La guerra de Estados Unidos contra Cuba en la Revolución (parte III)
El triunfo de la Revolución cubana en 1959 fue una sorpresa para el gobierno de Estados Unidos. El gabinete de Dwight Eisenhower reforzaba las doctrinas y el sistema de seguridad hemisférica durante la Guerra Fría para la “contención del comunismo”. La mayoría de ese gobierno no esperaba que los barbudos llegaran a La Habana, ni que surgiera una Revolución que al principio fue calificada de democrática, popular, agraria, nacionalista…. El imperialismo yanqui comenzó a perder hegemonía, sin que todavía lo superen sus gobernantes, a partir de las enseñanzas que comenzó a dar la Revolución cubana con la Reforma Agraria, la Alfabetización y la enorme transformación social y política realizada en la Isla a partir del avance de programas sociales, la intervención de monopolios de Estados Unidos y la nacionalización de empresas privadas. Desde el primer momento el gobierno estadounidense preparó programas encubiertos de acción para derrotar a la Revolución, a pesar de que se encontraron con el problema de que la gran mayoría del pueblo cubano apoyaba a Fidel por las leyes de beneficio popular que se estaban generando y la oposición estaba totalmente desprestigiada. Una de las primeras propuestas de magnicidio ocurrió el 15 de diciembre de 1959 en la Casa Blanca, en conversación entre Eisenhower y Allan Dulles, jefe de la CIA, en que este le manifestara al presidente “la eliminación física de Fidel Castro”. Cientos de atentados se prepararon después contra el líder revolucionario sin resultados. La estrategia debía concentrarse en que el gobierno revolucionario perdiera apoyo popular. El 17 de abril comenzó a transmitir la emisora Radio Cuba Libre, más conocida como “Radio Swan”; allí se estrenaron las primeras comunicaciones para subvertir el orden en Cuba con las llamadas “bolas”, es decir, las noticias falsas. Las otras acciones consistieron en intensificar los sabotajes: el 4 de marzo de 1960 explotó en la bahía habanera el vapor francés La Coubre, que transportaba armas y municiones para la defensa del país; cientos de muertos y heridos dejó este acto terrorista planificado por la CIA.
Posiblemente una de las más crueles noticias falsas se fraguó entre algunos sacerdotes católicos de La Habana y Miami, la llamada “Operación Peter Pan”, basada en el engaño de que la Revolución se proponía retirar, mediante una ley, la patria potestad a los padres de todos los niños cubanos para enviarlos a campos de trabajo en la URSS; hasta se confeccionó un documento, simulacro de ley, para hacerlo creíble; más de 14 000 niños sin sus padres se marcharon del país y fueron distribuidos por unos 35 estados de la Unión, en casas particulares y albergues, sin ninguna protección familiar; una buena parte de ellos hoy cuentan historias terribles de esos sucesos que los marcaron para toda su vida. Sin embargo, nada resultaba eficaz como querían los yanquis. La guerra contra Cuba debía intensificar las acciones para provocar todas las dificultades económicas posibles, y tendría que combinarse con el desaliento y el desengaño; se necesitaba llegar a ocasionar hambre y desesperación en el pueblo, de manera que este se rebelara contra el gobierno, un macabro y perverso plan ante la impotencia por no poder doblegar a la Isla rebelde. Paralelo a ello, comenzaría otro plan de desestabilización propagandística con falsedades, para crear la impresión de que el gobierno de Estados Unidos estaba altamente preocupado por el pueblo de Cuba. Estos planes preparados por la CIA han sido la matriz que se ha seguido hasta nuestros días: el más alto cinismo junto a la máxima presión con sanciones casi hasta el genocidio.
