La Habana joven: un sueño que no pasa de moda
16/11/2018
Hay una Habana de la que poco se habla. Es esa ciudad que comenzó a existir en los años sesenta del pasado siglo. Esa que apenas tiene unos sesenta años y que a pesar de su corto tiempo ha dejado ya sus huellas en la vida y la personalidad de muchos cubanos. Es la que existe a lo largo de la calle 23, en la barriada del Vedado, y que tiene sus límites en la calle J, al sur, y en la avenida del Malecón, al norte, y que cubre un área que termina uno de sus extremos en el parque Maceo y el otro en el monumento al Maine. Un espacio que, cuando se recorre, recuerda la oscilación de un péndulo.
Este trazado moderno de la ciudad abarcaba también las calles secundarias que se extendían de 23 hasta Línea, las paralelas y las transversales, donde se desarrollaba una parte de la vida social de los cubanos. En muchas de ellas se encontraban espacios para disfrutar de la vida nocturna.
Foto: Internet
Sin embargo, el centro social de más peso se ubicaba en la esquina de L y 23, sobre todo el portal de Radiocentro, eso que hoy conocemos como el cine Yara, y cuya magia se extendería luego hacia las dos esquinas que conforman el perímetro de la heladería Coppelia.
En los años cincuenta las vitrinas comerciales de la avenida Galiano (también llamada avenida de Italia, aunque nadie la conoce por ese nombre), eran la pasarela social de los habaneros jóvenes; pero esto comenzó a cambiar en la medida que la ciudad adquiría grandes aires de modernidad, casi a fines de esa década, con la aparición de edificios emblemáticos como el Hotel Habana Libre, el FOCSA, y el que ocupará el circuito CMQ con su moderno cine para ver películas en 3D. A este espacio se le comenzó a llamar La Rampa.
Esa Rampa habanera tiene sus leyendas, sus historias y sus personajes. Aún hay quienes recuerdan el humeante café, casi al amanecer, en los bajos de la que fuera la funeraria Caballero, posteriormente convertida en los Estudios Fílmicos de la TV, donde coincidían los viandantes nocturnos.
Son famosas las historias de sus clubes nocturnos, en los que era posible ver y escuchar a aquellos artistas, tanto los de moda como los que comenzaban a surgir. En sus angostos escenarios debutaron un buen día La Lupe y Pablo Milanés, entre otros, y eran habituales de muchos de ellos Teresita Fernández, Pacho Alonso, Elena Burke y Frank Domínguez. Fueron los lugares donde Pepé Delgado desarrolló un estilo, para acompañar a los cantantes, que hasta el día de hoy solo ha tenido un gran epígono en un pianista reglano conocido por “el siniestro”.
La Rampa poseía –pues la desidia y la inopia la han destruido—, una galería de arte urbano a cielo abierto inaugurada desde el mismo instante en que se celebró el salón de Mayo, en el año 1968. Sobre piedra de granito fundido se incrustaron obras de algunos de los más importantes pintores cubanos de aquellos años, todo un alarde cultural que hasta el presente no se ha podido superar, y que hoy está en peligro de extinción. Lo lamentable es que a nadie parece importar la conservación de ese patrimonio social y cultural.
Mosaicos de la galería a cielo abierto en La Rampa. Foto: Internet
Coppelia, la gran heladería habanera y cubana, con su diseño futurista, sus “sesenta sabores y ninguno repetido”, y sus frondosos jardines; fue el último símbolo incorporado a la Rampa. Fue construido en los terrenos que antes ocupó el hospital Reina Mercedes, desde su misma apertura se convirtió en el punto de reunión de los habaneros y de aquellos nacionales que visitaban la ciudad, y desplazó en este sentido al Capitolio Nacional.
En sus mesas se gestaron novelas, poemas y manifiestos culturales -como fue el caso de Nos Pronunciamos, manifiesto de los jóvenes conocidos luego como la generación de El Caimán Barbudo—, se realizaban consejos editoriales de nacientes publicaciones culturales, y se armaron tribunas virtuales para las más encendidas tertulias culturales. En este lugar también nacieron cientos de historias de amor, pero con el paso de los años, y las generaciones, ese “aire” cultural fue desapareciendo, lo mismo que la diversidad de sabores.
