La Edad de Oro, una revista en camino de eternidad (II)
Entre los más destacados sembradores en el estudio sobre La Edad de Oro sobresalió, en el siglo XX, Herminio Almendros, español republicano radicado en Cuba, donde murió, y en cuyo ámbito educacional tuvo gran presencia: se graduó de doctor en Pedagogía en la Universidad de Oriente, y honró su claustro como profesor. Útiles fueron, y se recuerdan, los libros de texto que preparó para la escuela cubana —a menudo en coautoría con su paisano y colega Francisco Alvero Francés, también republicano, y asentado en Cuba hasta que en los años 70 regresó a España—, y aún son familiares y reclamadas sus compilaciones Había una vez y Oros viejos, pensadas para público infantil y juvenil especialmente.
Autor de la biografía Nuestro Martí (1965), en su libro A propósito de La Edad de Oro. Notas sobre literatura infantil, situó el mensuario martiano en la trayectoria seguida por las publicaciones de su tipo desde que “en el siglo XVIII nacen las primeras revistas infantiles, en Inglaterra, en Alemania, en Francia, en España. Las publicaciones en lengua española son traducciones y remedos de las francesas”. Y añadió que
durante mucho tiempo, el caudal de la provisión literaria que se destina a los niños se nutre de dos fuentes principales de inspiración: de aquella que se manifiesta en Perrault y es aprovechada por las condesas d’Aulnoy y de Murat, para desbordarse de hadas y cuentos de otras maravillas, y de aquella otra que tiene su noble origen en Fénelon y se va degradando, conforme se extiende, en los autores de indigestas narraciones docentes, más sobradas de pedagogía de dómine que de interés y buen gusto. Con todo ese caudal de temas, mezclado ya en aluvión, van a hacerse posibles las publicaciones periódicas.
En ese contexto, y lo subrayarán otros autores —como seguirá viéndose en las presentes páginas—, sobresalen aún más la originalidad y la altura artística y conceptual de La Edad Oro. El propio Almendros destacará el poder creativo con que esa revista seguirá siendo ejemplar no solo con respecto a la producción que la precedió y la rodeó, sino comparada con mucho de lo que circularía en publicaciones posteriores, hechas fundamentalmente a base de textos o al modo de las historietas, bautizadas con nombres como muñequitos, tebeos y cómics. Este último revela la impronta de la arremetida comercial en lengua inglesa —arremetida estadounidense, sobre todo— con grandes dosis de violencia y otras aberraciones poco edificantes.
“La perspectiva de Martí animaba la visión planetaria de Almendros”.
El educador español veía en La Edad de Oro un modelo fundacional, que desde 1959 servía en Cuba a un apogeo masivo, verdaderamente popular, abonado por la educación institucionalizada y ediciones masivas, como parte de un desarrollo cultural abarcador, al que él mismo coadyuvó. La perspectiva de Martí animaba la visión planetaria de Almendros, quien conoció y sufrió la ofensiva cultural —o anticultural— del capitalismo y sus embestidas fascistas, y defendió aspiraciones emancipadoras que se mantienen vigentes. Se refirió al crecimiento que se le venía facilitando en el mundo al desarrollo de las publicaciones, y era consciente de que no todo sucedía para bien:
No hay para dar aquí nota y relación de revistas infantiles publicadas desde que aparecieron las primeras; pero conviene señalar que fueron creciendo apoyadas en dos circunstancias favorables: el aumento de niños que podían aprender a leer, con el aumento de las escuelas, y el progreso técnico, que hizo posible la edición de revistas mejoradas día a día en su impresión y su ilustración. Así fueron difundidas, aumentando su venta; manteniéndose unas, durante años, vulgares y degradadas; alcanzando otras, notables excelencias, y llegando a invadir peligrosamente el mercado y a suscitar problemas, las de nuestros días.[21]
Una mirada somera a los sumarios de las cuatro entregas de la revista de Martí, confirma que él la pensó y la hizo realidad con ajuste a un plan bien meditado, que se aprecia esencialmente victorioso sobre posibles contingencias y reclamos aleatorios. Tras la introducción dirigida “A los niños que lean La Edad de Oro”, el número inicial arranca con un artículo de fondo, “Tres héroes”, semblanzas de fundadores representativos de las luchas independentistas de nuestra América: el venezolano Simón Bolívar, el mexicano Miguel Hidalgo y el argentino José de San Martín. El texto comienza con una rememoración autobiográfica, aunque no explicite que lo es:
Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba adonde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo. El viajero hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre.
