El año 2022 marcó el cincuenta aniversario del surgimiento de la Nueva Trova (1972-2022), movimiento o variante genérica que —dentro de la trova— ha constituido la banda sonora de la ideología de la Revolución cubana.
Un poco más de una década transcurría luego del triunfo revolucionario cuando en el país comienzan a ocurrir una serie de cambios y transformaciones en todos los órdenes, la cultura no estuvo exenta de ello y mucho menos la creación musical. Surge para ese entonces La Escuela Nacional de Arte (ENA), El Teatro Musical de La Habana y La Orquesta Cubana de Música Moderna con un Todos Estrellas. A ello se suma el Encuentro de la Canción Protesta en 1967, del cual se derivaría el Movimiento de la Nueva Trova con el Grupo de Experimentación Sonora del Icaic, del cual formó parte, entre otros, Sara González. De esta etapa de su vida la propia Sara expresó:
La estancia en el Grupo me enseñó a trabajar en colectivo. Además, Leo nos enseñó, dilucidando problemas conceptuales y llevándonos a enfrentar la creación a partir de un criterio definido. En las clases analizábamos desde lo más popular hasta lo más complicado. Y no había convencionalismos. Leo llegaba y nos resumía los aspectos básicos de la armonía en diez minutos. En verdad, esa etapa de aprendizaje constituyó casi un privilegio como artista, porque no coinciden siempre el apoyo de una institución, un maestro semejante y compañeros como aquellos (…).[1]
Es también la época de auge de la trovadora Teresita Fernández en el club Cóctel, donde asiduamente invitaba al trovador Silvio Rodríguez, que se convertiría en un clásico de la canción y de otros como Pablo Milanés, Vicente Feliú y Augusto Blanca que se iban imponiendo en el panorama musical cubano.
En todo el país, poco a poco, fueron abriéndose camino otros trovadores que necesitaban de esa manera diferente, abierta y musical para contar y cantar desde lo más hondo, ya sea sobre las verdades de su Cuba o sobre un amor que solía acudir al desvelo cotidiano.
“En todo el país, poco a poco, fueron abriéndose camino otros trovadores que necesitaban de esa manera diferente, abierta y musical para contar y cantar desde lo más hondo (…)”.
En el caso de Cienfuegos el abanderado fue Lázaro García con piezas como: “Al sur de mi mochila”, “Carta de provincia”, “Dardos de miel”, “Hay que saber que la vida sigue”, “Hoy logré tenerte”, “La emboscada” y “Cuentos”. Sobre su entrada en el Movimiento de la Nueva Trova, recuerda en entrevista realizada en el 2020:
En el 72, se funda la nueva trova, yo no participo en la fundación pero ya se sabía de mí. Al año siguiente en el 73 me invitan al Festival de la Nueva Trova, en Manzanillo y conozco a Silvio, a Pablo a Augusto. Aparecieron Pedro Novo, Lupe Álvarez, Francisco Villalvilla y así me fui metiendo, confluían mucho los intereses estéticos, con gran dosis ideológica. Para próximos encuentros ya comencé a componer, yo tenía “Carretón”, que fue una de mis primeras composiciones. Al poco tiempo convertí a Los Jaguares, en acompañantes de los trovadores. Teníamos la Jornada de la Canción Política, empecé a viajar y a confrontar con artistas de otros países: México, Argentina, España.[2]
En su obra se destaca una particular vertiente lírica con una estructura que resalta su sentido cromático, que podemos considerar como el elemento de estilo más significativo dentro del género, utilizado siempre en función de la expresividad del texto.
Estas características comunes en la obra de esta generación de trovadores tendrían sus orígenes. Un buen y elaborado gusto forma parte de la sensibilidad musical del cubano desde el siglo XIX. José Fornaris y Luque,[3] uno de los hombres de mayor incidencia en las creaciones literarias de la época,a petición de Francisco del Castillo, compone, junto a Carlos Manuel de Céspedes, la canción “La Bayamesa”, pieza antológica del cancionero trovadoresco cubano. Cargada de emoción y romanticismo fue una de las canciones más versionadas durante la guerra de 1868. Para ese entonces existían dos “Bayamesas”, que expresaban la madurez de la música cubana: una en tono heroico —devenida en himno nacional—, la otra en suave y dulce romanticismo. Por lo que, tanto el patriotismo como el amor, formaron parte del imaginario, del ambiente musical de la época.
“La Bayamesa”
Por: José Fornaris y Carlos Manuel de Céspedes
¿No recuerdas, gentil bayamesa,
Que tú fuiste mi sol refulgente,
Y risueño en tu lánguida frente
Blando beso imprimí con ardor?
¿No recuerdas que en un tiempo dichoso
Me extasié con tu pura belleza,
Y en tu seno doblé mi cabeza
Moribundo de dicha y amor?
Ven, y asoma á tu reja sonriendo;
Ven, y escucha amorosa mi canto;
Ven no duermas, acude á mi llanto;
Pon alivio a mi duro dolor.
Recordando las glorias pasadas
Disipemos, mi bien, la tristeza;
Y doblemos los dos la cabeza
Moribundos de dicha y amor.
Los versos de Fornaris alcanzaron notoriedad y muchos de ellos fueron musicalizados. Retrataron las circunstancias del momento, suavizando el caldeado ambiente existente, apuntaba por sobre todas las cosas, el derecho de Cuba a ser libre y soberana. Se consideraba portavoz de los sentimientos patrióticos de los criollos. Algunos de sus poemas llevaron como título: “Adoración”, “Mi Patria”, “Al General cubano Francisco Vicente Aguilera al dejar Paris”, “Las Cubanas” y “Mi vuelta a Cuba”.