Estas acciones de asfixia comercial con prohibiciones financieras y negación de créditos a Cuba, se concertaron con el aumento de sabotajes a instalaciones de la economía e incendios a cañaverales, junto a otros estragos que tuvieron más impacto, como el famoso incendio de la tienda El Encanto, el 13 de abril de 1961 en la céntrica e icónica esquina de San Rafael y Galiano en La Habana. La infiltración de bandas armadas por todas las provincias del país tejió una red de contrarrevolución dura. Pero tampoco dieron mucho resultado, a pesar del costo en vidas y daños a la economía, por lo que se preparó una gran agresión militar. Aumentó el cinismo y se buscaron justificaciones para la guerra militar contra Cuba, como la afectación de las propiedades de Estados Unidos, la aceptación de la ayuda de la Unión Soviética y “la exportación de revoluciones”, entre otras; fueron los primeros pretextos para iniciar lo que han llamado “embargo”. El demócrata John F. Kennedy, quien había iniciado su mandato en 1960, heredó la preparación de una invasión a la Isla y aprobó el cumplimiento de la agresión por la península de Zapata en 1961 con unos 1 500 mercenarios entrenados por la CIA. Fueron derrotados en 69 horas. A Kennedy no le quedó otra alternativa que reconocer la derrota. Se planeó una intervención armada del ejército de Estados Unidos, inventando algún incidente en la base naval de Guantánamo, pero se frustró. Para contrarrestar el ejemplo de Cuba ante América Latina por los cambios sociales revolucionarios que presentaba, se desarrolló la menguada política de la Alianza para el Progreso. Al mismo tiempo, en ese año 1961, se creó la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional ─USAID─, con el propósito encubierto y a largo plazo de dar apoyo a la subversión “blanda” en los países “problemáticos”.
La estrategia debía concentrarse en que el gobierno revolucionario perdiera apoyo popular. El 17 de abril comenzó a transmitir la emisora Radio Cuba Libre, más conocida como “Radio Swan”; allí se estrenaron las primeras comunicaciones para subvertir el orden en Cuba con las llamadas “bolas”, es decir, las noticias falsas. Las otras acciones consistieron en intensificar los sabotajes
Desde enero de 1962 se comenzó a planificar para una mayor escalada militar. Con las influencias diplomáticas estadounidenses se preparó el escenario para expulsar a Cuba de la OEA, bajo el pretexto de que este “régimen” no era compatible con el “sistema democrático interamericano”. A partir de marzo de ese año se inició la Operación Mangosta, un programa subversivo organizado contra Cuba y pagado por la CIA después de la bochornosa derrota de Girón, en que se incluyeron más de 5 000 acciones de sabotaje para fortalecer el clandestinaje dentro de Cuba, con infiltraciones de más bandas armadas contrarrevolucionarias, operaciones terroristas paramilitares, actividad de espionaje, planes de atentados a Fidel, guerra biológica, subversión política-ideológica… Todas fracasaron. Cuba se preparó solicitando mayor poderío militar para contener de manera disuasiva la agresividad del gobierno de los Estados Unidos. El 22 de octubre de ese año el Pentágono detectó la presencia en Cuba de misiles soviéticos y Kennedy declaró el bloqueo naval a Cuba. La dirección soviética decidió retirar esos medios sin contar con el gobierno cubano, quien dejó bien claro su posición enérgica e irrenunciable de principios ante la defensa del país. Posteriormente, la administración demócrata inauguró una política de “Reacción Flexible” y comenzó a acercarse a Cuba bajo su táctica de “tendido de puentes”. Desde entonces, ya algunos políticos realistas de Estados Unidos sabían que era la mejor opción para lidiar con Cuba. Cuando estaba a punto de concretarse un acuerdo para mejorar las relaciones entre los dos países, el 22 de noviembre de 1963, el presidente Kennedy fue asesinado.