No sustenta un criterio aristocrático del heroísmo, y lejos de quedarse en el culto de los héroes magnos, puntualiza que no se debe querer solamente al extraordinario Bolívar, sino “a todos los que pelearon como él”, quien no lo hizo por un fin repudiable, sino para que “la América fuese del hombre americano”, y concluye puntualizando a quiénes se debe honrar: “A todos: al héroe famoso, y al último soldado, que es un héroe desconocido. Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libre a su patria”.
Pide admiración para quienes la merecen, y con respecto a los tres paradigmas mencionados dice: “Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas”. Pero no propone un voto de incondicionalidad, sino lealtad reflexiva: “Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas”. Y también ante esa realidad deben primar valores éticos: “Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz”.
Martí fomenta el pensamiento crítico, la capacidad de discernir para saber qué debe apoyarse y qué se ha de repudiar. De héroes como Bolívar, Hidalgo y San Martín dice: “El corazón se llena de ternura al pensar en esos gigantescos fundadores. Esos son héroes; los que pelean para hacer a los pueblos libres, o los que padecen en pobreza y desgracia por defender una gran verdad”; y añade: “Los que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros pueblos, por tener más mando, por quitarle a otro pueblo sus tierras, no son héroes, sino crimínales”.
No cualquier lucha merece elogio, sino la que se libra por una causa justa. El Bolívar a quien Martí venera luchó contra el coloniaje español, y advirtió de un peligro que será un obstáculo central contra los planes emancipadores concebidos y fomentados por el cubano, quien hallaría un motivo de esencial identificación con El Libertador en un vaticinio que este expuso en 1829 al incluir entre los poderes contrarios a la independencia de los países de la América Latina no solo a potencias europeas, sino asimismo a “los Estados Unidos que parecen destinados por la providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”.[22]
Para seguir observando la concatenación de los artículos de fondo que inician las sucesivas entregas, veamos el segundo: “La historia del hombre contada por sus casas”, como suele citarse, aunque el diseño y el puntaje en la revista sugieren leer “contada por sus casas” como un subtítulo, por lo cual sería más exacto escribir “La historia del hombre. Contada por sus casas”. Dejando a un lado tal detalle, entre ese texto y “Tres héroes” se aprecia una relación conceptual que no debe pasarse por alto, y será mayor aún con “La Exposición de París”. Si la semblanza de los fundadores se sitúa en nuestra América, los otros apuntan a la identidad esencial de los seres humanos, cuya trayectoria sobre la tierra “La historia del hombre…” observa en ejemplos representativos de las viviendas que habían existido en la generalidad del mundo. Es una manera de anticipar el reclamo implícito en el ensayo “Nuestra América”:
Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar.[23]
La sugerencia la fortalece el hecho de que el siguiente número comienza con “La Exposición de París”, texto no solo central en la revista, sino representativo, desde ella, de la universalidad del pensamiento de Martí. Cuando, hacia finales de 1979, quien escribe estas páginas preparaba su ensayo “Pensamiento y combate en la concepción martiana de la historia” se percató de la presencia, en aquel texto de La Edad de Oro, de señales en las que, al parecer, la crítica no había reparado.[24]
“Martí fomenta el pensamiento crítico, la capacidad de discernir para saber qué debe apoyarse y qué se ha de repudiar”.
