Comenzó la Feria Internacional del Libro. Momento memorable para recordar al escritor Alejo Carpentier (1904-1980), quien hizo aportes sustanciales a la literatura latinoamericana y mundial, promovió y defendió en sus escritos la idiosincrasia latinoamericana, fue protagonista de las publicaciones y ferias del libro en Cuba y penetró como pocos en los grandes conflictos humanos y sociales a través de su novelística. Este año se cumple el 60 aniversario de la publicación de El siglo de las luces en México, una de sus novelas capitales para comprender desde una perspectiva épica los influjos de la Revolución francesa en el Caribe. Si no se le otorgó el Premio Nobel de Literatura, quizás por su militancia política a favor de la Revolución cubana, llegó a cosechar otros galardones importantes como el Prix du Meilleur Livre Etranger por su novela Los pasos perdidos (1956, Francia), el doctorado honoris causa por la Universidad de La Habana (1975, Cuba), el Premio Internacional Alfonso Reyes (1975, México), el Premio Mundial Cino del Duca (1975, Francia), el Premio Cervantes (1977, España) y el Premio Médicis Extranjero (1979, Francia). Un breve esbozo panorámico de su quehacer literario a través de El reino de este mundo (1949), Los pasos perdidos (1953) y El siglo de las luces (1962), donde se indague su método de creación literaria, sería un modo de homenajearlo.
Carpentier penetró como pocos en los grandes conflictos humanos y sociales a través de su novelística.
De inicio, se puede afirmar que Alejo Carpentier durante su período de asimilación del acervo cultural fue conformando un sistema de valores ético-filosófico que con el tiempo le serviría para crear su mundo novelesco a partir de la teoría de lo real maravilloso y su complemento: la teoría de los contextos desde el enfoque de la nueva novela histórica, muy alejada de las preceptivas de la novela criollista o de la tierra propuesta por Rómulo Gallegos con su notable Doña Bárbara (1929), convertida en modelo de creación novelesca para los escritores latinoamericanos de la época. Bajo esa nueva perspectiva narrativa, el escritor cubano sostiene un período de acuciosa investigación histórica para contextualizar las acciones y personajes que compone desde la ficción.
Como un nuevo Dante, Carpentier sintetiza en sus obras el saber universal de su tiempo y legitima el pensamiento mítico de los pueblos latinoamericanos como lo hiciera el legendario Homero. Parangonando el nacimiento de los pueblos mediterráneos europeos con los del “Mediterráneo” latinoamericano, el escritor llega a la conclusión de que América está en un proceso de desarrollo similar al nacimiento de aquellos. Con este criterio elaboró su teoría de lo real-maravilloso, que en más de un aspecto presenta analogías con la maquinaria épica pagana y cristiana. En el prólogo a El reino de este mundo, dice el autor que para sentir lo maravilloso presupone una fe, una creencia, tal como ocurría con la épica clásica.
Varios críticos e investigadores han encontrado en las obras del escritor cubano algunas semejanzas tangenciales con la épica antigua. Sin embargo, las obras de su primer ciclo narrativo: El reino de este mundo, Los pasos perdidos y El siglo de las luces, presentan rasgos particulares con el modo de narrar de la antigua épica.
Si se retoma la clasificación que hace el teórico literario Kaiser sobre el concepto de epopeya, se podrían descubrir analogías con el modo de narrar carpenteriano. Aunque sus planteamientos teóricos han sido superados por los nuevos sistemas de análisis textual resultan significativos los tres modelos de epopeya que propone: “epopeya de acontecimiento”, “epopeya de personaje” y “epopeya de espacio”. Bajo este enfoque, ofreceré un acercamiento epistemológico a las obras mencionadas.
El reino de este mundo es representativo de la “epopeya de acontecimiento” al estructurarse el mundo total a partir de una magna acción colectiva. Por tanto, los personajes se subordinan a él desde una narrativa coral. En la obra lo esencial es la problemática de la guerra, el encuentro de dos sistemas opuestos portadores de contextos diferentes. Tal situación desborda cualquier referencia individualizadora, aunque podría pensarse en el personaje de Ti Noel, quien en realidad asume la función de testimoniante al registrar como una cámara cinematográfica lo que acontece a su alrededor.
Los pasos perdidos pertenece al concepto de “epopeya de personaje”, donde la recreación de un mundo descansa sobre un personaje que después de sortear todo tipo de peligros regresa a su hogar. Como un nuevo Ulises, el musicólogo-protagonista retorna a su mundo con mayor intensidad. Alrededor de él gravitan los acontecimientos, se le subordinan al ser portador de un mundo en proporciones máximas del que no puede escapar. Su estructura circular se hace evidente con las referencias a Sísifo, alusión a la inutilidad de la mejoría humana, tal como lo infiere Albert Camus en su ensayo filosófico El mito de Sísifo (1942), donde expone las premisas teóricas del hombre absurdo.
El siglo de las luces tiene como principio rector de composición la “epopeya de espacio”, al yuxtaponer numerosos pormenores, personajes y acontecimientos dotados de cierto “valor local”. Se trata de reflejar con escarpelo sincrónico los efectos de la Revolución francesa en tierras del Caribe. En esta obra se hace referencia a los múltiples escenarios por donde se desplazan los personajes principales marcados por el estallido revolucionario europeo y como símbolo de la época, la terrible guillotina asociada con la Revolución francesa de 1789, que en la novela adquiere dimensión festinada cuando se produce la porfía de cuántas cañas puede cortar la máquina de un solo tajo. Y es que la guillotina —expresa el escritor— “empezó a centralizar la vida de la ciudad” y tanto fue así que “el patíbulo se había vuelto el eje de una banca, de un foro, de una perenne almoneda. Ya las ejecuciones no interrumpían los regateos, porfías ni discusiones”.
