Puede decirse que Enrique Núñez Rodríguez incursionó en cuanto soporte escritural procurara, redactando guiones, reportajes, programas, espectáculos para la radio, la televisión, el cabaret, el teatro, y también se destacó en la narrativa, con varios cuentos que en realidad son, digamos, muestras de literatura testimonial, como los más de diez que aparecen en ¡A Guasa a garsín!; en el llamado género centauro de la literatura, el ensayo, con un interesantísimo acercamiento suyo al apóstol desde el humor (El humor en Martí), pero, sobre todo, alcanzó el summum preferencial del público con sus magistrales, irrepetibles e inolvidables crónicas. Aunque me detendré en su única novela, no puedo dejar de mencionar el valor historiográfico de su labor de cronista. Será posible para lectores curiosos e investigadores, trazar un mapa sentimental de hechos y de figuras del ayer, gracias a su talento, a su empeño en dejar constancia de lo vivido, y al medio en que tuvo que batirse, manteniendo a flote su fabulosa gracia criolla, su modestia, y sus principios morales. Confieso que acudo a sus escritos si necesito saber, por ejemplo, los avatares del teatro cubano, informaciones de periódicos y de revistas, o de fundadores de estilos, ya sea en el arte de la comedia, en la ópera, la zarzuela, en la televisión y en la radio de Cuba. La memoria histórico cultural de esta isla le debe muchísimo a Núñez Rodríguez, sin cuyos textos sería imposible volver al pasado desde el testimonio de alguien que supo estar a la altura de las circunstancias, fueran cuales fueran, y nos cuenta sin pudor su rocambolesca existencia. Hoy, que celebramos su centenario, sucumbo a la tentación de recordarlo con admirada jocosidad reproduciendo una de sus chispeantes observaciones: “En 1923, año de mi nacimiento, se produjo la Protesta de los Trece. Podía haber sido la Protesta de los Catorce, pero yo estaba recién nacido”.[1]

Gracias al descomunal talento de Enrique Núñez Rodríguez, y a su empeño en dejar constancia de lo vivido, es posible trazar un mapa sentimental de hechos y de figuras del ayer.

Antes de adentrarme, como ya anuncié, en el tema que me ocupa, su única novela, y como muestra de una impúdica modestia, o quizás del sacrificio que el autor estuvo dispuesto a hacer, en aras de lograr comicidad en lo anecdótico, aun a costa de ridiculizarse él mismo, citaré fragmentos de la crónica “Recuerdo de un amigo”, que se relaciona directamente con el libro que comentaré a continuación.

“[…] Decidí llevarle el manuscrito a Félix Pita Rodríguez. […], le rogué que lo leyera, y que fuera implacable en su juicio crítico. Félix me prometió leerlo a la mayor brevedad posible. Una semana después me llamó para que pasara por su casa a recoger la obra y darme su sincera opinión. A la hora acordada se produjo el esperado encuentro. Félix dijo que la obra era muy buena, que podía convertirse en un bestseller, que cuidara mucho su edición, que me felicitaba, etcétera, etcétera. Satisfecho, le expresé mi agradecimiento, diciéndole que para mí constituía un honor el hecho de que un consagrado como él […] le hubiera dedicado una parte de su preciado tiempo. Félix me interrumpió diciéndome: “No, no la leí, no tuve tiempo, pero como tú viniste para que te dijera que me gustaba, porque de otra manera no me la hubieras traído, no quise demorarte más mi opinión. Y me invitó a un ron para celebrar el seguro éxito de Sube, Felipe, sube”.

Firmada en 1978, la lectura de esta novela, a golpe de vista, recuerda, al menos otras dos obras artísticas, no por el estilo, sino porque comparte el mismo afán de contar una pequeña historia mientras la otra, la mayúscula historia, funciona de telón de fondo, recurso imprescindible para el entendimiento de la trama.