No es casual que Martí atendiera como hizo en ese artículo la exposición con que Francia conmemoraba el centenario de su Revolución de 1789. Se trataba, se trata, de un acontecimiento de gran relevancia en el devenir humano, y mientras otros lo veían como consumación de ideales emancipadores, Martí lo valoraba como un peldaño en la búsqueda de la justicia. Aprobó que Francia celebrara el siglo de aquel magno suceso; pero hacía causa común con los pobres de su patria y del mundo —“Con los pobres de la tierra/ Quiero yo mi suerte echar”, escribirá al año siguiente en Versos sencillos—, no con quienes capitalizaron y mutilaron el alcance de la Revolución Francesa. De ahí que en el artículo de la revista escribiera:
Los pueblos todos del mundo se han juntado este verano de 1889 en París. Hasta hace cien años, los hombres vivían como esclavos de los reyes, que no los dejaban pensar, y les quitaban mucho de lo que ganaban en sus oficios, para pagar tropas con que pelear con otros reyes, y vivir en palacios de mármol y de oro, con criados vestidos de seda, y señoras y caballeros de pluma blanca, mientras los caballeros de veras, los que trabajaban en el campo y en la ciudad, no podían vestirse más que de pana, ni ponerle pluma al sombrero: y si decían que no era justo que los holgazanes viviesen de lo que ganaban los trabajadores, si decían que un país entero no debía quedarse sin pan para que un hombre solo y sus amigos tuvieran coches, y ropas de tisú y encaje, y cenas con quince vinos, el rey los mandaba apalear, o los encerraba vivos en la prisión de la Bastilla, hasta que se morían, locos y mudos: y a uno le puso una máscara de hierro, y lo tuvo preso toda la vida, sin levantarle nunca la máscara.
Los frutos de aquella Revolución no satisfacían plenamente al revolucionario latinoamericano, quien los resumió en términos que continúan reclamando atención: “Ni en Francia, ni en ningún otro país han vuelto los hombres a ser tan esclavos como antes”. Esa es una de las señales notorias antes aludidas, y sobre ella hizo el autor de estas páginas la observación que Roberto Fernández Retamar reconoció, y citó con el debido crédito en una ponencia que leyó en un coloquio en Francia, donde fue publicada, y de la cual se haría eco Paul Estrade.[25]
En el sentido de dicha señal insistió Martí con un convencimiento que rebasaba los propósitos de la conmemoración: “Eso es lo que Francia quiso celebrar después de cien años con la Exposición de París. Para eso llamó Francia a París, en verano, cuando brilla más el sol, a todos los pueblos del mundo”. Vale incluso suponer que con esa idea se vincula uno de sus apuntes en que resulta pertinente detenerse. Después de mencionar el papel de las invasiones en el devenir humano —desde la de Moisés en Palestina hasta las de Napoleón Bonaparte entre las más recientes entonces—, escribe que,
unificado por un espíritu tiránico el poder de tanto y tanto espíritu, por espíritu humano ambicioso y rebelde, desmémbrase por la rebelión y la ambición de los pequeños lo que la soberbia bárbara e injusta y unificadora del grande conquistó. A lo uno por la tiranía. A lo vario por la ambición. A la libertad por la independencia. A la justicia por el respeto y por la paz. Ya pasamos, quizás, aquellas dos primeras eras de la historia.
