Plena en capítulos de interés está la vida de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Y como cualquier intento por reseñar su existencia pecaría de omisiones y otras “deslealtades con la memoria”, hemos preferido evocarla en este aniversario 150 de su muerte, el 1ro de febrero de 1873, con algunos apuntes sobre su vida íntima que nos desvelan la clase de carácter que tuvo nuestra compatriota, lo cual nos la hace todavía más atractiva.

Dentro de la apasionada vida sentimental de nuestra Tula, es Ignacio Cepeda su gran amor. Su gran amor y su gran dolor, porque el amor de él no se equipara al de ella, y Gertrudis sufre. Tula idealiza a Cepeda, lo sacraliza y coloca en un pedestal que el lector por sí mismo podrá juzgar si era merecido o inmerecido. Le escribe: “Tú no eres un hombre, no, a mis ojos. Eres el Ángel de mi destino (…) te juro que mortal ninguno ha tenido la influencia que tú sobre mi corazón”.

“Plena en capítulos de interés está la vida de Gertrudis Gómez de Avellaneda”.

Pero vayamos antes, a la génesis. En 1836 —tiene Tula 22 años— la familia se traslada a España, para establecerse en La Coruña y, por último, tras una visita a Sevilla, ella decide allí quedarse. Sus textos de entonces se publican con el seudónimo La Peregrina. Estrena Leoncia en 1840, un drama esencialmente romántico que marca su iniciación en el teatro y el público aplaude, aunque ella después no lo incluya en su edición de Obras literarias. También conoce a Ignacio Cepeda. Tula recrea sus amores con Ignacio en su autobiografía y las cartas que después de morir Cepeda, ya nonagenario, su viuda publica en 1907.

Una gran desilusión se apodera de Tula, y también la desesperación por un amor que la desgarra y torna vulnerable:

¡Ay! ¡yo comprendo tu penar insano!,
porque mi suerte cual tu suerte fiera
aquí en mi seno con airada mano
fecundo germen de dolor vertiera.

La vida sentimental de la Avellaneda no se apagó con la frustración dejada por la relación con Cepeda: “Te declaro que nada tienes que ver conmigo en lo sucesivo, ni como mero conocido; porque yo todo lo renuncio hoy; tu amor y tu amistad y tu recuerdo”. Sin embargo, a continuación, asegura: “Te quiero pues todavía, todavía creo, a pesar de todo, en tu amistad”.

Amor ciertamente difícil el de nuestra Tula con el “villano” Ignacio, hombre culto y de muchas lecturas, con quien sostiene intercambio de cartas, ya en plano amistoso, por varios años. Por último, ella se traslada a Madrid y vive otro amor con el poeta Gabriel García Tassara, algunos años menor que ella, con quien tuvo una hija nacida en abril de 1845, fallecida siete meses después.

En mayo de 1846 Tula se casó con Pedro Sabater, gobernador civil de Madrid, enamorado intensamente de ella. Él murió seis meses después; entonces ella se recluye en el convento de Nuestra Señora de Loreto de Burdeos.

Pero vuelve a Madrid y escribe, lo hace abundantemente, estrena obras dramáticas y su renombre se acrecienta, aunque su espíritu rebelde también se patentiza, al igual que sus concepciones feministas. Realiza otro matrimonio, este en 1855, con el coronel Domingo Verdugo, diputado a Cortes; en 1859 la pareja se traslada a Cuba, donde Verdugo muere cuatro años después de fiebres palúdicas, por lo que enviuda por segunda vez. Ninguno de estos amores deja en la Avellaneda huella tan abierta como el de Cepeda.

“Dentro de la apasionada vida sentimental de nuestra Tula, es Ignacio Cepeda su gran amor”.

Afortunadamente el talento de Tula no se perturbó entre tantos desengaños y muertes de seres queridos. La poesía, el drama, la literatura se mantuvieron fieles al dictado de su palabra. También fiel se mantuvo su condición de cubana, su admiración por la isla natal, por la patria, en quien, como ella, tuvo los cenáculos literarios de la península a sus pies.

De regreso a la tierra natal continúa sus trabajos literarios. En Cuba dirigió en 1860 la revista Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello, que contiene sus textos más discutidos sobre la mujer. El 27 de enero de aquel año recibió un homenaje en el Teatro Tacón de La Habana donde Luisa Pérez de Zambrana le coloca una corona de laurel, tributo a su condición de escritora ilustre.

“Es ella la gran figura femenina de las letras del siglo XIX cubano”.

El amor está presente en buena parte de la obra poética de Gertrudis Gómez de Avellaneda; sea de manera directa o indirecta hace referencia al tema desde su experiencia personal. En “Amor y orgullo”, se perciben el aliento autobiográfico y la pasión apenas reprimida:

Cobarde corazón, que el nudo estrecho
gimiendo sufres, dime: ¿qué se ha hecho
               tu presunción altiva?
¿Qué mágico poder, en tal bajeza
trocando ya tu indómita fiereza,
               de libertad te priva?

Gustó tanto de escribir que redactó prólogos, colaboró en la prensa abundantemente, dejó un ardiente epistolario, tradujo del francés y del inglés. Es ella la gran figura femenina de las letras del siglo XIX cubano.

Numerosos libros se han dedicado a resaltar su obra literaria, relatar pasajes de su vida, a indagar en los amores y sinsabores de una personalidad fuerte.

¡Adiós, patria feliz, edén querido!
¡Doquier que el hado en su furor me impela,
tu dulce nombre halagará mi oído!

Tula, inabarcable en la magnitud de su obra, amó con la pasión de quienes ponen el corazón por delante en cada empresa. Así, orgullosa, desafiante, desbordada de talento, la compartimos con nuestros lectores.

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