Nuestra academia, en correspondencia con sus análisis históricos, considera que la etapa del proceso independentista correspondiente a la Guerra Necesaria fue cualitativamente superior a la iniciada en octubre de 1868. Esta cualidad superior se debe en buena medida a que la revolución en esta etapa contaba con una organización encargada de vertebrar los esfuerzos de los patriotas cubanos. La existencia de tal aparato se debe en buena medida a los esfuerzos de su principal ideólogo e impulsor: José Martí, el cual a su vez le imprimió muchas características resultantes de sus experiencias previas.
Dicho esto, se hace necesario resaltar que la condición de exiliado marcó la vida del Apóstol: vivió la mayor parte de su corta, aunque fructífera, vida en el extranjero y se puso en contacto con otras realidades diferentes a la nuestra. Estos periodos lejos de la patria, a pesar de ser quizás dolorosos por la lejanía de sus seres queridos, a la larga se convirtieron en experiencias enriquecedoras desde todo punto de vista. Sobre este particular, cabe resaltar las estancias del cubano en Europa en diversos periodos, como es el caso de sus deportaciones a España y su paso en dos ocasiones por París.
A partir de lo visto en estos lugares, unido a lo que su avidez de conocimiento le llevó a leer sobre otras regiones del subcontinente europeo y su capacidad de relacionar elementos en apariencia inconexos, surgió un corpus cronístico registrado como Escenas Europeas.
Si bien esta parte de la cronística martiana no ha sido abordada en profundidad por los investigadores por razones disímiles, lo cierto es que estas van más allá del simple esfuerzo informativo y que sirven de antecedentes a otros trabajos del Apóstol tanto en el ámbito literario como en el quehacer político en pos de la consecución de la independencia de Cuba y la unidad latinoamericana.
En ellas están recogidos varios de sus juicios acerca del funcionamiento de los partidos políticos, su verdadero papel en las sociedades en las que se desenvuelven, las diferentes figuras destacadas del escenario político de la Europa del siglo XIX, el trabajo de los diferentes órganos que componían los estados europeos y el ideal de la república como forma más avanzada de gobierno.
“En un texto suyo del primero de mayo de 1875, Martí expresaba que ‘los partidos que no son nacionales no triunfan nunca: vencen transitoriamente y viven la vida miserable de la condescendencia y el turno’”.
Las agrupaciones políticas que conoció Martí en España durante su primera deportación y aquellas de las que tuvo noticia luego de que iniciase el proceso de la Restauración, encajaban dentro de lo que el sociólogo alemán Max Weber llamó partidos de patronazgo. Los partidos españoles de esta etapa se conformaban principalmente por elementos pertenecientes a las élites políticas e intelectuales, que disponían de cierta influencia proporcionada por su posición social y recursos propios. Esta aumentaba o se mantenía en función de si controlaban o no posiciones dentro del entramado gubernamental. Dichos grupos no eran centralizados y tenían como principal campo de actuación el parlamento. La disciplina interna era escasa, pues eran esencialmente hombres notables con sus respectivas clientelas, reunidos en torno a ciertas ideas básicas, por lo que la vinculación de las bases del partido se hacía directamente con los hombres influyentes y no con los órganos de dirección.
Sobre este asunto, Martí expresó en su crónica del 24 de diciembre de 1881, al referirse al Partido Liberal de Práxedes Mateo Sagasta que, el partido sagastino está hecho de la junta de las cohortes que rodean a los tenientes de Sagasta.
De modo que en esta clase de partido se esperaba un beneficio a cambio del apoyo y la lealtad a la figura máxima de la organización. De acuerdo con esa realidad política, el Apóstol señala que: “Hacer política es cambiar servicios, y se forma en las filas de un caudillo, dándole apariencia de señor de muchos hombres, y dueño de muchas voluntades, ¡no ha de ser gratísimamente, sino a cargo de la prebenda que se aguarda del caudillo en el día de la victoria!”[1].
Sin embargo, de acuerdo con el Maestro en su crónica, “como las tenencias son tantas, no tiene el Ministerio tienda para todas” [2], por lo que los hombres que se agrupaban alrededor de cada uno de estos pequeños caudillos, aspiraban a que fuera de aquel al que apoyaban, la cartera ministerial que proveería de las recompensas anheladas.
“…el Partido Revolucionario Cubano podría considerarse hasta cierto punto como un partido ideológico. Esta clasificación también propuesta por Weber corresponde a un tipo de organización en la que alcanzar cargos gubernamentales es algo de carácter secundario”.