Imagen: La Jiribilla

Pienso en Contrabando, el excelente libro de Enrique Serpa, con el cual su autor obtuvo el Premio Nacional de Novela en 1938, y en la película Un hombre de éxito, del gran director Humberto Solás, estrenada en 1986, en la que un joven ambicioso se vale de su capacidad de seducción y de su carencia de escrúpulos.

Contrabando, por su parte, recrea el mundo de los hombres de mar, con toda crudeza. Serpa retrata la época de los años treinta en Cuba (pobreza extrema, hampones, drogas, prostitución, abandono absoluto), haciendo hincapié en un tema que obviamente le fascinaba: el mar y quienes se dedican a vivir de él. La novela de Núñez Rodríguez, como él mismo anuncia en una suerte de prólogo, “si en algunos casos es dura, no se le atribuya al autor. No pretende ser grosero, pero vivió en una época y un mundo groseros”. Es el ambiente retorcido, despiadado, abiertamente inmoral de los llamados medios radiales y televisivos de la época anterior al triunfo de la revolución cubana lo que ocupa gran parte de la novela, donde un joven provinciano, llamado Felipe San Jorge, (seductor e inescrupuloso como el protagonista de la película Un hombre de éxito), boquea, a costa de lo que sea menester, para alcanzar la gloria miserable de convertirse en un actor popular. Son los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado los que quedan retratados en Sube, Felipe, sube, cuya trama, desarrollada tras bambalinas, termina en gran contraste,  justo cuando un grupo de jóvenes rebeldes asaltarán el cuartel Moncada, de modo que es perfectamente comprensible la historia de Cuba, vista desde diferentes ángulos, claro está, a partir de los inicios de los años treinta (Contrabando, finales de esa década Un hombre de éxito) y lo que vino después, justo hasta 1953, gracias a esta novela. El contexto político de la narración es bien particular, por lo que sabemos que sobrevino después, y que el propio Enrique conocía perfectamente. En primer lugar, porque él mismo sabía a la perfección las trampas, los engaños, las intríngulis del submundo en que se desarrollaba su carrera polifacética de escritor para diferentes medios (y ahí están muchas de sus mejores crónicas, que dan fe de su agudeza, de su desprecio hacia la corruptela reinante, de su posicionamiento ideológico, y también reflejan su ternura de hombre bueno, en el concepto machadiano), y además, porque un cuarto de siglo separa la escritura de su novela de los hechos que narra. Exactamente veinticinco años después del 26 de julio de 1953, Núñez Rodríguez dejó para nosotros Sube, Felipe, sube. A diferencia de las otras dos obras traídas a colación, en las cuales los protagonistas viven al margen no solo de la ética establecida, sino de figuras políticas concretas de cada época, en esta novela, el autor comete la osadía (y sale reinante, acoto), de entremezclar nombres verídicos y prominentes con sus protagonistas novelescos, inventados, lo cual, además de osado, resulta de una coherencia pasmosa. Así, mientras Felipe sale o entra de un estudio de televisión, Eduardo Chibás entra o sale de una cabina de radio, y cuando Felipe acude al Ministerio de Defensa, un joven abogado nombrado Fidel Castro, entrega en el Tribunal de Urgencia del mismo lugar, una carta denuncia al golpe de estado batistiano, el 10 de marzo de 1952.

El ambiente retorcido, despiadado, abiertamente inmoral de los llamados medios radiales y televisivos de la época anterior al triunfo de la Revolución cubana, ocupa gran parte de su novela Sube, Felipe, sube.