Y ahí añade: “Desde el 79 ha empezado el mundo a realizar como efectiva la tercera, que en principio y en ansiedad no dejó de entender y sentir nunca. ¡Quién sabe; nadie aún puede saber; cuando la cuarta venturosa época iluminará y revivirá!”[26] El hito que nombra como “el 79”, ¿no pudiera ser una errata por “el 89”?, ¿a qué otro momento de la historia podría aludir? Pero no hace falta atascarse en conjeturas, por válidas que estas sean, para traer a colación una de las afirmaciones de Martí en el artículo “Los pobres de la tierra”, publicado en Patria el 24 de octubre de 1894, relativamente cerca ya el inicio de la contienda independentista en Cuba: “En un día no se hacen repúblicas; ni ha de lograr Cuba, con las simples batallas de la independencia, la victoria a que, en sus continuas renovaciones, y lucha perpetua entre el desinterés y la codicia y entre la libertad y la soberbia, no ha llegado aún, en la faz toda del mundo el género humano”.[27]
Todo confirma su avidez por conocer la marcha del mundo, y defender la justicia, para lo cual debía vencer escollos sembrados por los intereses con que se habían escrito las distintas historias de la humanidad. Sobre las lecturas que se veía obligado a hacer por no disponer de otros textos —“leyendo de limosna, y lo que me caía en las manos, no lo que quería ni lo que necesitaba yo leer”—, deploró una insuficiencia que no pudo ver resuelta en su tiempo, ni acaso esté solucionada hoy, a pesar de las montañas de textos dedicados al tema: “¡Cuánto tiempo suspiré por una buena Historia Universal!”[28]
No alcanza el espacio para abundar en otros detalles como sería útil hacer, pero al menos recordemos que la crónica “La Exposición de París” la escribió Martí en Nueva York, basándose en fuentes diversas sobre las que no han faltado inferencias y precisiones.[29] En todo caso, lo hizo con tal nivel de detalles y exactitud que hubo quienes dieron por sentado que el texto era un testimonio de primera mano, y negaban que no lo fuera, o se asombraban al leer que el autor había escrito la crónica en Nueva York y, por tanto, sin haber visto la Exposición, ni haber estado por entonces en París, donde solamente había hecho breves escalas en viajes de España hacia tierras americanas en diciembre de 1874 y en el mismo mes de 1879.
En el artículo “La Galería de las Máquinas”, incluido en la cuarta entrega, cita Martí expresiones de ese asombro, y muestra cómo aprovecha alguna de ellas para perfeccionar la revista, con lo que de paso enaltece el trabajo en colectivo. Inició esa entrega con “Un paseo por la tierra de los anamitas”, en el cual mostró un hecho de gran significación para el pensamiento justiciero de su tiempo y de hoy. La misma Francia que rendía culto espectacular a los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, oprimía a Vietnam, de cuyo pueblo también enalteció Martí en La Edad de Oro lecciones de heroísmo. No es ocioso recordar que ese pueblo, ya en la segunda mitad del siglo XX, derrotaría a otro imperio, más poderoso que el francés en el XIX.
Los textos iniciales de las sucesivas entregas abrían las puertas para un tesoro emancipador que la henchía, en cada una de ellas, hasta “La última página”, breve sección llamada a mantener vivo el interés del público por la entrega siguiente. Número por número merecen una atención concentrada, que cada lector o lectora podrá disfrutar.
Apúntese aquí al menos que en el número inicial, el de “Tres héroes”, se leen también el ya aludido relato “Meñique”, que enaltece el valor de la inteligencia y el tesón por encima de la fuerza física y del tamaño. En su protagonista, que le da título, y que derrota a un gigante, se ha visto anticipado el enaltecimiento que en la víspera de su muerte en combate dedica Martí —en su carta trunca al mexicano Manuel Mercado— al bíblico David vencedor de Goliat.
Si el hombre de La Edad de Oro se proponía contribuir a la formación de las nuevas generaciones de nuestra América para que supieran enfrentar bien los desafíos y peligros que se le venían encima a la región, sobran razones para asociar a “Meñique” con su pensamiento antimperialista. La parábola de David y Goliat le sirve en su carta a Mercado como imagen para sintetizar su idea de la lucha que sería necesario librar contra las ambiciones de los Estados Unidos.
