La Literatura: memoria y palingenesia o la Magdalena en el té de Sacha
Cuando se admira a un contemporáneo resulta en extremo difícil hablar de él. Estamos acostumbrados a hablar de los muertos, no de los vivos. Con los muertos solemos ser… agradecidos, con los vivos… no tanto. En Literatura, sin embargo, como en la vida, como en una familia —y eso precisamente debe ser la Literatura, y eso precisamente deben ser aquellos que la escriben: familia—, se tiene a los mayores. Aquellos que cuando nacimos ya la hacían. Aquellos que cuando éramos niños ya la hacían. Aquellos que cuando éramos adolescentes y soñábamos con ser escritores ya lo eran. Y entrábamos a una librería y ahí estaban sus libros. Y los comprábamos. Y los leíamos. Y leíamos sus textos en una revista cuando todavía nosotros no publicábamos texto alguno, pero soñábamos con hacerlo. Los Dioses mayores —esos que solemos llamar canónicos, en la Literatura cubana— han muerto. Han muerto, incluso, la mayoría de aquellos que con los canónicos se codearon, que fueron sus amigos, que de los canónicos aprendieron. Mi admirado Antón Arrufat —que los conoció a todos y que de ellos aprendió— murió hace apenas unos meses. Entre nosotros sonríe y escribe —¡hago votos porque sonría y escriba muchos años más!— Reinaldo González, que también vivió entre ellos y aprendió de ellos. Mas… inmediatamente después de los canónicos, después de aquellos que de los canónicos aprendieron…, llega una generación otra, llegan escritores que también son nuestros mayores. Algunos los definen como miembros de lo que llaman Generación del 50. Ahí está Senel Paz, por ejemplo. El hombre de Fresa y Chocolate. El bueno y noble de Senel. Pensamiento total de nuncaolvido para el maestro Eduardo Heras León, el Chino, tristemente fallecido. Ahí está, por fortuna entre nosotros, y vital, y casi siempre sonriente, Francisco López Sacha, nacido en 1950, medianía de siglo, y sonriente, medianía de siglo y laborioso, a quien se ha dedicado, con toda justicia, la recién concluida Feria Internacional el Libro FILH 2024.
“Melómano inexorable, porque Sacha —como dijera recientemente Dazra Novak, Sacha cree que la Literatura es una prolongación de la música”.
Resulta extraordinariamente difícil elegir un aspecto, una sección de todo eso que es Sacha —y ha hecho Sacha, y representa Sacha, y nos ha legado Sacha— para de alguna manera hacerle justicia a Sacha. Difícil porque Sacha se ha extendido a muchos campos. Graduado de Filología hispánica, Sacha es novelista, cuentista, ensayista, crítico, profesor de guiones, profesor de dramaturgia, profesor de cine, excelentísimo orador —con cadencia y dicción particularísimas: quien haya escuchado hablar a Sacha sabe que así solo habla Sacha, nadie más—. Melómano inexorable, porque Sacha —como dijera recientemente Dazra Novak, Sacha cree que la Literatura es una prolongación de la música: mi mayor ambición es que mis cuentos, y también mis novelas, suenen como ciertas canciones, dice Sacha,— de ahí que Dazra sostuviera que resulta el más musical de nuestros narradores.
“Sacha resultó un gran estudioso de aquella nueva forma de ver y de plasmar lo que se ve”.
