La lucha por la hermandad de los revolucionarios. Un legado de Fidel Castro
En general, hay una visión que se trasmite de que en Cuba la unidad fue un proceso lineal, sin embargo, en la realidad fue un proceso complejo y solo un líder de la talla de Fidel pudo lograrla, por su capacidad de identificar lo esencial de cada situación y los problemas a enfrentar, desarrollar una labor de convencimiento y tomar las decisiones adecuadas, llevándolas adelante sin vacilaciones.
Para ilustrar todo lo anterior, más que citar expresiones de Fidel, nos referiremos a la actitud tomada por él en distintos momentos de la lucha revolucionaria.
Un ejemplo de su comprensión del momento histórico lo ilustra su análisis de lo sucedido en el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) en el enfrentamiento a la dictadura de Batista. Este partido tenía una base política muy amplia, pero una dirección inconsecuente en el enfrentamiento a la tiranía. En su artículo “Recuento crítico del PPC(o)”,después de señalar las deficiencias que aquejan al Partido, Fidel señala:
Quien tenga un concepto tradicional de la política podrá sentirse pesimista ante este cuadro de verdades. Para los que tengan, en cambio, fe ciega en las masas, para los que creen en la fuerza irreductible de las grandes ideas, no será motivo de aflojamiento y desaliento la indecisión de los líderes, porque esos vacíos son ocupados bien pronto por los hombres enteros que salen de las filas.
El momento es revolucionario y no político. La política es la consagración del oportunismo de los que tienen medios y recursos. La revolución abre paso al mérito verdadero, a los que tienen valor e ideal sincero, a los que exponen el pecho descubierto y toman en la mano el estandarte. A un partido revolucionario debe corresponder una dirigencia revolucionaria, joven y de origen popular que salve a Cuba.[1]
Fidel percibió que en el Partido Ortodoxo había una masa revolucionaria que no encontraba guía y que las distintas organizaciones que luchaban contra la dictadura no tenían una práctica y una estrategia correctas. Estaba también la comprensión de que ninguna de las organizaciones que en ese momento combatían a la dictadura de Batista tenían una política revolucionaria, y que incluso las armadas solo pretendían un retorno a la situación anterior al Golpe de Estado, no una Revolución.
A partir de estos elementos es que se dedica a crear una vanguardia política, una organización político-militar que recibe el nombre genérico de “El Movimiento”, que agrupa a jóvenes seleccionados y sometidos a una rigurosa disciplina militar y política, una parte de los cuales participa en los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.[2]
Las acciones no tuvieron éxito, pero constituyeron una victoria política. Mostró que era posible una acción armada contra la dictadura sin que los servicios de inteligencia de esta y los del imperialismo lo detectaran.
“La política es la consagración del oportunismo de los que tienen medios y recursos”.
Convierte el juicio por el asalto al Moncada en una tribuna para denunciar los crímenes de la dictadura, diagnosticar los grandes problemas del país e incluso anunciar medidas de gobierno en caso de tener éxito. En carta a Melba Hernández, desde la prisión, el 12 de mayo de 1954, califica a su autodefensa como “un documento básico sobre el cual llevar la lucha (…) (Porque) Si queremos que los hombres nos sigan hay que enseñarles un camino y una meta digna de cualquier sacrificio. Lo que fue sedimentado con sangre debe ser edificado con ideas”.
En el libro Combatientes que publicamos hace unos años, en los testimonios incluidos de participantes de la lucha clandestina y de la guerrilla, sobresale el impacto que les causó leer La historia me absolverá.
El Movimiento, creado por Fidel, era una organización político-militar que no desaparece tras el fracaso de su primera acción armada, al contrario, se mantiene activa en las nuevas circunstancias y desde la cárcel orienta las tareas a desarrollar. Cito fragmento de su correspondencia que lo muestra[3]:
No se puede abandonar un minuto la propaganda porque es el alma de toda lucha. La nuestra debe tener un estilo propio y ajustarse a las circunstancias.
No admitir ningún género de subestimación, no llegar a ningún acuerdo sino sobre bases firmes, claras, de éxitos probables y beneficio positivo para Cuba.
Mucha mano izquierda y sonrisa con todo el mundo. Seguir la misma táctica que se siguió en el juicio: defender nuestros puntos de vista sin levantar ronchas.