Así, la disciplina interna, como se decía anteriormente, era escasa en grado sumo, pues en lugar de velar por el cumplimiento de algún tipo de plataforma política y el adecuado funcionamiento de las estructuras del partido, sus miembros se dedicaban a respaldar las ambiciones particulares de los jefes de las distintas facciones que lo conformaban. Por tanto, estas formaciones políticas no se ajustaban a lo que el Maestro consideraba como partidos nacionales; es decir, organizaciones cuyos objetivos y alcance de su proyección política se ajustaba a los intereses de la nación, entendida esta como la junta de todos los elementos que componen la sociedad, más allá la retórica partidista.
En un texto suyo del primero de mayo de 1875, Martí expresaba que “los partidos que no son nacionales no triunfan nunca: vencen transitoriamente y viven la vida miserable de la condescendencia y el turno” [3]. Tal era el caso de estos partidos europeos y, en particular, de las formaciones políticas que participaban en la arquitectura estatal de la Restauración. El sistema ideado por Cánovas descansaba en el bipartidismo. Aunque la cantidad de organizaciones excedía ese número, solo las lideradas por Práxedes Mateo Sagasta y Antonio Cánovas del Castillo tenían permitido formar gobierno. Ambas se turnaban en el ejercicio del poder y cedían el paso a la otra en la medida en que su imagen se desgastaba en las funciones de gobierno y se hacía necesario un cambio. Sin embargo, el cambio era tal solo en apariencia, pues el entramado político estaba destinado a mantener el orden de cosas existente y ningún intento serio de alterar la situación tenía cabida en él.
Otro asunto importante dentro del sistema político español de la época eran las elecciones. Tradicionalmente consideradas como la máxima expresión de la democracia y el ejercicio de la voluntad popular, los procesos electorales de este periodo se caracterizaban al decir de Martí por “un carácter general pintoresco” y “el carácter concreto, violento, que les da el duelo a muerte que en ellas se libra”.
“…que las experiencias del escenario político europeo no fueron tanto una guía sobre qué hacer, sino que su aporte reside en que señalaron y confirmaron al cubano una serie de ideas que ya venían tomando forma en su conciencia, sobre la necesidad de que el nuevo estado alcanzase un alto grado de justicia social”.
La Corona tenía la prerrogativa de designar al gobierno el cual a su vez controlaba el desarrollo del proceso electoral. Así, las elecciones no hacían los gobiernos, sino que estos hacían las elecciones. Las mismas se gestionaban mediante la participación de una figura de la escena política que no era exclusiva del contexto español. Nos referimos a la figura del cacique. El sistema caciquil combinaba en su seno a miembros de las élites tradicionales que lo utilizaban para mantener sus privilegios y a personas pertenecientes a las nuevas que surgieron al amparo de las posibilidades que les brindaba el régimen.
La forma en que los caciques garantizaban los escrutinios previamente acordados en Madrid comprendía desde esquemas de dominación de clase basados en el poderío económico, hasta relaciones clientelares y de patronazgo fundamentadas en el ejercicio interesado y arbitrario de las funciones administrativas en manos el cacique. Esto los convertía en jefes de los partidos de turno en sus respectivos espacios.
De modo que ante la mirada del Apóstol se mostraba un sistema en el cual La Corona no solo era la representación de la soberanía, sino que también era la principal fuente de su ejercicio, lo cual debía consolidar la posición del monarca como árbitro de la alternancia de los partidos en el gobierno y, por ende, de garante de la estabilidad política del sistema.
Ante tales experiencias quedaba entonces la tarea de crear una organización de nuevo tipo, y a su vez un estado nuevo, diferente a lo que se ha conocido anteriormente. No debía caracterizarse solamente por ser un gobierno independiente de España, sino que también debía presentar un orden social diferente al establecido en Cuba por la metrópoli.
“La república surgida de la revolución triunfante facilitaría el acceso a una vida digna por parte de los ciudadanos, no mediante la promoción de un igualitarismo económico, sino a través del trabajo creador y el esfuerzo individual”.
En este sentido, el Partido Revolucionario Cubano podría considerarse hasta cierto punto como un partido ideológico. Esta clasificación también propuesta por Weber corresponde a un tipo de organización en la que alcanzar cargos gubernamentales es algo de carácter secundario. Solo es importante en la medida en que permite llevar a cabo los objetivos contemplados en el programa de la organización y no como un fin en sí mismo. El PRC no era una agrupación para participar en elecciones, su propósito era organizar el combate anticolonial en la Isla. Sin embargo, también respondía a un proyecto de carácter político que implicaba la creación de una república y la construcción de una sociedad más justa, y aunque Martí no ambicionaba puesto alguno en el gobierno, la consecución de estos objetivos pasaba por la victoria militar frente al colonialismo y la toma del poder por los patriotas.