Caracteriza a la época la evolución, surgimiento y recreaciones de estilos musicales diferentes conformadores de lo cubano. Al poco tiempo debuta José (Pepe) Sánchez,[4] padre de la trova tradicional cubana y creador del bolero latinoamericano. Su pieza “Tristeza” comprende estructuralmente dos períodos musicales de 16 compases cada uno, separados por un pasaje instrumental que se ejecutaba melódicamente con la guitarra, al que le llamaban pasacalle.
De estirpe de patriota, Pepe fue amigo de muchos mambises y del General Guillermón Moncada. Su cubanía se manifestaba en sus letras y en determinada cadencia que, al tomar fuerza, le otorgaron a nuestro cancionero su identidad nacional, estampado en muchas de sus obras como: “Cuba, mi patria querida” y el “Himno a Maceo”.
Se destaca también Manuel Corona, de padre mambí, fue uno de los conocidos como los cuatro grandes de la canción trovadoresca cubana. De 1890 data su bolero “Doble inconsciencia”. Además compone la popularísima “Longina”; con su estribillo: “Longina seductora, cual flor primaveral...” hacía alusión a las características distintivas de la mujer cubana, le cantaba al amor, a la guitarra, al desengaño. Se le considera el autor que más contestaciones musicales hizo a sus contemporáneos: A “Gela hermosa”, de Rosendo Ruiz, respondió Corona con “Gela amada”; a “Timidez”, de Patricio Ballagas, contestó con “Animada”; a “Rayos de oro”, de Sindo Garay, replicó con “Rayos de plata”; a Jaime Prats, autor de “Ausencia”, él contrapuso “Ausencia sin olvido”; a “Ella y yo” (conocida por “El sendero”), de Oscar Hernández, respondió con “Tú y yo”.[5]
El catálogo de Corona se nutre además con números como: “Adriana”, “Graciella”, “Confesión a mi guitarra”, “Una mirada”, “Las flores del Edén”, entre otras. Las canciones suyas, son continuadoras de una obra que enriqueció el patrimonio nacional. Fue el trovador de la canción que más le inspiraron las mujeres con un total de 80. Fue autor de “La tarde”, “Perla marina” y “Mujer bayamesa”. Fue puente entre la etapa final de las guerras de independencia y la primera república.
Manuel Corona fue el trovador de la canción que más le inspiraron las mujeres con un total de 80.
En la cuerda de este movimiento musical trovadoresco se destacaron Ramón Ivonet,[6] que había integrado el Estado Mayor del General Antonio Maceo, y Alberto Villalón Morales.[7] La primera canción que compuso Villalón, con sólo catorce años, la tituló “Los mambises”; ello es expresión de por qué el arte, y en particular la música, ha reflejado el sentir de un pueblo, sus problemas, contradicciones, añoranzas. Esta canción constituye ejemplo del momento patriótico que vivía Cuba. Alberto también les dedicó sus obras a figuras de la historia cubana y a próceres de las guerras de independencia, algunas de ellas fueron: “Maceo”, “La palma”, “Bolero a Martí” y “La palma herida”.
Si bien en estos primeros trovadores es evidente la génesis del género, fue también el detonante para que jamás pudiera morir en un país como Cuba, la canción para y por la patria amada. Se han sucedido diversas generaciones, diferentes etapas de la historia cubana y, como consecuencia, se modifica en el tiempo y en el ambiente, la que entonces sería la Nueva Trova.
Cuba ha celebrado el cincuenta aniversario de este movimiento a través de una intensa jornada que partió de la Declaratoria de la Trova Cubana como patrimonio de la nación y, a partir de ello, se ha rendido tributo en cada una de las provincias a todos los que día a día, honran desde su música este género.
Estas canciones, le han ofrecido al pueblo la inmensa felicidad de que cada trovador pueda llevarse de vez en vez la ciudad de paseo por donde quiera que van, a merced de su voz y su guitarra.
La Nueva Trova promete mucho más que cincuenta años, ella sobrevivirá mientras existan músicos y compositores con la sensibilidad necesaria para reflejar lo más auténtico del alma de la nación cubana.
Notas:
[1] Colectivo de autores: Sara González. Con apuros y paciencia. Ediciones Unión, 2017, La Habana, Cuba.
[2] Alegna Jacomino Ruiz: Entrevista al músico cienfueguero Lázaro García, 2 de diciembre de 2020.
[3] José Fornaris y Luque (Bayamo, 18 de marzo de 1827-19 de septiembre de 1890). Participó en la conspiración de 1851, junto a Carlos Manuel de Céspedes. Ganó con justeza el título de primer siboneyista de Cuba, que devino en movimiento literario.
[4] José (Pepe) Sánchez (Santiago de Cuba el 19 de marzo de 1856-3 de enero de 1918). Uno de los mejores exponentes de la trova cubana.
[5] Leonardo Depestre Catony y Luis Úbeda Garrido: Personalidades Cubanas. Siglo XX, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2002.
[6] Ramón Ivonet (Santiago de Cuba, 1877-Tumba de Estorino, 27 de noviembre de 1896). Guitarrista.
[7] Alberto Villalón Morales (Santiago de Cuba, 7 de junio de 1882-La Habana, 16 de julio de 1955).