La frase más discutida: Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada
En esta ocasión dialogamos con otro joven intelectual, Iramís Rosique, quien ofrece en la serie Las cinco puntas de la estrella, sus visiones sobre la frase más discutida de Palabras a los intelectuales.
¿Se puede afirmar que hay un antes y un después para la sociedad cubana a partir del discurso de Palabras a los intelectuales? ¿Qué repercusión dejó para la realidad posterior de Cuba la frase más discutida y las polémicas que la han circundado?
No estoy seguro de que podamos hablar de antes y después con respecto específicamente a ese discurso. Podría hablarse de antes y después con respecto a otros acontecimientos que rodean al discurso, a nivel de sociedad, como la victoria de Girón o la declaración del carácter socialista. Podríamos hablar, en general, de que fue un año crucial para Cuba y su revolución: es el año de la alfabetización, por ejemplo. Pero no puede olvidarse que, si bien el discurso de Fidel fue importante para el debate que en ese momento se daba en una parte del campo cultural, la discusión y la disputa en la que irrumpe y en la que tiene sentido es bastante habanera.
Creo que la frase más discutida es un marcador, un referente, un lugar al que se vuelve en toda disputa en el campo de encuentro de lo estético y lo político en la Revolución, e incluso en discusiones sobre lo estrictamente político. Pero lo real es que la frase y sus interpretaciones no son las que producen esta o aquella posición en las polémicas culturales o ideológicas de los últimos sesenta años. En todo caso sirven de asideros para una u otra posición. Esas polémicas no han atendido, principalmente, a problemas hermenéuticos o a simple disparidad de concepciones estéticas, como ha gustado presentarlas a veces. Las discusiones sobre el realismo socialista no eran discusiones sobre un método de creación realmente; las discusiones sobre el marxismo-leninismo no son realmente discusiones puramente teóricas; las discusiones sobre la plástica en los ochenta no eran solo sobre la plástica: todas las veces hemos estado frente a conflictos políticos, entre tendencias dentro de la Revolución ―y a veces fuera de ella―, enfrentamientos entre concepciones de la propia Revolución diferentes, luchas de poder. Eso atraviesa las polémicas culturales, y las interpretaciones del discurso más bien han servido de calzo a esta o aquella postura, independientemente de la voluntad de Fidel.
¿Fidel con esta frase estaba marcando los límites del pensamiento intelectual cubano?
Fidel es él mismo un aparato ideológico, un productor de hegemonía, como pudieran ser Hollywood, Pravda o el chamán de una tribu. Para producir consensos los aparatos ideológicos proyectan un campo, una comunidad de sentido, un régimen de verdad, dentro del cual está lo tolerable, lo aceptable, lo representable, y fuera del cual queda lo inaceptable, lo inconcebible, etc. Creo que Fidel, no solo en Palabras…, está constantemente a lo largo de su vida normalizando la Revolución, y sacando del plano de lo imaginable o de lo aceptable, la no Revolución para Cuba. Además de la frase tan repetida, Fidel dice otra cosa muy importante: Nuestra preocupación fundamental siempre serán las grandes mayorías del pueblo, es decir, las clases oprimidas y explotadas del pueblo. El prisma a través del cual nosotros lo miramos todo, es ese: para nosotros será bueno lo que sea bueno para ellas; para nosotros será noble, será bello y será útil, todo lo que sea noble, sea útil y sea bello para ellas. Entonces, cuando Fidel proyecta el campo de lo tolerable, esto es lo que está intentando establecer como consenso, como “lo normal”: todo por el pueblo, y nada contra el pueblo. En ese sentido, si nos preguntamos ¿pone límites al pensamiento intelectual ―y a la política―?, pues yo diría que claro que quiere ponerle límites: el límite que busca Fidel en la realidad cubana es que se vuelva inconcebible, inaceptable, intolerable, una praxis, ya sea estética o política, contraria al pueblo, a los oprimidos y a sus intereses de justicia.