Posteriormente, la administración de Lyndon B. Johnson desarrolló para América Latina y el Caribe la conocida “Doctrina Johnson”, que para Cuba significó el aislamiento con exclusiones de todo tipo, usando el poderío e influencia económica, militar y diplomática yanqui, con el pretexto de que la Isla significaba una amenaza continental, al punto de que todos los gobiernos de América rompieron relaciones con Cuba, salvo México y Canadá. Johnson colaboró con los golpes de Estado en Bolivia, Brasil y Argentina; en su gobierno, y en contubernio con la dictadura de René Barrientos en Bolivia, fue capturado y asesinado Ernesto Che Guevara; la escalada militar de su gobierno en Vietnam fue un desastre y un genocidio. En 1969 asumió la presidencia el republicano de California Richard Nixon, uno de los presidentes más útiles para Estados Unidos, y también de los más tramposos, por disfrazar el hegemonismo con la construcción de alianzas. No pudo impedir el triunfo de la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile y formuló su agenda exterior, junto al asesino Henry Kissinger, con la tristemente célebre acción criminal transnacional “Operación Cóndor”. Tampoco pudo ganar la guerra de Vietnam. Sin embargo, Nixon dividió a los árabes y superó una primera crisis petrolera, desconoció el patrón oro para la emisión de dólares, pactó con China y proclamó la política del “Nuevo diálogo” para América Latina. Salió de la presidencia por el famoso escándalo de Watergate, tuvo que renunciar y Gerald Ford, su continuador, mantuvo la “Doctrina de Disuasión Realista”, dentro de la que se incluía Cuba, sin renunciar o controlar a grupos extremistas de la Florida que, en 1976, hicieron estallar el vuelo 455 de Cubana de Aviación al salir del aeropuerto de Barbados: se sabía que su autor principal fue el asesino terrorista Luis Posada Carriles, a quien la CIA amparó.
En 1977 llegó a la Casa Blanca el demócrata James Carter y enunció los principios de su política exterior, basada en la consolidación de la “democracia” mediante los “derechos humanos”, la implementación de la no intervención mediante la ampliación del diálogo Norte-Sur. En su período hubo cambios en el entonces llamado “Tercer Mundo”, como el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua; la extrema derecha culpó a Carter de “debilidad” y de no actuar a tiempo. Con Cuba, se mostró dispuesto a discutir y negociar la agenda del diferendo bilateral, aunque mantenía sus diferencias con nuestra política, especialmente con la ayuda militar a África. Para sistematizar el diálogo, se crearon en La Habana y Washington “oficinas de intereses” que contribuyeron a dar pasos beneficiosos para los dos países; esta tregua, que interrumpió la guerra abierta contra Cuba, fue muy atacada por los grupos de cubanos de extrema derecha. La interrupción de la guerra contra la Isla significó un rencuentro entre familiares cubanos separados y la apertura a negociaciones útiles para los dos gobiernos. Carter firmó los acuerdos del Canal de Panamá y los de Camp David entre Egipto e Israel, el Salt II con la URSS y restableció relaciones diplomáticas con China. Sus momentos más tensos se concentraron en la crisis de los rehenes en Irán y la política de “brazos abiertos” frente al éxodo incontrolado desde el Mariel, por lo que no pudo reelegirse en la contienda electoral de 1980. Una vez más, Cuba volvió a ser tema de los debates para las elecciones en Estados Unidos. Ganó el republicano y actor Ronald Reagan. Carter no fue un presidente típico para Estados Unidos.
Reagan retomó la guerra contra Cuba. En 1981 se creó la Fundación Nacional Cubano-Americana y se lanzó la Iniciativa de Defensa Estratégica en 1983, conocida como “Guerra de las Galaxias”. La nueva doctrina interamericana quedó expresada en el Documento de Santa Fe I, apoyada en los argumentos de la ya jurásica Doctrina Monroe. La política de la guerra contra Cuba se basó esta vez en la acusación sistemática de que en la Isla se violaban los derechos humanos, se intensificó la ofensiva diplomática, se alentó a la organización terrorista anticubana Alfa 66 para mantener los conflictos de “baja intensidad”, y se fundó la inaudible Radio Martí. En medio de la crisis de la deuda externa en América Latina se diseñó el Plan Baker y, en 1983, se invadió a Granada. Reagan se reeligió y, en el último año de su mandato, su grupo neoconservador redactó el documento Santa Fe II, que continuaba con sus proyecciones hegemónicas, prueba de ello fue la extemporánea, silenciosa y criminal invasión a Panamá en 1989, con el pretexto de capturar al general Manuel Antonio Noriega, requerido por la justicia de Estados Unidos por delito de narcotráfico. Cuando el campo socialista europeo desapareció y la URSS cayó, Estados Unidos buscó nuevos pretextos para mantener la hegemonía. Cuba entró en el peor período de su historia, pues su comercio exterior dependía en más del 70 % del sistema socialista de Europa. La guerra de Estados Unidos contra Cuba se recrudeció como nunca, y el país sobrevivió en condiciones de penuria. Gracias a la amplia solidaridad humanitaria internacional de algunos gobiernos, personas y grupos ─incluyendo el pueblo de Estados Unidos, especialmente los Pastores por la Paz, liderados por el reverendo Lucius Walker─, los cubanos sobrevivimos a un costo personal, familiar y social altísimo.