Nuestra misión ahora, quiero que se convenzan completamente, no es organizar células revolucionarias para poder disponer de más o menos hombres; eso sería un error funesto. La tarea nuestra ahora, de inmediato, es movilizar a nuestro favor la opinión pública; divulgar nuestras ideas y ganarnos el respaldo de las masas del pueblo. Nuestro programa revolucionario es el más completo, nuestra línea la más clara, nuestra historia la más sacrificada; tenemos derecho a ganarnos la fe del pueblo, sin la cual, lo repito mil veces, no hay revolución posible.
Las realidades de la política deben tomarse en consideración, es decir, tener bien puestos los pies sobre la tierra, pero sin sacrificar nunca la gran realidad de los principios.
De más está decirte que no considero que en la prisión se pierde inútilmente el tiempo. Por el contrario, aquí estamos preparando ideológicamente e intelectualmente a la vanguardia y a los jefes de nuestro Movimiento. Somos jóvenes y nada nos apura. ¡Ojalá en vez de 29 tuviésemos aquí 80 compañeros! Tengo mucha más fe en los servicios que le van a prestar a Cuba los que están aquí presos que los que andan desperdigados y descarriados por el exilio…
Solo nosotros, con sangre, sudor, sacrificio, desinterés e idealismo, hemos ido abriendo una brecha de esperanza y de fe en el corazón desilusionado de la nación, seamos dignos acreedores de ella, sabiendo esperar, sabiendo actuar, sabiendo crecernos en la adversidad…
“(…) tenemos derecho a ganarnos la fe del pueblo, sin la cual, lo repito mil veces, no hay revolución posible”.
De hecho, a partir el 26 de julio de 1953, irrumpió en la vida nacional una vanguardia generacional, una fuerza joven encabezada por Fidel, que asume la lucha armada contra la dictadura como accionar estratégico y proclama claramente los objetivos revolucionarios de su actuar.
En resumen, la prisión no implica la desaparición del Movimiento, mantiene la organización, alerta en las relaciones de este con otras fuerzas políticas, ser cuidadosos, no dejar ni absorberse por ellas ni ser utilizado el prestigio ganado por intereses espurios.
A la salida de la prisión su actividad está dirigida a denunciar los crímenes de la dictadura, a mostrar el carácter represivo de esta, a la vez que da los pasos organizativos para constituir oficialmente el Movimiento 26 de Julio, cuya misión inmediata es organizar el estallido insurreccional.
En relación con las otras fuerzas que combatían a Batista, la línea de Fidel fue buscar la coordinación de acciones, manteniendo el 26 su independencia y línea de acción. El Partido Socialista Popular (el partido comunista de la época) mantenía la línea de la lucha de masas, no participaba de la concepción insurreccional y tenía una concepción errónea sobre esta.
El Directorio Revolucionario, organización surgida en los predios universitarios, mantenía la línea de la lucha armada y la concepción que animaba hasta inicios de 1958 era desarrollar sus principales acciones en La Habana y la idea que lo orientaba era de “Golpear arriba”, en base a lo cual efectuó el asalto al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957.
Con esta última firmó la carta de México en agosto de 1956[4], en la que se proclamaba la coordinación de esfuerzos entre ambas organizaciones, manteniendo cada una su independencia, pero lo establecido en la carta no funcionó en la práctica.
Fidel estaba consciente de que la unidad y coordinación en torno a un programa mínimo entre las distintas fuerzas que combatían a la dictadura aceleraría la caída de esta, en este sentido recibió en la Sierra a dos figuras respetables, en ese momento, de la oposición a Batista, Felipe Pazos y Raúl Chibás, con los cuales se firmó el Manifiesto para formar un Frente Cívico Revolucionario, el 12 de julio de 1957.
En el Manifiesto se señalaba, entre otras cuestiones, las siguientes:
Nuestra mayor debilidad ha sido la división, y la tiranía, consciente de ello, la ha promovido por todos los medios en todos los aspectos. Ofreciendo soluciones a medias, tentando ambiciones unas veces, otras la buena fe o ingenuidad de sus adversarios, dividió los partidos en fracciones antagónicas, dividió la oposición política en líneas disímiles y, cuando más fuerte y amenazadora era la corriente revolucionaria, intentó enfrentar los políticos a los revolucionarios, con el único propósito de batir primero a la revolución y burlar a los partidos después.