En la figura de Eddy Chibás debo detenerme, como lo hiciera Enrique. Él mismo, militante del partido ortodoxo (además de haber integrado las filas del PSP, y de colaborar más adelante con el Movimiento 26 de julio), no solo manifiesta especial afecto hacia este líder, sino que resulta evidente que se sentía vergonzosamente endeudado con él, como es fácil apreciar en la crónica “Vergüenza contra dinero”, donde expresó con absoluta franqueza: “Nunca me he sentido tan culpable en el ejercicio de mi profesión de periodista”, a raíz de burlas que compartió con sus colegas a propósito de las pruebas que Chibás había prometido y que demostrarían la culpabilidad del entonces Ministro de Educación. “Sentía honda simpatía por aquel personaje inquieto de la política nacional”, añade en la crónica, para después señalar “En Zig-Zag no fuimos consecuentes con el afecto que nos demostraba Chibás”, y todo esto aflora en la novela, como una forma de rendir homenaje a la ortodoxia, y a su líder muerto.

Esta obra proporciona una lectura fácil, sin ambiciones estéticas, aunque muestra claramente el desprecio hacia la turbiedad moral reinante.

Otro aspecto de la honradez del autor que hoy homenajeamos, es su tributo al movimiento sindical obrero. El único personaje entrañable, (Enrique se burlaría si le llamo “personaje positivo”, pero es la pura verdad), resulta ser el secretario general del sindicato en una fábrica textil donde laboró por breve tiempo el protagonista, Felipe San Jorge. Descrito como “un joven miope y delgado”, se llama, qué casualidad: Enrique, quien admira a líderes como Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias, Lázaro Peña, y que es comunista, no faltara más. El resto de la galería humana entre quienes se desenvuelve la trama, resulta, por decirlo suavemente, verdaderas mermas sociales, deshechos morales. Dicho así, parecería que esta es solo una narración estrictamente política, pero no es cierto. Intrigas bien urdidas, retratos delineados de cada carácter, o como bien señala su autor, espejo de “un hombre en su época y en su inframundo”, la novela proporciona una lectura fácil, sin ambiciones estéticas, aunque deja claramente el desprecio hacia la turbiedad moral reinante. No hay engaño en ningún momento, ni ambigüedad posible, es un libro llano, es una película ambientada en el pasado, con cierto grado de divertimento, cuyo actor principal y mediocrísimo no oculta su desmesurada ambición, como lo prueban varias de sus apariciones, en las cuales Núñez Rodríguez apunta: “Su vanidad pudo más que su dignidad”, y más adelante: “Felipe, haciendo acopio de la dignidad que le faltaba, protestó”. Me permito reproducir un diálogo entre Alberto Recio y Felipe, a propósito de un infame programa televisivo donde se iba a homenajear a José Martí, en el cual se evidencia humor sarcástico:

-No creo que hoy el programa tenga mucha audiencia.

-¿Por qué no?

-Porque a la misma hora sale una manifestación de la universidad.

-Mira que tú eres bobo. Esos son unos cuantos comunistas que quieren aprovecharse de la figura de Martí para meter su escándalo.

-¿Y nosotros qué hacemos? Aprovecharnos de la figura de Martí para vender pasta de dientes.

Luego de varias peripecias y tribulaciones que fluyen sin grandes recursos, la novela termina con un contrapunteo secuencial en la distancia espacial pero en el mismo momento, entre el protagonista, y José Luis Tasende. El primero, empeñado en continuar trepando en la escala social fatua y ajena, se encuentra de viaje de placer en Varadero, y el segundo, ya en el Oriente del país, alistándose para la acción militar en que resultaría masacrado, como sabemos. Ejemplar cierre, que no deja resquicio de duda en cuanto a aquello que aunque no se dice de forma explícita, revolotea durante toda la narración. Para concluir, regreso al inicio, al prólogo, en el cual Enrique describe el humillante juego competitivo, muy popular en esa época (y para colmo, televisado en vivo), consistente en subir por un palo ensebado con el objetivo de alcanzar una banderita colocada en lo alto, y que significaba la obtención de varios regalos. “Había, sin embargo, en aquella época, hombres que tenían una meta más alta que subir a alcanzar la banderita. A ellos va dedicada esta novela. Y el lector sabrá por qué”.


Notas:

[1] ”Mis primeras ideas políticas”, Mi vida al desnudo. Ediciones UNIÓN, 2000.