Para contrarrestar el ejemplo de Cuba ante América Latina por los cambios sociales revolucionarios que presentaba, se desarrolló la menguada política de la Alianza para el Progreso. Al mismo tiempo, en ese año 1961, se creó la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional ─USAID─, con el propósito encubierto y a largo plazo de dar apoyo a la subversión “blanda” en los países “problemáticos”.
La irrupción del neoliberalismo como proyecto para la reanimación capitalista en América Latina tenía ─tiene─ como bandera la incontrolada privatización y la desregulación por parte de los Estados de las riquezas de sus países, con el objetivo de facilitar la intervención de los monopolios de Estados Unidos en la zona; este plan, después de la caída del socialismo europeo, junto a la creación de una zona de libre comercio a lo largo de todo el continente americano para estimular inversiones, fue el proyecto estratégico que comenzó a ser incubado por la administración de George H. W. Bush, quien aprobó la llamada “Acta por la Democracia en Cuba”, conocida como Ley Torricelli, que, en su intento de aislar completamente a la Isla, prohibía el comercio con ella, incluyendo la venta de medicinas. Con la I Cumbre de las Américas en Miami, y el establecimiento del Área de Libre Comercio de las Américas ─ALCA─, se inició el período del demócrata William Clinton, quien pudo reelegirse a pesar del escándalo con Mónica Lewinsky. Clinton reconfiguró el sistema interamericano en la era neoliberal de la posmodernidad. En 1996 se promulgó la llamada “Ley de Libertad Cubana y Solidaridad Democrática”, más conocida como Ley Helms-Burton por los nombres de sus promotores, el senador republicano por Carolina del Norte, el ultraconservador Jesse Helms, y el representante demócrata por Illinois, Dan Burton, un engendro jurídico para enjuiciar a empresarios de Estados Unidos que tuvieran comercio con Cuba. Clinton terminó su mandato con el macabro Plan Colombia.
Con la llegada del republicano George W. Bush a la presidencia al iniciar la nueva era ─2001-2013─ después de dos dudosas elecciones, se inició el siglo con el derribo de las Torres Gemelas de Nueva York, lo que ofreció todos los argumentos al nuevo mandatario para establecer una “lucha global contra el terrorismo”, “guerras preventivas”, el unilateralismo, la llamada “lucha contra las tiranías”, es decir, todos los pretextos para la intervención militar que le convenía a Estados Unidos. En 2002 el presidente habló del “eje del mal”, refiriéndose a Irak, Irán y Corea del Norte, pero podía atacarse a “cualquier oscuro rincón del planeta”. La nueva era se convirtió en la más peligrosa para los seres humanos. La “guerra contra el terrorismo” se inició con una “campaña militar” en Afganistán que duró desde 2001 hasta 2014, y una guerra contra Irak en 2003; entre las dos dejaron países devastados y millones de muertos. Después de la guerra en Irak, un periodista le preguntó a Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de Bush, sobre el carácter imperial de la contienda y este contestó: “No somos imperialistas. Nunca lo hemos sido. Ni siquiera me puedo imaginar por qué me preguntaría usted eso”.
La implementación de la “Doctrina Bush” para América Latina y el Caribe se basó en una “Declaración sobre Seguridad en las Américas”. El 11 de abril de 2002 se intentó el derrocamiento del presidente constitucional de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez; la complicidad con el gobierno de Estados Unidos resultó evidente, fue el único país que reconoció al golpista, quien duró horas. Desde 2002, el Ejército de Estados Unidos comenzó a utilizar la base naval de Guantánamo, mantenida contra la voluntad del pueblo de Cuba, como centro de detención y tortura para prisioneros de guerra. En 2004 se anunció el Plan Bush que intensificó la agresión económica y política contra Cuba, con el objetivo de crear las condiciones para la intervención militar directa. Con la derrota del ALCA en la IV Cumbre de las Américas, en Mar del Plata, y el nacimiento del ALBA-TCP ─Alianza Bolivariana para los Pueblos de América y el Tratado de Comercio de los Pueblos─ promovida por Cuba y Venezuela con el apoyo de algunos países importantes de América Latina, Estados Unidos se concentró en recuperarse de esta derrota.
