El término industria 4.0 se empezó a utilizar en Alemania en el año 2011. También se utilizan expresiones equivalentes como “cuarta revolución industrial”, “industria inteligente”, “fabricación avanzada” y otras que capturan la idea de la aparición y expansión recientes de nuevas tecnologías que deben producir cambios profundos en el mundo industrial. Se trata de tecnologías “habilitantes” (tecnologías que generan otras tecnologías), tales como la inteligencia artificial, el procesamiento de grandes masas de datos (big data), la conexión de maquinarias industriales a Internet a través de sensores (Internet de las cosas), la robótica, la manufactura aditiva (impresión por capas en tres dimensiones), la computación “en la nube” (para el acceso remoto a datos y softwares), las nanotecnologías, los nuevos materiales, la “energía inteligente”, la biología sintética, y otras que tienen en común el uso intensivo de la informática y las telecomunicaciones en los procesos industriales.

“Se trata de tecnologías ‘habilitantes’ (tecnologías que generan otras tecnologías)”.

Se le llama a todo esto “cuarta revolución industrial”, para distinguirla de la primera (impulsada en el siglo XVIII por la máquina de vapor y la mecanización), de la segunda (guiada desde finales del siglo XIX por el uso de la energía eléctrica y los combustibles fósiles), y de la tercera, en la segunda mitad del siglo XX, que involucró la electrónica y las tecnologías de la información y las comunicaciones.

Hay mucha literatura disponible sobre el tema. La descripción de estas tecnologías no es el propósito de esta nota. La idea central aquí es llamar la atención sobre las implicaciones económicas y sociales de estas nuevas tecnologías, es decir, su conexión con la “economía política”, para emplear un término clásico.

Marx, Engels y Lenin vivieron entre la primera y la segunda revolución industrial. No conocieron la tercera, y mucho menos la cuarta, pero sí vieron las conexiones entre los cambios tecnológicos (las fuerzas productivas) y las relaciones entre los hombres para la producción; y la importancia de vincular las luchas a una sociedad más justa con los esfuerzos de desarrollo tecnológico, y de actuar revolucionariamente en ambas direcciones.

Así, cuando Lenin propuso en 1920 el plan de electrificación de Rusia (la segunda revolución industrial), dijo: “El comunismo es el poder soviético más la electrificación de todo el país, ya que la industria no puede desarrollarse sin electrificación”. Y lo lograron: en 1932 la generación de energía eléctrica en Rusia había aumentado un 700% con relación a 1912.

Pero después, en el momento en que maduraba la automatización de la producción en los años 60 (con la tercera revolución industrial), no lo lograron. En una carta que escribe Che Guevara a Fidel en 1965, después de una visita a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, le dice:

La técnica ha quedado relativamente estancada en la mayoría de los sectores de la economía soviética (…).  En la Academia de Ciencias de ese país hay centenares, tal vez miles, de proyectos de automatización que no pueden ser puestos en práctica porque los directores de las fábricas no se pueden permitir el lujo de que su plan se caiga durante un año; y como es un problema de cumplimiento del plan, si le hacen una fábrica automatizada le exigirán una producción mayor. Entonces no le interesa fundamentalmente el aumento de la productividad.

“En los próximos años más del 80% de las empresas en los países industrializados usarán alguna forma de inteligencia artificial”.

Es algo muy peligroso para las revoluciones sociales quedar desconectadas de los cambios tecnológicos de cada época. Cada nueva revolución industrial ha traído grandes incrementos de la productividad del trabajo, y en el momento actual, ya en marcha la cuarta revolución industrial, se estima que solamente el uso de la inteligencia artificial aumentará la productividad en un 40%, y que en los próximos años más del 80% de las empresas en los países industrializados usarán alguna forma de inteligencia artificial.

Sin embargo, no todo son bondades técnicas. En el capitalismo cada nueva revolución tecnológica ha tenido como consecuencia un aumento de las desigualdades sociales, dentro de los países, y especialmente entre países (hoy se estima que el país de nacimiento explica más del 70% de las desigualdades en los ingresos de las personas). Así ha sucedido en las tres revoluciones industriales precedentes y puede suceder otra vez en la cuarta. Según un estudio de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, el 91% de las patentes sobre las tecnologías de la cuarta revolución industrial se concentra en 10 países, y el 63% de esas pertenecen a Estados Unidos y a China. Se anuncia que la inteligencia artificial podría reemplazar hasta el 50% de los puestos de trabajo, y que la automatización de los procesos de fabricación podría anular las escasas ventajas competitivas de los países del sur e inducir un repliegue de las industrias hacia los países ricos.

Las brechas entre los países más desarrollados y los que van quedando detrás aumentan cada año. La economía de mercado y la propiedad capitalista no van a resolver este problema que ellas mismas han creado. Ese problema lo tiene que resolver el socialismo.

Y puede. Puede en primer lugar impedir que la brecha económica entre ricos y pobres se transforme en brecha educacional. Actualmente en los países de ingresos altos y medios, el 90% de la población de los grupos etarios relevantes está enrolado en la educación media, pero esta cifra es solamente de un 41% para los países de bajos ingresos.