Unir es lo único patriótico en esta hora. Unir en lo que tienen de común todos los sectores políticos, revolucionarios y sociales que combaten la dictadura. ¿Y qué tienen de común todos los partidos políticos de oposición, los sectores revolucionarios y las instituciones cívicas? El deseo de poner fin al régimen de fuerza, las violaciones a los derechos individuales, los crímenes impunes y buscar la paz que todos anhelamos por el único camino posible que es el encauzamiento democrático y constitucional del país.
Proponemos a todos los partidos políticos oposicionistas, todas las instituciones cívicas y todos los sectores revolucionarios lo siguiente:
- Formación de un Frente Cívico-Revolucionario con una estrategia común de lucha.
- Designar desde ahora una figura llamada a presidir el gobierno provisional, cuya elección en prenda de desinterés por parte de los líderes oposicionistas y de imparcialidad por el que resulte señalado, quede a cargo del conjunto de instituciones cívicas.
- Declarar al país que dada la gravedad de los acontecimientos no hay otra solución posible que la renuncia del dictador y entrega del poder a la figura que cuente con la confianza y el respaldo mayoritario de la nación, expresado a través de sus organizaciones representativas.
Declarar que el Frente Cívico-Revolucionario no invoca ni acepta la mediación o intervención alguna de otra nación en los asuntos internos de Cuba.
Declarar que el Frente Cívico-Revolucionario, por tradición republicana e independentista, no aceptaría que gobernara provisionalmente la República ningún tipo de Junta Militar.
Sentar las bases para una Reforma Agraria que tienda a la distribución de tierras baldías y a convertir en propietarios a todos los colonos, aparceros, arrendatarios y precaristas que posean pequeñas parcelas de tierra, bien sean propiedad del Estado o particulares, previa indemnización a los anteriores propietarios.[5]
Llamó la atención sobre la propuesta de que sea la sociedad civil representada por el Conjunto de Instituciones Cívicas la que nombre al presidente y la concesión de una Reforma Agraria limitada. Para Fidel era en esta coyuntura lo más importante dejar sentado que no aceptaría la intervención de Estados Unidos, ni la formación de una junta militar que sería el embrión de una nueva dictadura. Estos dos últimos puntos fueron una constante en el accionar de Fidel en este tiempo.
“Para Fidel era (…) lo más importante dejar sentado que no aceptaría la intervención de Estados Unidos”.
La visita de estos personajes a la Sierra fue la antesala para una de las maniobras dirigidas a mediatizar la lucha revolucionaria: el Pacto de Miami y la creación de una llamada Junta de Liberación, mediante lo cual se pretendía acotar la Revolución a los límites de la política tradicional. Fidel no dudó en salirle al paso a esta maniobra, aunque pudiera recibir el calificativo de divisionista. En carta del 14 de diciembre de 1957, denunció el pacto, hizo la propuesta de un presidente provisional en la figura de Manuel Urrutia, magistrado de la Audiencia de Santiago de Cuba, quien tuvo un voto particular en el juicio a los expedicionarios del Granma al reconocerle el derecho de resistencia a la dictadura. En ese documento reclamó, porque lo merecía, ya que disponía de componentes armados en todo el país, que el Movimiento 26 de julio reorganizaría las fuerzas armadas y el aparato estatal. De hecho, las medidas que propone significaban la destrucción del Estado burgués neocolonial.
El crecimiento y las victorias del Ejército Rebelde y el prestigio de Fidel obligó a que las otras fuerzas que combatían a la tiranía aceptaran la propuesta sobre la persona que ocuparía la presidencia de la República y un acuerdo mínimo, materializado en el Pacto de Caracas firmado por las distintas organizaciones que participaban en la lucha. Con relación a esto, Fidel expresó que el pacto tenía un acuerdo mínimo, pero que el acuerdo final se firmaría en la Sierra, donde el Movimiento 26 de Julio y el Ejército Rebelde eran fuertes.
Hay un documento desclasificado del departamento de Estado de los Estados Unidos que menciona que entre los firmantes de ese pacto había dos dirigentes que eran agentes de la CIA.
