La maldita circunstancia del fuego por todas partes obliga a sentarse frente al televisor, con una taza de té, agua o café. Aunque ninguna taza aleja la idea fija. La calma se clama, no se clava. ¿Y soplar un vaso de aguardiente a la Virgen? La fe recurrente. Hay algunos momentos en los que todo el mundo cree en algo. Se ofician milagros.
Si no se supiera que la candela les oprime y rodea como un pulpo implacable hubiéramos podido dormir a piernas sueltas. Pero no vale conciliar sosiego mientras haya muchachos que se despojan de sus innatos temores y se calzan las botas, los cascos y las capas de supermanes para entrar “en la caliente”. Y mientras varias personas siguen desaparecidas, 121 sufren heridas y miles están evacuadas; millones en ascuas. Un pesar profundo, una pena sin nombre… Asimismo, cuántos desvelos y afanes heroicos del personal de Salud para salvar vidas y aliviar las almas laceradas. Porque no es solo cuestión de piel, es más de alma. Matanzas es hoy más que poema, más que urbe, más que comarca. Es un sentimiento. Es la Isla en vilo. Y ellos la cargan.
¿Qué trajo la metamorfosis? El fatídico mensaje de Zeus, para quienes miran lo celestial; la crueldad de la naturaleza, para quienes miran las nubes. Sea lo que fuere, en tarde tormentosa, de arriba a abajo, el rayo caprichoso rajó en estampida la concha de aluminio del tanque 52, haciendo estallar justo al medio la base de supertanqueros, en la plácida bahía yumurina. Como enormes girasoles de fuego arden dos depósitos. El desafío ha sido trancar el efecto dominó. Es la mayor tragedia de su tipo, que pueda recordarse en Cuba.
Desde esa explosión de funestas combinaciones es la tierra la que escupe al cielo; una tromba sube, en sentido inverso… Flamea, flota, espanta en el aire, devorando el horizonte con un tinte atroz, la torre de humo endemoniadamente negro, denso, estático, “metálico”… Muda de luz y con draconiana silueta, la borrasca extiende el crespón de impurezas y oscuridad kilómetros hacia el oeste, como una barrera de arrecife donde se encallan los alientos puros… Parece un túnel o pasadizo para llegar a ese círculo infernal dibujado por Dante. ¿Acaso no era un mundo en las profundidades? ¿Qué hace tan cerca ese mar de ensueños? ¿Quién podría describir con certeza el infierno? Lago que arde con azufre y fuego.
Es la hora terrible. Y ante la zozobra, la emergencia, el terror… saltan como bólidos del lecho los niños-hombres, los hombres-niños… de verdeolivo, de rojo, de negro y amarillo… Más bien les arropa la osadía, el sentido del deber, la sonrisa del hijo que lo aguarda o la voz de la madre amorosa que implora su sano retorno a casa. Los espolea la convicción de que hay un patrimonio en llamas, un peligro latente, un pueblo conmovido, un porvenir… Es la comprensión de que toca apretar los dientes, de que el corazón querrá salírseles por la boca, tal vez; pero en el pecho habrá que contenerlo, a como dé lugar… pues es instante de ajustarse el cinto, devorar las neblinas, meterle el pecho a la situación y ponerle corazón a la patria chica o hermana que ha perdido fronteras y se ha vuelto larga: todo un país; lema de redes y entonación.
“Hay que tenerlos bien puestos para irle de frente a una llamarada de tal magnitud…”
Pienso en esos “caballos”… Hay que tenerlos bien puestos para irle de frente a una llamarada de tal magnitud… perderse sigilosamente en la tenebrosa conflagración de hidrocarburos para tener semejante contacto carnal con una bomba en potencia; en ese areito marcial para apaciguar el siniestro… Hay que estar cuerdo y preparado más que loco para ingresar en ese perímetro caótico donde rugen las tinieblas de lo indefinible, el vapor sobrecalienta la razón, las explosiones parecen lanzas, el suelo se vuelve de carbones encendidos, arden los ojos dilatados con tanto rojo vivo, y uno siente que se asfixia respirando lava volcánica. El apocalipsis según cualquiera. Esos dioses homéricos —que luchan sin apenas reposo hasta la última gota— son sencillamente humanos, montan guaguas y viven de los mandados. Ninguno piensa en brillar, ni en caer, ni en testimoniar. Hay epopeya. También cicatrices. Afortunadamente conocemos su retablo de proezas. Nada podría detenerlos. Historias eternas en esta tierra paridora de vencedores.
Hay quienes cargan la Isla en peso.
Esta noche se ha llorado… Y la noche anterior a esta. Costras de noches con sus días. Días que no son más que lánguidos crepúsculos. (Misterio el hasta cuándo). Hay que morder, hay que gritar, hay que guapear… Fluyen sin cesar las instrucciones, las maniobras; mientras el dolor traspasa como estilete y la angustia estrangula la cabeza. Todos nos hemos desnudado, abrasado, estremecido, abrazado. Para bien se suman México y Venezuela, ya resuenan los acordes de la solidaridad de este mundo. Palabras tradicionales. Faltan la lluvia y el tiempo.
¿Pero qué puede el sol en un pueblo tan triste?, se pregunta Virgilio. Las faenas del día se enroscan al cuello de los hombres, él mismo afirma. La luz trae felicidad a los hombres. Y así será. Entre el infierno y la gloria. La vida llama. Por eso hay quienes cargan la Isla en peso. El peso de una Isla en el amor de un pueblo.
Tomado de Bohemia