Empero, la nueva Habana es mucho más que la Rampa y sus encantos. Comenzó a crecer hacia el este en determinado momento. Primero fueron “los edificios de Pastorita” (una joya de la arquitectura urbana que nos situaba en la vanguardia constructiva y que después abarcó todo un continente con edificios multifuncionales y urbanizaciones al estilo de “ciudades dormitorios”); y más adelante vendría Alamar. Todo con el fin de ofrecer domicilio a aquellas familias que vivían de modo precario y, por ese camino, se continuó el proyecto para extender los límites de la ciudad.
Alamar, lo mismo que el reparto Eléctrico, San Agustín, Mulgoba, Flores y otras intervenciones constructivas a gran escala, fue un gigantesco esfuerzo de los habaneros por ver y vivir en espacios nuevos. Estar en “una micro” abría las puertas al sueño de la independencia habitacional. Un sueño que muchos no alcanzaron.
Estilo arquitectónico de las ciudades dormitorio. Foto: Cubadebate
La nueva ciudad necesitaba desarrollar sus sonidos, sus colores, personajes y olores que le diferenciaran de la Habana clásica que aparecía en las viejas postales: las de las calles empedradas y las grandes casas solariegas. Poco a poco lo fue logrando, con mayor o menor fortuna. Lo cierto es que casi todos esos barrios están ahí, y no se puede renunciar a ellos, aunque corregirlos y encauzarlos le hará mucho bien en el futuro.
Esta nueva ciudad tuvo también su manifiesto musical, obra de un habanero de esos tiempos. Se trata de la canción La habana joven, escrita por Juan Formell, a pedido de su amigo el actor Erik Romay, para una telenovela de Miguel Sanabria, titulada La escuela en el campo. Tal vez esta sea una de las canciones que con más encanto atrapa el espíritu de esos años de tránsito que fueron los setenta.
La trama televisiva giraba en torno a la vida de un grupo de jóvenes que se incorporaban a esta nueva forma de vivir en los tiempos revolucionarios, en la que se combinan estudio y trabajo. Fueron tiempos en los que ocurrió el proceso de desarraigo de los viejos patrones sociales y se comenzaron a establecer nuevos criterios y conceptos. Esta telenovela intentó entender y asumir los conflictos que se desataron en la naciente sociedad.
En el momento de emisión de este espacio el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC había grabado la música para un documental titulado La nueva escuela, que abordaba el mismo tema y reflejaba la lírica de trabajo de esta formación de vanguardia de la música cubana. Sin embargo, la propuesta de Formell es más cálida, más humana y menos excluyente. El líder de los Van Van escoge como protagonistas de su historia a dos jóvenes con sus sueños. Ella quiere ser maestra, él capitán de un barco, de uno de esos barcos que cruzan el malecón cada vez que ellos se sientan en su muro a planear su futuro mientras saborean un helado. Son jóvenes, y sus sueños pronto se harán realidad, y serán parte de los habitantes de esta ciudad nueva, la de ellos.
La Habana joven es uno de esos temas que musicalmente no pasa de moda, pues más que un songo, es una recreación de muchas influencias que para ese entonces bullían en la cabeza del compositor.
Una y otra vez la Rampa, el Coppelia, el Malecón y su muro han sido parte importante en la vida de los nuevos habaneros, tal como lo fueron la acera del Louvre, la alameda de Paula y el Paseo de Martí para los capitalinos de otros tiempos.
La Habana siempre ha sido parte imprescindible en la vida de los cubanos. Foto: Sonia Almaguer
La nueva ciudad tal vez no sea un encanto, tiene apenas sesenta años, y aún no posee ni biógrafos ni escribanos que registren sus leyendas e historias, pero es indispensable para nuestra vida de hoy. Reverenciarla y tenerla presente es un deber de todos. Al menos para que cuando arribe a su primer centenario pueda vestir las galas que merece y no pasar de moda, aunque muchos de nosotros, los que la fundamos y vivimos, ya no estemos presentes.