La Edad de Oro: revista para entretenerse y crecer

Luis Toledo Sande
7/8/2019

Agosto, segundo mes en la conmemoración de los 130 años de La Edad de Oro, llega para los hogares cubanos cuando niños, niñas y adolescentes se hallan de vacaciones. Aumentan, pues, las necesidades de esparcimiento y recreación para ese público, y en ello el mensuario martiano tiene valores explícitos e implícitos.

Las cuatro entregas que componen el mensuario muestran el papel que en él tienen los juegos, vistos desde ángulos diversos. Algunas páginas tienen en ellos asuntos explícitos, como “Un juego nuevo y otros viejos”, dirigido a encaminar a lectores y lectoras no solo en el conocimiento de su tiempo, sino también en el devenir histórico del mundo. Es algo que la totalidad de la revista busca.

Foto: Internet
 

En ella ocupa amplio espacio el entretenimiento, incluidos los paseos, estos últimos no solo físicos y a cargo de los protagonistas de los textos, como en “Los zapaticos de rosa”. Los disfruta asimismo, el público lector por los caminos de la historia. Esos paseos son los más abundantes en la revista, y pueden calificarse de virtuales, aunque hoy este concepto lo acaparen tecnologías inexistentes en el siglo XIX, pero que no han nacido de la nada. Sin acumulación cultural se carece de raíces para una vida plena.

Vale de esta manera, recordar que Martí, cultivador de las más altas virtudes, conoció usos escalofriantes que podían reservarse a los juguetes. En una crónica fechada 15 de julio de 1882, siete años antes de que apareciera La Edad de Oro, se refirió a un hecho alarmante: el mercado estadounidense sacaba dividendos del asesinato del presidente James A. Garfield. Por ese acto fue declarado culpable, y condenado a la horca, Charles J. Guiteau, y Martí cuenta: “En juguetes andaba imitado el cadalso de Guiteau; en los fuegos artificiales de los primeros días de julio, quemábase, ante veintena de millares de espectadores, la cabeza de Guiteau en tamaño monstruoso, y en el pueblo de Norwich, el día 6 de julio, reuniéronse los niños de la población con una horca y un ahorcado de juguete, para ahorcar a Guiteau”. Hasta la reiteración del nombre del homicida subraya la intensidad del pavor.

La industria medraba con recursos que hacen pensar en la violencia multiplicada hoy en juguetes digitales asociados a las aberraciones de una sociedad monstruosa, y que se diría basada en la locura, si no fuera porque en sus cimientos opera la racionalidad del mercado. Es la misma racionalidad que ha dado paso al uso masivo de armas de fuego, de lo cual se han derivado hechos genocidas cada vez más numerosos.

 

Muchos frutos de ese mercado del horror llegan hoy por distintos caminos a todas partes, sin excluir a la bloqueada Cuba, donde no es imposible ver a niños concentrarse en el empleo de recursos tecnológicos importados que reproducen juegos poco o nada edificantes. Para la industria cubana sería un gran logro llevar a la tecnología el universo de La Edad de Oro. Pero de ninguna manera se trataría de renunciar a la lectura directa de sus páginas.

Ningún soporte excluye de antemano, de manera fatal, la posibilidad de concentrarse en el disfrute de textos valiosos. Pero la norma característica de las nuevas tecnologías, al menos las privilegiadas por el mercado dominante, no parecen pensadas para la concentración del público —sea cual sea su edad— en aprovechar los mejores mensajes. Todo apunta a la promoción de modos dispersos de asumir la realidad, con un dinamismo que, bien empleado, podría estimular la agilidad del pensamiento, pero que en la práctica escora, con frecuencia, a una fragmentación que desorienta y da cauce al positivismo empobrecedor contra el cual Martí alertó.

Tal fragmentación difícilmente sea ajena a maniobras que desde los centros de poder imperial se generan para devaluar la significación de la historia y producir seres humanos desarraigados y, por ese camino, susceptibles de ser conducidos a un relativismo sin médula ni guía ética. Una visión emancipadora, diametralmente contraria a esa táctica de dominación, se halla en la revista martiana, con digna reverberación conceptual y abono para la mejor conducta. No es obra de la casualidad, sino de un cuidadoso plan editorial que se aprecia con solo explorar los contenidos de la publicación y el modo como se distribuyen en ella.

De eso hablan los textos iniciales. Descontando la nota “A los niños que lean La Edad de Oro”, que sirve de prólogo a toda la revista, la primera entrega comienza con “Tres héroes”, sobre figuras fundacionales de nuestra América: Simón Bolívar, Miguel Hidalgo y José de San Martín. La segunda empieza con un texto que apunta a la universalidad de los seres humanos: “La historia del hombre. Contada por sus casas”, y el texto con que arranca el tercer número, “La Exposición de París”, aporta la claridad con que Martí apreció las limitaciones de la Revolución Francesa, que no había erradicado los distintos modos de esclavitud, la que en Versos sencillos él llamará “la gran pena del mundo”. No es fortuito que la última entrega publicada parta de “Un paseo por la tierra de los anamitas”, que enaltece las virtudes de un pueblo, Vietnam, en lucha contra el colonialismo francés, que lo oprimía y del cual se liberó (como en el siglo XX derrotaría la agresión de los Estados Unidos).

