Se ha dicho que Cuba es un pueblo de poetas, y una buena parte de ellos combinaron el ejercicio de la poesía con la práctica del periodismo de opinión u otras formas de la prosa expresada en conferencias, prólogos, presentaciones… En ese proceso el público disfrutó de exposiciones o textos que frecuentemente definían el espíritu de una época, delineaban una posición estética o contribuían a la mejor lectura de sus coetáneos, mientras los medios y los propios creadores eran partícipes de un proteico diálogo enriquecedor del debate social y cultural de gran calado, que más allá de lo estrictamente noticioso contenía un “valor agregado” por la sensibilidad de los escritores y por esas miradas singulares no inmediatas, captadoras de lo recóndito de la realidad, que no suele ser muy visible. Un criterio bien sostenido y defendido, aunque no estuviera de moda o no respondiera estrictamente a lo esperado, podía generar intercambios provechosos para todos. El periodismo cubano desde su nacimiento ensayó estos usos para enriquecer y aportarle prestigio a sus publicaciones.

Me concentraré en los poetas que escribieron prosa, y pueden sorprendernos con criterios que no asociamos a su estética, aparentemente desvinculada del entorno, con tendencia a cierta inadaptación a su medio social. Tradicionalmente son quienes más problemas se han buscado con las autoridades, religiosas, políticas o de gobierno, y también con la opinión pública, en cualquier sitio del mundo y en todas las épocas. La sensibilidad de los buenos poetas para sintetizar en imágenes algunas expresiones incómodas para la aceptación social o política a veces ha sido incomprendida, sobre todo en la tradición sociocultural hispánica, de fuerte compromiso con el autoritarismo menos refinado. No voy a incluir en este comentario a José Martí: necesitaría mucho más espacio, porque él no solo es nuestro poeta mayor, sino también el más grande de nuestros periodistas y la figura cultural y política más alta de la Isla, y sería injusta cualquier comparación.

“Emilio Ballagas, además de exitoso cultivador, fue un conocedor profundo de la llamada ‘poesía negra’”. Foto: Tomada de Radio Rebelde

Manuel de Zequeira, José María Heredia y Julián del Casal son de los grandes poetas del siglo XIX, y también notables prosistas; Zequeira adquirió relevancia en el primer periodismo cubano, Heredia en el mexicano y Casal en el del período modernista. En la siguiente centuria sobresalen Regino Boti, Rubén Martínez Villena, Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Gastón Baquero, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Mirta Aguirre y Roberto Fernández Retamar, por citar solo algunos, con una obra en prosa que dialogó con su ambiente social, cultural y político. Es productivo leerlos no solo para estudiar la complementación de estilos, sino para aquilatar un pensamiento refinado y sutil. Más allá de lo noticioso o lo fáctico, lo “actual” o lo “objetivo”, la prensa también necesita de esas subjetividades capaces de llamar la atención sobre un tema y provocar una polémica. Es una manera real, inclusiva y amplia de contribuir a la construcción de una nueva cultura.

Escojo tres grandes poetas del siglo XX, muy diferentes entre sí, que fueron también prosistas muy leídos y admirados en sus respectivos entornos sociales, épocas y públicos; los tres contribuyeron a entender mejor los enlaces entre patriotismo y cultura, identidad nacional e identidad cultural, desde la posibilidad oculta de lo cotidiano y la sutileza de un certero humanismo, caminos indirectos y polémicos que suelen calar más hondo que discursos directos y objetivos, no pocas veces lastrados por una retórica ineficaz. José Manuel Poveda (Santiago de Cuba, 1888-Manzanillo, 1926), Emilio Ballagas (Camagüey, 1908-La Habana, 1954) y Eliseo Diego (La Habana, 1920-Ciudad de México, 1994) son ejemplos de poetas que, en diversos contextos y con una obra en prosa sobre diferentes temáticas, contribuyeron a ese necesario tejido sociocultural a que me refiero.

Poeta y abogado, muy cercano al quehacer cultural de la entonces provincia de Oriente, renovador de la lírica y de temperamento rebelde, Poveda escribió atendibles páginas en prosa recopiladas por Alberto Rocasolano en José Manuel Poveda. Prosa (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1981); Ballagas, poeta y ensayista, considerado uno de los más altos exponentes del neorromanticismo y la llamada poesía negrista, se movió entre Camagüey y La Habana, y cultivó una prosa de altos quilates seleccionada por Cira Romero en Emilio Ballagas. Prosa (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2008); Eliseo, poeta, narrador y ensayista, miembro del grupo Orígenes y asociado a varias publicaciones periódicas, alcanzó reconocimiento nacional e internacional con una obra paradigmática que incluye la prosa, una parte de esta seleccionada por Enrique Saínz en Eliseo Diego. Ensayos (Ediciones Unión, La Habana, 2006). Los tres también fueron grandes periodistas.

