y le da un Viva a la revolución socialista mundial. Cuando habla por primera vez en el Soviet triunfante el 8 de noviembre —y por eso es muy importante leer todos los matices cambiantes de su pensamiento, que en este libro se recogen muy bien—, regresa a la fórmula que él había planteado en 1905 y que Trotsky había discutido; que es la idea de un gobierno, de una dictadura colegiada de los obreros y los campesinos. Trotsky le decía en 1905 que tenía que ser un gobierno obrero que prosiguiera la revolución mundial. Lenin dice en el Soviet el 8 de noviembre por la noche: la revolución obrera y campesina de la que tanto tiempo han hablado los bolcheviques se ha consumado. Estoy tratando de traducir con la mayor precisión porque el verbo que utiliza exactamente es se ha consumado la revolución obrero y campesina.
Después, precisamente en el periodo de la guerra civil, se produce entonces otro movimiento hacia el planteamiento de la revolución mundial. Es como si él regresara todo el tiempo a la idea de que los rusos podían empezar por sí mismos, justo porque fue la guerra civil lo que le fue impulsando, otra vez, al planteamiento de la revolución mundial. Hay una tensión constante, y eso en este libro se ve muy bien, entre la idea de qué se puede hacer por nosotros mismos, o sea, por los revolucionarios rusos, y qué tenemos que hacer obligatoriamente entre todos. Esta idea después se convertirá, lamentablemente, en el famoso debate escolástico entre la revolución mundial y el socialismo en un solo país. En otras palabras, este libro sirve también para comprobar cuánta calidad pierde el debate entre el momento en que Lenin lo está esbozando y el momento en que se enfrentan en el partido esas tendencias con esos membretes.
Lenin incluso llega a decir a sus adversarios, ya en franca minoría en el Comité Central y discutiendo la paz de Brest-Litovsk, a principios de 1918: “Alemania resolverá el problema”, como efectivamente sucedió en noviembre de 1918. O sea, Lenin da por sentado que la revolución mundial barrerá, entre otras cosas, con el acuerdo oneroso de paz que tuvieron que firmar. Sin embargo, no es eso lo que sucede, apenas un lustro después.
Los bolcheviques, a principios de la década del 20, se dan cuenta de que no se ha producido esa avalancha de una transformación, esa “revolución mundial”, por lo menos a escala europea, que ellos habían previsto. Ahí viene, digamos, la cuestión a mi juicio central de este libro. Lenin lo dice muy claramente en el libro y es cierto. Con un consenso que pocas veces la dirección bolchevique tuvo, o sea, con una unanimidad que era rara en la dirección bolchevique en aquellos primeros años, Lenin plantea en 1921 la Nueva Política Económica, y el curso hacia la Nueva Política Económica se convierte en el curso principal del partido. El Partido recupera, después del igualitarismo imprescindible para ganar la guerra civil, la orientación al mercado, la pequeña propiedad privada y en general, las relaciones monetario-mercantiles. En el libro, Lenin lo plantea como un curso para dos décadas o para varios años. Él usa indistintamente una fórmula o la otra.
Una de las cuestiones en la que más quisiera llamar la atención en torno a este tema, es que como parte de la tensión intelectual con la que estos trabajos están realizados, producidos, está la cuestión que tiene que ver con la Nueva Política Económica entendida como retroceso, como repliegue, (Lenin usa la palabra rusa otstuplenie), y la idea de dónde y cómo detener la retirada.
En una última lectura de los textos estuve tratando de darme cuenta de qué quería decir Lenin exactamente con detener el repliegue, reagrupar las fuerzas y marchar hacia delante. Y les decía que les doy, por supuesto, una versión de lo que está aquí, la interpretación que uno hace de textos tan complejos. Mi impresión es que él concentraba ese “repliegue”, en el momento en que está trabajando estos temas, y la posterior ofensiva, si de la economía se trata, en el campo de la competencia al interior del sistema, al interior del país, entre la industria nacional que había que crear —y su capacidad de producir y de exportar— y la pequeña y mediana industria, agricultura, comercio, a los cuales Lenin no les establece un límite —en mi opinión— todavía en estos textos.
Quizás eso permita explicar, y por supuesto no me detendré porque solo lo menciono, aquella rápida inversión que se produce en Bujarin, del comunista de izquierda de 1918, al oposicionista de derecha, o al llamado oposicionista de derecha de 1927-28, o sea, el hombre que se da cuenta de que no se produce la revolución mundial, de que “nos hemos quedado solos”. Entonces Bujarin desarrolla estas tendencias del desarrollo del comercio, de la agricultura privada, a un extremo que va mucho más allá de lo que Lenin había planteado en estos textos.
En torno a esa idea central de una competencia económica al interior del país entre los dos sistemas y de que pudiera a largo plazo vencer el sector socialista, aparecen entonces, a mi juicio, el resto de los asuntos que aquí se plantean, que voy a intentar resumir de manera muy rápida.
Uno tiene que ver con la democratización del Estado, la democratización de los poderes públicos. Trotsky en el año 1924 lo llama la lucha contra la burocratización. En el estenograma del 13 congreso del partido, que leí hace algunos años, el subtítulo que remite al pasaje de Trotsky se llama “El peligro de la burocratización del estado”. Hay una constante llamada de Lenin a luchar contra esa burocratización, contra ese exceso del aparato estatal, contra el hecho de que en el aparato estatal había muchas huellas del aparato zarista. Lenin incluso hace una excepción con el comisariado del pueblo (ministerio) de relaciones exteriores, les va a llamar mucho la atención ese pasaje.
