Argel Calcines ha dedicado un cuarto de vida a testimoniar las obras de restauración del Centro Histórico. En su labor de editor general fundador y actual director de la revista Opus Habana se fragua la relación de trabajo con Eusebio Leal Spengler, de quien fue su editor personal durante más de 20 años, desde 1996 hasta su partida física. También Calcines es profesor del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, donde imparte la disciplina Interpretación del Patrimonio y otras asignaturas afines dentro de la Maestría en Gestión del Patrimonio Histórico-Documental de la Música.

Por el predominio de esa faceta editorial, académica y cultural, quienes conocen a Calcines difícilmente puedan asociarlo a la sapiencia técnica, pero lo cierto es que lleva en sí la rara dualidad de ser un hombre de letras y también de ciencias. Como ingeniero en Centrales Atómicas, su campo de saber se amplía a cuestiones científicas y tecnológicas de alta complejidad. Graduado en el Instituto Energético de Moscú en 1987, perteneció al último grupo de sus estudiantes que hizo prácticas en la Central Nuclear de Chernobyl. Inmediatamente que llegó a Cuba pasó a trabajar en la producción desde obrero hasta jefe de bloque en la Central Termoeléctrica de Mariel, la más grande del país.

“Quienes conocen a Calcines difícilmente puedan asociarlo a la sapiencia técnica, pero lo cierto es que lleva en sí la rara dualidad de ser un hombre de letras y también de ciencias”. Foto: Omar Sanz

Cuatro años después comenzó a estudiar Periodismo en la Universidad de La Habana y, terminados esos estudios, trabajó en la agencia Prensa Latina antes de ingresar en la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana a fines de 1995. De entonces data el número cero de Opus Habana,que inició ese proyecto editorial bajo su égida como editor general fundador hasta llegar a 55 números en 2019. También Calcines editó los siguientes libros de Leal en este orden: Poesía y Palabra (volúmenes I y II, 2000 y 2001), Fundada Esperanza (2003), La luz sobre el espejo (reedición, 2004), Patria Amada (2005), Legado y Memoria (2009), Hijo de mi tiempo (2013) y Aeterna Sapientia (2015).

A fines de 2021, a la par de su trabajo como editor y periodista, Calcines culminó con calificación de summa cum laude su tesis doctoral en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Valladolid, España, con el tema: “El carácter único del riesgo nuclear y radiológico”. Esa investigación incluyó varias estancias en Rusia, donde aprovechó para retomar su faceta ingenieril bajo el enfoque de los Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad (ECTS). Sin embargo, el periodismo y la edición siguen siendo su “pasión vital”, reconoce en esta entrevista.

Siendo ingeniero termofísico de formación, especialista en Centrales Atómicas, lleva más de 20 años dedicados a realizar una revista cultural. ¿Cómo se produjo ese cambio de profesión? ¿Cuándo llega a la Oficina del Historiador de la Ciudad?

Responderte a esa pregunta haría esta entrevista larga y enrevesada. Sí te diré que, al cabo del tiempo, Eusebio Leal estuvo al tanto de mis dos vocaciones: ingenieril y humanística, sin que una suplantase a la otra. Cuando decidí hacer mi tesis doctoral sobre el desastre de Chernobyl, decidí ponerle al tanto porque me había ganado con ese tema una beca Santander para una Maestría en Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Valladolid, España. Eso fue en 2011, cuando se conmemoraba el 25 aniversario de esa catástrofe y, de pronto, sucedió Fukushima-Daiichi. El riesgo nuclear volvió a tener actualidad cuando ya se avizoraba un renacimiento de esa opción energética en el mundo.

“Pero, Calcines, ¿te vas a meter de nuevo en lo nuclear?”, me preguntó Leal con extrañeza. Le respondí que lo haría desde una perspectiva historiográfica y sociológica. Para argumentar mi decisión, añadí: “Todo lo que he aprendido con usted me sirve. Créame: es más fácil dominar una central atómica que gobernar el Centro Histórico de La Habana”. Me miró con un gesto dubitativo, ladeando la cabeza, sonrió y me firmó la carta de aprobación para que viajara a España.

