La huella de Sarah Bernhardt en Cuba
Los lectores de la prensa diaria de un siglo atrás se estremecieron aquí, en la distante Habana, al conocer la noticia, y aunque no podemos asegurarlo, es probable que igual sucediera a los escuchas de la naciente radio. La muerte de Sarah Bernhardt en París 100 años atrás, el 26 de marzo de 1923, conmocionó más allá del mundo de las artes. Se trataba de una de las artistas más mediáticas (aunque el término todavía no se utilizaba) de su tiempo, junto a Enrico Caruso y Rodolfo Valentino.
Para los cubanos, Sarah no era en absoluto ajena. José Martí escribió de ella, una frase suya está insertada en el anecdotario teatral, sostuvo un comentado affaire en La Habana y visitó la ciudad en dos ocasiones. Entonces, ¿cómo dejar pasar la oportunidad de recordarla ante este centenario? Además, se trató de una diva. Y las excentricidades de su carácter y su efectismo que hoy nos resultaría sobreactuado, dejaron huella en los escenarios franceses, europeos y del lado de acá del Atlántico. Por último, ¿qué son para Sarah Bernhardt 100 años? Con licencia de nuestro admirado Carlos Gardel, un siglo para ella no es nada.
La Habana que recibió a Sarah Bernhardt y a su compañía en la mañana del 8 de enero de 1887, que la alojó en el desaparecido Hotel Trotcha —en la calle Calzada del Vedado— y puso a su disposición el teatro Tacón para que deslumbrara con su histrionismo, era una ciudad conocedora ya de algunas de las luminarias de la escena europea; pero lo de la Bernhardt era distinto y su celebridad, inigualable. Tenía entonces 45 años y además de famosa disfrutaba en vida de su leyenda.
La tragedia y el drama no tuvieron mejor intérprete por muchos años. José Martí, quien la vio actuar en París, el 18 de diciembre de 1879, escribiría admirado: “Sarah es flexible, fina, esbelta. Cuando no está sacudida por el demonio de la tragedia, su cuerpo está lleno de gracia y abandono; cuando el demonio se apodera de él, está lleno de fuerza y nobleza (…) ¿De dónde viene? ¡De la pobreza! ¿A dónde va? ¡A la gloria!”.
Ofreció su primera función el día 10 y traía en su repertorio La dama de las camelias, Fedra, La esfinge, La extranjera y varias obras más. Un crítico escribía entonces: “Sarah hizo prodigios, interpretó a Fedramodernizándola de un modo admirable, delicioso”.Sin embargo, se señalaba un cierto desbalance cualitativo entre la gran estrella y el resto del elenco.
Siempre noticia, llevó una vida novelesca, se le comparó ventajosamente con otras actrices de su época, se le adoró y se le criticó… Era la divina Sarah.
Concluidas con pleno éxito las 15 funciones contratadas, embarcó hacia México en el vapor Cataluña,el 31 del propio mes de enero. Pero Sarah protagonizóen La Habana otro episodio —este amoroso— del cual mucho se habló, con el español Luis Mazzantini, que por entonces toreaba varias corridas en la ciudad.
El affaire alcanzó repercusiones públicas cuando la diva dejó plantadas a las damas del aristocrático Círculo Habanero que le habían preparado un ágape, por marchar del brazo del diestro Mazzantini, quien le había dispuesto, a la misma hora, una encerrona con reses bravas en la que le mostraría su valor y facultades.
Se cuenta que, cuestionado su comportamiento y recibida con frialdad tras el desaire, la diva se refirió a los cubanos como “indios con levita”, expresión poco feliz acerca de cuya veracidad mucho después la interrogó el entonces joven dramaturgo Gustavo Robreño y a quien ella contestó así: “¿Yo dije eso? Pues en verdad no lo recuerdo. Es posible que al sentirme inculpada injustamente de una falta que no cometí, llegase a pensar que en Cuba había indios todavía, pero lo de levita, estoy segura de no haberlo dicho. En todo caso, retiro esta última parte”.
Con estas palabras daba por cerrada la polémica, hoy, por cierto, elemento integrante del anecdotario teatral cubano.
Sarah tuvo una larga carrera artística y a Cuba volvió a una edad respetable, a los 74 años, en 1918, esta vez con una pierna de menos que le había sido amputada, pero con el mismo carácter y entereza que la hicieran célebre. Sus presentaciones, a beneficio de la Cruz Roja que prestaba servicios en la Primera Guerra Mundial, fueron a teatro lleno.
Se le atribuyeron poderes hipnóticos. Ciertos o no, dominó la escena francesa durante 50 años y sus excentricidades incentivaban la idolatría de que fue objeto. Ahí se contaban sus viajes en globo y el lujoso ataúd que mandó construir para con frecuencia descansar en él. Viajó por el mundo, actuó ante públicos de diversas nacionalidades e idiomas, y también filmó varias películas.
Murió el 26 de marzo de 1923, con 78 años, y más de 150 000 personas acompañaron el féretro hasta el cementerio parisino Le Père Lachaise. Siempre noticia, llevó una vida novelesca, se le comparó ventajosamente con otras actrices de su época, se le adoró y se le criticó… Era, sencillamente, la divina Sarah.