“Manuel de Zequeira, José María Heredia y Julián del Casal son de los grandes poetas del siglo XIX, y también notables prosistas”.

Poveda, en el ejercicio del periodismo, no se quedó en la información complaciente o lo trillado. En artículo publicado en El Fígaro criticó la lectura que se hacía —¿se hace?— de la poesía por una buena parte de los pocos que la leen, y prefieren la establecida y conocidísima por encima de cualquier discurso nuevo; por ello llama la atención sobre lo casi inédito entonces: la modernidad de Arabescos mentales, del guantanamero Regino Boti; la sencillez expresiva de Ala, del matancero Agustín Acosta, y no pone reparos para incluirse con sus Versos precursores, una tríada de libros que mucho tiempo después Cintio Vitier contemplaba en sus lecciones de Lo cubano en la poesía, precisamente como ejemplos renovadores de la lírica cubana al comenzar el siglo.

El rebelde autor de Versos precursores podía destacar sus mejores lecturas, pero su ética no le permitía ciertas complacencias. En artículo publicado en El Cubano Libre, de Santiago de Cuba, criticó el libro Las horas vivientes, de Pedro Alejandro López, a pesar de su gratitud personal con el autor, pues “…no me sería posible hacer semejante crítica creadora. No sólo falsearía el concepto wildeano sino que comprometería el decoro y la rectitud insobornable de mi criterio, descendiendo al plano mezquino de los que ponen atributos reales a los demás, en simple correspondencia de que los demás se los hayan puesto a ellos” (José Manuel Poveda. Prosa, cit.). Le señala carencia “…de originalidad, de médula, de conciencia artística, de verdadero estilo” y opina que su obra se funda en una “…ligera labor de periodismo provinciano; tijeretazos apresurados bajo la conminación de los regentes; crónicas banales para satisfacer el gusto romo de los dependientes que leen el diario en las puertas de sus almacenes, luego de cerradas las ventas”; lo acusa de “salchichas periodísticas” y le pide una “cura de reposo” (ídem). No suelen ser comunes entre nosotros hoy críticas como estas a publicaciones que lo merecen.

En la revista Oriente, en 1917, Poveda pone alerta positiva sobre “una empresa de Arte y de Patria”, la Biblioteca Martí, creada en Manzanillo por Juan Francisco Sariol: “Nuestro Oriente, que en el presente y en el pasado ha hecho tanto por el engrandecimiento patrio, quiere dar este nuevo paso decisivo en pro de un florecimiento intelectual. He aquí una empresa que sí merece protección, porque es generosa y porque interesa a la colectividad, y porque está bien inspirada y porque señalará nuevos derroteros” (ídem). Obsérvese que solicita protección para un afán que no tiene subsidios, convertido en ejemplo de empresa cultural al servicio público con revista, imprenta, editorial, librería y biblioteca.

“La prosa de los grandes poetas pudo ser más útil en los tiempos modernos, especialmente después de la Primera Guerra Mundial”.

En 1917 destaca precisamente en Orto, revista de Manzanillo, donde ya vivía, la significación de “la catalina del ingenio” en La Demajagua, seleccionada posteriormente para billetes cubanos; en El Fígaro, al año siguiente, alude al “bronce de la libertad” (ídem), refiriéndose a la campana de ese mismo ingenio, como para llamar la atención sobre símbolos que hoy debemos seguir defendiendo y renovando. Tampoco descuidó el comentario oportuno a obras de intelectuales latinoamericanos que, a pesar de su enorme popularidad, no eran atendidos por la academia y más bien se descalificaban. En 1910, en la revista La Independencia, de Santiago de Cuba, aceptaba que se publicara un artículo suyo escrito desde hacía algún tiempo con estilo “agitado e impulsivo”, porque había sido sincero, y, seguramente, porque creía injusto no dedicarle unas páginas al polémico colombiano José María Vargas Vila. No temía dejar la pista “caliente”, y, en general, sus mensajes portaban ideas de educación cívica y cultura.

