La danza, la maravilla
23/6/2016
Asombrosa, rara, extraordinaria, estupenda; La Habana pudiera tener todos esos calificativos y más, pero ninguno llega a la altura de la dimensión exacta que tiene la palabra Maravilla. Y eso ha sido La Habana, una ciudad increíble a donde han llegado personas de muchas partes. Entre tantos curiosos arribaron a esta villa los bailarines.
Vinieron en fecha tan temprana como el 1838, justo el mismo año de la apertura del Gran Teatro Tacón, conocido como el “Templo de las Artes”. Desde entonces La Habana ha tenido una relación especial con la danza, abarcando todas las acepciones que tiene esta palabra.
El ballet llegó a La Habana de la mano de Los Ravel, una compañía de “funámbulos franceses de versátil habilidad que venían actuando en los Estados Unidos” [1]. Su debut fue el 20 de junio de 1838 en el Gran Teatro Tacón. Comenzaba así la gran aventura de La Habana y la danza. Los Ravel volvieron un año después acompañados de Eugénie Martin de Lecomte, o madame Lecomte, como se le conocía a esta mujer que fue solista de la Ópera de París y bailó con August Bournonville, uno de los grandes “monstruos sagrados” de la danza de todos los tiempos.
La unión Ravel-Lecomte se presentó en el Tacón el 18 de febrero de 1839. Procedente de Nueva Orleans, ofreció una extensa temporada de 18 funciones. En su despedida, los artistas enviaron una carta “Al pueblo de La Habana”, publicada el 24 de marzo de 1839 en el Diario de La Habana [2].
La compañía de Ravel y Lecomte (…) se despide de este país venturoso, y al alejarse de su puerto afamado se reconoce sinceramente agradecida por la hospitalidad y marcada distinción que debió a los nobles y generosos habaneros, cuya nombradía y crédito jamás supieron desmentir. Si otra vez el destino la conduce a las encantadoras playas de Cuba, donde solo ha visto y experimentado paz, orden y opulencia, no dude el público que para servirla y agradarlo, las familias reunidas (la Ravel y la Martin Lecomte) harán el último sacrificio, como él merece y es digno por todos los títulos y circunstancias.
Definitivamente, La Habana abría una puerta a la danza que no cerró jamás. El siglo XIX todavía le tenía reservada a la capital cubana la visita de Fanny Elssler, austriaca que evolucionó como una de las grandes divas de la danza mundial y que debutó en el Gran Teatro Tacón, el 23 de enero de 1841, con La Sílfide y La cracoviana, dos piezas que se convirtieron en sus “caballos de pelea” durante muchos años. La Elssler se volvió a presentar en Cuba en 1842 cerrando una relación muy especial, sobre todo con la capital de la Isla.
Fanny Elsser en La Cachucha. Imagen: tomada de Internet.
Otras figuras y compañías de ballet también tuvieron un vínculo especial con La Habana: Adèle e Hippolyte Monplaisir, Las Niñas de Viena, un conjunto con mucho rigor y disciplina que influyó en el reordenamiento del cuerpo de baile de la Ópera de París.
Sin embargo, un momento de obligada referencia es el estreno en Cuba de la versión completa del ballet Giselle, ocurrido en el Gran Teatro Tacón por Los Ravel, el 14 de febrero de 1849, bajo el título Giselle o Los espíritus. Esta pieza tendría por siempre un significado para los cubanos, pues fue el título que hizo visible para el mundo el nombre de Alicia Alonso, que luego nos ubicaría en un lugar determinante para la historia de la danza internacional.
Alicia Martínez del Hoyo nació en La Habana, ciudad a la que ha permanecido “anclada” para entregarle su arte y sus éxitos. Su carrera, con méritos sobrados, ha tenido en la capital cubana uno de los refugios más seguros. Alicia ha sido Giselle en La Habana, en tantas y tantas funciones, seguida de un público que le ha sido fiel por décadas.
En 1991 La Habana rindió tributo a aquella Giselle, obra cumbre del período Romántico, gran baile fantástico en dos actos, con libreto de Théophile Gautier y Jules-Henry Vernoy de Saint-Georges, coreografía de Jean Coralli y Jules Perrot, y música de Adolphe Adam. En la sala García Lorca, el Ballet Nacional de Cuba celebró los 150 años de Giselle, con una temporada de dos semanas que culminó con una función especial donde múltiples elencos de los personajes Giselle, Albrecht, Hilarión, Mirtha, etc., hacían delirar a un público que, estoy segura, no ha olvidado la experiencia.
