La siembra cultural de la Revolución es acaso su saldo más hermoso y trascendente
Sesenta años después del memorable encuentro de Fidel con escritores y artistas en la Biblioteca Nacional José Martí, la vida cultural cubana no solo es hija de aquella pauta fundacional sino también asume los retos planteados por la permanente actualización de los principios enunciados entonces. Este diálogo con el ministro de Cultura, el poeta Alpidio Alonso, fue pactado días antes de la jornada conmemorativa. La conversación giró inicialmente en torno a la vigencia conceptual del esclarecedor pronunciamiento del líder de la Revolución, hasta derivar hacia una mirada analítica sobre realizaciones, anhelos, tensiones y metas por cumplir en la trama del sistema institucional. Las respuestas abren el diapasón a perspectivas que entre todos —creadores, promotores, medios de comunicación y públicos— tendremos que abonar en lo adelante.
Las Palabras a los intelectuales pronunciadas por Fidel, culminaron tres jornadas de intercambios entre la dirección política y los escritores y artistas convocados en junio de 1961. Sesenta años después, ¿cómo se articula y actualiza el diálogo entre la vanguardia política y la artística y literaria en el contexto actual?
Ese diálogo, fundado por Fidel, ha sido la clave. Sin ese clima de confianza y retroalimentación mutua que se estableció desde el principio, no habría sido posible conseguir los resultados que puede exhibir hoy la cultura cubana. La fecundidad de ese diálogo está a la vista de todos en una obra extraordinaria que no hay manera de negar, en el nivel de cobertura institucional al desarrollo y promoción de la cultura y en la participación y la actitud de nuestros escritores y artistas como protagonistas del gran programa cultural de la Revolución. ¿De qué otro modo explicar, sino a partir de la prioridad que ha recibido la cultura, no solo la fuerza y pujanza del arte y la cultura cubanos, sino lo que ha sido y es la Revolución en términos de emancipación, justicia social y calidad de vida de las personas?
Lo mejor de la intelectualidad cubana abrazó e hizo suya la Revolución triunfante. En la política cultural de la Revolución nuestros escritores y artistas encontraron respuesta a aspiraciones de realización preteridas una y otra vez en la República burguesa. La Revolución no solo dignificó su labor y creó las condiciones y el clima propicio para su desempeño; hizo más, mucho más: mediante una verdadera democratización del acceso a la cultura, abrió las puertas de la enseñanza y la superación a todo el pueblo y formó un público masivo, apto para disfrutar a plenitud de la obra artística.
El impacto de esa política en el desarrollo educacional y cultural alcanzados es indiscutible. La cultura es central en el proyecto socialista cubano. Cultura y Revolución son inseparables entre nosotros. Así lo vio Fidel desde el inicio mismo y así se ha mantenido hasta hoy. La siembra cultural de la Revolución es acaso su saldo más hermoso y trascendente.
“…Cultura y Revolución son inseparables entre nosotros…”.
Cuando hablamos de esto es inevitable pensar en Fidel, en la relación tan particular y entrañable que estableció con la cultura y los intelectuales, algo que quizás todavía no hemos aquilatado en la justa medida de su alcance. ¿En qué otro lugar de este mundo se dio algo similar? Fidel no solo fue el líder de la Revolución, sino el primero de sus intelectuales y el principal defensor y promotor de la Cultura. Siempre pensando en el pueblo, que, como nos dejó dicho, es la meta principal.
Por sobre dificultades, tropiezos y también de algunos errores lamentables, que no tendríamos por qué ocultar, hace tiempo rectificados, durante todos estos años la agenda cultural ha estado en el centro de la agenda nacional.
Esa prioridad, ese apoyo, se mantuvo inalterable con Raúl, en un período de profundas transformaciones en el país, en el que particularmente desde los Congresos del Partido y desde la nueva Constitución de la República, se redefinió y reafirmó el papel decisivo de la cultura para la construcción de la sociedad a que aspiramos.
Esa vocación cultural y de diálogo ha encontrado cauce natural en la sensibilidad y la labor del Presidente Díaz-Canel al frente del Estado y el Gobierno primero, y ahora del Partido. Su manera de asociar los procesos de dirección y la gestión de gobierno al conocimiento, la innovación y la ciencia, hablan a las claras de que también hay aquí una voluntad de continuidad. Desde el último Congreso de la Uneac, que concluyó con un discurso suyo que trajo al presente de manera brillante las palabras de Fidel a los intelectuales y estremeció al plenario por su valentía, honestidad y agudeza, el Presidente ha mantenido un seguimiento sistemático al cumplimiento de los acuerdos que allí se tomaron y ha propiciado disímiles espacios de reflexión junto a la vanguardia, para evaluar problemáticas de la vida cultural y el desempeño de las instituciones. En sus intervenciones públicas ha dejado claro lo que representa la cultura para el presente y el futuro de la nación, ha sido el principal crítico de las trabas burocráticas y las distorsiones que entorpecen el trabajo de los creadores y ha defendido abiertamente a la cultura y los artistas de los ataques mercenarios y de quienes pretenden dividirnos y destruir lo que hemos logrado.