En 2009 asumió como presidente de Estados Unidos Barack Hussein Obama. De padre keniano, madre de Kansas y piel negra, fue una rareza que llegara a la Oficina Oval de la Casa Blanca; solo fue posible debido a la decepción de los estadounidenses ante los políticos tradicionales y por el desgaste de las guerras; su carisma e inteligencia, sólido equipo de campaña y eficaz recaudación, le dieron un evidente triunfo frente al republicano John McCain. Inmediatamente le concedieron el Premio Nobel de la Paz. Obama privatizó hasta la política exterior y la seguridad nacional de Estados Unidos, y mantuvo las señales “divinas” del destino de la nación, basado en la “vida tradicional”, vinculando la libertad a la propiedad privada y al “orden de las clases” de la “sociedad civilizada” como “valores universales”. Mediante esta ideología, mostrada en cada discurso, infiltraba una inteligente intervención encubierta junto a una alianza pragmática que declaraba “igualitaria”, al tiempo que firmaba para siete bases militares en Colombia: el llamado “poder inteligente” mezcló principios y pragmatismo capitalistas. En la V Cumbre de Trinidad y Tobago de 2009 dijo: “Yo no vine a discutir sobre el pasado, sino para pensar en el futuro”. A pesar de que la política del Congreso no solo persistió, sino que intensificó el bloqueo comercial y financiero contra Cuba frente al aislamiento de la comunidad internacional, Obama representó otra tregua en la guerra contra Cuba, tregua que sus autoridades aceptaron. Conversaciones, intercambio de prisioneros, fundación de una embajada para las relaciones diplomáticas y acuerdos realistas y sensatos fueron beneficios mutuos.
La guerra de Estados Unidos contra Cuba continúa con hibridez mediática de última generación. Los pretextos que convierten a los cubanos en terroristas, se sabe, solo sirven para continuar y encubrir el pretexto de una política genocida que espera inútilmente la sublevación del pueblo cubano.
Contra todos los pronósticos, en 2017 el magnate inmobiliario y ridícula personalidad televisiva Donald Trump ganó la presidencia de Estados Unidos. Racista y supremacista apenas encubierto, xenófobo hasta el delirio, narcisista enfermizo, insolente mitómano, homófobo declarado, representante orgulloso de la plutocracia yanqui e ignorante hasta la estupidez, dejó bien parado a Bush Jr. por comparación. El peligro de la extinción humana se hizo más evidente. Dejó cadavérica la embajada de Estados Unidos en La Habana con insólitos inventos que nadie creyó, y aplicó más de 240 medidas para llevar a un límite inhumano la guerra contra Cuba. Su sucesor, el demócrata Joseph Biden, quien llegó a la presidencia por los votos contra el impresentable Trump, ha continuado la política de “máxima presión” contra la Isla, como si ya la Historia no hubiera evidenciado en más de una ocasión su ineficacia e inutilidad. Intentando construir falsos liderazgos internos y derrochando dinero en pícaros oportunistas, Biden incumple con sus promesas electorales y sigue mal informado sobre la situación real en Cuba. Ni embargo, ni bloqueo. La guerra de Estados Unidos contra Cuba continúa con hibridez mediática de última generación. Los pretextos que convierten a los cubanos en terroristas, se sabe, solo sirven para continuar y encubrir el pretexto de una política genocida que espera inútilmente la sublevación del pueblo cubano. La guerra continuará y también la resistencia, pero, de acuerdo con los cambios en el mundo, cada vez se hará más inservible el bloqueo económico, comercial y financiero. De no levantarlo ahora, ya los cubanos están apostando por su desarrollo, sin contar con él.