Sin bien luego del derrumbe del Campo Socialista del este europeo se impuso una tendencia de destrucción y sustitución de símbolos nacionales y culturales relacionados con el comunismo por aquellos más representativos de la ideología liberal, el siglo XXI ha estado marcado por la reapropiación (intento de secuestro) de aquellos códigos estrechamente vinculados con el pensamiento progresista. Ya lo alertó Fernando Martínez Heredia[1] cuando aseguró que “gana cada vez más terreno a escala mundial la homogeneización de opiniones, valoraciones, creencias firmes, modas, representaciones y valores que son inducidos por el sistema imperialista mediante su colosal aparato cultural-ideológico. Una de sus líneas generales más importantes es lograr que disminuyan en la población de la mayoría del planeta —la que fue colonizada— la identidad, el nacionalismo, el patriotismo y sus relaciones con las resistencias y las revoluciones de liberación, avances formidables que se establecieron y fueron tan grandes durante el siglo XX. La neutralización y el desmontaje de los símbolos ligados a esos avances es, por tanto, una de sus tareas principales”.
Una estrategia que hoy incluye una relectura de los procesos históricos de la Isla y sus principales figuras; así como la resemantización de los hechos, consignas y códigos que han marcado el devenir cubano. Una feroz lucha por los símbolos ya arraigados y asociados a valores puros y patrióticos.
“Es obvio —continuó Martínez Heredia— que ese trabajo trata de ser más eficaz hacia los jóvenes, que están más lejos de las jornadas y los procesos del siglo XX. Si logran que les salga bien, la victoria imperialista será mucho mayor porque se generalizará el desconocimiento y el olvido de aquel mundo de libertad, justicia social y soberanía, y les será más fácil implantar el mundo ideal y sensible correspondiente a su dominación”.
Ejemplos claros de esa guerra cultural que encuentra en las nuevas generaciones su principal objetivo, se identifican sin mucho esfuerzo. Se apela a la esencia de la nacionalidad, a sus símbolos más auténticos, para dirigir los mensajes hacia los jóvenes en los formatos (hip hop, reguetón, etc.) y medios más populares entre ellos. Se pretende así activar desde lo emocional un determinado conjunto de representaciones sociales en torno a la Revolución cubana que medie en favor del cambio de régimen en Cuba. Baste recordar que las representaciones sociales son “una modalidad particular de conocimiento cuya función es la elaboración de los comportamientos y la comunicación entre los individuos. Es un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades psíquicas gracias a las cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y social, se integran en un grupo o en una relación cotidiana de intercambios, liberan los poderes de su imaginación”.[2]
“El siglo XXI ha estado marcado por la reapropiación (intento de secuestro) de aquellos códigos estrechamente vinculados con el pensamiento progresista”.
Las representaciones sociales constituyen modalidades de pensamiento práctico orientado hacia la comunicación, la comprensión y el dominio del entorno social, material e ideal.[3] Son un sistema de valores, ideas y prácticas que permiten reconocer la presencia de estereotipos, opiniones, creencias, valores y normas que pueden ser de signo positivo o negativo. Las representaciones sociales ofrecen la posibilidad de comprender la interdependencia que existe entre comportamiento y cogniciones, entre sujeto y objeto, entre la realidad “tal como es” y la realidad “tal como es” para las personas.
De este análisis se deriva que la realidad es, en alguna medida, el resultado de la construcción subjetiva de los individuos. Es por esto que no se puede afirmar que existan distintas realidades, sino que ella está atravesada por el proceso que conduce a la construcción de la visión propia de la realidad de los sujetos. Las representaciones sociales son un proceso de construcción de la realidad y en tal sentido apropiarse de ellas resulta estratégico, ya que generan de manera colectiva, en términos de conceptos, ideas, categorías, sentimientos, emociones, móviles de actos y de prácticas. Es por esto que podemos afirmar que ellas determinan casi todos los aspectos de la vida social, pues son estructuras que fundan comportamientos y relaciones.
Se explica entonces la intención de apelar a la imagen e ideario de los patriotas más insignes, aquellos que ya asociamos de manera consensuada con la búsqueda del bien común para posicionar y legitimar matrices de opinión, ideas y valores liberales. Se descontextualiza sin pudor, se inventan frases, se olvida la íntima relación del hombre con el tiempo que le tocó vivir.
Recuerdo que hace meses conocí de una aplicación informática que permitía animar fotografías y fue viral en las redes sociales la emoción que en muchos causaba ver sonreír y moverse a sus familiares fallecidos más queridos. Ese mismo sentimiento que hoy burdamente se pretende activar en los cubanos independientemente de su color político, a la vez que se refuerza, con la inmensa carga simbólica de figuras como José Martí, Antonio Maceo, Julio Antonio Mella (comunista confeso), Félix Varela, José Antonio Echeverría, Mariana Grajales, entre otras también relacionadas con la cultura popular como Juana Bacallao, una interpretación parcializada con intereses foráneos de la realidad cubana.
En la batalla de símbolos que hoy se está librando participan, como observó Martínez Heredia, “una multitud de cubanas y cubanos que sienten una profunda emoción al cantar el himno nacional —como el atleta premiado que lo entona llorando—, o portan, veneran, pintan, saludan a la bandera de la estrella solitaria. Participan los que tienen a Martí como el padre tutelar de esta nación, que nos enseñó las cuestiones esenciales y nos brindó su talento, su proyecto y su vida, le tienen devoción y lo representan, aunque lo hagan con más unción que arte. Y los que siguen a Maceo porque supo trasmutar la guapería en heroísmo, renunciar al mérito propio por la causa y presidir la familia que murió por Cuba”.[4] Participamos todos, y por eso es más necesario que nunca identificar, sin inocencia, cuáles valores y proyectos de sociedad se defienden y esconden detrás del uso de los símbolos culturales de la nación, para poder elegir qué vamos a defender en la hora actual de Cuba.