Premio Alejo Carpentier de Novela 2022. Premio Alejo Carpentier de Cuento hace ya 22 años, en el tercero de los Premios Carpentier. El primer libro de Sacha fue de cuentos: El cumpleaños del fuego, de 1986. Año en que, por ejemplo, yo solía acudir, en la que fuera casa de Lezama Lima, en Trocadero 164, a un Taller Literario todos los jueves. Año en el que yo, por ejemplo, no había escrito todavía un solo cuento. Después llegó Descubrimiento del azul, cuento, en 1987. Y La división de las aguas, también cuento en 1988. Análisis de la ternura, cuento, 1988. Cuatro libros de cuento en tres años. Cuando eso sucede… se han escrito todos esos cuentos… antes. En 1994 publica un ensayo sobre la nueva cuentística cubana —aquello que provocó una eclosión en la Literatura cubana al final de la década del 80 y se conoce como los Novísimos, y será una eclosión —explosión total que dinamitará formas y, sobre todo, temáticas anteriores, modos no de hacer quizá, mas sí modos de ver y de llevar al papel lo que se ve—. Sacha resultó un gran estudioso de aquella nueva forma de ver y de plasmar lo que se ve: en 1994 llega Fábula de ángeles, antología de nuevos cuentos cubanos; en 1996 La isla contada, antología de la nueva cuentística cubana. En 1997 aparece en México su antología personal Figuras en el lienzo. En 1999 llega la antología Islas en el sol, sobre la cuentística cubana y dominicana —académicos dominicanos ponderan el conocimiento de Sacha sobre la cuentística de esa nación—. Es el turno de Variaciones en el arte de la fuga en 2011, cuento. Libro de una mayoría de edad encomiable. Libro en el que se halla —siempre a mi modo de ver— uno de los cuentos más perfectos escritos en Cuba. Y llegan sus ensayos. 15 libros ha escrito Sacha. Recién acaba de publicarse la novela Voy a escribir la eternidad —él mismo la considera su obra más completa, la escribió por 30 años—, Premio Alejo Carpentier 2023, la vida en su Manzanillo natal, su familia, esa eternidad que eres tú y lo que has vivido. Porque la eternidad, nos dice Sacha, eres tú, son tus recuerdos. Sus maestros: Cortázar, Carpentier, García Márquez, Chejov, Tolstoi, Tomas Mann.
“La palingenesia, vencer a la muerte, es una de las grandes obsesiones universales. Venciendo a la muerte se vence al tiempo. Y viceversa”.
Ahí está toda la cuentística de Sacha, sus novelas, sus ensayos. Mas… en aras de dirigir la mirada hacia el centro mismo de la diana, el punto central del flechazo, la flecha que ha dejado Sacha libre con su arco —la Literatura es nuestro arco, las obras son, a un tiempo, flechas y dianas— hube de elucubrar que toda la Literatura de Sacha tenía un centro telúrico, una suerte de punto irradiante, de núcleo genésico. ¿Cuál es el centro genésico de la Literatura universal? Los grandes temas humanos. Porque la Literatura la escriben los humanos y escrita por humanos está henchida del viacrucis de sus creadores: el amor, la muerte, el sexo, la sed de poder, diría Nietzsche —cualquiera sea ese poder, o sea la ambición, ese tema de Macbeth—, el tiempo, la muerte, ese dejar de ser. La palingenesia, vencer a la muerte, es una de las grandes obsesiones universales. Venciendo a la muerte se vence al tiempo. Y viceversa. O versavice, como solía decir Cortázar. Por esos vericuetos llegamos a la única sustancia que vence al tiempo: la memoria. La magdalena en el té de Proust. À la recherche du temps perdu, sostuvo como profesión de fe Marcel. Quizá eso sea toda la Literatura. Una búsqueda, una recuperación del tiempo perdido. Una vindicación de la memoria, y con ella, una derrota del tiempo. Derrota de la muerte: palingenesia.
“Nada mejor para vencer al tiempo hoy que irnos 22 años atrás para incurrir, reincidir, en lo que Sacha ha incurrido y reincidido siempre: echar mano a la times machine de H.G. Wells”.