Todo proceso necesita una contrapartida o antagonista para su desarrollo y perfeccionamiento. Al emitir la mencionada sentencia, ¿representa una contradicción de los conceptos de socialismo y Revolución?
No veo por qué habría contradicción. En esos días el pueblo de Cuba tiene más claro su enemigo que nunca: Girón esta muy fresco. Entonces, en cuanto al enemigo histórico, eso está claro ahí. Otra cosa es la importancia que ha tenido en Revolución la lidia interna entre fracciones, entre partes y contrapartes. Creo que eso, en nombre de una interpretación específica de la unidad, se ha solapado, se ha silenciado; pero en Revolución siempre hubo tendencias entre los revolucionarios que se contrarrestaban los excesos unas a otras , que se oponían, que en su enfrentamiento iban también creando y dándole al socialismo cubano su carácter específico. Ese tema hay que estudiarlo más, entenderlo mejor, porque el mito del monolitismo puede llevarnos a buscar efectivamente un monolitismo que jamás existió en Revolución con Fidel y que puede ser bastante pernicioso para un sistema político.
El límite que busca Fidel en la realidad cubana es que se vuelva inconcebible, inaceptable, intolerable, una praxis, ya sea estética o política, contraria al pueblo, a los oprimidos y a sus intereses de justicia.
La radicalización de la Revolución en esos años fue un proceso complejo. ¿Cuáles fueron los costos sociales y culturales de este posicionamiento?
No existen los costos sociales en sentido abstracto. Determinados fenómenos que se dieron en Cuba en esa época solo pueden ser leídos como costos o como logros desde determinadas posiciones ideológicas, desde determinados valores. Podríamos pensar como costo de la radicalización revolucionaria, la estampida de cubanos de clase media profesional que emigró a EUA aterrorizados por la victoria de Girón. Sin dudas son procesos traumáticos, pero la situación del campesinado hasta la reforma agraria en Cuba también era traumática; la situación del empleo urbano ―para los que no eran blancos profesionales de clase media― también era traumática; el analfabetismo y el racismo también son fenómenos traumáticos. Entonces podemos decir que la partida de tantos cubanos es terrible, y podríamos leerlo como un costo; pero si tenemos que elegir entre que se queden o radicalizar la Revolución para resolver los problemas antes mencionados, la respuesta es muy fácil, sobre todo porque ellos están huyendo precisamente de las soluciones a esos problemas entendidas por ellos como comunismo. La palabra radicalización se presta para impresiones engañosas: salen huyendo de la radicalización revolucionaria. Claro, pero esto no fue Francia revolucionaria: aquí radicalización no fue cortarle la cabeza a nadie. Radicalización, en la Revolución cubana, significó alfabetización, nacionalizaciones, reforma agraria, reforma urbana, reforma del régimen de trabajo, masificación de la educación, fin de las prácticas de segregación racial O sea: si huyes de eso, adelante, pero no me pidas que me lamente, aunque seas un poeta.
Luego en Revolución ha habido otros tipos de migración, y también han pasado cosas desagradables en el mundo cultural, pero a la altura de 1961, estas cosas no habían pasado. Si tuviera que lamentar algo, lamentaría el destino final del periódico Revolución y del tipo de periodismo nuevo que ahí se estaba intentando. No obstante, eso tampoco tuvo que ver con la radicalización.
La manipulación mediática de la realidad cubana es una constante. ¿Cómo asumir ese desafío y hacer prevalecer la verdad?
Primero creo que tenemos que abandonar la idea de que la verdad es algo dado de una vez, algo seguro e indiscutible. La noción de que la verdad es accesible directamente, y de que una vez que se la posee solo basta con agitarla cual bandera para que se convierta en consenso, es equivocada. Creo que esto está en el fondo de muchos de nuestros problemas para producir consensos. La verdad, según entiendo, funciona mediante lo que podemos llamar regímenes de verdad: consensos compartidos por grandes cantidades de personas sobre lo que es y lo que no es. Y en este sentido incluso una mentira puede formar parte de un régimen de verdad.