La prosa de los grandes poetas pudo ser más útil en los tiempos modernos, especialmente después de la Primera Guerra Mundial —un ejemplo que llevaría muchas páginas sería el de Rubén Martínez Villena—. Emilio Ballagas, en el artículo “Pasión y muerte del futurismo” de 1935, publicado en la Revista Cubana, reflexionaba sobre los saldos de las vanguardias; allí intercala una pregunta de Emil Ludwig a Benito Mussolini: “¿No son los poetas precursores de una revolución?”; el Duce respondió: “Ya lo creo. Como es un pensador y tiene la fantasía muy desarrollada, el poeta es casi siempre el profeta de los nuevos tiempos. El Dante es un gran ejemplo de ello. Anunció la liberación del espíritu. De lo que los poetas no pueden ser precursores es de una revolución concreta como Ud. parece creer. Los pensadores y los poetas son como los pájaros que anuncian la tempestad: ignoran de dónde viene y cómo se descargará” (Emilio Ballagas. Prosa, cit.). Este fragmento revelador de las relaciones entre el futurismo de Marinetti y el fascismo italiano antes de la guerra, sería proféticamente devastador: lo que Ballagas expuso con espíritu contemplativo en 1935 sobre “la revolución fascista” en Italia, apoyada por el futurismo, desencadenó una ola de violencia aprovechada culturalmente, sobre todo por los alemanes, para promover el nacional socialismo o nazismo, el pensamiento antisemita, unirse a Mussolini y al emperador Hirohito en Japón para formar el Eje y provocar uno de los conflictos bélicos más trágicos que recuerda la humanidad.

“Poveda, en el ejercicio del periodismo, no se quedó en la información complaciente o lo trillado.”.

Ballagas, además de exitoso cultivador, fue un conocedor profundo de la llamada “poesía negra”, que siempre he preferido identificar, como lo hizo Guillén, como poesía mulata, pues sus resultados parten de orígenes híbridos de África —fundamentalmente, la subsahariana y de la costa occidental— y Europa —especialmente, España y Francia—. Profundizó en tres rutas: “la poesía pura (evadida de la lógica cotidiana), la poesía folklórica (que halla las fuentes de su inspiración en las maneras sencillas, rítmicas y sabrosas del verso y la música popular) y, por último, la poesía social, de contenido político, que en algunas ocasiones no desdeña la sensibilidad del pueblo, sino que la toma como vehículo para decir su mensaje, su discurso redentor” (ídem).

Ese fue el análisis retomado por Raúl Hernández Novás en el prólogo de la poesía del puertorriqueño Luis Palés Matos, publicado muchos años después por Casa de las Américas; para Hernández Novás, los poemas negros en el Caribe tuvieron tres versiones o tendencias diferentes: la abstracta, la tipicista y la social. Ballagas publicó en la prensa sus indagaciones mucho antes y reparó en la falta de atención hacia esta manifestación y el valor de la nueva poesía dada a conocer por Palés Matos: “Decíamos que la poesía negrista está necesitada de una nueva y severa investigación que nos depure su concepto. A este respecto recomendamos la lectura de ‘El adjetivo en la danza negra de Luis Palés Matos’, un cuidadoso estudio escrito por Margot Arce, de Puerto Rico” (ídem). El poeta, escribiendo para la prensa, anima un tema para el ensayismo.

Estudioso de la llamada “poesía afroamericana”, Ballagas estaba al tanto de las verdaderas raíces africanas de donde surgía, pero también de cómo se había retomado desde Europa para promover —en especial mediante el antropólogo alemán Leo Frobenius y el intelectual suizo-francés Blaise Cendrars— autores antillanos o americanos conocidos, como Palés Matos, el jamaiquino Claude Mac Kay —uno de los máximos exponentes de este género en Harlem—, el haitiano Jacques Roumain, el martiniqués Aimé Cesáire, el estadounidense Langston Hughes, el dominicano Manuel del Cabral, u otros menos conocidos, como el colombiano Candelario Obeso o el uruguayo Ildefonso Pereda Valdés; e incluso, a casi desconocidos, como el costarricense Max Jiménez, el mexicano Miguel N. Lira y el ecuatoriano Adalberto Ortiz. Por supuesto, invitaba a disfrutar de quien consideraba el más importante de todos: Guillén. Este tema, ausente entonces en las universidades, se estaba abordando en la prensa gracias a la sensibilidad de Ballagas.

La vasta cultura del autor de Nocturno y elegía se hace evidente al leer su producción recogida en publicaciones seriadas, lo mismo en la Revista de la Biblioteca Nacional que en Clavileño, o en las secciones “Periscopio” y “Peristilo” del Diario de la Marina: desde Tagore a Yeats y de Lope de Vega a Federico García Loca —a quien recibió a su llegada a La Habana—. En revistas como Grafos, Carteles, Magazine, Social, Revista Cubana…, periódicos como El Mundo, y en prólogos y conferencias, el poeta se refería a colegas cubanos tan diferentes entre sí como Gastón Baquero, Dulce María Loynaz, José Zacarías Tallet y Regino Pedroso; no tenía prejuicios para abordar temas que generalmente los periodistas no enfrentaban de la manera en que él lo hizo, porque se necesitaba, además de cultura, sensibilidad para apreciar lo que trasciende más allá del género y otras filiaciones.