Resulta significativo cómo en El reino de este mundo el asedio se convierte en conflicto central y registra diversas proporciones que opera de afuera hacia adentro, en permanente espiral. Al principio la guerra era entre franceses y esclavos sublevados, quienes convirtieron a Haití en territorio de combate. La maquinaria bélica traída del exterior choca con la resistencia local. Una vez expulsado el invasor francés e instalado el reinado de Christophe, se inicia un nuevo proceso de sojuzgamiento y un nuevo asedio que culmina con la toma de la fortaleza Laferrière y la muerte del monarca negro. Es así como la revolución comenzada con el encontronazo bélico franco-haitiano se extingue a través de la lucha interna entre haitianos, convirtiendo el asalto al último reducto de la monarquía local en metáfora de resistencia contra el sometimiento colectivo.
En Los pasos perdidos se plasma como en ninguna otra obra del autor el motivo del viaje, lo cual permite establecer una estructura contrastada, en permanente contrapunto al modo de una pieza musical. El recurso contrapuntístico es tan profundo y reiterado que incluso se refleja en el lenguaje. El investigador Emil Volek al analizar la estructura de la novela descubrió una serie de contrastes en ese ir y venir del protagonista entre la sociedad moderna y la selva. Sin embargo, no hay un análisis sistémico estructural de la obra que es armónicamente dicotómica. A ello hay que añadir cómo el musicólogo-protagonista reconstruye mediante la memoria afectiva el periplo del padre desde Europa, Cuba y la gran megalópolis donde se instala finalmente y que, por las coordenadas que ofrece Carpentier, parece ser los Estados Unidos, país de donde también parte el estudioso hacia las selvas de América en busca del instrumento musical primitivo. De modo que existe una doble relación de viaje a la semilla: una, dirigida a Europa; y la otra, a América. En el primer intento de búsqueda de sus raíces culturales, el musicólogo desanda el camino del padre, pero encuentra una Europa devastada por la guerra. El choque violento del nuevo Ulises con la realidad fascista le hace renegar de los valores espirituales paternos. Cuando emprende de nuevo el viaje a tierras de América, descubre los orígenes maternos de su verdadera identidad cultural adormecida.
La novela El siglo de las luces está precedida por un extenso proemio donde se anuncia, en distintas magnitudes espaciales, todo un maremágnum de trascendentales acontecimientos a través de la fuerza telúrica del huracán, la alegoría del cuadro Explosión en una catedral y las transformaciones de los tres jóvenes que viven enclaustrados en total caos doméstico. Por sus características, en la obra priman los valores plásticos al semejar un gran mural sintetizador de sucesos sangrientos. No es entonces fortuito que aparezcan exergos tomados del pensamiento del gran pintor español Francisco de Goya (1746-1828), testigo de la invasión napoleónica a España quien legó a la posteridad su serie de grabados titulado Los desastres de la guerra. En los sucesivos capítulos, Esteban —guiado por Victor Hugues— recorrerá diferentes espacios geográficos descentrados por la onda expansiva de la Revolución francesa. Deambulará por Port-au-Prince, París, ciudad vascuence, isla Guadalupe, Cayena, Paramaribo y Madrid, lugar donde encuentra la posibilidad de luchar por un ideal. Al cerrarse el ciclo de su existencia y reencontrarse con su prima Sofía —expresión alegórica de la sabiduría; como en Beatriz, símbolo de pureza y guía espiritual de Dante Alighieri—, el joven protagonista ha recorrido distintos “círculos” al modo de La divina comedia. Como él mismo subrayara a modo de anotaciones personales al margen en el relato novelesco René (1802), del escritor romántico francés François-René de Chateaubriand (1768-1848), que luego descubriría Carlos entre los objetos personales dejados por el primo, su vida se resumió en una frase: “Descendí al valle y subí a la montaña, llamando con todas las fuerzas de mi deseo al objeto ideal de una futura llama…”. Esa futura llama sería la que exhorta una mujer: Sofía, quien lo condujo hacia la inmolación heroica y el autorreconocimiento como ser social.
En síntesis, si bien es cierto que El reino de este mundo no conforma un sistema intertextual directo a la Ilíada, sí existen nexos elocuentes que evocan zonas confluentes detectadas en el asedio, el movimiento concentrado de bloques humanos y el encontronazo observado entre invasores franceses y el pueblo haitiano como aconteció entre aqueos y troyanos. Los pasos perdidos, por centrar su acción en un viaje a los orígenes, lo cual subraya su carácter diacrónico, presenta marcadas referencias a la Odisea, aunque al sintetizar en un viaje a lo desconocido los distintos regímenes por los que ha transitado la humanidad desborda toda referencia a la epopeya griega. El siglo de las luces, al constreñirse a un reducido período histórico, la Revolución francesa, revela en su sincronía la voluntad del autor por enfatizar en el elemento plástico lo que denota el predominio de la sustancia espacial y, por ciertas evidentes analogías, nos sumerge desde nuestro propio contexto en un mundo narrativo que infiere lejanos ecos de La divina comedia. Aunque, como el propio autor lo define, se trata de abordar los problemas del hombre en el reino de este mundo.
*Artículo publicado originalmente en La Jiribilla el 27 de abril de 2022