Para ese momento ya había cumplido 15 años en la Oficina del Historiador, pues llegué en 1996 luego de haber trabajado como redactor-reportero de ciencia y técnica en la agencia Prensa Latina. Ese cambio de profesión —de ingeniero a periodista— se había producido gracias a que cursé unos estudios de reorientación al Periodismo en la Universidad de La Habana, reconocidos luego como Maestría. Allí un grupo de estudiantes, todos profesionales graduados de disímiles carreras, fundamos una publicación denominada Acento, que fue nuestro trabajo de diploma. Esa iniciativa es el antecedente que explica mi llegada a los predios de Leal, pues se buscaba un editor para materializar uno de sus grandes sueños: tener una revista propia que diera cuenta de su Obra de La Habana. De ahí el nombre que él mismo le había dado, empleando un latinajo: Opus Habana.

En 2016, ya inmerso en mi tesis doctoral en España, gozando también de una beca en Rusia, aproveché para ir a Sevilla y participar in situ en la impresión del número 50 de nuestra revista con portada de Tomás Sánchez. Llevé ambas faenas al unísono sin interrupción: los estudios doctorales y la realización de Opus Habana. Cuando presentamos su quincuagésima edición, el 15 de septiembre de ese año, con concierto de José María Vitier en el Aula Magna del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, el Historiador de la Ciudad comenzaba a recuperarse de las intervenciones quirúrgicas que hicieron peligrar su vida, pues ya estaba aquejado de cáncer. A partir de ese momento se inició una nueva etapa de Opus Habana, extremadamente difícil porque cada número podía ser el último. El impulso vital de Leal, derrochando un coraje enorme, era llegar al 500 aniversario de la fundación de la villa de San Cristóbal de La Habana.

Con la musicóloga Miriam Escudero, directora del Gabinete Musical Esteban Salas y la revista El Sincopado Habanero. Foto: Omar Sanz

¿La condición de editor general fundador de Opus Habana determinó que usted se convirtiera en editor personal de Eusebio Leal?

Leal empieza a confiarme sus textos cuando ya me asume como responsable de la edición de la revista. Esto no fue de inmediato, sino que se produjo paulatinamente. Comienza dándome la introducción de cada número y otros trabajos menores que le permiten conocerme personalmente, sin ningún tipo de mediación. Creo que fue muy significativo el encuentro con el Padre Ángel Gaztelu, uno de los protagonistas del grupo Orígenes. Estábamos cerrando un número dedicado a su figura, con sendas entrevistas mías a Cintio Vitier y monseñor Carlos Manuel de Céspedes, cuando ese mítico sacerdote apareció de manera imprevista en La Habana, después de muchos años viviendo en la parroquia de San Juan Bosco, en Miami. Tuve el privilegio de presenciar su encuentro con Leal y de acompañar a Gaztelu durante la visita que hizo a su querida iglesia del Espíritu Santo, donde me concedió la única entrevista que dio en vida.

Después de eso, Leal me da la tarea que considero como la primera muestra de su confianza en mí: coordinar el primer tomo de su biobibliografía, desde 1942 hasta 1997, a cargo de las hermanas Araceli y Josefina García Carranza. Fue un trabajo ingente porque se había perdido información y tuvimos que teclear nuevamente todo el contenido. Por eso actualmente insisto en que debe haber un “reingreso” en la trayectoria vital del Historiador de la Ciudad para terminar su biobibliografía, máxime que quedó inconclusa en 2012. De este modo, mis roles como editor personal de Leal y de la revista Opus Habana terminaron solapándose, al punto que sus libros fueron saliendo bajo el sello de la recién creada Editorial Boloña, pero como “Colección Opus Habana”.