En Cuba ya asumimos hace décadas esa tarea educacional, y exitosamente. Es un excelente punto de partida que nos permite continuar hacia la capacitación masiva de la fuerza de trabajo en las tecnologías de la cuarta revolución industrial, empezando por el dominio de la transformación digital. Y continuar también hacia el desarrollo de sectores industriales basados en las tecnologías avanzadas.

Lograr ese objetivo puede parecerle a algunos algo distante (no es “lo concreto” de ahora); futurista, soñador, incluso utópico, pero sucede que ya lo hicimos una vez, y también con éxito, en el sector de la biotecnología.

En 1981, cuando Fidel creó el Frente Biológico, antecesor del Polo Científico (1992) y de BioCubaFarma (2012), no había todavía en el mundo ningún fármaco registrado proveniente de las tecnologías de ADN recombinante (el primero fue en 1982). Y cuando inauguró el Centro de Inmunología Molecular (1994) para la producción de anticuerpos monoclonales de uso en el tratamiento del cáncer, tampoco había ninguno en el mercado mundial (el primero fue en 1997).

La industria de fármacos y vacunas biotecnológicos podría también haberle parecido a algunos (de hecho, los hubo) algo distante, tan distante como podría verse hoy la robótica industrial y la inteligencia artificial. Pero se tuvo la audacia de entrar en la biotecnología precozmente, y ello se hizo desde la empresa estatal socialista. Es una historia por estudiar, no para alimentar vanidades ni triunfalismos acomodaticios, sino para extraer lecciones útiles para las tareas de hoy. Una de esas lecciones es que estos procesos de desarrollo de tecnologías avanzadas en el socialismo no se pueden dejar a la espontaneidad ni a los mecanismos ciegos del mercado: hay que conducirlos conscientemente.

“Las leyes que conducen al desarrollo social socialista funcionarán si las hacemos funcionar”.

El desarrollo social y económico tiene leyes objetivas (como descubrió Carlos Marx), pero las leyes del desarrollo social no son como las leyes de la naturaleza. La ley de la gravedad seguirá funcionando, independientemente de lo que pensemos sobre ella, sin embargo, las leyes que conducen al desarrollo social socialista funcionarán si las hacemos funcionar. Requieren intervención humana y conciencia social.

Hace 60 años los cubanos podríamos haber supuesto que, una vez expropiados revolucionariamente a los explotadores; retenidos en manos del pueblo los ingresos de la economía y empleados para garantizar justicia y educación, surgirían espontáneamente la creatividad tecnológica y el emprendimiento que transformarían la producción. Si ese hubiese sido el escenario, los revolucionarios cubanos nos habríamos quedado confortablemente instalados en la administración bien regulada de los activos expropiados a la burguesía, y buscando una economía que quizás sería eficiente para controlar costos y distribuir dividendos, pero ineficaz para engendrar desarrollo.

En el sector de la biotecnología —que no es el único, pero es el que conoce el autor de esta nota— eso no fue lo que se hizo, sino que se estimuló y guió el surgimiento de una institucionalidad (incluyendo empresas nuevas) para la conexión de la ciencia con la economía, y se condujo de cerca el desarrollo de las instituciones. Esa historia comenzó a repetirse en otros campos, con la inauguración de la Universidad de las Ciencias Informáticas en el año 2002, y del Centro de Estudios Avanzados (nanotecnologías) en 2019.

“Las formas concretas de gestión cambian, pero el protagonismo de las empresas estatales socialistas no debe cambiar”.

Contamos con las bases para comenzar nuevamente en otras tecnologías de la cuarta revolución industrial. La primera exploración que se hizo en el contexto de los Macroprogramas para el Plan de Desarrollo hasta 2030 identificó más de 50 grupos trabajando en estas tecnologías. Es un excelente punto de partida, pero muchos de estos grupos están todavía en el sector presupuestado (universidades, centros científicos, etc.) y tenemos pendiente la tarea de conectarlos mejor con el sector empresarial y hacer que surjan de ahí nuevas empresas.

Las formas concretas de gestión cambian, pero el protagonismo de las empresas estatales socialistas no debe cambiar. En el contexto empresarial cubano tenemos hoy más herramientas que las que teníamos en los años 80. Podemos apoyarnos en las empresas de alta tecnología, las estructuras de interfaz de nuestro Sistema de Ciencia, Tecnología e Innovación, las universidades, los parques tecnológicos, y las pequeñas y medianas empresas estatales de base tecnológica. Estas últimas todavía no se ven surgir con la dinámica necesaria, pero hay que hacerlas surgir.

Crear un contexto jurídico facilitador es condición necesaria (y se está haciendo), pero no es condición suficiente. Nuevas empresas tendrán que surgir, tecnológicamente diversas, y cada una tendrá que diseñar su camino hacia la rentabilidad, los encadenamientos productivos y la inserción internacional, ya que es fundamentalmente en el sector externo donde puede estar la demanda para nuestros productos de tecnologías avanzadas.

Así como Lenin expresó a inicios del siglo XX que “el comunismo es el poder soviético más la electrificación de todo el país”, nosotros los cubanos podríamos decir, empezando el siglo XXI, que el socialismo es el Poder Popular más las tecnologías de la cuarta revolución industrial. 

Aquí y ahora.

2