Al amigo le dice precisamente que todo cuanto había hecho, y haría, respondía ya más al propósito de impedir que aquella nación se expandiera sobre las Antillas que al de echar de Cuba a la metrópoli española, aunque esa era también una meta insoslayable y, de hecho, la que de modo visible tenía él frente a sí en la contienda que le costó la muerte.
Su valoración, en el mismo primer número, de la Ilíada de Homero, le propició insistir en la universalidad —con particularidades territoriales y locales, culturales— del devenir humano, incluidas las religiones, y de la realidad sobre la cual habla en la cita de “Los pobres de la tierra”, publicado en el periódico de la revolución que él preparaba. Al texto que dedica a la Ilíada y da entrada en La Edad de Oro al tema de la religión vista desde la antigüedad, le sigue “Bebé y el señor Don Pomposo”, cuento en que aborda las desigualdades sociales de su tiempo.
En el segundo número, “La historia del hombre…” precede a “Los dos príncipes”, poema que Martí —con el correspondiente crédito— da como nacido de una “Idea de la poetisa norteamericana Helen Hunt Jackson”, quien le mereció un alto aprecio y cuya novela Ramona había traducido con esmero al español. Pero los estudiosos del poema de Martí han señalado la radicalidad y otros matices impresos por él al asunto, una comparación de los sentimientos y contextos que rodean dos muertes: de un lado, la del hijo del rey; del otro, la del hijo de un pastor, de un campesino.[30]
A “Los dos príncipes” le suceden textos como “Nené traviesa”, uno de los relatos con que Martí participa en la conformación del cuento moderno en Hispanoamérica;[31] “Las ruinas indias”, reconocimiento de las grandezas que hallaron en esta parte del mundo los mal llamados “descubridores”, y fundada denuncia de los crímenes que ellos cometieron en estas tierras, así como una clara advertencia sobre lo que significó la desunión interna como ventaja para el agresor foráneo; y “Músicos, poetas y pintores”, con semblanzas de grandes artistas que podían estimular la voluntad de conocimiento, de superación, y la sensibilidad, en especial, del público destinatario de la revista.
En la tercera entrega, a “La Exposición de París” le siguen “El camarón encantado”, “El Padre Las Casas” y “Los zapaticos de rosa”. “El camarón encantado” recrea un relato que repudia las ambiciones desmedidas, y Martí da por fuente a Laboulaye, cuya versión tendría a mano, como en el caso de Meñique. Pero en la recreación martiana el estudioso estonio Boris Lukin —con otras fuentes a su alcance— ve como antecedente prístino un texto asiático. Afirma que el martiano está más cerca de lo que él llama el “modelo” estonio, fijado por Friedrich Reinhold Kreutzwald: “Vägev vähk ja täimatu naine”.[32] Así como es de suponer que Martí no conoció esa versión del relato, la afinidad —que Lukin considera mayor— entre la suya y aquella hace pensar en su capacidad para llegar a las raíces no solo de los textos, sino, sobre todo, de los hechos.
La semblanza, obra de Martí, del fraile dominico es uno de sus grandes abonos al cultivo de la hermandad entre los pueblos de nuestra América y lo mejor de España. Enfrentado a los criterios (e intereses) dominantes en la jerarquía eclesial de su tiempo, y al servicio brindado por ella a monarquías opresoras, Bartolomé de las Casas —cuyo nombre no por gusto honran asociaciones que practican la buena amistad entre España y Cuba— recibió de Martí un elogio que debe recordarse. Remite a la bondad, a la consistencia ética como condición básica del heroísmo, ajena a conquistadores y aventureros egoístas:
Cuatro siglos es mucho, son cuatrocientos años. Cuatrocientos años hace que vivió el Padre las Casas, y parece que está vivo todavía, porque fue bueno. No se puede ver un lirio sin pensar en el Padre Las Casas, porque con la bondad se le fue poniendo de lirio el color, y dicen que era hermoso verlo escribir, con su túnica blanca, sentado en su sillón de tachuelas, peleando con la pluma de ave porque no escribía de prisa. Y otras veces se levantaba del sillón, como si le quemase: se apretaba las sienes con las dos manos, andaba a pasos grandes por la celda, y parecía como si tuviera un gran dolor. Era que estaba escribiendo, en su libro famoso de la Destrucción de las Indias, los horrores que vio en las Américas cuando vino de España la gente a la conquista. Se le encendían los ojos, y se volvía a sentar, de codos en la mesa, con la cara llena de lágrimas. Así pasó la vida, defendiendo a los indios.
