La música tiene quien la escriba
3/3/2021
Los años 80 no fueron años de una gran vida musical, tampoco comenzaron a brillar los miembros de una generación que era fruto de un nuevo empeño. En esta década tomó fuerza la literatura musical de la Isla, es decir, las publicaciones dedicadas a reseñar la historia de la música cubana y a ensalzar a sus más importantes figuras ganaron un amplio espacio en el mundo editorial.
Ciertamente, en los años 60 y 70 habían aparecido títulos dedicados a los estudios sobre la música cubana, entre los que destacaron aquellos de Argeliers León y María Teresa Linares. Textos que tuvieron su génesis en el desaparecido Instituto Nacional de Etnología y Folklore, y que califican —junto a la obra de Alejo Carpentier y otros autores— en el cuerpo fundacional de la musicología cubana.
Los textos de Argeliers y María Teresa fueron escritos para ser entendidos por todos los públicos, aunque su destino final era ser parte del programa de estudios de los conservatorios nacionales. El esfuerzo editorial alcanzó también la publicación del Diccionario Oxford de la Música y algunos otros libros complementarios.
Desde el comienzo el artífice de esta titánica tarea fue el músico y estudioso Radamés Giró, quien se convirtió en el editor por excelencia de esos temas. No es secreto que el grueso de la industria editorial cubana se concentraba en la publicación de las grandes obras de la literatura universal y en la promoción de la literatura escrita en Cuba. Aquellas tiradas millonarias abrieron las puertas a una diversidad de autores de todas partes del mundo, y pusieron en boca de los lectores el nombre de nuevos escritores premiados en los diversos concursos nacionales.
Sin embargo, la guinda del pastel editorial de los años 80 era la literatura policial, y no era para menos. El género estaba de moda y había suficiente material para mantener la avidez de los lectores. No obstante, a fines de 1981 saldría a la venta una obra pionera determinante en la comprensión de la música cubana: Diccionario de la música cubana: biográfico y técnico, de la autoría del músico, poeta y periodista Helio Orovio.
Incompleta, como hubo de reconocer siempre su autor —el editor también compartió esa culpa—, suelen ser las obras de tal magnitud. El trabajo de Orovio, con tintes renacentistas, se estableció en el gusto popular alcanzando la categoría de best seller y desplazando en ventas las obras del escritor policíaco más popular en Cuba durante aquellos años: el uruguayo Daniel Chavarría.
Al tratarse de un diccionario biográfico, el público, los músicos y los estudiosos se apropiaron de la obra y no cejaron en su empeño de criticarle algunas omisiones, olvidos y errores de todo tipo. Helio, con esa capacidad para asumir sus culpas, a todos recordaba que había sido un trabajo individual, y que muchas de las entradas eran fruto de la información aportada por los mismos músicos. En cuanto a las omisiones, habría tiempo de incorporarlas en una segunda edición, como ocurriría quince años después.
A parecer, Helio Orovio se convirtió en una celebridad durante un concurso de televisión en el que fue evaluado por un panel conformado por grandes expertos, entre ellos su amiga y compañera de labores en el Instituto Nacional de Etnología y Folklore la Dra. María Teresa Linares.
No se habían apagado las luces y sombras generadas por el Diccionario, cuando salieron a la luz dos textos del también músico, periodista y escritor Leonardo Acosta: Música y descolonización, y Del tambor al sintetizador. Ambos constituyeron los primeros ensayos acerca de los procesos históricos, sociales y económicos que han definido la música cubana y sus vínculos con determinados hechos y doctrinas conocidas.
Con estos volúmenes Acosta no solo demostró su vasta cultura, sino su capacidad como ensayista, al romper los esquemas que hasta ese instante definían el cuerpo literario nacional. El don de escribir ensayos enjundiosos no era solo terreno de poetas y escritores.
Radamés, acompañado por Silvana Garriga como editora principal, promovió la publicación de al menos medio centenar de títulos dedicados a la música, aunque por momentos enfrentó el prejuicio de los editores que privilegiaban la literatura per se (novela, cuento, poesía, ensayo y testimonio).
Biografías como la de Sindo Garay, escrita por Carmela de León, y la de María Teresa Vera, de Jorge Calderón, así como la edición de volúmenes como La música en persona, de Erena Hernández, nos acercaron a procesos que de no ser por su gestión y desvelo hubieran quedado en investigaciones condenadas a dormir el sueño de los injustos.
También se divulgaron interesantes artículos en diversas publicaciones, sobre todo en revistas que fueron aportando conocimientos y puntos de vista acerca de la música, sus protagonistas y los procesos creativos a ella asociados.
Ahora, además de bailar, escuchar, cantar y vivir la música, los cubanos de los años 80 accedieron a criterios que enriquecieron su cultura. Aunque no todos quedaron satisfechos, se podía leer más allá de las complejidades de una partitura. La musicología como ciencia fundaba los cenáculos para entrar en la vida de los habitantes de esta Isla.