Nos sorprendemos a veces por cómo hoy en día cualquier intelectual importante firma una carta contra Cuba, algo impensado hace cuarenta años. No podemos decir que un intelectual reconocido sea una persona tonta que se deja engañar. No siempre podemos apelar tampoco al recurso de achacarle mezquinos intereses, dobleces del carácter, relaciones con la CIA. Lo que pasa es que los medios de producción de sentido del capitalismo han logrado construir en Occidente un régimen de verdad sobre la democracia y los derechos humanos del que no escapan ni muchos intelectuales de izquierda, progresistas, y dentro del cual Cuba es un horror, es inaceptable. Lo más terrible es que ese régimen de verdad se extiende hacia la sociedad cubana también y hacia su campo intelectual, porque Cuba no está aislada y, si bien está bloqueada, en el plano de lo simbólico y lo discursivo participa de la circulación mundial de productos comunicativos, estéticos, existenciales, etc., como si La Habana fuera Montreal. No tenemos aislamiento para eso: consumimos en el plano espiritual un monto importante de realidad no producida en Cuba ni desde los valores del proyecto revolucionario cubano.
Los discursos revolucionarios servirán a la gente que esté involucrada en la lucha revolucionaria. Y resistir pasivamente no es luchar”.
Sospecho que en la Batalla de Ideas de Fidel había una búsqueda con respecto a ese problema, una voluntad de producir una sensibilidad nueva y unas comprensiones nuevas, capaces de ser alternativas al consenso imperante en el mundo: desde la estética, los libros, hasta una preocupación de Fidel, verificable en sus discursos, por la cuestión de la democracia, y por otorgar a la gente los argumentos para entender la falsedad de la democracia burguesa y la sustancia de la democracia socialista cubana. Con el fin de la Batalla de Ideas ha habido un proceso de progresiva despolitización y de desideologización ―que siempre es ideologización en favor del sentido común imperante, el del capitalismo―, que nos ha traído a las angustias que vivimos hoy en el plano simbólico. Sin una intensa actividad política, discursiva y movilizativa, que nos permita revertir esa situación, no creo que pueda enfrentarse el asunto a no ser superficialmente con productos comunicativos puntuales, que es como se está haciendo, sin tener en cuenta que los discursos no calan en la gente a menos que tengan relación con sus praxis concretas de vida: los discursos revolucionarios servirán a la gente que esté involucrada en la lucha revolucionaria. Y resistir pasivamente no es luchar.
¿Cómo reflexionar y asumir el pensamiento de Fidel en la actualidad?
Hay muchos usos de Fidel. Todo depende de qué Fidel estemos buscando, y para qué. Hay, por ejemplo, un uso muy de Estado de Fidel, y siempre se puede echar mano de él para justificar esta o aquella decisión puntual de gobierno, para justificar órdenes de cosas que deban cambiar. No es difícil encontrar que en determinados lugares, cuando se quiere cambiar algo, salte uno y diga que eso es así porque Fidel dijo que fuera así. Estos usos de Fidel suelen ser abstractos, deshistorizados, en los que Fidel está sacado de cualquier circunstancia. Son un poco usos oportunistas. Lo opuesto a esto es recurrir siempre a un Fidel histórico y echar mano, más que a sus decisiones concretas ante circunstancias específicas, a su método, a su lógica. ¿Cómo hubiera hecho las cosas Fidel ante tal o más cual situación? Si dijo esto, ¿por qué lo dice?, ¿y por qué luego dice algo diferente? Eso lleva un estudio también profundo de Fidel, su obra y su circunstancia. Todavía Fidel es un gran desconocido en ese sentido. La mitología de la excepcionalidad y la justa devoción oscurecen muchas veces las comprensiones sobre los contextos y los móviles de la praxis de Fidel. Todo eso hay que entenderlo para poder, efectivamente, ser como él.