“(…) los que necesitamos para hacer revolución es ese tipo de gente: honestas, revolucionarias, íntegras, morales”.
En el desarrollo de la lucha surgieron contradicciones entre los combatientes de la Sierra y los de la lucha clandestina en las ciudades acerca del escenario principal de lucha. Hubo compañeros que veían a Fidel solo como un dirigente militar. Acerca de ellos, sabiendo que eran honestos y luchadores que estaban arriesgando su vida, Fidel manifestó que el curso de la lucha los haría comprender la importancia de la Sierra y de las transformaciones que allí tenían lugar, y efectivamente así fue. El testimonio de Antonio Libre en el libro Combatientes es ilustrativo al respecto:
Era un criterio de gente muy limpia, muy honesta, revolucionarios, pero que subestimaron la lucha de la montaña, de la guerrilla…
Los conocí bien, a toda esa gente, pero en aquellos meses subestimaban la lucha en las montañas…
A Fidel le expliqué todo cuando llegué. Yo estaba muy mal. Después que le hablé tanto me preguntó: “¿Qué tú crees de esa gente?”. Y le dije: “Chico, yo creo que son gente revolucionaria, buena, de integridad, de moral, de gran dignidad, honestos, decentes”. Me dijo: “Mira, esa es la gente que necesitamos para hacer revolución. Libre, tuviste suerte que creciste en una familia de gente revolucionaria y arrastras algo desde muchacho, pero a los que necesitamos para hacer revolución es ese tipo de gente: honestas, revolucionarias, íntegras, morales. El tiempo es el que les va a ir enriqueciendo las ideas y esto es una guerra larga. A lo mejor estamos un año más, o dos, o cinco, pero ese es el tipo de gente que necesitamos. Yo los conozco mejor que tú, Libre”. Me dio una clase de política. Esa es la verdad. Esa noche dormí bien. Me dio una lección.[6]
En abril de 1958, fueron puestas a prueba dos concepciones de la lucha contra la tiranía, la del aparato urbano que confiaba en que una huelga general apoyada por las milicias del Movimiento 26 de Julio daría al traste con la tiranía y la de la guerrilla que se proponía mediante el combate directo contra el ejército derrotar a la tiranía.
A raíz del fracaso de la huelga de abril, se realizó un profundo examen de la estrategia de lucha contra la tiranía en una reunión de la Dirección Nacional del M-26-7, celebrada el 3 de mayo de 1958 en Alto de Mompié, en plena Sierra Maestra, que tomó acuerdos decisivos para la continuidad de la lucha.
Como puede apreciarse de los acuerdos emanados de esta reunión, ella tuvo una importancia capital. Por fin quedaban dilucidados varios problemas concretos del Movimiento. En primer lugar, la guerra sería conducida militar y políticamente por Fidel en su doble cargo de Comandante en Jefe de todas las fuerzas y Secretario General de la Organización. Se seguiría la línea de la Sierra, de la lucha armada directa, extendiéndose hacia otras regiones y dominando por el país esa vía y se acababa con algunas ilusiones ingenuas de pretendidas huelgas generales revolucionarias cuando la situación no había madurado lo suficiente para que se produjera una explosión de ese tipo y sin que el trabajo previo tuviera características de una preparación conveniente para un hecho de tal magnitud. Además, la Dirección radicaba en la Sierra, con lo que objetivamente se eliminaban algunos problemas prácticos de decisión que impedían que Fidel ejerciera realmente la autoridad que había ganado. De hecho, no hacía más que marcar la realidad, el predominio político de la gente de la Sierra, consecuencia de su justa posición y de su correcta interpretación de los hechos.[7]
“En la lucha participaron distintas fuerzas políticas cuyas visiones del futuro no eran las mismas, de hecho, algunas de ellas no superaban el marco neocolonial burgués”.
En la proyección unitaria de Fidel el ejército guerrillero pasó a denominarse Ejército Rebelde y en sus filas podían ocupar un lugar todos los que estuvieran en disposición de luchar con las armas contra la tiranía. Esa política de Fidel fue clave para consolidar la unidad popular en el enfrentamiento a la tiranía.