“No se puede ver un lirio sin pensar en el Padre Las Casas”, ni se puede leer esas páginas sin pensar —por solo citar algunos ejemplos— en “Las ruinas indias”, texto que ya se comentó, y en otro de la revista ubicado en la defensa de ideales justicieros: “Los zapaticos de rosa”. Este cuento en verso trata, como “Bebé y el señor don Pomposo”, sobre desigualdades sociales, el valor de la generosidad y el sufrimiento de los pobres, con quienes Martí echaba su suerte.
El cuarto número acogió temas a los cuales Martí quería seguir prestando atención en la revista: los relativos a la tecnología. Sus textos sobre esa materia, especialmente los que publicó entre 1883 y 1884 en la revista La América, que se editaba en Nueva York y él llegó a dirigir, permiten conjeturar el vuelo con que la habría tratado en La Edad de Oro. Rechazaba las manquedades del positivismo, y a eso aludiría en 1882 en su elogio de Ralph Waldo Emerson, pensador estadounidense a quien admiró por su espiritualidad y su ética, y a propósito de quien escribió: “El espíritu, sumergido en lo abstracto, ve el conjunto; la ciencia, insecteando por lo concreto, no ve más que el detalle”.[33]
Pero su actitud ante la corriente positivista no obedecía solo a una orientación cognoscitiva. Desaprobaba asimismo los asideros que dicha corriente brindaba a la colonización cultural, cuando se rendía culto a la tecnología sin tener en cuenta las debidas consideraciones sobre las circunstancias que la determinaban y las particulares condiciones de los sitios en que se le quería asimilar. Pero valoraba la importancia de la tecnología, correctamente asumida, para el desarrollo de los pueblos, máxime en zonas como nuestra América, sometida al atraso semifeudal que le imponían las metrópolis que la habían esquilmado o aún la esquilmaban.
De ello también da cuenta su labor en La América —ya recordada— y en otras publicaciones. En la cuarta entrega de La Edad de Oro, donde se leen textos como “La muñeca negra” y “Cuentos de elefantes”, dirigidos contra el racismo y otras herencias o presencias del coloniaje, incluyó “Historia de la cuchara y el tenedor” y “La Galería de las Máquinas”, destinados a fomentar el interés por los avances tecnológicos y de la industria en general. Pero, alerta contra los peligros de la seducción irracional por lo tecnológico, dañina para los valores de la espiritualidad, y de la independencia, incluyó en ese contexto el relato “Los dos ruiseñores”. En él valora la importancia de lo natural frente a las fascinaciones tecnológicas impostadas y frías, negadoras de la importancia de la naturaleza y el espíritu.
Para sembrar el aprecio de las ciencias y la tecnología sostiene un pensamiento que no se atasca en el empirismo positivista. En esa “última página”, que resultó ser la final, se lee:
La luz no se ve, y es verdad, como que si se acabase la luz, se rompería el mundo en pedazos, como se rompen allá por el cielo las estrellas que se enfrían. Así hay muchas cosas que son verdad aunque no se las vea. Hay gente loca, por supuesto, y es la que dice que no es verdad sino lo que se ve con los ojos. ¡Como si alguien viera el pensamiento, ni el cariño, ni lo que, allá dentro de su cabeza canosa, va hablándose el padre, para cuando haya trabajado mucho, y tenga con qué comprarle caballos como la seda o velocípedos como la luz a su hijo!