“Mi interés era que, pasado el tiempo, la revista tributara a los libros de Leal, y viceversa”.

Aquí es preciso aclarar algo: antes que yo, otras personas ya habían ayudado a Leal en la edición de sus textos. En mi caso, preferí que los créditos de cada libro suyo se adjudicaran al equipo de Opus Habana. Era una manera de dejar testimonio sobre la existencia de la revista impresa, gratificando a cada miembro del colectivo por su participación en la concepción editorial, diseño gráfico y maquetación de ambos productos editoriales. Mi interés era que, pasado el tiempo, la revista tributara a los libros de Leal, y viceversa. Para lograrlo, Eusebio y yo íbamos trabajando sus discursos, conferencias e intervenciones que eran transcritos. A ellos se sumaban los textos que le eran pedidos a manera de prólogo o presentación para un catálogo; aquellos elogios que vertía sobre sus contemporáneos…

En la actualidad, al releer esos textos, me reconforta que haya quedado publicada una parte importante de su desempeño autoral no solamente como artífice de la gesta restauradora del Centro Histórico, sino en todas las demás dimensiones de su personalidad: intelectual, política, diplomática, pedagógica… Eusebio acostumbraba a dictar sus trabajos a las secretarias sin dejar de contestar al teléfono, enfrascado en sus labores diarias. Otras veces me dictaba a mí directamente cuando el tema era muy complicado. Podía interrumpir el dictado para atender a alguien y, acto seguido, era capaz de retomar donde se había quedado e hilvanar nuevamente el discurso. Su temperamento y celeridad le impedían sentarse ante una computadora y, de escribir algo, lo hacía garabateando sobre lo ya transcrito. Así hacía con la maqueta de la revista impresa, que revisaba de punto a cabo, antes de autorizarme a imprimirla; el “imprimátur”, como él le decía.

El mejor momento era cuando ya nos sentábamos tranquilos, uno frente a otro, y Leal leía su texto en voz alta como su autor verdadero. No hay un solo escrito suyo que no haya salido de su intelecto. Teníamos una relación muy fraternal y ética, hablando siempre con llaneza. Cuando yo tenía alguna duda de algo dicho por él, me preparaba bien para fundamentárselo. Hubo un momento de esa relación profesional en que Eusebio comenzó a pasarme los mismos libros que había leído, con sus marcas y citas, para que yo también participara en el proceso intelectivo. Esto se lo agradezco profundamente porque me hacía estudiar mucho y, de paso, tener acceso privilegiado a su pensamiento.

“Mis roles como editor personal de Leal y de la revista Opus Habana terminaron solapándose”. Foto: Opus Habana

En su función de editor personal de Eusebio Leal tuvo que convertir su oralidad en palabra escrita. ¿Qué recursos utilizó para que en los textos se reconozca la vivacidad de su elocuencia?

Eusebio Leal puede considerarse uno de los oradores cubanos más grandes de todos los tiempos, si entendemos por oratoria no solamente la mera elocuencia persuasiva, sino la sabiduría comunicada con el lenguaje para llegar al corazón de la gente. El ejercicio de la oratoria obliga a tener valores morales e intelectuales, además de la preparación adquirida a lo largo de los años por las responsabilidades asumidas al hablar en público. Digo esto porque, luego de entrar en la Oficina del Historiador de la Ciudad, me impuse asistir a toda conferencia o comparecencia de Leal por simple que pareciera. Era una oportunidad de escuchar en vivo al célebre protagonista de Andar La Habana,tratando de averiguar cuánto había de personaje televisivo y cuánto de predicador en la vida real.

