Desde muy pequeño, en mi hogar de raíces campesinas, me enseñaron a amar a mi Patria, que aunque pareciera un término abstracto, era algo materializado en el ser y quehacer de los hijos que nacieron en su suelo. Así aprendí a amar y a respetar a todos aquellos que con sus dones, han contribuido a su gloria y prestigio ante el resto del mundo. El Arte, la Ciencia y el Deporte han sido rutas válidas para esa gloria, obtenida desde que nacimos como nación en los albores del siglo XIX. La vida me ha permitido conocer a algunos de esos gloriosos y ha sido honor grande. Un día llevé a un campeón olímpico, a Dayron Robles, para que conociera a Alicia Alonso. Ambos se admiraban. Él le besó la mano muy emocionado y le dijo “Reina”. Ella, mirándolo fijo, le respondió: “Campeón, ganar es duro, pero ¿sabes lo qué es más difícil?… mantenerse”.

La hazaña del compatriota Mijaín López de subir al podio para ceñirse la medalla de oro en cinco Juegos Olímpicos, es ciclópea, especialmente por haberlo logrado en esta dura etapa que vivimos, en que su entrenamiento no pudo ser el más deseado.

“Acaricio la idea de un día poder abrazarlo y decirle orgulloso: Gracias, compatriota”.

Mi corazón latió con brioso ritmo de diástoles y sístoles, y confieso que tuve lágrimas de emoción al verle abrazar y besar en el 2021 a su archirrival, el turco Riza Kayaalp. !Qué lección!

En este verano del 2024, la celebración en París de los XXXIII Juegos Olímpicos sirvieron de escenario para volver a mostrar la grandeza humana y deportiva de nuestro ilustre compatriota. Verlo continuar disciplinadamente su preparación en Bulgaria, privándose de la emoción de ser nuevamente el abanderado de la delegación cubana, llenó de emoción a todos sus compatriotas, por cuanto daba muestra, una vez más, de su disciplinado quehacer deportivo. Su llegada a la capital de Francia acaparó la atención de todas las publicaciones especializadas y de todos los espectadores.

Verlo poner sus zapatillas sobre el colchón, como símbolo de su adiós deportivo, provocó lágrimas en todos los que pudieron ver esa inolvidable página del olimpismo. Imagen: Tomada de Prensa Latina

“Vengo confiado en la victoria porque me he preparado correctamente para ello”, afirmó ante los medios publicitarios. Y consecuente con ese criterio estuvo presto a lograr la hazaña de conquistar su quinta Medalla de oro en las citas olímpicas.

El lunes 5 de agosto logró el hito de vencer en los tres combates en que estuvo programado: con el azerbaiyano Sábah Saleh Shariati, el surcoreano Lee Seunghan y el iraní Amin Mirzuzadeh, y al día siguiente estuvo listo para el gran reto frente a Yasmani Acosta, un cubano participante como miembro de la delegación de Chile que asistió a la cita de los Cinco Aros. Desde que salió al “ruedo”, porque en eso convirtió al colchón competitivo, puso en tensión a todos los millones de espectadores que en vivo o mediante los medios televisivos, fueron testigos de su victoria. Para nadie era un secreto del simbolismo que entrañó su saludo al rival y la elegancia que desplegó en su técnica de combate contra él. No había que ser especialista en la lucha greco romana para darse cuenta de que estábamos ante un deportista irrepetible, lo que en términos de ballet podríamos definir como un danseur noble o un primo luchador assoluto.

Quedará para la historia no sólo el alto nivel de su desempeño técnico, sino también su nobleza y modestia como ser humano. Verlo poner sus zapatillas, vencedoras de tantos combates, sobre el colchón, como símbolo de su adiós deportivo, provocó lágrimas en todos los que pudieron ver esa inolvidable página del olimpismo.

Acaricio la idea de un día poder abrazarlo y decirle orgulloso: Gracias, compatriota.

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