Deplora que en esa entrega —cada una de ellas consistía en un cuadernillo de treinta y dos páginas solamente— no cupiera el artículo que había planeado incluir sobre la luz eléctrica. Ello suscita hacer aquí una digresión para recordar lo que escribió años más tarde en un testimonio acerca de su conocimiento de Martí el argentino Carlos A. Aldao, quien dijo que en Nueva York había conocido a Edison y a Martí, a quienes recordaba como a dos grandes trabajadores.[34]
“Para sembrar el aprecio de las ciencias y la tecnología sostiene un pensamiento que no se atasca en el empirismo positivista”.
Martí quería que al público de la revista llegara un artículo que hoy parecería ocioso tal vez, pero entonces sería revelador:
el artículo de La Luz Eléctrica, que cuenta cómo se hace la luz, y qué cosa es la electricidad, y cómo se enciende y se apaga, y muchas cosas que parecen sueño: o cosa de lo más hondo y hermoso del cielo: porque la luz eléctrica es como la de las estrellas, y hace pensar en que las cosas tienen alma, como dijo en sus versos latinos un poeta, Lucrecio, que hubo en Roma, y en que ha de parar el mundo, cuando sean buenos todos los hombres, en una vida de mucha dicha y claridad, donde no haya odio ni ruido, ni noche ni día, sino un gusto de vivir, queriéndose todos como hermanos, y en el alma una fuerza serena, como la de la luz eléctrica.
Pero se quedó con las ganas de ver en La Edad de Oro ese texto, que, según “La última página” del cuarto número, ya estaba escrito. Con esa entrega, la de octubre, llegó a su final la revista, por contradicciones entre Martí y el editor, Aaron Da Costa Gómez.[35]
Notas:
[21] Herminio Almendros: A propósito de La Edad de Oro. Notas sobre literatura infantil, La Habana, Editorial Gente Nueva, 1972, p, 13. Esa edición —ya el texto “levemente variado con algunos aumentos y correcciones”—, y que en 1996 republicó, también en La Habana, la Editorial Pueblo y Educación, tiene su antecedente en la que en 1956, en Santiago de Cuba, hizo la Universidad de Oriente. Según el crédito consignado por el antólogo, fragmentos de esa edición forman uno de los textos reunidos en el volumen Acerca de La Edad de Oro, que, con selección y prólogo de Salvador Arias (La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial Letras Cubanas, 1980), incluye ejemplos sobresalientes de estudiosos que a lo largo del tiempo se habían ocupado de la revista. Entre ellos figuran también —en el siguiente orden y junto a otros que se mencionan en el presente texto— Enrique José Varona, Mirta Aguirre, Fryda Schultz de Mantovani, Eugenio Florit, Juan Marinello y Fina García Marruz.
[22] Simón Bolívar: Carta al coronel Patricio Campbell de 5 de agosto de 1829, Obras completas, La Habana, Editorial Lex, 1947, vol. II, p. 737. De fácil acceso en Biblioteca Virtual Universal, https://www.biblioteca.org.ar/libros/153489.pdf.
[23] José Martí: “Nuestra América”, cit. (en n. 10), p. 15.
[24] “Pensamiento y combate en la concepción martiana de la historia” sirvió de base a la intervención del autor, en enero de 1980, en el Simposio Internacional José Martí y el pensamiento democrático-revolucionario, y junto a las otras ponencias de ese encuentro se publicó en el Anuario del Centro de Estudios Martianos, No. 3, 1980, antes de aparecer en su libro Ideología y práctica en José Martí, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1982.