No quiero abundar en anécdotas, pero quiero confesarte que al principio me amedrentaba un poco su locuacidad erudita. Leal hacía uso ex profeso de giros arcaizantes a la manera de los antiguos cronistas. Solía engarzar largas oraciones subordinadas para describir, pintar, evocar… con un tipo de cláusula cadenciosa y ondulante. Las personas quedaban embelesadas por ese estilo suyo tan personal que desbordaba gracia, fervor y finura de espíritu. Tenía el carisma para llegar al más amplio público: desde los más ancianos hasta los niños, incluso los perros. Parece una broma o un exceso mío, pero no pocas veces presencié que los caninos se detenían, ladraban y terminaban acercándose a él. Hay una anécdota deliciosa de que un perro empezó a ladrar durante una de sus alocuciones a un grupo de visitantes, y Leal lo reprendió diciéndole: “He aquí a Pan con Guayaba, uno de los perros más populares de la Habana Vieja”. O algo así por el estilo que hizo soltar la carcajada a los presentes. Sabía la importancia emocional de utilizar el humor para llegar a la gente, sobre todo a las personas más jóvenes.

“Eusebio Leal puede considerarse uno de los oradores cubanos más grandes de todos los tiempos”.

El problema era cuando yo tenía que poner ese discurso oral por escrito para que predominara la idea principal de acuerdo a las leyes de la retórica. Había que limpiar la floritura barroca que obedecía al contexto o circunstancia de la improvisación. Una cosa era escuchar sus palabras de modo presencial, y otra cosa editarlas para que pudieran ser leídas, incluso cuando ya ninguno de nosotros existiera. Para mí fue crucial constatar que Leal creía en lo que decía. Estaba muy consciente del personaje que se había impuesto a sí mismo: una forma de vestir, una forma de andar, una forma de decir, una forma de comportarse, una disciplina ante el trabajo…

“Todos construimos nuestra propia Catedral”, me confesó una vez. Y en la primera de las dos únicas entrevistas que le hice, al preguntarle sobre su condición de hombre capaz de enamorarse no ya solo de su ciudad, sino de una fémina de carne y hueso, me respondió sin tapujos: “Creo tener cierta facilidad para acercarme al complejo pero maravilloso carácter y espíritu de una mujer. Pero más de una vez me ha sucedido que ellas se enamoraban del personaje y no del hombre real, pues este último les resultaba decepcionante”.

Como su editor personal traté siempre de conservar el retumbo de su voz para que no se perdiera la autenticidad del discurso; eso que has definido hermosamente como la “vivacidad de su elocuencia”. Que esto se había logrado lo comprobábamos juntos, cuando él leía el texto en voz alta, como ya he explicado antes. Uno de mis presupuestos era evitar palabras o giros sintácticos que Leal no utilizaría. Revisábamos concienzudamente las transcripciones de sus alocuciones y, si era necesario, las enriquecíamos para la publicación impresa. Entonces esos trabajos aparecían como “versión” para señalar que tenían un valor añadido. Este proceso editorial formaba parte de mi contenido diario de trabajo, además de la preparación del número de Opus Habana y otras tareas como la curaduría de exposiciones artísticas.

Presentación de Opus Habana con la presencia de Leo Brouwer. Foto: Opus Habana

Se ha dicho que el editor es el nervio de toda publicación. ¿Puede considerarse que tanto la revista Opus Habana como los libros publicados de Leal tienen la impronta suya como editor?

Para responderte es necesario situarse en el plano deontológico; en lo que yo considero la ética del Editor, así en mayúscula. Un verdadero editor tiene que aceptar su anonimato como una condición inherente a su profesión y convencerse de ello en lo más profundo. Nunca puede suplantar al autor y, mucho menos, tomar decisiones de contenido sin su consulta. En el caso de los textos de Leal, yo asumía que trabajaba con un patrimonio semántico: la voz autorizada del Historiador de la Ciudad de La Habana. Supeditaba toda mi pericia editorial a la oportunidad de aprender sobre los temas habaneros, religiosos e hispanoamericanos, por solo citar tres campos de estudios en los que Leal se distinguía. Otro de sus fuertes era el aprovechamiento de las ciencias auxiliares de la Historia: Epigrafía, Numismática, Paleografía, Heráldica, Codicología, Falerística…