Recuerden la maleta de Walter Benjamín. Todos tenemos una maleta. Él, infortunadamente, perdió la suya. Maleta: cápsula de tiempo. Pues eso es, desde mi punto de vista, toda la narrativa, especialmente la cuentística, de Sacha. Un eterno retorno nietzscheano. Una maleta que carga con el tiempo. Con la memoria. Una vindicación de la memoria. La memoria es mi eternidad, lo dice él mismo. La derrota de la muerte y del tiempo desde esa sustancia que es la nostalgia enfebrecida del recuerdo. La cuentística de Sacha es una cápsula enhebrada de tiempo. Sacha arma sus cuentos desde esa sustancia indeleble y maravillosa que es la memoria. El pasado. Lo vivido. Su eternidad. Lo vivido y amado y sufrido y recordado es nuestra eternidad. La suya. Por eso me propuse diseccionar ese libro, Premio Alejo Carpentier de cuento de hace ya 22 años: Dorado mundo. Nada mejor para vencer al tiempo hoy que irnos 22 años atrás para incurrir, reincidir, en lo que Sacha ha incurrido y reincidido siempre: echar mano a la times machine de H.G. Wells. Hoy mi times machine es precisamente Dorado mundo. Colóquese ese título en ese procesador de señales, ese analizador de semas, que somos todos. Si descubrimos que la sustancia del libro, de toda la literatura sacheana, es el tiempo —recuperado desde el recuerdo, como sostuviera Proust— evocado desde la memoria, mundo rehecho a instancias del recuerdo, mundo resultante del ejercicio memorioso, si el mundo recobrado resulta dorado, y el dorado sinónimo de maravilloso —desambiguando el significado que solemos dar los cubanos a los colores, para cada cultura e incluso para cada momento histórico suelen los colores tener diversos significados— pues se descubre que Sacha cree maravilloso al pasado, lo enaltece, lo coloca en su poltrona, lo reverencia, lo llora, lo cree su Dios. Los románticos viven en el pasado, los realistas en el presente, los soñadores en el futuro. Sacha, convengamos, es un romántico. Si la memoria es el motor que mueve la literatura de Sacha el pasado es el sitio de emplazamiento de ese motor. El sacheano punto non plus ultra.
“Salvar la memoria es derrotar al tiempo”.
Vayamos al primer cuento de ese libro “Escuchando a Little Richard”: Premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional. Un grupo de jóvenes becados en La Habana de 1963 descubren las primeras novias, la música en inglés, los Beatles, las fiestas, el alcohol. Lo que siempre descubren los jóvenes. Todo en el cuento es nostalgia. Todo llega desde el recuerdo, desde un punto 20 años después, desde 1982, en mitad de un viaje al extranjero. ¿Cuál es el disparador de ese recuerdo? Ah, Proust y su magdalena en el té: se descubre en una tienda de música antigua la música que aquellos chicos escuchaban en 1963 y… todo regresa a ser lo que era entonces. El sentimiento de pérdida llena todo el cuento. “Tomamos ron con Coca Cola por primera vez”, leemos ahí. Y se habla de la muerte del presidente Kennedy; y de un grupo inglés que tocaba mejor que Elvis Presley; de “la primera novia que pude tener y no tuve”, nos dice el narrador. Y llega la palingenesia: …y todos están muertos. Muerto Elvis, muerto Paul Anka, muerta la voz de Peggy Lee, la ansiedad de Gene Vincent, la locura de Jerry Lee Lewis y las ciudades muertas de Alabama y Missouri. Muerta la música y vuelta a renacer con el sonido que va a todas partes y entra y sale de los oídos en una órbita nueva… Una mañana, Roberto Jiménez salió del sótano y me llamó…: Corre, ven, para que oigas a Los Beatles. Un tipo en 1982 escucha la música de 1963 y nos dice: Pongo el disco en el plato… viene la música… y esa nostalgia, que es algo que nadie me puede arrebatar…, revelándome que alguna vez tuve trece años, catorce años, quince años, una nostalgia antes de la nostalgia, y un destino, que pudo ser otro, y unos amigos… y esa música… que me lleva muy lejos… para salvar esta memoria entre todas las memorias… Salvar la memoria es derrotar al tiempo. Para derrotar al tiempo anulemos los 24 años trascurridos: ese cuento fue escrito en el 2000.
“Recuérdese que Lezama llamó en Paradiso a la cama cuadrado de las delicias”.