Siglo XX: más danza
La ubicación geográfica, su cautivador rostro teatral y económico, hicieron de San Cristóbal de La Habana un lugar de paso obligado.
El siglo XX continuó en esa ruta donde la danza afirmaba su relación particular con La Habana, a través de la visita de estrellas rutilantes del ballet mundial. Ana Pávlova, esa mujer que recorrió los escenarios más importantes del planeta, con la pieza La muerte del cisne, de Mijail Fokin, le regaló a Cuba tres temporadas: en mayo de 1915, en febrero de 1917, y desde diciembre de 1918 a enero de 1919.
La primera vez se presentó en el Teatro Payret de La Habana; luego la pudieron aplaudir los públicos de Matanzas, Santiago de Cuba y Cienfuegos, con presentaciones que definitivamente marcaron la historia de las artes escénicas en Cuba. Pero siempre fue La Habana la ciudad donde se sintió mejor acogida.
En una entrevista que le hiciera el periodista Eduardo Avilés Ramírez, en El Fígaro (La Habana), el 5 de enero de 1919, la estrella rusa dijo:
Desde que bailo en las grandes capitales… he deseado conocer este país, de cuyo clima, sin conocerlo por experiencia, estaba enamorada. Agradezco la buena acogida del público de La Habana tanto más cuanto que, para juzgarme, no había aquí punto de comparación. Esto demuestra que se ha emocionado sinceramente con mi arte. Además, se me ha aplaudido precisamente en los números favoritos de los grandes públicos de Europa…
Otros nombres quedarían colgados en la relación de esta ciudad y la danza. Algunos solo estuvieron de paso, como es el caso del Coronel de Basil, o de esa otra diva de la danza mundial que fue Isadora Duncan. Su visita a La Habana fue misteriosa y llena de especulaciones.
El siglo XX continuó en esa ruta donde la danza afirmaba su relación particular con La Habana, a través de la visita de estrellas rutilantes del ballet mundial.Ella misma describe su viaje con cierta vaguedad en su biografía. Lo cierto es que la Duncan llegó a la capital cubana procedente de Nueva York, atraída por las condiciones favorables del clima para su salud. Arribó en diciembre de 1916 con la intención de permanecer por varias semanas, pero solo estuvo aquí tres días. Su interés era descansar, el motivo de su repentino regreso a los Estados Unidos continúa siendo un tema enrarecido.
Ted Shawn es otro de los grandes nombres de la danza que tuvieron un vínculo con La Habana. El bailarín estadounidense nos visitó, por primera vez, en 1928 y tuvo una gran atracción por los bailes cubanos, incorporando algunos a sus coreografías.
La segunda mitad del siglo XX convierte a esta villa en un centro de atracción aún más fuerte para la danza. Después de la fundación de la Escuela de Ballet en Pro Arte Musical de La Habana, en 1931, el trabajo de su primer maestro, Nikolai Yavorsky, dio tantos frutos que desde entonces esta ciudad no ha podido vivir más sin la danza. De allí salieron Alberto, Alicia y Fernando Alonso, los tres pilares de la llamada escuela cubana de ballet. A esto le siguió la fundación del Ballet Alicia Alonso en 1948 y luego la creación de la Academia, en 1950.
Un año tras otro, La Habana continúo alimentando su amor por la danza, y en 1959 estaba lista para multiplicarlo. A partir de los cambios sociales que originó el triunfo revolucionario, la capital de Cuba acogió a las tres compañías que cambiarían el rumbo del arte del movimiento en esta Isla: el Ballet Nacional de Cuba y el Conjunto de Danza Moderna, primero; luego, el Conjunto Folklórico Nacional de Cuba.
La triada Alonso: Alicia, Fernando y Alberto. Foto: Archivo del Ballet Nacional de Cuba (BNC).
Comenzaba entonces la gran aventura de una ciudad que ha sido elogiada por figuras como Carla Fracci, Maya Pliseskaya, Ígor Youskévitch, Julio Bocca, Antonio Gades, Sylvie Guillen, Cynthia Gregory, Cyntia Harvey, Melissa Hayden, Marcia Haydée, Judith Jamison, Ilze Liepa, Pierre Lacotte, Galina Ulánova, Maurice Bejart; y más recientemente, Mats Ek, Ana Laguna, Sasha Waltz. En fin, la lista sería demasiado extensa para este espacio, donde solo pretendo hacer un acercamiento al amor eterno entre La Habana y la danza.