Recuerdo con beneplácito el trabajo conjunto en el tema de la religiosidad cristiana, con énfasis en la catolicidad. El análisis de las conferencias suyas en Fundada Esperanza y otros libros publicados bajo el sello “Colección Opus Habana” ayudan a comprender el papel mediador de Leal en las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado cubano durante las visitas papales de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Si esos textos se cotejan con el contenido de los números de Opus Habana dedicados a esos dos acontecimientos históricos, se esclarece el enorme significado de que la Oficina del Historiador hubiera priorizado la restauración del patrimonio monumental y arquitectónico religioso, así como el rescate y promoción de obras sacras inéditas de la literatura, las artes visuales y la música.

Asimismo, cotejando los discursos de Leal y los artículos de Opus Habana, se entiende su decisiva contribución a las celebraciones sucesivas por cumplirse el 500 aniversario de haber sido creadas las primeras villas de Cuba. Esto puso sobre el tapete la problemática de por quién y dónde fueron fundadas cada una de esas villas, incluida San Cristóbal de La Habana, antes de trasladarse hasta sus asentamientos actuales. De cierta manera me tocó involucrarme en esa polémica para fundamentar junto a Leal que la conmemoración habanera debía celebrarse en 2019, y no en 2014 como proponían otros historiadores. Todo ese proceso celebrativo, comenzando con los festejos de Baracoa en 2011, marcó un hito historiográfico por su importancia para entender los orígenes de la nación cubana.

“En el caso de los textos de Leal, yo asumía que trabajaba con un patrimonio semántico: la voz autorizada del Historiador de la Ciudad de La Habana”.

Puede afirmarse que Leal actuaba como un configurador de la cultura histórica, entendiendo por esto la capacidad para lograr un discurso propio de la historia de Cuba y proyectarlo en el espacio público, aunque creara polémica en el campo intelectual al introducir lo que denomino “tensión historiográfica”. Tanto la revista como los libros de Leal responden netamente a esa problemática, de ahí que una parte importante de mi labor consistía en trabajar con los colaboradores para que sus artículos respondieran a nuestros intereses institucionales. Tal vez mi mayor impronta como editor sea la conformación de cada número de la revista, de modo que las voces de los intelectuales reconocidos se combinaran con las de nuestros jóvenes especialistas. Esto incluye las soluciones de diseño gráfico, porque no solamente se trata de la edición de los textos escritos, sino de la edición de la imagen visual, según el precepto: “La forma es el contenido que emerge a la superficie”.

Con esta frase del escritor Víctor Hugo me gusta resumir el sentido de Opus Habana como revista ilustrada. Para apreciarlo es conveniente remitirse a sus primeros números, ya agotados, porque fueron los más difíciles de lograr en aras de crear nuestra propia estética. Paradójicamente, tres de mis números preferidos pertenecen a esa etapa primigenia, entre ellos el ya mencionado con mi entrevista al Padre Gaztelu, teniendo una composición de vitrales del fotógrafo Chinolope en portada, y el dedicado a la visita de Juan Pablo II, con portada de Cosme Proenza y entrevista mía a Alfredo Guevara.

A estos me gusta añadir el número dedicado al Che Guevara, donde se publicó su cuento inédito “La duda”, que escribió durante su estancia en el Congo. Propuse al Historiador de la Ciudad que su portada fuera una obra de Ernesto Rancaño, entonces apenas conocido a pesar de haber pintado su hermosísimo cuadro La izada, donde Martí y el Che aparecen levitando junto a una joven que simboliza a Cuba. Muchos años después, ya reconocidísimo, este artista concibió el retablo cupular del Aula Magna del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, con el mismo estilo figurativo que caracteriza su portada de Opus Habana.

Presentación de Opus Habana con Fernando Pérez. Foto: Opus Habana

Una vez que Leal ya no está físicamente, ¿cuáles son las perspectivas de Opus Habana como publicación?

