Niña y Niño no conocen el mar. No han visto más allá de las paredes oscuras de la torre en la que viven. No comen más que sopa y carne de conejo y no se atreven a desafiar a su Mamá. Ella es quien los aparta de la biblioteca, porque es ella quien debe contarles los cuentos… Ella es quien les dice cómo dormir, cómo comer, cómo caminar, cómo obedecer… Ella les habla constantemente del enemigo, la bestia, el iguandrago, ante el cual deben saber defenderse aunque nunca el momento crucial llegue. Niño le teme a Mamá y Niña es rebelde, osada, retadora. Desea escapar y escapa, sin embargo, regresa. “Somos débiles los dos… Yo siempre regreso y tú nunca te vas”, le dijo a Niño. El trágico final lo libera a él, porque se atrevió a salir de la torre y salir a conocer el mundo, a oler el mar.

Mamá es la obra por la que apostó la dramaturga Bárbara Domínguez para llevar a las tablas, con la dirección general de Raúl Martín, bajo la sombrilla del Teatro de La Luna. Conocedora de los textos de Raúl Alfonso, Bárbara lo trae de vuelta a la escena cubana —enhorabuena— y gracias a ella, comprendemos que escrita en los años 90, la obra posee extraordinaria vigencia en estos tiempos.

¿Habla de la sobreprotección maternal? Sí. ¿Alude a los secretos escondidos de las familias? Sí. ¿Evoca los conflictos de una crianza autoritaria, dominante y hostil? Sí. ¿Propone reflexionar sobre los modelos monoparentales del hogar? Sí.

Pero seríamos muy ingenuos si no percibimos que Mamá es, filosóficamente hablando, una propuesta profunda e intensamente metafórica. Puede doler, a ratos, un texto tan duro y áspero. Puede parecernos demasiado cruel, pero ha sido necesario que así sea. Hablar de frustraciones, anhelos, miedos, ahogos emocionales, prohibiciones, decepciones, muerte y mentiras siempre lo es. Y Mamá provoca que en ello pensemos, en las circunstancias actuales, cada cual desde su espacio vital.

Decimos que es una fábula y pensamos en lo que conocemos de niños como tal, pero es una tragedia, y ha requerido mucho trabajo físico y la aprehensión de un texto que nos remite a lo clásico.

¿Irse es siempre la solución? ¿No podemos construir una torre mejor? Una que nos proteja de las inclemencias del tiempo y nos ofrezca seguridad para dormir, pero que nos permita vivir a nuestras anchas… ¿No es buena idea dialogar, entendernos, satisfacer nuestras necesidades básicas y también las espirituales, y bailar alegres por eso? ¿Por qué Mamá no lo entiende? ¿Por qué Niño y Niña deben bajar la cabeza y no soñar?

Es una fábula fantasmagórica —según Raúl Alfonso dijo—, me recuerda la actriz Mayra Mazorra, la Mamá de esta historia. “Solo se había hecho una puesta años atrás, y para esta ocasión tuvo la delicadeza de venir desde España para colaborar con el montaje. Decimos que es una fábula y pensamos en lo que conocemos de niños como tal, pero es una tragedia, y ha requerido mucho trabajo físico y la aprehensión de un texto que nos remite a lo clásico.

Conlleva un colosal esfuerzo nuestro, como actores, para pronunciar bien y cuidar la dicción, para desplazarnos coherentemente en el escenario, para resultar creíbles en una situación tan extrema como la que se dibuja. Me ha dejado mucho. Es una obra muy fuerte, con una emotividad intensa, y hay que entregarle mucho también”.

Justamente ver a Mayra Mazorra en esa piel, aun cuando no se ha separado del teatro nunca y en televisión nos ha regalado personajes tan diversos, ha sido otro hallazgo.

Niña, la actriz Ana Flavia Barrios, quien pertenece a Teatro El Público, reconoce que su personaje tiene una carga muy fuerte y ha sido un proceso complejo para ella como actriz.

“Es un tipo de teatro que hace rato no se hace. Tiene rasgos de la contemporaneidad, pero nos lleva a lo clásico del ámbito de las tablas. Pueden vernos en matices distintos, que nos enriquecen como artistas”.

El texto está escrito de manera excelente, y eso se agradece mucho, comenta Mayra. “Rememora el teatro de antaño, que se hizo con Roberto Blanco y Berta Martínez hace años acá. Le rendimos homenaje a ellos y al público que disfrutaba de esas propuestas en aquel tiempo también”.

Niña, la actriz Ana Flavia Barrios, quien pertenece a Teatro El Público, reconoce que su personaje tiene una carga muy fuerte y ha sido un proceso complejo para ella como actriz. “Trabajar en los matices de Niña fue difícil porque ella es la que lleva la carga de la rebeldía, de violar lo que le han establecido en su vida, de saltar los muros. De todos los personajes que he hecho hasta ahora, este me ha costado mucho, y agradezco la oportunidad para asumir el reto”.

Daniel Triana, Niño, también representó el arquetipo del temeroso que no se atrevería ni a mirar la luz por la hendija de la ventana. No porque no lo desee, sino porque su miedo es mayor que sus ganas de vivir. Grácil en sus movimientos, ojeroso y flaco, encarnó a la figura que bien conocemos, que hasta tanto las circunstancias no le coloquen en el borde, no salta. Pero cuando lo hace, embriagado de luz y mar, es posible que olvide todo.


Todos hemos sido, en diferentes momentos de nuestras vidas, Niño o Niña. Ser Mamá ya es otra cosa.

Con un diseño de vestuario a cargo de Maikel Martínez, en el que predomina la dureza del saco en las confecciones textiles y la asesoría coreográfica de Maylin Castillo, la obra contó con la asesoría teatral de Carlos Díaz. Es simple en cuanto al uso externo de objetos y telas extras. La obra es específica en el tono que requiere, en el empleo de lo elemental y en la apropiación de una nana africana que deviene única sonoridad añadida. No hace falta más.

Todos hemos sido, en diferentes momentos de nuestras vidas, Niño o Niña. Ser Mamá ya es otra cosa. No siempre tenemos el poder para ser la única voz. Y ojalá no lo deseemos nunca. La pluralidad existe, y debe ser respetada. De lo contrario, un día se busca ese respeto a la fuerza.

“Es preferible un final espantoso que un espanto sin fin”, dice uno de los personajes. Gracias a Raúl Alfonso, a Bárbara, a los actores, a Raúl Martin… a todos los que contribuyeron para volver a tener a Mamá en la escena cubana. Gracias por permitirnos comprender que no es esa la Mamá que queremos.