Cuando Fidel habló a los escritores y artistas el 30 de junio de 1961, señaló como uno de los temas, o quizás el principal de la agenda de discusión, el modo de entender la libertad para la creación artística. Fidel dijo entonces que “la Revolución defiende la libertad, que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades, que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades”. ¿Ha sido este un principio de nuestra política cultural?
No habría que esforzarse mucho para demostrarlo. La vigencia de ese principio está en la originalidad, complejidad y diversidad del arte y la literatura producidos en Cuba durante estos años. Eso sería imposible de lograr en un clima intolerante, opresivo, “como el que vivimos en nuestro país”, según nos cuentan todos los días los libelos mercenarios y la prensa enemiga.
Quizás por cotidiano, por lo natural que se ha vuelto entre nosotros, hablamos demasiado poco de esto: si hay un país que puede enorgullecerse del arte que auspicia, ese país es Cuba. A pesar de las condiciones de trinchera asediada en que están obligadas a trabajar, nuestras instituciones han dado espacio y apoyado a las más diversas tendencias y estilos de creación, sin los consabidos condicionamientos mercantilistas, tan frecuentes en otros ámbitos. Por otra parte, aquí los premios que se otorgan, los libros y revistas que se publican, los discos que se graban, las películas que se filman, las exposiciones que se inauguran, los espectáculos que se presentan, los deciden los artistas a través de una relación responsable y trasparente con las instituciones. Ninguna de nuestras instituciones toma decisiones importantes en términos de política cultural al margen de los criterios de los colectivos especializados concebidos para ello, integrados todos mayormente por creadores. Al propio tiempo, la Uneac y la AHS someten a un escrutinio permanente la labor de nuestras instituciones. No justifico arbitrariedades, que en más de un momento se han dado entre nosotros, y que debemos evitar a toda costa, pero tampoco podemos aceptar la matriz mentirosa y perversa de los que presentan a Cuba como el paraíso de la censura.
Del rigor y responsabilidad de ese criterio especializado y de ese ejercicio colectivo, apenas se habla en los grandes circuitos de información. Esa verdad es a su vez sistemáticamente escamoteada por medios venales, que andan a la caza del más mínimo incidente, por demás susceptible de producirse en cualquier lugar, para de inmediato convertirlo en noticia.
En las antípodas de lo que defendemos, esa prensa, coherente con los intereses que representa, por supuesto que tampoco habla de la devastadora crisis cultural que vive el capitalismo, donde todo ha sido reducido a la categoría de mercancía y donde, por tanto, los omnipresentes criterios de rentabilidad dicen la última palabra. Dicho de otra manera, allí las reglas del juego, incluidos los límites éticos, los pone el gran capital. Ese no ha sido ni será nuestro camino. Los criterios de libertad que defendemos parten de presupuestos éticos que hace rato allí fueron barridos. Por eso juzgamos tan importante el papel de la institución, su responsabilidad con lo que se le ofrece al pueblo. También por eso, dicho sea de paso, tenemos que ser tan rigurosos y críticos con lo que hacemos.
Los que hoy niegan o tratan de minimizar el papel de las instituciones en nombre de una pretendida libertad creadora, reproducen los mismos presupuestos y enfoques neoliberales que plantean reducir hasta donde sea posible el papel del Estado y darle todo el espacio al Mercado, que supuestamente, de manera milagrosa, lo resolverá todo.
“Los que hoy niegan o tratan de minimizar el papel de las instituciones en nombre de una pretendida libertad creadora, reproducen los mismos presupuestos y enfoques neoliberales que plantean reducir hasta donde sea posible el papel del Estado y darle todo el espacio al Mercado (…)”.
Me pregunto ¿qué lugar encontrarían dentro de ese modelo los miles de estudiantes de nuestros centros de enseñanza artística, cuyo único requisito para ingresar a esas escuelas y graduarse como profesionales, es tener talento? ¿O cualquiera de los cientos de poetas jóvenes de nuestro país, con cinco, diez y más libros publicados en editoriales serias, que no les han puesto reparos a la complejidad de sus obras y que se han encargado de distribuirlas y promoverlas en nuestra red de librerías y en eventos, dentro y muchas veces fuera de Cuba? La contrastante realidad que hay entre el respaldo que han recibido aquí los artistas durante la pandemia y el de aquellos abandonados a su suerte en otros lugares, incluidos países infinitamente más ricos, debiera bastar para juzgar de qué lado está el verdadero compromiso con el arte y el trabajo de los artistas hoy en el mundo.