De sus hijos, muchos crearon coreografías fabulosas para elogiarla o criticarla, en relaciones de amor y a veces de odio. Ramiro Guerra le proporcionó la danza moderna con obras como Suite yoruba o el polémico Decálogo del Apocalipsis, Eduardo Rivero le regaló la inigualable Súlkary, Víctor Cuéllar creó su Panorama de la música y la danza cubanas; pero Marianela Boán llegó Sin permiso y le entregó El pez de la torre nada en el asfalto, una descarnada crítica en un momento bien convulso de la historia habanera; el mismo momento en que Caridad Martínez, Rosario Suárez (Charín) y Mirta García dieron un salto mortal fuera del Ballet Nacional de Cuba, la compañía donde habían vivido por más de 20 años, para crear el Ballet Teatro de La Habana, una formación atípica que removió los cimientos de las artes escénicas en la Isla.
Hoy, también otros coreógrafos apuestan por tener en sus piezas el tema de la ciudad como eje principal. Ahí está MalSon, de DanzAbierta, una especie de homenaje que le regaló Susana Pous a La Habana, un título lleno de nostalgias sentidas, aportado por esa creadora española que ya también es hija de esta ciudad.
Ramiro Guerra, bailarín, coreográfo y fundador del Conjunto Nacional de Danza Moderna, hoy Danza Contemporánea de Cuba. Foto: Tito Álvarez
La Habana ha sido escenario ideal para que florezcan las tradiciones afrocubanas, los bailes populares, donde La engañadora de Enrique Jorrín no podía aparecer en otra esquina que no fuera la de Prado y Neptuno. El son urbano y el chachachá fueron los pilares fundamentales para la creación del casino, ese baile que llegó a la vida de los habaneros para quedarse. El baile, conocido hoy comercialmente como salsa, nació en el Casino de la Playa, donde tocaban las orquestas más famosas de los años 50: la Sonora Matancera, la Charanga de Belisario López, Conjunto Casino, Roberto Faz y Arsenio Rodríguez y la Banda Gigante del Benny Moré, entre otras.
La danza ha estado siempre en esta ciudad y no podía ser de otra manera. Guanabacoa, Regla, el Cerro, o los Jardines de La Tropical, en Marianao, han sido escenarios para el baile popular. Pero La Habana es también esa ciudad que brinda sus espacios para la danza que se hace en la calle. Y ahí está, con más de dos décadas de creado, el Festival Internacional de Danza en Paisajes Urbanos Habana Vieja Ciudad en Movimiento, una iniciativa que la Oficina del Historiador de la Ciudad alimenta y que tiene a Isabel Bustos y su compañía Danza Teatro Retazos como protagonistas. Siempre habrá un antes y un después de la fundación de este Festival, punto de encuentro para coreógrafos, bailarines, maestros y un público diverso y amplio, que espera cada año la inundación de movimiento que se produce en el Casco Histórico de la Habana Vieja.
Esa misma Habana, con su Malecón inmenso y su olor a mar, hoy tiene nuevos coreógrafos enfrascados en regalarle sus mejores movimientos, sus mejores miradas, sus coreografías más sentidas.El que ha nacido en La Habana, o el que lleva mucho tiempo viviendo en la ciudad, tiene una manera peculiar de hablar, de caminar, de gesticular, de moverse. El equipo Industriales también tiene una partitura física diferente al resto de los teams cubanos de pelota, es un swing fácil de reconocer. Los Azules de la capital, odiados y amados, casi de igual manera, desatan un torrente de energías, que al verlos jugar los convierte en un espectáculo único. Y todo eso lo da el hecho de vivir en La Habana, una ciudad donde Vera y Enrique, los protagonistas de La consagración de la primavera de Alejo Carpentier, conocieron la maravilla de “bailar por bailar, por el placer de bailar, por el júbilo de bailar, con una total ausencia de malicia…”.
MalSon, coreografía de Susana Pous, compañía DanzAbierta. Foto: Cortesía de DanzAbierta.
Esa misma Habana, con su Malecón inmenso y su olor a mar, hoy tiene nuevos coreógrafos enfrascados en regalarle sus mejores movimientos, sus mejores miradas, sus coreografías más sentidas. Ya de nada sirve que pase el tiempo, La Habana es una ciudad hecha para bailar, en sus calles, en sus teatros, en sus plazas; bailar dondequiera, sin importar si alguien te mira o critica por tener movimientos extraños o fuera de compás; porque es solo el baile el que hace de esta ciudad un lugar diferente para vivir y también, románticamente, seguir soñando.