“Quieren pintar como el sol pinta…”, escribió el crítico de arte José Martí, en el párrafo final de su artículo sobre la exposición de los pintores impresionistas en Nueva York. El pasado viernes 14 de junio, siglo y medio después, aproximadamente, de la citada muestra neoyorkina, en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana se inauguraba la exposición La Patria de la Luz, bellísimo título que, en vano, la naturaleza se empeñó en desmentir, al mostrarse con un cielo encapotado por la inminente amenaza de lluvia.

La curadora de la exposición, la especialista Delia María López, con su acostumbrado saber, una vez más, se ha hecho a la iniciativa de traernos al presente una de esas etapas que le han dado real trascendencia y continuidad a nuestra Historia del Arte, con la cual nos retrotrae a la pintura cubana de la primera mitad del pasado siglo, cuya pertinencia estético-comunicativa en términos de cultura visual siempre la situará ajena a cualquier soslayo o juicio de intencionada irrelevancia.

En consecuencia, la exposición nos muestra un número de obras de artistas plásticos del patio, que por querer “pintar como el sol pinta”, contribuyeron a sentar las bases del tránsito de una ya desfasada pintura academicista a una más inserta en las últimas tendencias del arte de vanguardia de la época, sin que por ello su interés por captar la intensa luz de la Isla, los apartara de su apego a la realidad de su naturaleza y sociedad.

“(…) la exposición nos muestra un número de obras de artistas plásticos del patio que (…) contribuyeron a sentar las bases del tránsito de una ya desfasada pintura academicista a una más inserta en las últimas tendencias del arte de vanguardia de la época”.

Una vez más, Delia María nos ofrece la posibilidad de recrear nuestros sentidos en obras cuyo real valor ideoestético parecía haberse erosionado, cuando no olvidado, ante la intensidad de un cotidiano de vida que nos ata la memoria al día a día de nuestra compleja realidad, tanto como a la más aparencial expresión de la novedad en arte.

Al observar estas obras, a la par de la luz, se intuye como una ilusión generacional que, si bien emana desde el pasado, aún preserva el frescor de un colorido acorde con la cotidianidad de sus temas, los cuales, por entonces, se avenían premonitorios de la nueva sensibilidad a gestarse por una naciente vanguardia pictórica, que evolucionó a la vista de las luchas sociales que particularizaron este período republicano. De hecho, en las obras de los pintores expuestos —con toda intención no hemos citado nombres—, hay ya como un anticipo de evidente interés universal, que sólo la intensa luz del trópico, en mayor o menor grado aprehendida por sus pinceles, fue capaz de darle una identidad nacional.

¿Los llegó a dominar la luz? Es posible. Aunque fueron los primeros en sentirla más allá de la piel, donde tiene su sol esa otra luz del sentimiento que damos en llamar Patria.