No creemos en la posibilidad de un arte aséptico, esterilizado, sin asideros en las contradicciones de la realidad y el ser humano. Bien saben los que quieren saberlo, que no es un arte complaciente, frívolo, el que auspiciamos. Para corroborarlo están ahí las obras de todos los grandes artistas y escritores que durante estos años han trabajado en Cuba sin necesidad de hacer concesiones.
Digo esto y pienso, por ejemplo, en Titón, en su obra inmensa, que uno siente cada día más retadora e inquietante.
Meses atrás usted habló de la necesidad de diseñar espacios más eficaces para el intercambio, que tributen a soluciones y deshagan trabas y problemas, y de cimentar un compromiso ineludible con la transformación y perfeccionamiento de la relación del sistema institucional con los creadores. ¿Existen esos nuevos espacios? ¿Cómo se conciben?
Sí, existen, pero son todavía insuficientes. Como bien dices, hemos llamado a la dinamización de la labor institucional y a trabajar por conseguir una gestión más eficiente. Métodos agotados y estructuras anquilosadas, nos obligan a replantearnos los modos de interacción con los procesos de creación, producción y promoción artísticas. Por otra parte, no siempre contamos con los cuadros con la sensibilidad y preparación necesarias para asumir labores de dirección en un sector de alta especialización y complejidad. Si a las carencias y problemas materiales acumulados les añadimos las derivaciones del actual contexto económico en condiciones de pandemia, con su dosis de bloqueo incluida, se comprenderá la envergadura de lo que nos estamos planteando. Mas, aun en esas condiciones, podemos avanzar.
Tenemos todavía muchas reservas organizativas y un potencial enorme en la capacidad creadora de nuestros artistas.
A los habituales espacios de intercambio propiciados por nuestras instituciones y a los que de manera sistemática se sostienen a través de la Uneac y la AHS, se suman otros constituidos para evaluar a fondo las trabas y problemáticas asociadas al perfeccionamiento del Ministerio y su sistema de instituciones. Destaco aquí, en primer lugar, al Consejo Asesor del organismo, inmerso en la realización de un diagnóstico del estado actual de la creación en cada una de las manifestaciones. Paralelamente se avanza en el análisis y elaboración de propuestas para rediseñar el sistema de empresas de la cultura, entre ellas las de la música, donde se concentran quizás los mayores problemas, algunos de ellos asociados a distorsiones conceptuales y criterios burocráticos, que se han dilatado injustificadamente y que hay que corregir.
Funcionan a su vez varios grupos de trabajo, en los que junto a la Uneac, la AHS y el Sindicato, se evalúan alternativas de relación de nuestras instituciones con algunas de las formas de producción y promoción artísticas que hoy actúan en el ámbito no estatal y que esperan por su reconocimiento y legalización en el marco de la política cultural, que es una sola y que debe cumplirse tanto en el ámbito estatal como en el no estatal.
“la política cultural (…) es una sola y (…) debe cumplirse tanto en el ámbito estatal como en el no estatal”.
Se ha trabajado duro, también junto a representantes de la Uneac, la AHS y el Sindicato de la Cultura, en la elaboración de los proyectos de dos nuevas leyes: una ley de Derecho de autor y una para la protección del Patrimonio cultural y el Patrimonio natural de la nación, inscritas en el cronograma legislativo de nuestra Asamblea Nacional, que deben ser presentadas próximamente y que, para su análisis, concitarán la participación de creadores y especialistas en todo el país. Asociadas al nuevo escenario derivado de la Tarea Ordenamiento, ya están prácticamente listas para su aprobación las resoluciones que actualizan las tarifas para el pago de las colaboraciones periodísticas, el derecho de autor literario, la comunicación pública oral de la obra literaria, la remuneración de autores que escriben para la radio y la televisión y las tarifas generales por la utilización de la música, entre otras. Todas ellas demandaron de un trabajo conjunto, donde la participación de los creadores resultó igualmente decisiva.
Pero quizás ha sido en el frente comunicacional y la labor de promoción vinculada con la creación audiovisual, donde se han verificado las experiencias de intercambio y colaboración más fértiles y novedosas. Compulsados por la necesidad de hacer en medio de la pandemia, el vínculo con los creadores y con el universo de las pequeñas productoras audiovisuales independientes, posibilitó lo que parecía imposible. En una verdadera explosión de creatividad se han producido y transmitido una enorme cantidad de materiales, que han multiplicado nuestra anterior presencia en varios canales de la televisión, los espacios digitales institucionales y las redes sociales. Estamos hablando de 330 conciertos transmitidos por la cadena de páginas Streaming Cuba, con más de 10 millones de internautas alcanzados; 130 videoclips estrenados y otros en producción; 27 teleteatros y miniseries transmitidas por la Televisión Cubana y más de mil cápsulas audiovisuales con mensajes de bien público y eventos en línea, entregadas al ICRT y publicadas en las redes sociales.