“¿No son los poetas precursores de una revolución?”.

Por esta razón se refería a Mirta Aguirre de la manera siguiente: “La belleza no se espanta al contacto con la intención clasista, sino que vive y palpita por ella presa en sus redes de tragedia. No es, con ser una poetisa social, estridente, ni aun en el mejor sentido sinfónico de la palabra. No se escucha en su lírica el ritmo del martillo, pero se oye golpear como martillo humano el pulso dolido del obrero —‘frío y odio’— que el capitalismo explota. No es tampoco declamatoria, es sencillamente humana y cósmica” (ídem). Ballagas reparaba en los resultados del texto, mientras su valoración se centraba en la relación que guardaba con el ser humano y la armonía y coherencia formal. También ejerció la crítica de ballet en un texto ejemplar como Sergio Lifar, el hombre del espacio, una especialidad poco frecuentada entonces, a pesar de que en Cuba había —y hay— un público aficionado al ballet y a la danza, que asistía al teatro y contaba con una tradición de visitas de compañías y bailarines desde el siglo XIX.

Otro de los grandes poetas prosistas fue Eliseo Diego, quien no solo escribió periodismo cultural diverso, sino que en su narrativa y ensayística nunca se desprendió de cierta atmósfera de esencia poética, presente hasta en sus conversaciones. Una buena parte de sus textos breves, en realidad, notables ensayos, se basan en relecturas de la literatura clásica, capaces de penetrar en el mundo sureño estadounidense de William Faulkner, en diálogo con los signos alegóricos y los símbolos mitológicos que este maestro de la narrativa utiliza en sus novelas, o en el universo del período entre guerras presente en Orlando, obra paradigmática de Virginia Woolf.

Eliseo se acercó a los clásicos latinoamericanos y aquilató la religiosidad peculiar, el sentimiento femenino y la tragedia espiritual de Gabriela Mistral; sintió la agonía y el dolor de Vallejo y sus aportes al español a partir de su cosmos indígena, todavía no bien entendido; admiró la grandeza idiomática de Darío y el raro valor de las palabras en José Coronel Urtecho; detectó la pericia ingeniosa de Efraín Huerta, el sentido plástico de los poemas de Carlos Pellicer, la proyección poética en la obra de narrativa breve de Julio Cortázar…

“Eliseo Diego no solo escribió periodismo cultural diverso, sino que en su narrativa y ensayística nunca se desprendió de cierta atmósfera de esencia poética”. Foto: Tomada de zendalibros.com

Atento a la literatura cubana, valoró los poemas de Nicolás Guillen, lo mismo los del raro libro híbrido El diario que a diario que los más conocidos; o bien la trascendencia patriótica de la oda “Al Niágara” de José María Heredia; o un texto de indagación sobre el grabado: La memoria de las piedras, de Zoila Lapique Becali, su compañera de trabajo en la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí. Sus temas iban al pasado y regresaban al presente, a Cuba o al extranjero, no tenía prejuicios hacia tiempos y lugares, autores o ideologías, y vivía desmarcado de aniversarios y fechas.

Diego repara en literaturas que durante muchos años la academia no tuvo en cuenta, como la dirigida a los niños: los relatos de Hans Christian Andersen, las imaginativas narraciones de los hermanos Grimm, La bella y la bestia, algunos cuentos de Onelio Jorge Cardoso…; o los llamados “subgéneros”, como la novela policíaca o la fantástica. El complejo mundo de la traducción literaria fue, asimismo, objeto de su atención.

Quien tuvo el privilegio de conocerlo, pudo constatar sus dotes de natural pedagogo, especialmente en el comentario a su propia obra, antes o después de la lectura de sus poemas, una exégesis inserta en otra dimensión semántica. Su obra en prosa recuerda las Cartas persas de Montaigne cuando se comenzaba la exploración del “ensayo”; porque de eso se trataba: estaba “ensayando”, pensando en alta voz, con la noble belleza de su intelección, constitutiva de la esencia de su estilo, lejano del árido ejercicio en que los academicistas franceses convirtieron aquellas experiencias de tanteos y meditaciones de los pensadores del siglo XVIII.

Poveda, Ballagas y Eliseo son recordados también por su prosa. Algunos poetas de hoy comparten igualmente la suya, y otros deberían animarse a hacerlo, como un aporte a la diversificación de temas con mayor rigor y suficiente belleza, bajo el propósito de enriquecer el lenguaje y la proyección de la prensa cubana. Hay peligros que acechan por parte de quienes divagan con conocimientos inconexos y presumen de ser poéticos o pretenden demostrar cultura mediante textos incoherentes y “palabreros”. Vale la pena seguir la senda trazada por los maestros.