[25] En la ponencia que presentó en el coloquio La Revolución Francesa en Cuba y sus repercusiones ulteriores en la historia, el pensamiento y las letras nacionales, celebrado en la Universidad de La Habana del 20 al 22 de febrero de 1989, Estrade mencionó la escasa atención brindada por la crítica sobre Martí al significado que dicha Revolución tuvo en su pensamiento, y apuntó: “no lo ha abordado sino de paso, si bien es justo señalar que ha sido mediante oportunos y felices atisbos”, que el historiador francés valoró del siguiente modo: “Aludimos muy en especial a los párrafos dedicados al asunto, tanto por Luis Toledo Sande como por Roberto Fernández Retamar”, y que “pueden leerse en el estudio de este último: “Más (o menos) sobre José Martí y Francia”, en Cuba et la France-Cuba y Francia, Presses Universitaires de Bordeaux, 1983 […]; y también, del primero, en su libro Ideología y práctica en José Martí […]”. Paul Estrade: “José Martí y la Revolución Francesa”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, No. 12, 1989, p. 175.
[26] José Martí: Cuadernos de apuntes, O.C., t. 21, p. 76.
[27] José Martí: “Los pobres de la tierra”, O.C., t. 3, pp. 304-305.
[28] José Martí: Cuadernos de apuntes, O.C., t. 21, p. 270. Con seguridad las dos abreviaturas que aparecen —cto. y tpo.— corresponden a cuánto y a tiempo, respectivamente.
[29] Herminio Almendros conjetura que pudo haberse basado en Henri de Parville, y el historiador Eduardo Lolo señala que “ello no habría sido posible”, porque “Parville incluyó en su obra elementos de la exposición más allá de agosto de 1889 (mes en que Martí escribió su crónica)” (https://palabrabierta.com/la-edad-de-oro-de-jose-marti-cronica-de-una-edicion-presentida/). Para Salvador Arias, Martí pudo haber dispuesto de “algún catálogo detallado, como el que conoció sobre el Pabellón de Guatemala, según apuntes para el artículo ‘Guatemala en París’ […O.C., t. 15, pp. 447-448]. Pero lo más seguro es que […] utilizara […] la revista semanal L’Exposition de Paris de 1889”, porque “las ilustraciones de ‘La Exposición de París’ están tomadas de esta revista-catálogo”. Y menciona los aportes de “la española Emilia Pardo Bazán en una serie de artículos escritos sobre la Exposición desde el mismo París”, reunidos luego en su libro Al pie de la Torre Eiffel (1899). (José Martí: La Exposición de París. Edición crítica, Investigación, presentación, estudio valorativo y notas de Salvador Arias, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2001, pp. 124-125). En lo relativo a Pardo Bazán —lo que apunta Arias— y a las demás fuentes posibles, prima la superioridad artística de la crónica martiana, la altura de la individualidad creadora y de pensamiento que la rige.
[30] Un acercamiento pionero al poema de Martí lo aportó José Antonio Portuondo como cuarto capítulo de su tesis de grado Concepto de la poesía (1941), capítulo que no incluyó en la primera edición de ese libro (Colegio de México, 1945) ni en la segunda (Instituto Cubano del Libro, 1972), pero se lee entre sus ensayos de Martí, escritor revolucionario, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editora Política, 1982, pp. 131-144, y en el volumen colectivo Acerca de La Edad de Oro, cit. (en n. 19), pp.164-178.
[31] Luis Toledo Sande: “Los cuentos de José Martí y Rubén Darío: apuntes para un viaje a la semilla”, José Martí, con el remo de proa, cit. (en n. 6), pp. 222-244.
[32] Boris Lukin: “Visión martiana de un cuento popular de Estonia”, Acerca de La Edad de Oro, cit. (en n.19), pp. 332-355.
[33] José Martí: “Emerson”, O.C., t. 13, p. 25.
[34] Carlos A. Aldao: A través del mundo, 5ta. ed. aumentada, Buenos Aires, Imprenta Ed. Garnier, 1914.
[35] “Judío descendiente de portugueses, establecido en Nueva York”, informa, entre otros pocos datos, Luis García Pascual: Entorno martiano, La Habana, Casa Editora Abril, 2003, p. 74.