A esto debemos sumar las más de 1300 actividades docentes filmadas en el estudio de la Famca y transmitidas por televisión para los estudiantes de los diferentes niveles del sistema de enseñanza artística y, más recientemente, una hermosa iniciativa promovida por el Icaic y respaldada por el resto de los Institutos y Consejos, que ellos han llamado Producciones Solidarias. Estas producciones involucran a más de 400 artistas, técnicos y trabajadores, e incluso a estudiantes, en la realización de materiales audiovisuales de diversos temas y metrajes, financiados por la institución con presupuestos mucho más modestos que los que normalmente maneja el mercado. Acogidas con gran entusiasmo, estas producciones se convierten a su vez en una alternativa de empleo digno durante la COVID. A esto se adicionan otros 61 proyectos que el Icaic está respaldando a través de su Oficina de Atención a la Producción, 22 de ellos presentados por creadores menores de 35 años. Mención aparte merece la creación del Fondo de Fomento del Cine Cubano y las respuestas tremendas conseguidas por sus dos convocatorias en el 2020. Por esa vía, que marca un punto de giro en la atención institucional a la producción audiovisual en nuestro país, de 128 proyectos presentados, 46 recibieron apoyo de algún tipo; dentro de estos últimos, 19 corresponden a creadores menores de 35 años.
Pudiera enumerar otras acciones y espacios, que se han venido estructurando con fines similares en varias instituciones. Pero, en mi opinión, lo más importante es comprender que participación y diálogo no pueden convertirse en consignas vacías, huérfanas de contenido real en el accionar institucional; no podemos permitir que esas palabras se desgasten y pierdan el sentido unitario y colaborativo que les hemos dado. Por el contrario, tenemos el deber de dotar de una verdadera fertilidad a esos nuevos espacios, porque las soluciones a los problemas que enfrentamos las tenemos que construir entre todos.
¿Cuál es el reto mayor que se le presenta a la cultura cubana en estos tiempos?
Como nos dijera no hace tanto el General de Ejército, hoy estamos doblemente amenazados en el campo de la cultura: por los proyectos subversivos que pretenden dividirnos y la oleada colonizadora global.
Los retos de la cultura son los mismos que tenemos como pueblo, por eso, en última instancia, de lo que se trata es de preservar y defender la independencia y la soberanía nacionales. Nada menos que eso es lo que nos jugamos. De ahí la extraordinaria importancia que tiene y seguirá teniendo en lo adelante la consolidación de la unidad, que en el caso específico de la cultura, se traduce en unidad en torno a los principios fundamentales de la política cultural de la Revolución, fundada por Fidel en sus Palabras a los intelectuales en junio de 1961. No podemos permitir que nos dividan. Esa política hay que actualizarla permanentemente, pero sus principios esenciales, entre ellos, los de democratización cultural y defensa de la identidad nacional, continúan inalterables. Al propio tiempo, quedan más altas cotas de justicia por alcanzar relacionadas con la lucha contra la discriminación racial, el respeto a la diversidad sexual y la plena emancipación de la mujer. A todas estas causas la cultura tiene mucho que aportar.
“El socialismo o es una nueva cultura, o sencillamente no es socialismo (…)”.
En la defensa de la identidad nacional y la batalla contra la colonización cultural tiene hoy la cultura sus retos mayores. El capitalismo ha convertido a la cultura en su más eficaz instrumento de dominación a nivel global. En ese sentido, el arte cubano tiene que ayudar a construir la plataforma anticolonial que necesitamos. El socialismo o es una nueva cultura, o sencillamente no es socialismo. Se trata de ir a contracorriente y dotar al individuo de otra visión del mundo, con un sentido mucho más humano y solidario. Esa nueva cultura, esa nueva conciencia, tenemos que construirla, la estamos construyendo entre todos. Por ello, hay que trabajar para impedir que se diluya el sentido descolonizador que debe caracterizar la labor en nuestras instituciones y organizaciones de creadores. La prosperidad a que aspiramos no es solo económica, no puede prescindir de contenido espiritual y del cultivo de valores que para nosotros resultan sagrados. Solo es prosperidad, decía Varela, la que se funda en la virtud. Sé que no está de moda la palabra, pero en la defensa de esa utopía, que para nosotros se llama socialismo, está el sentido último de todo lo que hacemos.