A esa idea de la democratización del Estado está muy asociada la idea de elevar el control popular. Lenin plantea reorganizar el comisariado de inspección obrera campesina, que es el comisariado que dirigía Stalin, no lo olvidemos, y que era un comisariado que fue creado —comisariado fue el nombre que les dieron ellos a los ministerios— para enfrentar la burocracia, para elevar el control, pero que se había burocratizado él mismo. Lenin da entonces el paso radical de plantear su fusión con la comisión de control del partido y, sobre todo, completarlos con militantes y obreros de filas. Esa es la idea.
Asoció también a estos temas, que tienen que ver con la democratización y con el Estado, la defensa del monopolio del comercio exterior y la lucha contra la versión burocrática de la constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Lenin había estado de acuerdo con fundar la URSS y en contra del plan original, del llamado plan de autonomización. Es un detalle importante a tener en cuenta, el hecho de que aquel plan consistía en que los ministerios, los comisariados rusos absorbían a los de las repúblicas. Hay más puntos, son siete temas los que él le critica a Stalin. Está muy clara la manera en que lo enfoca, pero en un primer momento todavía dando su visto bueno a la fundación de la URSS.
Sin embargo, después él se da cuenta de la gravedad del problema. Imagínense otra vez a un hombre enfermo, es un hombre al que incluso, tras reunirse con otros dos miembros del buró político, se le prohíbe el contacto con el exterior. Trotsky cuenta en Mi vida que él sentía que el buró político se alineaba contra él. Creo que el buró político, por lo menos en cierta medida, y este libro lo prueba bien, empezó a alinearse incluso contra Lenin al menos en parte de los temas. Hay un consenso ahí entre Stalin, Bujarin y Kámenev para prohibirle a Lenin relacionarse con el exterior.
Aun en ese escenario este hombre se da cuenta de que, aunque se haya cambiado el plan de autonomización, el problema persiste —ciertamente el que lea el libro con cuidado verá que Stalin cambió el 70 por ciento y aproximadamente dejó el 30 por ciento en pie. El pensamiento chovinista condujo incluso a la aplicación de la violencia física contra militantes comunistas. Lenin, en unas notas que dicta precisamente en el mismo momento en que se está constituyendo la Unión Soviética —el 30 de diciembre de 1922—, dice: volvamos atrás, y nadie le hace caso. O por lo menos no le hicieron caso en ese momento.
Esta idea de democratizar el sistema desde bases socialistas, de procurar una mayor presencia obrera en la dirección y el control, está también asociada a la preservación del Estado, a la necesidad del Estado, al mantenimiento del poder estatal. No es un anarquista que está dando luz verde a cualquier expresión popular antiestatal. Él sabe que el Estado es necesario. Lo prueba perfectamente el debate sobre el monopolio del comercio exterior.
El último gran tema es el de la cultura. La idea de que usted va a competir en el terreno económico con el capitalismo propio hasta que lo derrote en el terreno económico, preservando el poder del Estado, elevando el poder popular, el control popular, avanzando hacia la socialización mediante la cooperación, mediante la persuasión al campesino, —ya sabemos lo que pasó después—, y que para eso es necesario producir una auténtica revolución cultural, que solo produciendo el cambio cultural se podrá cumplir esa misión.
Siempre aparece esa tensión. ¿Hasta dónde podemos llegar por nosotros mismos? ¿Hasta qué punto podremos resistir? Lo dice en uno de los últimos textos, “Mejor poco, pero bueno”, y ¿hasta dónde nosotros podremos resistir?, hasta que se produzca la revolución mundial. Revolución mundial que ya no es la revolución europea.
Ese es otro de los grandes aciertos de Lenin, y de los compiladores del libro, porque lo dejan muy claro. O sea, es la revolución del primer Estado socialista y de los pueblos del Oriente. En otra parte he dicho que tengo la impresión de que Lenin no conoció muy bien nuestro hemisferio y por eso él cuando dice Oriente está pensando en todo el “tercer mundo” de aquella zona. O sea, la idea que después iremos viendo en el ejemplo de la Revolución cubana y en otros, de que tendrá que producirse esa alianza obrero campesina en el primer Estado socialista, esa alianza que hay que preservar. Y esa alianza se unirá a los grandes torrentes emancipadores anticolonialistas de los pueblos del llamado Tercer Mundo, o sea, a la “revolución del Tercer Mundo”, llamémosle así.
Es por eso que el cuidado con el chovinismo adquiere mayor importancia, porque el líder bolchevique se da cuenta de que sus próximos aliados potenciales serán los que inclinen la balanza. Él dice: “La balanza se inclinará a favor de nosotros porque en última instancia Rusia, China y la India son la mayoría de la población”. Rusia, China y la India son la mayoría de la población del planeta. Esa tensión entre lo que nacionalmente se podía hacer en los marcos de la unión, y lo que se podía hacer internacionalmente —es algo, a mi juicio, que no se resuelve y que quizás tendrían que haber seguido y podían seguir discutiendo los bolcheviques durante mucho más tiempo— también acompaña a todo el libro.
Además, y con esto termino, aunque ya lo mencioné un poco, se empieza a ver claramente cómo las rencillas personales, los problemas que Lenin prevé en su Carta al Congreso, los problemas entre los principales líderes del partido, podían conducir a una escisión.