Noventa y cuatro años es una edad privilegiada de la que pocos podemos presumir, tan privilegiada como la prolífica, deslumbrante y pletórica carrera del cubanísimo artista Alfredo Sosabravo. La acción o efecto de presumir es algo que la obra por sí sola de Sosabravo puede lograr, aunque esta acción en su amplio sentido diste mucho de la personalidad del artista, apegada siempre a su esencia plena de cubanía y cercanía a su pueblo.

Insaciable es la condición de cada receptor que disfruta al máximo su ingenio, belleza y maestría, y que pretende seguirla disfrutando por toda una eternidad, pues este completo creador superó hace tiempo la barrera de la longevidad para convertirse en una personalidad de la plástica nacional.

Así todo, es ponderable la vitalidad presente tanto en su vida como en su obra que continúa ganando seguidores, o más bien, admiradores, por mucho que su estética y preceptos teóricos hayan sido más que estudiados y expresados por especialistas, pues es ese afán comunicativo, humorístico, pintoresco y altamente sensitivo, lo que hace que este artista trascienda las distintas generaciones que le ha tocado vivir y compartir, siempre con una unidad notable de originalidad en su obra toda.

“El 25 de octubre de 1930 nació Alfredo Sosabravo, en Sagua La Grande, provincia Las Villas en aquel entonces. El veinticinco nos devela una serie de cualidades cada una de ellas apegadas a la trayectoria del creador”.

Sirvan estas palabras como reconocimiento, desde la profunda estimación y encanto de un estudiante de Historia del Arte, a la trayectoria de este singular sujeto creador, merecedor —en justa medida— del Premio Nacional de Artes Plásticas en 1997.

Ante todo, veneración y respeto a los especialistas que durante los años de vida activa de Sosabravo han permitido acercarnos al universo artístico, no solo a estudiantes y conocedores del arte, sino al público en general en pos de hacer cada vez más accesible el conocimiento de la cultura nacional.

Basado en estas premisas, el presente texto se enfocará en la relación que nos revela la Numerología —disciplina tan antigua como los primeros matemáticos griegos— con la figura del artista y de esta forma establecer conexiones, en primer lugar, partiendo de su día de nacimiento y, en segundo lugar, la edad recientemente cumplida.

“… este nuevo aniversario nos invita a reflexionar y analizar la impronta e implicación que la personalidad artística de Alfredo Sosabravo ha perpetuado en nuestra cultura”. Imagen: Tomada de Radio Coco

El 25 de octubre de 1930 nació Alfredo Sosabravo, en Sagua La Grande, provincia Las Villas en aquel entonces. El veinticinco nos devela una serie de cualidades cada una de ellas apegadas a la trayectoria del creador: intuición y sabiduría para afrontar los desafíos de la vida, elemento presente en cada una de sus etapas; energía compuesta que abarca la curiosidad y el deseo de explorar nuevas ideas y perspectivas, aspecto que encaja —más allá del contexto epocal— con su vocación creativa en ese período de abandono temporal de la pintura (manifestación por antonomasia) y sustitución por otros soportes como la cerámica.

Resulta llamativo el apartado que remarca el influjo de este número mediante la cualidad de contener en sus seres un impulso constante por acumular conocimientos y reflexionar sobre sí mismos, así como el equilibrio entre el análisis intelectual y la introspección espiritual.

“… es ponderable la vitalidad presente tanto en su vida como en su obra que continúa ganando seguidores, o más bien, admiradores”.

Ambas expresiones son palpables en sus piezas y en su quehacer, pues encontramos a lo largo de su decursar por el mundo del arte una necesidad impetuosa de aprender y aprehender de los grandes maestros de la vanguardia cubana como Wifredo Lam, Amelia Peláez, Mariano Rodríguez y René Portocarrero, así como de los lenguajes en boga en el circuito internacional como la nueva figuración europea y el pop art estadounidense, que de buena manera influyeron en su concepción de plasmar la relación del hombre con sus semejantes y con las cosas que se encontraba a su alrededor.

Además, se constata en cada una de las creaciones el equilibrio existente entre lo intelectual y lo espiritual. En tanto, se visualiza la comunión con lo conceptual —múltiple en su manifestación, que va desde lo lúdico hacia la condición esperanzadora del ser humano— y lo formal en virtud de colores y diferentes texturas amalgamadas en un solo conjunto, que declaran una vinculación entre sus imágenes de inspiración con lo natural y el mundo científico-tecnológico.

“… se constata en cada una de las creaciones el equilibrio existente entre lo intelectual y lo espiritual”. Imagen: Cortesía del MNBA

En consonancia con lo anterior, aparece en la escena sosabraviana el número correspondiente a su más reciente aniversario, o sea, el noventa y cuatro. El mismo, entendido desde la unión entre el componente nueve y el cuatro, destapa más de una apreciación: el nueve está asociado con la intuición, la creatividad y la iluminación, además de simbolizar la unidad y la expansión de la conciencia, cualidades que conectan con las afirmaciones presentadas para con el número veinticinco; mientras tanto, el cuatro arropa características como la estabilidad, seguridad y organización, cada una de ellas mostradas en su estabilidad en el panorama artístico nacional, su seguridad creativa y su organización constante como sujeto creador.

Como complemento, encontramos que el Salmo 94 ha sido recitado frecuentemente en la liturgia cristiana durante tiempos de dificultad, un aspecto que por simbología pudiera extrapolarse al papel enaltecedor y optimista del artista, que al decir de Rufo Caballero: “ha sido siempre nuestro bálsamo de pureza, de alivio y resurrección”.[1]

En conclusión, este nuevo aniversario nos invita a reflexionar y analizar la impronta e implicación que la personalidad artística de Alfredo Sosabravo ha perpetuado en nuestra cultura. Este 25 de octubre y los noventa y cuatro años de Sosabravo tienen que ser un motivo de festejo y disfrute para la cultura nacional, pues contamos con la bendición y el beneplácito de la presencia de un artista indisoluble, inigualable e inexorable en la historia del arte cubano.


Notas:

[1] Rufo Caballero: “El alma encantada en su casa posmoderna”, en Museo Nacional de Bellas Artes, junio 1996.

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