En base a lo observado y analizado en Europa, unido a lo que el maestro conocía sobre el accionar de la emigración cubana durante la Guerra Grande, la formación política que habría de dirigir esta etapa de la lucha insurreccional y preparar la construcción de la nueva república debía de estar libre de los vicios que habían caracterizado a las organizaciones antes mencionadas. La estructura harto sencilla que adoptó el PRC, con los clubes en la base, el Delegado y el Tesorero en la cima y solo donde eran necesarios, los Cuerpos de Consejo como órganos intermedios, aseguró una verdadera vinculación entre los miembros de la organización y garantizó la disciplina necesaria. En adición, el sistema de rendición de cuentas, la posibilidad de ratificar o revocar cualquiera de los cargos y la forma en que se tomaban las decisiones dentro de la organización constituían una verdadera escuela para los futuros ciudadanos de la república.
De modo que las experiencias del escenario político europeo no fueron tanto una guía sobre qué hacer, sino que su aporte reside en que señalaron y confirmaron al cubano una serie de ideas que ya venían tomando forma en su conciencia, sobre la necesidad de que el nuevo estado alcanzase un alto grado de justicia social y garantizara “el pleno goce individual de los derechos legítimos del hombre”, como única vía para alcanzar la potenciación de las virtudes ciudadanas y el mejoramiento humano.
Así, la dirección del estado debía funcionar bajo unos objetivos y métodos diferentes a los implementados con anterioridad en Cuba y a los observados en otras regiones. Esto iría acompañado de un proceso de democratización de la vida del país en los aspectos político, social y cultural, lo cual haría que prevaleciera la igualdad de derechos y propiciaría el logro del equilibrio entre las distintas clases sociales. De este modo se alcanzarían las condiciones para una efectiva abolición de toda forma de discriminación, por demás incompatibles con la idea de república fraterna de José Martí, y el pleno acceso de todos los elementos que componen la sociedad, a la educación y las diferentes manifestaciones culturales.
Alcanzar el bienestar de todos constituía uno de los objetivos programáticos, entendido no solo como el logro de unas condiciones económicas dignas, sino también la creación de las condiciones necesarias para la plena realización espiritual de los individuos y de la colectividad. Sin embargo, Martí comprendía que la plenitud del ser humano no podía ser alcanzada si no existían los recursos que garantizasen su subsistencia. Cuando escribía en sus crónicas sobre las condiciones sociales de países como España, señalaba que “amplio trabajo, trabajo fácil y bien remunerado, bastante a satisfacer las necesidades exasperadas de las clases pobres” constituía el único remedio posible a la miseria de los sectores populares, cuya agitación amenazaba la estabilidad del sistema.
Por tanto, un partido político era una organización que debía aglutinar a las personas en torno a un objetivo común. Este no podía obedecer a las aspiraciones individuales de su líder, sino que para ser una plataforma realmente nacional debía responder a las necesidades de la nación y promover entre sus miembros, valores ciudadanos como la participación política de manera consciente y el amor por el trabajo creador como fuente de la riqueza de la nueva república. De modo que en la concepción martiana lo material está conciliado con lo moral. Por eso la república surgida de la revolución triunfante facilitaría el acceso a una vida digna por parte de los ciudadanos, no mediante la promoción de un igualitarismo económico, sino a través del trabajo creador y el esfuerzo individual.
Notas:
[1] José Martí: Obras Completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2006 (obra en curso), t. 11, p. 31 (En lo adelante las citas martianas cotejadas por esta edición se presentarán con las siglas OCEC)
[2] Ibídem.
[3] José Martí: OCEC, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2010, t. 3, p. 31.
Fuentes consultadas:
Ahedo, Unai. Revisando el Concepto de Partido Político: Reconstruyendo, Conectando, Reclasificando. En: Barataria. Revista Castellano-Manchega de Ciencias Sociales. Nº 32, pp 1-21, 2022.
Martí Pérez, José. Obras Completas. Edición crítica. Tomo 3, Centro de Estudios Martianos, 2010.
Obras Completas. Edición Crítica. Tomo 10, Centro de Estudios Martianos, 2005.
Obras Completas. Edición Crítica. Tomo 11, Centro de Estudios Martianos, 2006.
Perryman, Armando. Visión de José Martí sobre Europa, a través del estudio de sus “Escenas europeas”. Univerzita Karlova v Praze Filozofická fakulta. 2013.