Tras la partida física de Leal, sumidos en las duras condiciones de confinamiento y de trabajo a distancia por la pandemia, se complejizó el ya de por sí tremendo reto de dedicarle un número especial de Opus Habana a quien había sido su fundador y guía. ¿Cómo resumir la trayectoria vital del Historiador de la Ciudad en una limitada cantidad de páginas? ¿Cuál debía ser la selección de artículos y otras fuentes documentales, incluyendo las imágenes fotográficas? ¿De qué manera tener en cuenta la profusión de escenarios que acarrearía el propio vacío de su ausencia física? Y algo muy importante; yo diría crucial: ¿Quién daría el imprimátur al contenido de esta revista, tal y como él hacía en calidad de director, luego de revisarla exhaustivamente?

A esas preguntas hemos tratado de responder con una divisa confuciana que el mismo Leal predicaba cuando convirtió esta frase de origen chino en su principio de actuación: “La mano ejecuta lo que el corazón manda”. Esta metáfora se ha tomado como acicate para preparar ese número especial de la revista, basándonos en la propia ruta crítica para la puesta en valor patrimonial de la Casa Eusebio Leal Spengler en la que fuera su última sede: la antigua Casa de Arango y Parreño. Si a través de los años Opus Habana fue dejando testimonio de la obra de restauración del Centro Histórico, esta edición especial testimoniará el empeño intelectual de sus colaboradores para sobreponerse a la partida física del Eterno Historiador de la Ciudad.

“Puede afirmarse que Leal actuaba como un configurador de la cultura histórica, entendiendo por esto la capacidad para lograr un discurso propio de la historia de Cuba y proyectarlo en el espacio público”.

Esta condición de “Eterno” no se trata de un eufemismo baldío, sino que se adjudica porque el ideario intelectual de Leal seguirá vigente. Por eso la necesidad de que la casa que lleva su nombre continúe siendo un centro de ciencia y cultura para estudiar su filosofía de la praxis, ese andar La Habana que le permitió crear una ciudad imaginaria de la que todos hemos sido partícipes como personajes de una obra de ficción. A esta idea me referí cuando, al entrevistarlo por segunda y última vez, le pregunté a bocajarro: “¿Cuáles consejos daría a su sucesor como Historiador de la Ciudad?”. Fue la última de las cinco interrogantes que le hice, usando el pretexto de trasladarlo por cada uno de los siglos que cumplía La Habana en 2019.

Resulta primordial entender que Leal fue un hombre adelantado a su tiempo. No formó personas para sustituirlo a él; ni siquiera formó discípulos, sino que nos tuvo como colaboradores afines a sus ideas, enseñándonos a defenderlas en las circunstancias más difíciles. Era un patriota por encima de todo, predicando con el ejemplo en aras de un superobjetivo: la defensa de la habaneridad y, por extensión, de la cubanidad. Ahora que ya no está físicamente como “mascarón de proa”, según él mismo decía, corresponde a nosotros enfrentar el reto de mantener la unidad de equipo para ser capaces de conservar su Obra de La Habana, su Opus Habana.

Presentación de Opus Habana con Ana Cairo. Foto: Opus Habana

Como editor personal que fue de Eusebio Leal, ¿se considera un velador de su legado?

Mi pasión vital ha sido el periodismo y la edición. Como dije anteriormente, al trabajar los textos del Historiador de la Ciudad, siempre asumí que eran “patrimonio semántico”. Desde esta perspectiva, fui un velador de que su palabra no se perdiera en el tiempo, siguiendo el apotegma latino Verba volant, scripta manent. Al releer esas páginas salvadas en la actualidad, hay muchas cuestiones que voy entendiendo mejor, como si Leal me estuviera dictando al oído —o en sueños— cosas que yo en algún momento no era capaz de ver. Esta es la mejor manera de expresarte cuán orgulloso me siento de haber estado a su lado, aunque fuese un día en la historia de Cuba.

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