Tomemos “El cuadrado de las delicias”, otro de los cuentos de ese libro —recuérdese que Lezama llamó en Paradiso a la cama cuadrado de las delicias, Sacha rescata esa lezamiana imagen: nuestros mayores. El obligado homenaje—. Nos dice Sacha: …ella cierra los ojos y yo cierro los ojos a 180 años de la casa de Leipzig donde el poeta y el músico se unieron para que el “Himno a la alegría” sobreviviera a todos los amantes, a los que se aman y a los que sólo se desean, a los que temen y a los que no temen, a los pobres, los débiles, los tristes, a Beethoven, a Schiller, y a una mujer de 37 años que ya tiene una hija de 14 y se baña desnuda en el patio…
Vean como entrecruza tiempos, mixtura 180 años, mixtura con ellos a la mujer de hoy, esa que se baña en el patio, para después decirnos: Beethoven ya está despierto… ordena sus papeles sobre la mesa de trabajo. Está inclinado, el ceño adusto y agrio, la melena furiosa y despeinada…, escribe unas notas de prisa, vuelve a mojar la pluma, levanta la cabeza y nos mira a los dos. Otra vez el entrecruzamiento del tiempo. La eternidad que mira —y es mirada— desde dos planos temporales. La eternidad nos mira. Beethoven —que escribe para la que llamó, en desgarradora carta que se encontró junto con el llamado Testamento de Heiligenstadt su amada inmortal, todos tenemos una— y el narrador, que está a 180 años de distancia junto a la suya. Cuento de 1989.
“En ‘Discurso de César ante el foro romano’ Sacha nos recuerda que vencer al tiempo no se ejecuta y no se realiza únicamente desde las peripecias que nos involucran per se, desde nuestra historia personal, nuestra piel, sino también desde los hechos históricos”.
En “El largo y tortuoso camino” —recuerden desde el paratexto la canción de los Beatles—, se nos dice: La noche en que Los Beatles se separaron nos fuimos a llorar a la línea del tren. Acabábamos de perder la adolescencia a nueve mil millas de Liverpool, en medio de un campamento cañero situado en Agua Amarilla, al norte de Bañes, provincia de Oriente. Y es un cuento de 1999.
En “Discurso de César ante el foro romano” Sacha nos recuerda que vencer al tiempo no se ejecuta y no se realiza únicamente desde las peripecias que nos involucran per se, desde nuestra historia personal, nuestra piel, sino también desde los hechos históricos, esos que desde la piel de otros también nos involucran y de alguna manera llegan a nuestra piel. Recordemos a Jonh Donne: las campanas doblan por ti. Acá es el discurso de Nicolae Ceauescu que inicia la sublevación rumana. El título alude al final de César, mas es el final de Ceaucesu, y no es Roma, es Bucarest. Y no son los idus de marzo. Es el 21 de diciembre de 1989. El 25 de diciembre para Ceaucescu todo habría acabado. Cuídate de los idus de marzo. Acá la muerte llegaría 10 días después de los idus de diciembre.
En “Pálidas fotos amarillas” uno de los personajes sostiene la frase que tanto hemos escuchado los cubanos y que tanto nos ha hecho llorar: Pancho, me voy del país. …salí, nos dice el narrador, sabiendo que no lo vería nunca más…, para terminar diciendo: aquel paisaje se diluyó ante mis ojos, y después no hubo palmas ni costa… ni el barco en que jugábamos a los escondidos, ni la calle de tierra en la que estuve por última vez antes de que la infancia se nos convirtiera en… fotos amarillas.
En “Con el rostro pintado de un salvaje” se nos dice: Ese es el tiempo. Unas ondas que vienen del centro y se diluyen en su propia fuga. En Dorado mundo un hombre lucha por conseguir un inodoro en La Habana mientras en Europa se desmerenga el campo socialista, y al hombre la mujer lo deja. Tres mundos se caen: uno interior personal; otro exterior, en el extrarradio de lo personal y otro lejano, impersonal. Esa noche los alemanes cruzaban la frontera, se registraban disturbios en Lituania y seguían bloqueados los caminos y las vías de ferrocarril en la República de Armenia. ¡A Dios carajo, se está acabando el campo socialista y todavía no encuentro a un plomero! Y después: El lunes había un derrumbe en la esquina de O’Reilly y Aguacate. Se entrecruza derrumbes, el nuestro —arquitectónico—; el europeo —histórico—: Esa noche derribaban el Muro de Berlín y… era el cumpleaños de mi mujer… ¡Otra vez asoman los entrecruzamientos!, para concluir con la desesperanza entrecruzándose con la esperanza: el cielo del balcón estaba pálido —desesperanza—, con algunas estrellas. —Esperanza—.