En la lucha participaron distintas fuerzas políticas cuyas visiones del futuro no eran las mismas, de hecho, algunas de ellas no superaban el marco neocolonial burgués, como la Organización Auténtica y el Segundo Frente Nacional del Escambray, ambas penetradas por los aparatos de inteligencia del imperio, que no lograron convertirla en una opción frente al torrente revolucionario que encabezaban el Movimiento Revolucionario 26 de Julio y el Ejército Rebelde.
El Directorio Revolucionario, surgido del movimiento estudiantil universitario, asumió en 1958 la forma guerrillera de combatir a la tiranía, estableciendo en la región central del país un frente de lucha. Al triunfo de la Revolución tomó en La Habana algunos lugares simbólicos de su combatir: el Palacio Presidencial y la Universidad de La Habana, realizando acopio de armas. Viendo el peligro que esto significaba, Fidel no dudó en plantear públicamente el conflicto en su discurso del 8 de enero de 1959. En diálogos posteriores estas fuerzas fueron integradas al Ejército Rebelde.
La cultura política del pueblo cubano en 1959 estaba marcada por la influencia nacional popular que provenía de la ortodoxia y el anticomunismo inyectado por las campañas ideológicas de la Guerra Fría; en el gobierno que se instala participan elementos revolucionarios y elementos conservadores; era un panorama complejo, alimentado además por la inoperancia del gobierno, lo que lleva a la necesidad de que Fidel asuma como Primer Ministro con facultades ejecutivas y comienzan las promulgaciones de leyes de beneficio popular, las cuales materializan ante las masas los objetivos de la Revolución; proceso en el cual la Ley de Reforma Agraria marcó un hito, el fin de la luna de miel con la burguesía y el imperialismo.
En este proceso el papel de Fidel como educador popular se magnificó, explicando las medidas, aclarando, desbaratando las campañas que promovían la confusión.
Hay que estudiar los discursos de Fidel de 1959 para ver su labor pedagógica para eliminar prejuicios. Un ejemplo de ello son sus pronunciamientos en el juicio del traidor Huber Matos. En sus declaraciones durante el mismo, muestra como desde el principio, desde 1953 en distintos pronunciamientos y documentos, él planteó lo que la Revolución iba a hacer. Cumplir ese programa de medidas necesarias para lograr la independencia y la soberanía nacional abrió las puertas al socialismo en Cuba.
Ya desde 1959 el máximo líder de la Revolución Cubana percibió la necesidad de la unidad de las distintas fuerzas revolucionarias y, de hecho, asumieron responsabilidades en los aparatos de la Revolución compañeros procedentes de distintas organizaciones revolucionarias.
“Hay que estudiar los discursos de Fidel de 1959 para ver su labor pedagógica para eliminar prejuicios”.
A partir de esa comprensión Fidel, a mediado de 1959, visibilizó la posibilidad de un órgano político que fuera capaz de reunir en él a todas las organizaciones revolucionarias, a todos los que deseaban luchar por la Revolución, sin exclusión alguna, y para ello era necesario la desactivación progresiva del Movimiento 26 de Julio, para lo cual se reunió con sus dirigentes, asignándole tareas en distintos frentes del Estado. El testimonio de Ángel Fernández Vila (Horacio) es ilustrativo. En este, referencia las palabras que Fidel le dirigió al respecto:
Voy a explicar algo, la Revolución no cabe ya en el glorioso uniforme del 26 de Julio, le queda estrecho. Si la dejamos allí, como inexorablemente la Revolución tiene que crecer, lo romperá y por lo que yo conocía de ti y me acabas de reiterar, ni tú ni yo deseamos que eso ocurra, pues queremos y aspiramos a que el uniforme que le dio origen, se guarde en una urna, lleno de gloria para que las venideras generaciones le rindan honor y veneración a él y a los que lo vistieron y con él lucharon y ofrendaron sus vidas generosamente por los más puros ideales de nuestros próceres y de nuestro pueblo.
—Bueno, Fidel, ¿qué tenemos que hacer?