 La primera entrega comienza con “Tres héroes”, sobre figuras fundacionales de nuestra América:
Simón Bolívar, Miguel Hidalgo y José de San Martín.

 

Cada número ofrece un conjunto internamente bien vinculado de textos, de los cuales se citarán aquí algunos ejemplos. Como en juegos, la entrega inicial —en la que aparece precisamente “Un juego nuevo y otros viejos”— presenta “Meñique”, que parece anticipar el uso por Martí, el día antes de caer en combate, de la parábola del David capaz de vencer al gigante Goliat. “La Ilíada, de Homero” calza la mirada historicista y planetaria que recorre la revista, y los juguetes sirven en “Bebé y el señor Don Pomposo” para mostrar y repudiar diferencias sociales y malos comportamientos vinculados con ellas.

La recreación de una idea de la autora estadounidense Helen Hunt Jackson le permite a Martí insistir, en “Los dos príncipes”, por la vía de las emociones, en los contrastes sociales y la afectividad, mientras que “Nené traviesa”, “Las ruinas indias” y “Músicos, poetas y pintores” introducen al público lector en el cultivo del buen comportamiento, el conocimiento de la historia de nuestra América y la familiarización con grandes exponentes del arte mundial. La tercera entrega suma a “La Exposición de París” el enfoque sabiamente aleccionador de “El camarón encantado”, la semblanza de un hombre bueno —“El padre Las Casas”— y otro abordaje de las desigualdades sociales y la plausible solidaridad entre los seres humanos, en “Los zapaticos de rosa”.

En la entrega final, a la crónica sobre la Exposición de París le siguen “Historia de la cuchara y el tenedor” y “La Galería de las máquinas”, que tratan sobre tecnología, tema de interés para Martí en su deseo de enriquecer la formación de niños y niñas; y, entre esos dos artículos, “Los dos ruiseñores”, que mueve a valorar lo tecnológico sin desmedro de la espiritualidad y las emociones, y “La muñeca negra” y “Cuentos de elefantes”, luces contra el racismo y en favor de una voluntad cognoscitiva abarcadora, no reduccionista. Que se está ante una estrategia editorial cuidadosamente concebida lo corrobora el hecho de que cada entrega cierra con un texto titulado “La última página”, que prepara el interés para el siguiente número.

 Martí les proporcionaba a los niños y niñas una sabiduría que los preparaba para desempeños futuros,
cada vez más elevados.

 

Esos elementos, en los que Martí despliega su amplio y profundo conocimiento del mundo, corroboran su elevado sentido de responsabilidad en cuanta tarea echaba sobre sus hombros, y en especial el respeto con que trataba al público. Esto tiene en La Edad de Oro la particularidad de beneficiar a niños y niñas, a quienes libró de la ñoñería con que los han tratado otros autores. Él les proporcionaba una sabiduría que los preparaba para desempeños futuros, cada vez más elevados. Y todo eso a la par de un cultivo de una eticidad que está entre las ganancias cuya ausencia más se pueden notar en muchos de los productos que, en la actualidad y en distintas latitudes, el mercado dedica al público infantil y juvenil, y a los seres humanos en general.

Si bien se trata de una revista que Martí pensó para nuestra América toda, durante más de cien años se ha reproducido —casi siempre como libro— en una gran cantidad de países e idiomas, lo cual debe seguir ocurriendo cada vez más, para bien de sus destinatarios. Pero a Cuba le corresponde una responsabilidad concreta en la difusión y el aprovechamiento de ese tesoro, dada la relación que ella tiene con el mayor de sus hijos, lo que añade un especial toque afectivo.

Procede, además, recordar que, aunque el editor que le confió la realización de La Edad de Oro la concibió para el mercado hispanoamericano en general, Martí procuró que llegara a Cuba. De eso da prueba una carta suya, del 27 de julio de 1889, que presumiblemente no fue la única que escribió con similar propósito, aunque no se conserven o no se hayan encontrado las otras.

En ella le pide a su compatriota Amador Esteva, quien vivía en Guantánamo —uno de los territorios por donde empezaría en 1895 la gesta cubana de liberación nacional, basada en principios que Martí sembró en La Edad de Oro— que le buscara caminos a la publicación. Esta ha empezado a circular, y Martí le dice a Esteva: “[le he] ofrecido al editor […] buscarle, por medio de Vd., un buen agente en Guantánamo. Vd. debe haber recibido la circular, porque yo se la mandé y ahora recibirá el primer número. Dígame si he salido airoso, y si he dado con la manera de hablar con la gente menor”.

Más que airoso salió, y ampliamente supo hablar con ese público. Razones hay y habrá para volver sobre una revista cuya vigencia no cesa, y reserva placeres y abonos para el crecimiento a quienes la leen, que es disfrutarla.