“Se pregunta Sacha, melómano consumado: ¿Por qué nos estará vedado a nosotros, inocentes escritores de palabas, contar una versión, o mejor dicho, cantarla? Cantarla/contarla. ¿No es lo mismo?”
Y llega esa maravilla de entrecruzamientos que es “Telegrama enviado desde La Habana” para detener el alzamiento del 10 de octubre del 1868 en el ingenio La Demajagua. Suerte de joya, de epigrama: Don Tomás Uriarte, Teniente Gobernador de Bayamo. Cuba es de España, y pertenece a España, gobernase quien gobernare. Arreste usted a Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, Fidel Castro, Cintio Vitier, Dulce María Loynaz, Nico Saquito, Kid Chocolate, Nicolás Guillén, Bola de Nieve, Senel Paz, Benny Moré, Fernando Ortiz, Antonio Maceo, Alicia Alonso, Mario Galí, alias Tachuela, Ambrosio Fornet, José Lezama Lima, Alejo Carpentier y el resto de los conspiradores. Firmado Lersundi, Capitán General 8 de octubre de 1868.
Y se llega al final del libro con “Mi prima Amanda contada otra vez”. La música tiene las variaciones, toma un músico el tema de un colega y desarrolla su propia pieza. Ahí están, por ejemplo, las “Variaciones sobre un tema de Chopin”, esas 22 variaciones que sobre el “Preludio en do menor” de Chopin compusiera Rajmáninov. Se pregunta Sacha, melómano consumado: ¿Por qué nos estará vedado a nosotros, inocentes escritores de palabas, contar una versión, o mejor dicho, cantarla? Cantarla/contarla. ¿No es lo mismo? Con esa voluntad nació este cuento, dice Sacha. Y me puse a escribirlo como el cantante que siempre soñé ser. Toma Sacha un cuento de Miguel Mejides, amigo suyo, y le hace variaciones, empastando mi estilo con el suyo, declara Sacha. Y otra vez se pregunta: ¿por qué este cuento y no cualquier otro? Y llega la respuesta: la única posible: Existe una razón sentimental. ¡Todo tiene para un ser que niega el tiempo razón sentimental! Sucede que Miguel Mejides escribió un cuento llamado “Mi prima Amanda”, contó a Sacha que al escribirlo: …comenzó a teclear con tal velocidad que sintió que la máquina trinaba. Lo acabó a media noche y le gustó tanto que se echó a llorar. A mí me ocurrió lo mismo cuando lo leí; nos dice Sacha. Y después: “Mi prima Amanda” había pasado a mi imaginación con tal intensidad que siempre quise haberlo escrito yo. Y nos sorprende Sacha diciendo: Ahora lo hago. Y lo escribe. Y lo dedica al amigo así: A Miguel Mejides, su cuento. ¡Ya no basta recuperar la memoria propia! No. En la apoteosis de la memoria, ¡en la vorágine que es negar y anular el tiempo… se recupera la memoria de los amigos!, ¡la memoria dejada en uno mismo de lo que han escrito y vivido y evocado los amigos!
Emociona, y mucho, esa concepción de la Literatura como palingenesia. Como negadora del pasado. Como evocadora de esa eternidad que somos todos y hacemos todos desde lo vivido. Desde lo que escribimos. La magdalena en el té de Proust. El té de Sacha. Ahora mismo evoco un trozo de mi propia eternidad, uno inolvidable, maravilloso: dos seres riendo en el piso de un cuarto de hotel de provincias tras haber bebido unas cervezas después de despedir a un amigo que se va. Eso es la eternidad: recherche du temps perdu.
Eso es la Literatura. Eso para Sacha. Eso para mí. Eso para todos. Palingenesia.