—Bien —respondió—. Tenemos que crear un órgano político que sea capaz de reunir a todos los que deseen luchar por la Revolución sin exclusión alguna, darles la oportunidad de luchar a todos a nosotros, por el futuro de nuestro pueblo.[8]
En 1961 nacieron las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), la persona encargada del trabajo de organización, Aníbal Escalante, desplegó una política sectaria que fue denunciada por Fidel el 26 de marzo de 1962, a partir de lo cual creó un método de construcción del Partido que tenía en cuenta la opinión de las masas a partir de cuyas opiniones surgía la cantera de obreros ejemplares, entre los cuales, mediante un proceso de análisis, se seleccionaban los militantes del Partido.
En 1964 se dio el caso del delator Marquitos que revivió fricciones entre el Directorio Revolucionario y el Partido Socialista Popular. Ante ese hecho se hizo un juicio público y, en su sesión final, Fidel intervino y planteó que en esta Revolución no se cumpliría la ley de Saturno, que la revolución no devoraría a sus propios hijos y, además, señaló que habíamos hecho una Revolución más grande que nosotros mismos y las tareas que teníamos por delante eran mucho más que lo que se había hecho hasta entonces y se necesitaba que los revolucionarios actuaran como hermanos.
En 1965 se constituyó el Comité Central del Partido Comunista de Cuba y el Buró Político estuvo constituido por nueve comandantes.
“(…) se necesitaba que los revolucionarios actuaran como hermanos”.
En 1968 se dio el caso de la microfracción. Anteriormente, Fidel en pronunciamientos públicos había llamado la atención sobre la existencia conspirativa de este pequeño grupo, el cual fue desenmascarado y su principal dirigente, Aníbal Escalante, sancionado.
A mi juicio, la liquidación de la microfracción fue un paso importante en la consolidación de la unidad de la Revolución, que se corona en el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba.
Sin ánimo de hacer conclusiones definitivas, podemos señalar algunas características de su pensamiento revolucionario y de su actuación, que emergen de lo expuesto:
a) Su comprensión del momento histórico en cada coyuntura.
b) El uso del lenguaje adecuado para llegar a las masas, términos comprensibles por la mayoría y en oportunidades dándole un significado que precisaba el sentido de su uso, en otras palabras, habló en cubano y latinoamericano.
c) No entrar en discusiones improductivas. Expuso sus concepciones y trabajó para hacerlas realidad. Eso no quiere decir que no polemizara cuando era necesario.
d) El apego a los principios, la ética impregnó su conducta; la persistencia, no desmayar jamás, sea cuales fueran los reveses y, además, tratar de sumar siempre, buscando que el abanico de fuerzas a favor del cambio fuera lo más amplio posible.
e) En sus relaciones con los compañeros, coincidieran o discreparan con él, una línea de conducta: ni tolerante, ni implacable.
f) En lo internacional, la solidaridad con todas las fuerzas que luchan contra el imperialismo y la búsqueda de coordinación y unidad entre ellas. Cuestión que no abordamos en esta ponencia y que merece un tratamiento específico.
*Ponencia presentada en el Simposio sobre la Revolución Cubana organizado por el Instituto de Historia de Cuba.
Notas:
[1] Fidel Castro (1952) “Recuento Crítico del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo)”. En Academia de las FAR Máximo Gómez y Ministerio de la Enseñanza Superior, La Revolución Cubana. Selección de Lecturas 1953-1980. La Habana, 1983, página 39.
[2] El artículo de Jesús Montané “El estilo de trabajo de los combatientes del Moncada y Bayamo”, brinda una información que muestra esto. Está reproducido en Ob. Cit. Pp. 95-100.
[3] Los fragmentos seleccionados han sido tomados del libro de Felipe Pérez y Julio Cesar Rosabal (Compiladores) Documentos de la insurrección 1952-1959. Academia de las FAR “Máximo Gómez. 2010.
[4] Ver José Bell Lara (2006) Fase Insurreccional de la Revolución Cubana. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana. Pp. 84-86.
[5] El texto completo se encuentre en José Bell Lara, ob. Cit. Pp. 72-74.
[6] José Bell, Tania Caram, Dirk Kruijt y Delia Luisa López (2014) Combatientes. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana. Página 231.
[7] Ernesto Che Guevara “Relatos de la Guerra Revolucionaria” en Pensamiento Crítico No 31. La Habana, agosto de 1969. Página 61.
[8] Ver Ángel Fernández Vila (2013). Por las ideas del Moncada. Casa Editorial Verde Olivo, La Habana. Página 125.