Estos apuntes no pretenden discutir sobre el derecho con que cada quien pueda sentirse a practicar festividades, aunque sean ajenas a nuestra cultura y a nuestras tradiciones nacionales, como Halloween. Si por las huellas de la cultura europea se celebran aquí —el 1 y el 2 de noviembre, respectivamente— el Día de Todos los Santos y el Día de Muertos, qué más da —podría pensarse— celebrar su víspera el 31 de octubre. Eso es Halloween, y así como al parecer hay quienes se sienten con derecho a celebrarla, hay también quienes se sienten con derecho a considerarla una impostación.
Sin sucumbir al deseo de adentrarse en el tema, aquí solo se roza un detalle, ¡pero qué detallito!, de la reciente celebración de Halloween en al menos un territorio cubano, anticipada seguramente para aprovechar las bondades del fin de semana. Suponer permisible todo lo que las leyes no prohíban, reduce el papel de la cultura, y sobre todo de la ética, a un plano mucho menor que el que se les debe respetar. Cuando hay contradicción entre las leyes y la moral, probablemente lo más honrado sea apreciar el peso rector de esta última, sin tomarla por ello como patente de corso para delinquir.
¿Cómo es posible simpatizar con la indumentaria del Ku Klux Klan? Cuesta entender que haya personas en edad de pensar que ignoren lo que ha significado y significa esa monstruosa institución en una sociedad como la estadounidense, enferma de crímenes como el racismo estructural, sistémico. Pero ¿vale suponer semejante ignorancia en el pueblo cubano? En cualquier caso, el desconocimiento —de veras impensable— de lo que representa meterse dentro del horroroso disfraz, queda fuera del análisis al leer que con él se vinculó este grito: “¿Dónde están los negros?”.
Difícilmente se pueda pensar en tal escena sin asociarla con la derechización que campea en el mundo, y de la cual no está libre Cuba. Para que ella no duerma tranquila le bastaría pensar en todo cuanto su enemigo histórico, político y cultural ha invertido y sigue invirtiendo para estrangularla económicamente, mientras busca y a menudo logra intoxicarla con venenos de su maquinaria “cultural”. No calculemos ahora en cuántas personas ni en qué grados lo consigue.
Si “ver en calma un crimen es cometerlo”, tolerar en calma el uso festivo —más que irresponsable o acrítico, entusiasta— de un vestuario que simboliza el racismo más violento y genocida, es también aceptarlo. Otra cosa sería que se usara para repudiarlo, pero ser insensible a su significación es quedar presa de ella, y la inconciencia en lo tocante a monstruosidades no autoriza a ejercerlas.
“Suponer permisible todo lo que las leyes no prohíban, reduce el papel de la cultura, y sobre todo de la ética, a un plano mucho menor que el que se les debe respetar”.
El grito “¿Dónde están los negros?” no se puede separar acríticamente de otro que se ha oído en algunas revueltas azuzadas por quienes capitalizan las penurias del pueblo cubano causadas, o agravadas, por el bloqueo que el imperialismo le ha impuesto durante más de sesenta años: “¿Dónde están los comunistas?”. La ingenuidad —o guanajería— ante los desafíos políticos y sociales se equipara en peligrosidad, y en letalidad incluso, con la falta de percepción de riesgo y la carencia de anticuerpos en el terreno de la salud.
No se extenderá más el autor, aunque la brevedad le impida abundar, como es necesario hacer y él ha hecho otras veces, en las concesiones —o complicidades— que a menudo se han tenido ante expresiones “culturales” invasoras. No han sido únicamente empresas extranjeras, ni solo de naturaleza privada, las que en días navideños han disfrazado a integrantes de su fuerza laboral con gorritos de Santa Claus. Sí, en esos días que el mercado capitalista se ha encargado de vaciar cada vez más de su contenido cristiano.
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