La sorpresa mayor estaba en el final
Cuando se configuraban los primeros rasgos, incluso los últimos, yo estaba totalmente ajeno. Aunque no era mi ambiente habitual me sentía a gusto, era una oportunidad de ser testigo de algo valioso, enriquecedor. Miraba y veía muchos rostros familiares, pero no siempre podía asociarlos a un nombre y una historia; pero sabía que detrás de ellos, había mucha historia. Me molestaba no siempre saberla. Espero que a un hombre de overol y talleres, que es lo que soy yo, se le pueda perdonar eso, al menos una parte.
Días antes había tenido una experiencia similar con algunos de ellos, los de La Habana. Y allí sí tuve que hablar y mucho. Yo, que elegí estudiar motores de combustión y ya hasta muchos son eléctricos, verme rodeado de esa manera, pues asusta. Más cuando detrás de cada rostro también puede haber una experiencia complicada con el transporte, que es mi mundo, y del que lamentablemente no hemos podido dar las buenas noticias que todos queremos, por ahora.
“Miraba y veía muchos rostros familiares, pero no siempre podía asociarlos a un nombre y una historia; pero sabía que detrás de ellos, había mucha historia”.
Pero mientras todo eso pasaba y yo seguía escuchando a cada uno, iba sintiendo a la vez un orgullo limpio por aquella gente, por sus motivaciones, por la manera de ser y de asumirlo. No solo por la forma en que se expresaban, sino por lo que había detrás de cada palabra, la esencia.
Los iba viendo muy grandes. Y para ser justo, en otra dimensión tengo la suerte de convivir con conductas impresionantes en mi cotidianidad. Menos conocidas, pero también muy grandes. Las encuentro en una estación del ferrocarril, en un taller, en cualquier lugar de esta geografía donde se batalla todos los días en nuestro sector.
Todo llega a su fin. Terminaba aquello y nada del transporte había salido a colación, con la excepción de algún que otro justo comentario. Entregué en un pasillo mi tarjeta a quien lo hizo y el pedido de que me llamara para ayudar en facilitar apoyos en la próxima ocasión. Vino alguien muy querida en Cuba y me expresó cariño. Me impresionó, recuerden que lo nuestro son los motores.
Y ya me iba y en eso llega Humberto Hernández Martínez, “el negro” y me regala la imagen que acompaña a esta publicación. La había creado mientras sucedía todo lo que les comentaba antes. Me sorprendió y mucho, y claro le agradecí tal gesto de un artista de la plástica de su dimensión. Pequeñito yo, ya me iba pensando en lo grande que son nuestros artistas y el privilegio que tuve de asistir al Congreso de la Uneac y en las sorpresas que me regaló.
Tomado del perfil de Facebook del autor